09 julio 2006

Programa Nº 22: El Nuevo Testamento y la ciencia

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 22 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y también a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la investigación científica del Nuevo Testamento. Más concretaremente, presentaremos algunos de los principales hallazgos de la arqueología y la papirología, que confirman el valor histórico del Nuevo Testamento.

En primer lugar nos referiremos a siete descubrimientos arqueológicos del siglo XX.
El cristiano sabe que tanto la fe como la razón son dones de Dios y que ambos le han sido dados para el conocimiento de la verdad; sabe además que la fe y la razón no pueden contradecirse, porque la verdad no puede contradecir a la verdad. Por eso no teme que los avances de la ciencia puedan dañar la verdad de la doctrina cristiana. Esta proposición de orden general se aplica también al caso particular de las investigaciones arqueológicas relacionadas con el Nuevo Testamento. Éstas, lejos de dañar la fe cristiana, no hacen sino reforzar con argumentos racionales su credibilidad. Probaremos esta afirmación presentando brevemente siete de los muchos descubrimientos arqueológicos del siglo XX que confirman la historicidad de diversos aspectos de los escritos del Nuevo Testamento.

Primer descubrimiento: en 1920, en el desierto del Medio Egipto, Bernard Grenfell descubre un papiro, que es redescubierto en 1934 por C. H. Roberts en la Biblioteca John Rylands de Manchester. Un año después Roberts publica su hallazgo. El papiro en cuestión es el fragmento de manuscrito más antiguo conocido del Nuevo Testamento hasta ese momento. Se lo denomina papiro P52 o papiro Rylands griego. Contiene cinco versículos del capítulo 18 del Evangelio de Juan y está datado en el período entre el año 100 y el año 125.
Se reconoce casi unánimemente que el Evangelio de Juan fue el último evangelio en ser escrito. Muchos estudiosos no cristianos del Nuevo Testamento sostenían que este evangelio había sido compuesto entre los años 150 y 200 o aún después. Sólo así se habría dispuesto de suficiente tiempo para la formación del "mito cristiano", que estaría expresado en la teología de Juan, claramente más desarrollada que la de los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). El descubrimiento del papiro P52 deshizo de un solo golpe todo un cúmulo de teorías mitológicas contrarias a la fe cristiana.

Segundo descubrimiento: en 1927, en Jerusalén, el arqueólogo francés L. H. Vincent descubre el Litóstrotos o Gabbata, el patio empedrado de la Torre Antonia, de aproximadamente 2.500 metros cuadrados, donde Poncio Pilatos pronunció la condena de Jesús.
Juan 19,13: "Pilatos sacó fuera a Jesús y se sentó en el tribunal en el lugar llamado Litóstrotos, en hebreo Gabbata".
"Litóstrotos" es una palabra griega que significa "empedrado"; "Gabbata" es una palabra aramea que significa "elevación". Para los enemigos de la historicidad de los Evangelios, se trataba solamente de símbolos mitológicos acerca de los cuales se tejieron muchas especulaciones... hasta que se comprobó que se trataba de un verdadero patio, empedrado al estilo romano.

Tercer descubrimiento: en 1939, en Herculano, se descubre la marca de una cruz en una pared de la parte reservada a los esclavos en una casa patricia de esta ciudad, destruida por la erupción del volcán Vesubio en el año 79 DC. En torno a la cruz estaban también los clavos que servían para fijar el nicho y el toldo que ocultaban el símbolo del culto cristiano. Este descubrimiento demuestra que el cristianismo llegó a Italia muy rápidamente y hace históricamente creíble el texto de los Hechos de los Apóstoles capítulo 28 versículo 14, que supone la existencia de cristianos en Pozzuoli, en el golfo de Nápoles, ya en el año 61.

Cuarto descubrimiento: alrededor del año 1960, en Jerusalén, se descubre la piscina de cinco pórticos llamada Betzata. Es un cuadrilátero irregular de unos 100 metros de largo y de una anchura de 62 a 80 metros, rodeado de arcadas en sus cuatro lados y dividida al medio por una quinta arcada.
Juan 5,2: "En Jerusalén, junto a la puerta probática, hay una piscina, llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos".
Como ha escrito Vittorio Messori, "es imposible enumerar las interpretaciones mitológicas a que dieron ocasión estas pocas palabras. Estaba fuera de duda... que para los desmitificadores "la piscina de los cinco pórticos" no tenía valor histórico sino simbólico. Las cinco tribus de Israel; los primeros cinco libros de la Escritura (el Pentateuco); un símbolo de la cabalística hebrea, para la que el número 5 representa las facultades del alma humana; los cinco dedos de la mano de Yahvé; las cinco puertas de la Ciudad Celeste... Son algunas entre las infinitas hipótesis ideadas por los mitólogos, que trataron también de establecer osados paralelos con religiones y cultos orientales. Cualquier explicación era buena...; sólo se excluía la hipótesis de que pudiera tratarse del simple recuerdo de un lugar real", hasta que "de los pesados volúmenes de los mitólogos alemanes, la piscina vino a parar a los planos de Jerusalén de los turistas".
El filósofo y exégeta católico Claude Tresmontant ha llamado la atención acerca de un detalle importante del versículo citado aquí. El redactor del cuarto evangelio utiliza el tiempo presente para decir que en Jerusalén "hay" una piscina llamada Betzata. Esto es un claro indicio de que dicho evangelio fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70, o sea mucho antes de lo que supone la gran mayoría de los expertos, los que sitúan la fecha de composición de esta obra hacia el año 95.

Quinto descubrimiento: en 1961, en Cesarea del Mar, una expedición italiana descubre una lápida calcárea de 80 cm de altura y 60 cm de anchura, con una inscripción que confirma que Poncio Pilato fue prefecto de Judea en tiempos de Jesús, bajo el Emperador Tiberio.
Comenta Vittorio Messori: "En el secular debate sobre los orígenes del cristianismo no faltó siquiera quien puso en duda que Pilato fuera en realidad administrador de Palestina en el momento en que Jesús fue condenado a muerte. Y ¿los escritores no cristianos que hablan de ese funcionario? "Interpolaciones de copistas cristianos", respondía despectiva cierta crítica".

Sexto descubrimiento: en 1962, también en Cesarea del Mar, el arqueólogo Avi Jonah descubre una lápida de mármol negro del siglo III AC, con una inscripción que menciona la localidad de Nazaret.
Comenta Messori: "También sobre Nazaret y el calificativo de Nazareno aplicado a Jesús se desencadenó toda una tormenta de interpretaciones. Un mito, con toda seguridad: un nombre simbólico de una ciudad imaginaria", hasta que "en la fosa de los excavadores israelitas quedaron enterradas las innumerables teorías elaboradas para explicar las razones por las que los evangelistas habían inventado una localidad llamada Nazaret".

Séptimo descubrimiento: en 1968, en Cafarnaum, se descubre la casa de San Pedro bajo el pavimento de una iglesia del siglo V dedicada al apóstol.
Escuchemos otra vez a Messori: "Se trata de una pobre vivienda, igual en todo a las que las rodean excepto en un detalle: las paredes están cubiertas de frescos y grafitti (en griego, siríaco, arameo y latín) con invocaciones a San Pedro en que se pide su protección. Es cosa averiguada que la casa fue transformada en lugar de culto desde el siglo primero: es, pues, la iglesia cristiana más antigua que se conoce. Y testimonia que, ya antes del año 100..., no sólo prosperaba el culto de Jesús, sino que llegaba a maduración la "canonización" de sus discípulos, invocados ya como "santos" protectores".

Escuchemos la conclusión que extrae Vittorio Messori, de cuyo libro “Hipótesis sobre Jesús” hemos tomado los datos presentados hasta aquí:
"Confesaba el P. Lagrange a sus ochenta años, después de cincuenta años de estudio en Palestina con la sola preocupación de confrontar los detalles que proporcionan los evangelios, con la realidad de las costumbres, historia y arqueología del propio terreno: "El balance final de mi trabajo es que no existen objeciones "técnicas" contra la veracidad de los evangelios. Todo cuanto refieren los evangelios, hasta los últimos detalles, encuentra confirmación precisa y científica". No son palabras de apologética huera. Los centenares de severos fascículos de la rigurosa Revue Biblique, dirigida por el propio P. Lagrange, lo confirman.
Como ha observado el célebre orientalista inglés, sir Rawlinson: "El cristianismo se distingue de las demás religiones mundiales precisamente por su carácter histórico. Las religiones de Grecia y Roma, Egipto, India, Persia, del Oriente en general, fueron sistemas especulativos que no trataron siquiera de darse una base histórica. Exactamente lo contrario del cristianismo".
Concluimos entonces que la ciencia brinda un sólido apoyo a la doctrina católica sobre el carácter histórico de los Evangelios. Como dice el número 19 de la constitución dogmática Dei Verbum sobre la Divina Revelación, del Concilio Vaticano II:
"La santa madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la ascensión".
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 22 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó. Saludamos a todos nuestros oyentes y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535.
Nuestro programa de hoy está dedicado a a la investigación científica del Nuevo Testamento. En la primera parte del programa presentamos algunos de los hallazgos de la arqueología que confirman el valor histórico del Nuevo Testamento. En esta segunda parte haremos algo semejante con respecto a los descubrimientos de la papirología.

Se conocen más de 5.300 manuscritos griegos antiguos que contienen el texto completo o incompleto del Nuevo Testamento. Además han sobrevivido hasta hoy unos 10.000 manuscritos antiguos con copias del Nuevo Testamento en latín y otros 9.300 con versiones en siríaco, copto, armenio, gótico y etíope, totalizando más de 24.000 manuscritos antiguos del Nuevo Testamento, una cantidad mucho mayor que la correspondiente a cualquier otra obra literaria de la Antigüedad, exceptuando el Antiguo Testamento. Las variaciones del texto encontradas en estos manuscritos son muy pequeñas y en lo sustancial no afectan a las doctrinas cristianas principales.
Además se conocen más de 32.000 citas del Nuevo Testamento incluidas en las obras de los Padres de la Iglesia y otros escritores eclesiásticos anteriores al Concilio de Nicea (del año 325). El Nuevo Testamento entero, con excepción de once versículos, podría ser reconstruido a partir de esta sola fuente.
En cuanto al canon del Nuevo Testamento, Tertuliano afirma que hacia el año 150 la Iglesia de Roma había compilado una lista de libros del Nuevo Testamento, idéntica a la actual. Se conserva un fragmento casi completo de esta lista en el Canon Muratoriano del año 170.
Las Biblias completas más antiguas son el Códice Vaticano (aproximadamente del año 300) y el Códice Sinaítico (aproximadamente del año 350), conservados respectivamente en el Museo Vaticano y el Museo Británico. Los manuscritos de los tres primeros siglos contienen sólo fragmentos del Nuevo Testamento, desde unos pocos versículos hasta algunos libros completos.

Los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento son los papiros. Éstos han sido numerados desde P1 hasta P96. Los 96 papiros numerados contienen partes de cada libro del Nuevo Testamento excepto las dos cartas de San Pablo a Timoteo.
El primer papiro del Nuevo Testamento (hoy conocido como P11) fue descubierto por Constantin von Tischendorf en 1868.
En 1897 la nueva ciencia de la papirología se vio sacudida por el descubrimiento de más de dos mil papiros en Oxyrhynchus (Egipto), 28 de los cuales corresponden al Nuevo Testamento. Veinte de estos papiros eran más antiguos que los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento conocidos hasta ese entonces. Además los papiros de Oxyrhynchus representan 15 de los 27 libros del Nuevo Testamento.
En 1930 Sir Frederic Kenyon publicó los papiros Chester Beatty (P45, P46 y P47), los cuales fueron datados como del período entre los años 200 y 250. Estudios más recientes demuestran que P45 es del año 150 y P46 del año 85, aproximadamente. Además estos papiros eran mucho más extensos que los papiros conocidos hasta entonces. Contienen docenas de capítulos de los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo y el Apocalipsis.
En los años cincuenta fueron descubiertos los papiros Bodmer (P66, P72, P73, P74 y P75). El más importante de ellos es P66, que contiene los primeros catorce capítulos del Evangelio de Juan. Originalmente fue datado como del año 200, pero estudios más recientes prueban que es del año 125 o anterior.
Hacia 1960 se consideraba a P52 (el "Papiro Rylands") como el papiro del NT más antiguo. Originalmente datado como del año 125, hoy se considera más exacta una fecha cercana al año 100. Contiene cinco versículos del capítulo 18 de Juan.
La papirología es una ciencia que ha avanzado mucho en los últimos cincuenta años debido a la disponibilidad de equipamiento moderno y de miles de papiros utilizables como medios de comparación. La mayor parte de las redataciones recientes han dado como resultado fechas más tempranas que las asignadas originalmente.
Trabajos recientes de Carsten Peter Thiede y Philip Comfort han demostrado que los papiros P64 y P67 son dos fragmentos del mismo manuscrito original, correspondiente a una parte del Evangelio de Mateo. P64 es llamado "Papiro Magdalen", debido a que es conservado en el Magdalen College de Oxford. P67 es conservado en Barcelona. El papiro P64 fue datado en 1901 por el Rev. Charles Huleatt como del siglo III. En 1953 C.H. Roberts (el mismo autor que publicó el Papiro Rylands) le reasignó la fecha del año 200, la cual fue generalmente considerada correcta hasta 1995. Ese año, usando técnicas modernas y evidencias de los rollos del Mar Muerto (de los que luego hablaremos), Thiede asignó la fecha del año 60 a los papiros P64 y P67.
Este descubrimiento es sumamente importante porque según la gran mayoría de los exégetas actuales el Evangelio de Mateo habría sido escrito hacia el año 80. Como además una mayoría todavía más contundente de los expertos atribuye la mayor antigüedad al Evangelio de Marcos, el hallazgo de Thiede demuestra que tanto la redacción de Mateo como la de Marcos habrían tenido lugar al menos veinte o treinta años antes que lo que era generalmente admitido en medios académicos. Este descubrimiento tiene grandes consecuencias, que apenas han comenzado a ser evaluadas, en la cuestión de la historicidad de los Evangelios. Es un duro golpe a las teorías sobre el supuesto origen mitológico del cristianismo, porque la formación de un mito requiere, entre otras cosas, bastante tiempo, un tiempo que no puede haber existido si, como sostiene la tradición católica desde siempre, los Evangelios sinópticos fueron compuestos mientras aún vivían San Pedro y los demás apóstoles, testigos oculares de los acontecimientos de la vida de Jesús.
Pero la revolución de los papiros no se detiene aquí. La cueva 7 de Qumran, la biblioteca de la secta judía de los esenios destruida en el año 68 DC y redescubierta accidentalmente por beduinos en 1947, contiene 19 fragmentos en lengua griega, 18 de ellos papiros en forma de rollos. Las demás cuevas de Qumran no contienen ningún texto griego. Dos de los papiros de la cueva 7 (llamados 7Q1 y 7Q2) fueron identificados inmediatamente como pertenecientes a la Biblia de los LXX, la primera versión griega del Antiguo Testamento. El resto de los papiros, cada uno de ellos muy fragmentario, permaneció no identificado durante mucho tiempo.
En 1972 el papirólogo español José O'Callaghan descubrió que el texto del fragmento 7Q5 encajaba perfectamente con Marcos 6,52-53. Posteriormente un análisis computarizado reveló que Marcos 6,52-53 era el único texto griego antiguo conocido que concordaba con 7Q5. Los principales papirólogos del mundo han aceptado como indudable la identificación de 7Q5 con Marcos 6,52-53. Usando microscopio electrónico, fotografía infrarroja y otras evidencias, Thiede dató 7Q5 como del año 50. La mayoría de los estudiosos que atacan las conclusiones de O'Callaghan y Thiede no son papirólogos sino exégetas que se rehúsan a aceptar que el Evangelio de Marcos pudo haber sido escrito tan tempranamente, porque esto implicaría que ellos tendrían que reformular gran parte de su propia obra exegética.
Aún más segura que la identificación del papiro 7Q5 con Marcos 6,52-53 es la identificación del papiro 7Q4 con 1 Timoteo 3,16-4,3, también propuesta por O'Callaghan y confirmada por estudios posteriores. La datación exacta de 7Q4 es difícil, pero este papiro es indudablemente anterior al año 68, lo cual concuerda con la probable composición de la primera carta a Timoteo en el año 55. Es importante notar que muchos exégetas actuales consideran que las dos cartas a Timoteo y la carta a Tito no serían del mismo San Pablo, sino de un discípulo suyo que, utilizando el nombre de su maestro, las habría escrito después del martirio de éste en el año 67 o incluso después del año 100. En la formación de esta hipótesis, que prevalece en el campo protestante, ha influido el hecho de que en estas tres cartas se pueden detectar numerosos indicios (referencias a la jerarquía eclesiástica, etc.) de lo que autores protestantes llaman "protocatolicismo". La identificación de 7Q4 ha destruido esta hipótesis.
En resumen, la identificación y la datación de los papiros P64, P67, 7Q4 y 7Q5 ha demostrado que gran parte de los libros del Nuevo Testamento fueron escritos antes del año 70, año de la destrucción de Jerusalén por parte del Emperador romano Tito. Por lo tanto esos libros fueron redactados pocos años después de los acontecimientos de la vida de Jesús.

Querido amigo, querida amiga:
El cristianismo es una religión histórica. Los cristianos creemos que Dios se reveló a Sí mismo históricamente en Jesús de Nazaret, un hombre verdadero que vivió en una época y en una región bien determinadas. Jesucristo no pertenece a la mitología, sino a la historia real de la humanidad. Las investigaciones de ciencias tales como la arqueología, la papirología y otras confirman cada vez más el valor histórico del Nuevo Testamento.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, ruego a Dios que te conceda crecer en la fe a Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, que habitó históricamente entre nosotros para revelarnos la gloria de Dios todopoderoso y eterno.
Damos fin al programa Nº 22 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta la semana próxima. Que Dios te bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
15 de agosto de 2006.

Programa Nº 21: Jesucristo, único Salvador del mundo

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 21 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido a Jesucristo, único Salvador del mundo.

Comenzaremos con una breve reflexión sobre el relativismo.
El mundo actual es indudablemente pluralista. Comparando las distintas sociedades que lo integran y las distintas personas que integran cada sociedad, se constata que hay una gran pluralidad de culturas, lenguajes, tradiciones, mentalidades, costumbres, ideas y opiniones. Este pluralismo moderno, que en principio puede tomarse como un signo de libertad, es sin embargo vivido con frecuencia cada vez mayor con una actitud relativista. Para muchísimas personas, la verdad y el error, el bien y el mal, se han convertido en conceptos totalmente relativos. El propio pluralismo se considera como una prueba de la inexistencia de la verdad y el bien objetivos. En su forma radical, el relativismo es absurdo, pues afirma como verdad absoluta que no existen verdades absolutas. Así impide la verdadera comunicación interpersonal, el verdadero diálogo. Unido al individualismo, el relativismo tiene las siguientes consecuencias negativas:
· Por una parte, cada uno tiene "su verdad". Se da igual valor a todas las opiniones y puntos de vista.
· Por otra parte, cada uno busca la felicidad a su manera; todas las formas de buscarla se consideran igualmente válidas.
En el ámbito religioso el relativismo da lugar al indiferentismo. Se niega la existencia de una única religión verdadera. Muchos (incluso cristianos) reducen la religión a una exploración de lo divino por parte del hombre. Todas las religiones son consideradas como esfuerzos igualmente válidos del hombre para conocer a Dios. El cristianismo es visto sólo como una parte de esa continua exploración que abarca todas las religiones.
El relativismo es una de las causas principales de la gran crisis religiosa y moral que están sufriendo las naciones de Occidente, la cual se manifiesta por ejemplo en el descenso del porcentaje de niños bautizados y de los practicantes asiduos en las principales Iglesias cristianas.
La filosofía escéptica se manifestó por primera vez en la antigua Grecia. Uno de los sofistas resumió la doctrina escéptica en los siguientes tres principios: la verdad no existe; pero si existe, no puede ser conocida; y si puede ser conocida, no puede ser comunicada a otros.
El relativismo, versión moderna del antiguo escepticismo, está en total contradicción con la fe cristiana. El cristianismo no es un producto de la inquietud religiosa del hombre. En Jesucristo, Dios mismo viene al encuentro del hombre, le revela su Misterio y le comunica su Vida. Jesús es la "luz verdadera que ilumina a todo hombre". Él nos ha revelado la verdad sobre el bien del hombre y se ha presentado a Sí mismo diciendo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida".
El bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad; es reconocer a Dios como único Señor y obedecerlo, cumpliendo los mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo. No hay oposición entre la conciencia y la verdad, ni entre la libertad y la ley moral. Las normas morales, universales e inmutables, están al servicio de la persona y de la sociedad.
El Nuevo Testamento une salvación y verdad, cuyo conocimiento libera y, por consiguiente, salva. Como nos dice San Pablo:
"Dios, nuestro Salvador,... quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1 Timoteo 2,3-6).
La verdad cristiana, antes que una doctrina, es un acontecimiento de salvación: el encuentro con Cristo. El problema del hombre se esclarece a la luz de la experiencia del encuentro con Cristo, que todo lo renueva. El cristiano es el hombre que ha tenido esa experiencia y ha recibido el don del Espíritu, que lo impulsa a seguir a Cristo y a dar testimonio de Él ante el mundo.
La experiencia de Cristo no es sólo personal, sino también eclesial. El depósito de la fe revelada por Cristo es custodiado por la Iglesia católica y apostólica. El Papa y los Obispos en comunión con él enseñan la verdad revelada con la autoridad de Cristo y la asistencia del Espíritu Santo. Al pronunciarse de manera clara sobre las principales cuestiones doctrinales y morales, la Iglesia brinda al mundo un servicio que éste necesita con urgencia: el servicio de la verdad.

Continuemos ahora con una reflexión sobre Jesucristo, Dios Salvador.
"Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: '¿Quién dicen los hombres que soy yo?' Ellos le dijeron: 'Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.' Y él les preguntaba: 'Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?' Pedro le contesta: 'Tú eres el Cristo'." (Marcos 8,27-29).
También a cada uno de nosotros Jesús nos plantea hoy la misma pregunta que hizo a sus discípulos: "¿Quién dices tú que soy yo?". Y también hoy Jesús recibe diversas respuestas: eres sólo un gran hombre, tal vez el mayor de todos; eres un mensajero de Dios semejante a otros (Moisés, Buda, Mahoma, etc.); eres el Hijo de Dios hecho hombre...
Esta pregunta de Jesús sobre Sí mismo no puede dejarnos indiferentes, porque quien la plantea pretende tener una relación especialísima con Dios y su pretensión no puede ser descartada fácilmente.
Jesús nació en el seno de un pueblo en cuya historia se había manifestado portentosamente la acción salvadora de Dios y con el cual Dios había establecido una particular relación de alianza. Su venida al mundo supuso el cumplimiento de las antiguas profecías referidas al Mesías (es decir Cristo o Ungido). Enseñó una doctrina nueva, que por sí sola sugiere un origen divino. De Él se decía: "Nadie ha hablado jamás como este hombre". Fue el primero en llamar a Dios "Abba", que significa “Papá”. Predicó una moral elevada y exigente, perfeccionando la antigua Ley de Moisés, y vivió en un todo de acuerdo con sus enseñanzas, en incomparable santidad. También se dijo de Él que "todo lo hizo bien". Realizó muchos milagros. Amó a todos, especialmente a los niños, los pobres, los enfermos y toda clase de marginados. Perdonó a los pecadores y a sus propios enemigos. Y finalmente culminó una vida de total donación y obediencia a Dios Padre entregándose en su pasión y muerte para redimir a todos. Sus discípulos dieron testimonio de que resucitó al tercer día, se les apareció vivo durante cuarenta días y completó entonces sus enseñanzas sobre el Reino de Dios, Reino que Él mismo hizo presente en plenitud en su propia Persona. La Iglesia que Él fundó, cimentada en sus doce apóstoles, continúa extendiéndose por el mundo, según su mandato y con la asistencia que Él le prometió. Hoy sus seguidores somos 2.000 millones, de los cuales 1.100 millones estamos en plena comunión con el sucesor de San Pedro, a quien Jesús escogió para que "apacentara a sus ovejas" y confirmara a sus hermanos en la fe. Esperamos la segunda venida de Jesucristo, cuando Él juzgará a vivos y muertos y consumará el Reino de Dios, que no tendrá fin.
Hay muchas razones para creer en la existencia de Dios, pero el hombre sabe que, librado a sus solas fuerzas, no podrá penetrar en su misterio incomprensible. El mismo hombre, enfrentado al drama del sufrimiento y de la muerte, y envuelto en la culpa del pecado, entrevé que necesita ser iluminado y salvado por Dios. Por eso es razonable que los hombres esperen una revelación divina. Ahora bien, Jesús no sólo colmó esa expectativa, pues Él es la cumbre de la historia de la Revelación, sino que la superó, porque es más que un profeta del Altísimo. La Iglesia nos enseña que Él es una persona divina (el Hijo de Dios Padre), con dos naturalezas (divina y humana) reales y completas. Él es perfecto Dios y perfecto hombre, "igual a nosotros en todo, excepto el pecado". Al encarnarse, el Hijo de Dios no perdió su condición divina -aunque ésta quedó velada, perceptible sólo a la luz de la fe- y asumió la condición humana, uniendo así íntimamente a los hombres con Dios. Al morir en la cruz destruyó el poder del pecado y al resucitar nos dio la vida divina. Su Pascua es la Alianza nueva y eterna de Dios con todos los hombres, realizada en la Iglesia, a la cual todos son llamados.
Cristo y el cristianismo no tienen parangón. Por eso los cristianos reconocemos a Jesucristo como único Salvador del mundo y proponemos el encuentro con Él -que está vivo- como el camino de conversión, comunión y solidaridad. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. Conozcámoslo, amémoslo y sigámoslo.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 21 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José. Saludamos a todos nuestros oyentes y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535.
Nuestro programa de hoy está dedicado a Jesucristo, único Salvador del mundo.
En esta segunda parte del programa leeremos el Capítulo I de la declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, publicada en el año 2000 por la Congregación para la Doctrina de la Fe, un organismo vaticano que ayuda al Papa en el gobierno de la Iglesia. Ese capítulo se denomina “Plenitud y definitividad de la revelación de Jesucristo” y dice lo siguiente:

“Para poner remedio a esta mentalidad relativista, cada vez más difundida, es necesario reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo. Debe ser, en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, el cual es «el camino, la verdad y la vida», se da la revelación de la plenitud de la verdad divina: «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado»; «porque en él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente».
Fiel a la palabra de Dios, el Concilio Vaticano II enseña: «La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación». Y confirma: «Jesucristo, el Verbo hecho carne, “hombre enviado a los hombres”, habla palabras de Dios y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos y, finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con el testimonio divino [...]. La economía cristiana, como la alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo».
Por esto la encíclica Redemptoris missio propone nuevamente a la Iglesia la tarea de proclamar el Evangelio, como plenitud de la verdad: «En esta Palabra definitiva de su revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorrevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo». Sólo la revelación de Jesucristo, por lo tanto, «introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no pararse nunca».
Es, por lo tanto, contraria a la fe de la Iglesia la tesis del carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería complementaria a la presente en las otras religiones. La razón que está a la base de esta aserción pretendería fundarse sobre el hecho de que la verdad acerca de Dios no podría ser acogida y manifestada en su globalidad y plenitud por ninguna religión histórica, por lo tanto, tampoco por el cristianismo ni por Jesucristo.
Esta posición contradice radicalmente las precedentes afirmaciones de fe, según las cuales en Jesucristo se da la plena y completa revelación del misterio salvífico de Dios. Por lo tanto, las palabras, las obras y la totalidad del evento histórico de Jesús, aun siendo limitados en cuanto realidades humanas, sin embargo, tienen como fuente la Persona divina del Verbo encarnado, «verdadero Dios y verdadero hombre» y por eso llevan en sí la definitividad y la plenitud de la revelación de las vías salvíficas de Dios, aunque la profundidad del misterio divino en sí mismo siga siendo trascendente e inagotable. La verdad sobre Dios no es abolida o reducida porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en cambio, sigue siendo única, plena y completa porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado. Por esto la fe exige que se profese que el Verbo hecho carne, en todo su misterio, que va desde la encarnación a la glorificación, es la fuente, participada mas real, y el cumplimiento de toda la revelación salvífica de Dios a la humanidad, y que el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, enseña a los Apóstoles, y por medio de ellos a toda la Iglesia de todos los tiempos, «la verdad completa».
La respuesta adecuada a la revelación de Dios es «la obediencia de la fe, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando “a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad”, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él». La fe es un don de la gracia: «Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da “a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad”».
La obediencia de la fe conduce a la acogida de la verdad de la revelación de Cristo, garantizada por Dios, quien es la Verdad misma; «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado». La fe, por lo tanto, «don de Dios» y «virtud sobrenatural infundida por Él», implica una doble adhesión: a Dios que revela y a la verdad revelada por él, en virtud de la confianza que se le concede a la persona que la afirma. Por esto «no debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo».
Debe ser, por lo tanto, firmemente retenida la distinción entre la fe teologal y la creencia en las otras religiones. Si la fe es la acogida en la gracia de la verdad revelada, que «permite penetrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente», la creencia en las otras religiones es esa totalidad de experiencia y pensamiento que constituyen los tesoros humanos de sabiduría y religiosidad, que el hombre, en su búsqueda de la verdad, ha ideado y creado en su referencia a lo Divino y al Absoluto.
No siempre tal distinción es tenida en consideración en la reflexión actual, por lo cual a menudo se identifica la fe teologal, que es la acogida de la verdad revelada por Dios Uno y Trino, y la creencia en las otras religiones, que es una experiencia religiosa todavía en búsqueda de la verdad absoluta y carente todavía del asentimiento a Dios que se revela. Éste es uno de los motivos por los cuales se tiende a reducir, y a veces incluso a anular, las diferencias entre el cristianismo y las otras religiones.
Se propone también la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras religiones. Ciertamente es necesario reconocer que tales textos contienen elementos gracias a los cuales multitud de personas a través de los siglos han podido y todavía hoy pueden alimentar y conservar su relación religiosa con Dios. Por esto, considerando tanto los modos de actuar como los preceptos y las doctrinas de las otras religiones, el Concilio Vaticano II -como se ha recordado antes- afirma que «por más que discrepen en mucho de lo que ella [la Iglesia] profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres».
La tradición de la Iglesia, sin embargo, reserva la calificación de textos inspirados a los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo. Recogiendo esta tradición, la Constitución dogmática sobre la divina Revelación del Concilio Vaticano II enseña: «La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia». Esos libros «enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras de nuestra salvación».
Sin embargo, queriendo llamar a sí a todas las gentes en Cristo y comunicarles la plenitud de su revelación y de su amor, Dios no deja de hacerse presente en muchos modos «no sólo en cada individuo, sino también en los pueblos mediante sus riquezas espirituales, cuya expresión principal y esencial son las religiones, aunque contengan “lagunas, insuficiencias y errores”». Por lo tanto, los libros sagrados de otras religiones, que de hecho alimentan y guían la existencia de sus seguidores, reciben del misterio de Cristo aquellos elementos de bondad y gracia que están en ellos presentes."

A continuación leeremos la Conclusión de la misma declaración Dominus Iesus. Dice así:
“La presente Declaración, reproponiendo y clarificando algunas verdades de fe, ha querido seguir el ejemplo del Apóstol Pablo a los fieles de Corinto: «Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí». Frente a propuestas problemáticas o incluso erróneas, la reflexión teológica está llamada a confirmar de nuevo la fe de la Iglesia y a dar razón de su esperanza en modo convincente y eficaz.
Los Padres del Concilio Vaticano II, al tratar el tema de la verdadera religión, han afirmado: «Creemos que esta única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado”. Por su parte todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla».
La revelación de Cristo continuará siendo en la historia la verdadera estrella que orienta a toda la humanidad: «La verdad, que es Cristo, se impone como autoridad universal». El misterio cristiano supera de hecho las barreras del tiempo y del espacio y realiza la unidad de la familia humana: «Desde lugares y tradiciones diferentes todos están llamados en Cristo a participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios [...]. Jesús derriba los muros de la división y realiza la unificación de forma original y suprema mediante la participación en su misterio. Esta unidad es tan profunda que la Iglesia puede decir con san Pablo: «Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios»».

Querido amigo, querida amiga:
En nuestro ambiente cultural, tan contaminado de relativismo, se hace a veces difícil percibir el esplendor de la verdad de la religión cristiana, de su doctrina de la fe y de su doctrina moral. Te exhorto por lo tanto a nadar contra la corriente. No caigas en la tentación de negar la existencia de la verdad en general y de la verdad religiosa en particular. Resiste la persistente y falsa insinuación de que en el fondo todas las religiones son iguales y no hay ninguna más verdadera o mejor que otra. Escucha la voz de Jesucristo, el único Redentor del hombre, el único Salvador del mundo. Su voz es la voz del Hijo unigénito de Dios, del Hijo amado del Padre. Contempla Su rostro adorable y ve en él la imagen visible de Dios invisible. Mira sus llagas y recuerda que Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que en la cruz murió para salvarte.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Redentor, ruego a Dios que siempre tengas fe en Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne para dar la vida eterna al mundo; y que, en virtud de esa fe, reces con el salmista: “Tu palabra, Señor, es la verdad y la luz de mis ojos”.
Damos fin al programa Nº 21 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios te bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
8 de agosto de 2006.

Programa Nº 20: La multiplicación de los panes (2)

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 20 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy será una continuación del anterior, por lo cual estará referido nuevamente al milagro de la multiplicación de los panes.

En primer lugar veremos que este milagro fue una señal incomprendida por la multitud, por los fariseos y por los discípulos.
Los relatos de la primera multiplicación de los panes de Mateo y Marcos contienen un detalle llamativo y, a primera vista, enigmático:
“Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.” (Mateo 14,22-23).
Sólo el evangelio de Juan esclarece el motivo por el cual Jesús se comportó de esa manera extraña. Jesús rechazó un intento de hacerlo rey:
“Al ver la gente la señal que había realizado, decía: `Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.´ Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.” (Juan 6,14-15).
El prodigio ha encendido un ansia popular de mesianismo temporal. Para preservar a sus discípulos de esa peligrosa tentación, Jesús les ordena que abandonen el sitio sin retraso alguno. Citaremos varias razones que contribuyen a dar verosimilitud histórica a la interpretación de este hecho como un intento de insurrección frenado por Jesús:
La expectativa mesiánica más difundida entre los judíos contemporáneos de Jesús era la que visualizaba al Mesías como un Rey que liberaría a Israel del dominio de los romanos. Era normal que el pueblo judío viera en los milagros obrados por Jesús otros tantos signos de la proximidad de esa liberación.
Jesús se reúne en el desierto con una gran multitud de partidarios suyos que han venido a pie desde varias ciudades. Están entusiasmados con él y lo escuchan durante todo un día, por lo menos. Es probable que los allí reunidos fueran exclusiva o mayoritariamente hombres. Estaba próximo el tiempo de Pascua, en el que solían producirse las insurrecciones contra la ocupación romana.
La multiplicación de los panes se produce poco después de la ejecución de Juan el Bautista por orden del tetrarca de Galilea. Juan era un profeta muy popular y es natural pensar que su muerte injusta generó un gran descontento en la población y que ese descontento se canalizó en torno a Jesús, de quien Juan dio testimonio asegurando que era el Mesías.
La multiplicación de los panes representa la coronación y el fracaso aparente de la actividad de Jesús en Galilea. Al liberar a algunos hombres del mal terreno del hambre, Jesús realizó un signo mesiánico. Pero la multitud a la que Jesús alimentó milagrosamente no comprendió que él no vino para abolir todos los males terrenos, sino para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y la causa de todas sus servidumbres humanas. La aclamación de las multitudes galileas refleja su equívoco sobre la persona de Jesús y sobre la naturaleza de su mesianismo. No admitían a Jesús tal como era, sino sus milagros y sus posibilidades políticas. No deseaban tener parte en un reino de santidad.
En los evangelios de Mateo y Marcos la segunda multiplicación de los panes es seguida inmediatamente por una discusión con los fariseos:
“Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: `¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal.´ Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.” (Marcos 8,11-13).
La versión de Mateo tiene algunas diferencias con la de Marcos: Jesús discute con fariseos y saduceos. En lugar de responder con un profundo gemido, Jesús reprocha a sus interlocutores que no sepan discernir las señales de los tiempos mesiánicos, es decir los milagros que Él obra. A esta generación se le dará una sola señal: “la señal de Jonás”. Esta expresión es una alusión a la muerte y resurrección de Jesucristo.
A continuación de esta discusión con los fariseos, los evangelios de Mateo y Marcos narran un episodio que muestra que tampoco los discípulos de Jesús habían comprendido el signo hecho por su Maestro:
“Los discípulos, al pasar a la otra orilla, se habían olvidado de tomar panes. Jesús les dijo: `Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos.´ Ellos hablaban entre sí diciendo: `Es que no hemos traído panes.´ Mas Jesús, dándose cuenta, dijo: `Hombres de poca fe, ¿por qué estáis hablando entre vosotros de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis, ni os acordáis de los cinco panes de los cinco mil hombres, y cuántos canastos recogisteis? ¿Ni de los siete panes de los cuatro mil, y cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no me refería a los panes? Guardaos, sí, de la levadura de los fariseos y saduceos.´ Entonces comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos.” (Mateo 16,5-13).
En la narración de Marcos, Jesús advierte a los discípulos que se guarden de la levadura de los fariseos y la levadura de Herodes. La incomprensión de los discípulos y su educación progresiva está subrayada por una pregunta de Jesús que se corresponde con la frase final de la narración de la caminata de Jesús sobre el lago: “¿Es que tenéis la mente embotada?” (Marcos 8,17); “Pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada” (Marcos 6,52).

A continuación mostraremos las relaciones existentes entre la multiplicación de los panes y las tres tentaciones de Jesús en el desierto. Presentaremos las tentaciones según el orden del Evangelio de Mateo.
En la primera tentación reaparece el tema de los panes. El diablo pretende inducir a Jesús a obrar un milagro cuya única finalidad es calmar su hambre física. En la multiplicación de los panes la gente, los fariseos y los discípulos cometen este error al no trascender el plano material del prodigio.
En la segunda tentación el diablo pretende inducir a Jesús a realizar un milagro meramente espectacular en el sitio más público de todo Israel. La multiplicación de los panes es quizás el milagro de Jesús más asombroso, pero Jesús no pretendió la espectacularidad en sí misma sino que la utilizó al servicio del signo que quiso realizar. Este gran signo fue el resultado de la situación de penuria de la muchedumbre.
En la tercera tentación reaparece el tema del poder y la gloria de este mundo. El diablo tienta a Jesús para que desvíe su misión mesiánica convirtiéndose en un rey mundano. Jesús rechaza esta misma tentación también en la multiplicación de los panes y en los acontecimientos de la Pasión. Cristo desecha la tentación de un mesianismo político como el que esperaban los judíos y decide ser fiel a la voluntad del Padre eligiendo ser el siervo sufriente de Yahveh.
La señal del cielo que pidieron los fariseos y saduceos después de la segunda multiplicación de los panes es una tentación análoga a estas tres.

Ahora veremos que la multiplicación de los panes fue un milagro de donación.
Se suele clasificar a la multiplicación de los panes entre los milagros de donación, junto con la conversión del agua en vino en las bodas de Caná y la pesca milagrosa. En los tres casos falta un alimento y Jesús interviene espontáneamente. El milagro se realiza casi sin palabras. No se describe, sino que se deduce claramente del resultado: saturación de la muchedumbre y sobras del pan, pesca abundante y red que se rompe, abundancia de vino de gran calidad. La conversión del agua en vino y la multiplicación de los panes simbolizan la nueva Alianza sellada en la Pascua de Cristo. Entre ambos milagros se completa el simbolismo de la eucaristía: el pan multiplicado evoca el cuerpo de Jesús; el vino mejor que corre a raudales evoca la sangre derramada por Jesús. El evangelio de Juan sitúa los dos episodios, como la última cena, en relación con la Pascua.
La pesca milagrosa simboliza la misión de la Iglesia. El relato del Evangelio de Juan permite establecer una relación entre este milagro, la multiplicación de los panes y la Pascua: Cristo resucitado se aparece a los discípulos al amanecer, a orillas del mar de Tiberíades (donde había tenido lugar la multiplicación de los panes y los peces), y prepara para ellos una comida: un pez y un pan. “Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez” (Juan 21,13).
Los milagros de donación simbolizan la extraordinaria sobreabundancia de la vida divina. Sólo Juan narra los tres milagros de donación. Juan subraya que para estos milagros no se exige la fe como requisito previo. La iniciativa corresponde a Jesús. El hombre debe reconocer la gratuidad divina en Jesús. La multiplicación de los panes, en particular, ilustra la universalidad de los beneficiarios de los dones sobreabundantes otorgados por el Mesías. Este aspecto se subraya en Mateo y Marcos por la presencia de dos multiplicaciones de los panes.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 20 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José. Saludamos a todos nuestros oyentes y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535.
Nuestro programa de hoy está dedicado al milagro de la multiplicación de los panes.

A continuación veremos que este milagro es un signo del Pan de Vida.
El relato de la Última Cena del Evangelio de Juan no menciona la institución de la eucaristía, aunque el clima de ese relato supone en el fondo la realidad del misterio eucarístico. La revelación de ese misterio está contenida esencialmente en el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm (Juan 6,22-66), que prepara la institución de la eucaristía. En ese discurso el propio Jesucristo explica el sentido profundo del signo de la multiplicación de los panes: el don del pan multiplicado anuncia el don del verdadero pan de vida, bajado del cielo para dar al mundo la vida eterna. Ese don permanente del Padre es el propio Jesucristo, en su cuerpo entregado y su sangre derramada en la cruz.
Jesucristo alimenta con el pan de vida a la comunidad que ha fundado y enseña a ésta a distribuir ese pan a las multitudes hambrientas. El pan de vida que es Cristo admite dos interpretaciones complementarias: El pan de vida es la Palabra de Dios. En esta perspectiva “comer” a Jesús es una metáfora que indica la apropiación, por la fe en Cristo, de la Palabra de Dios, que es verdadero alimento. El pan de vida es también la Eucaristía. En esta perspectiva “comer” a Jesús significa apropiarse, por la fe en Cristo y la participación en la eucaristía, del valor salvífico de su muerte.
Todo el discurso tiene un significado simbólico, a la vez espiritualista y eucarístico.
Analizaremos el texto, distinguiendo una introducción, dos partes centrales y una conclusión.
Consideremos en primer lugar la introducción del discurso (Juan 6,22-34).
La multitud buscaba a Jesús por la utilidad material del milagro que había hecho, pero se había cerrado a su significado trascendente como señal de la misión de Jesús. Jesús se niega a hacer meros prodigios para satisfacer los deseos del hombre. El pan multiplicado en la víspera era figura de un alimento imperecedero. Los milagros de Jesús son la marca del sello del Padre -el Espíritu Santo-, la señal de que el Padre lo ha enviado. Los judíos piden a Jesús una señal análoga a la del maná que Moisés hizo llover en el desierto. Según la creencia judía, el Mesías debía realizar signos y prodigios. Los judíos que exigen señales no están en marcha hacia la verdadera fe en Jesucristo. El maná dado por Moisés era sólo una figura del verdadero pan del cielo dado por el Padre. El pan que Dios da tiene un origen celestial y una eficacia salvífica. Los judíos piden a Jesús que les dé siempre de ese pan.
Veamos ahora la primera parte del discurso (Juan 6,35-47).
Jesucristo responde que Él mismo es el pan vivo bajado del cielo. Ese pan es asimilable por la fe y da la vida eterna. El objetivo que persigue el Padre al enviar a su Hijo es dar la vida. El que cree en Cristo tiene vida eterna y Él lo resucitará en el último día. Los judíos murmuraban contra Jesús como los israelitas habían murmurado contra Moisés. Jesús responde que el Padre es el origen de la fe en la persona del Hijo venido al mundo.
Veamos ahora la segunda parte del discurso (Juan 6,48-58).
Jesucristo identifica el pan vivo con su carne, dada como alimento vivificador, para que el mundo tenga vida eterna. Tras la exigencia de la fe en Jesús enviado por el Padre (encarnación) aparece la fe en Jesús salvador del mundo (redención) como requisito para obtener la vida eterna. La carne de Jesús es comida que calma el hambre y su sangre es bebida que calma la sed. Adherirse totalmente a Jesús es entrar en la plena comunión con Dios, consumar la Alianza con Él. El Padre es la fuente de la vida que ha traído el Salvador. El que vive por excelencia es el Padre, de quien el mismo Jesús recibe la vida continuamente, haciendo de Él su alimento. En el versículo 58 Jesús sintetiza todo el discurso: “Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.”
Consideremos ahora la conclusión del discurso (Juan 6,59-66).
Jesús invita a contemplar el misterio de su exaltación. Sólo el Espíritu de Dios puede dar la vida sobrenatural a través de las palabras de Jesús y de la práctica eucarística. El poder humano natural no puede nada en ese orden. Los judíos no aceptan la enseñanza de Jesús y se apartan de él.

A continuación expondremos brevemente los misterios de la fe cristiana a la luz de estas reflexiones sobre la multiplicación de los panes.
El milagro de la multiplicación de los panes revela que Jesús no es sólo un mediador o un profeta, como Moisés, sino que es el Verbo encarnado, sacramento fundamental de Dios y dador de la vida eterna. Jesucristo es el signo y el cumplimiento supremos del amor de Dios a la humanidad. Al apropiarse de nuestra existencia mortal, el Hijo de Dios se hizo solidario con la comunidad humana y la incorporó en el misterio de su unión personal con Dios. Quedó destinado a sufrir y morir como nosotros, pero la muerte no podía ser la etapa definitiva del ser humano del Hijo de Dios. La resurrección de Cristo, fundada en su carácter personal divino, llevó a su plenitud la divinización de la humanidad de Cristo.
Por medio del gesto profético de la multiplicación de los panes, Jesús anticipa el don de su vida humano-divina en su pasión, muerte y resurrección e invita a los hombres a participar de esa vida por medio de la fe, el amor y la eucaristía. Jesús se orienta hacia un momento ulterior de su existencia, en el cual dará un pan que es su cuerpo, roto y entregado para la salvación de todos los hombres. Sobre el Verbo encarnado se proyecta la luz y la fuerza del misterio pascual. Para acercarse a Jesús, para creer en su palabra y acoger su presencia en la eucaristía, se necesita la gracia de la fe.

El milagro de la multiplicación de los panes ilustra la infinita misericordia y la providencia de Dios Padre. Dios es amigo de los hombres, se compadece de ellos y cuida amorosamente de su pueblo. Su ser mismo es amor todopoderoso y eterno.
Por otra parte el milagro ilustra la maravillosa fecundidad del amor de Dios. Al dar los panes y darse a Sí mismo en el amor, Jesucristo no experimenta una pérdida ni una división, sino una ganancia y una multiplicación.
Por último es posible encontrar en ese prodigio una enseñanza sobre el carácter trinitario del don de la gracia divina: el pan dado por el Padre es la carne de Cristo, vivificada por el Espíritu Santo.

En el milagro de la multiplicación de los panes Jesús se muestra como el único que, mediante el don superabundante de su amor, puede saciar el hambre de todos los hombres, satisfaciendo todas sus necesidades (materiales y espirituales). Los cristianos se alimentan con el pan de vida sobreabundante; así Jesús está con ellos y nada les falta.
La Tradición de la Iglesia ha extraído también de ese prodigio una enseñanza moral. Los cristianos deben vivir como Jesús, amando y dando su vida por los demás: aunque sea poco lo que poseamos, conviene que lo compartamos con los necesitados.
Jesús no crea de la nada el alimento que da a la multitud, sino que multiplica los escasos panes y peces aportados por sus discípulos. Lo sobrenatural supone y perfecciona lo natural. Para poder recibir y transmitir la salvación obtenida y ofrecida por Cristo, el hombre debe realizar libremente su propia contribución, entregándose a Dios y a los hombres en la fe y el amor. Dios hace fructificar las buenas acciones humanas más allá de lo previsible.

La multiplicación de los panes es también una imagen de la Iglesia. Jesucristo está en el centro como el dador de la palabra y el pan y da a sus discípulos una misión que en apariencia los sobrepasa: alimentar a una multitud en un desierto. Ellos están ante el pueblo con las manos vacías. Muy poco es lo que ellos pueden hacer por sí mismos; pero cuentan con la ayuda de la gracia de Dios. Su mirada debe dirigirse a Jesús, el único que puede alimentar a la multitud. Los pastores sólo pueden entregar al pueblo el pan que Jesús les ofrece. Como el pan multiplicado, los discípulos deben repartir a los hombres la palabra de Dios y la eucaristía. Ambas tienen una fuerza expansiva que viene de Dios y está al servicio de todos los pueblos.
La Iglesia es el sacramento primordial de Cristo, signo eficaz de su mediación salvífica universal. Es un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cristo nos constituyó místicamente su cuerpo, comunicándonos su Espíritu. Participando realmente del Cuerpo de Cristo en la eucaristía, somos elevados a una comunión con Él y entre nosotros.

La multiplicación de los panes es esencialmente una profecía plástica que anuncia el sacramento de la eucaristía, manantial y vértice de la vida cristiana. Es Cristo mismo quien se hace personalmente presente en el sacramento eucarístico mediante la conversión de los frutos de la tierra, transformados por el trabajo del hombre, en su cuerpo resucitado, y realiza una entrega sacerdotal de Sí mismo a Dios por el mundo. Su ofrenda invisible ante Dios se hace presente y visible en la oblación de la Iglesia, que actualiza el sacrificio de Cristo.
El prodigio anticipa la experiencia de la Iglesia cuando se reúne para celebrar la eucaristía. El pastor y el pueblo están unidos y Dios habita en el corazón de los suyos. La participación de todos en el pan de vida crea en todos la misma vida. En la eucaristía, síntesis del ser de la Iglesia, se verifica plenamente la sacramentalidad de la Iglesia. La Iglesia es, en Cristo, signo eficaz de la unión íntima con Dios y de la unidad de la familia humana. Por eso la eucaristía es el principal entre los sacramentos eclesiales.
La eucaristía es la carne ofrecida y gloriosa del Hijo de Dios. La comunión en el banquete de la carne y la sangre de Cristo es en realidad comunión de vida que nos lleva hasta la fuente de la vida que es el Padre. Jesús pone a la eucaristía como una opción fundamental y decisiva de fe en Él en el tiempo de la Iglesia.

El milagro de la multiplicación de los panes, por su relación con el misterio pascual, es también signo del tiempo futuro. La resurrección de Cristo fue un acontecimiento escatológico, porque en su corporeidad, que constituye su vínculo con los demás hombres y con el mundo, Cristo pasó a la participación en la vida inmortal de Dios. La resurrección de Cristo, primogénito de la familia humana, es anticipación y garantía de la nuestra. Con la resurrección de Cristo ha comenzado ya el fin de los tiempos. La historia tiende a su plenitud definitiva, a su integración en la gloria de Cristo.
Jesús en el desierto prepara el banquete mesiánico para su pueblo. El banquete mesiánico es un signo de lo que serán las bodas regias en el Reino de Dios. La eucaristía es la prenda de nuestra esperanza y la anticipación de la salvación futura.

Querido amigo, querida amiga:
Los seis relatos evangélicos de la multiplicación de los panes narran un único milagro de Jesús, realmente acontecido. Jesús sintió compasión de la multitud hambrienta en el desierto y la alimentó por medio de un milagro que es figura del banquete mesiánico anunciado por los profetas, cuyo cumplimiento pleno ocurrió en la Última Cena. En la multiplicación de los panes Jesús rechazó la tentación de convertirse en un rey mundano, provocando así la decepción de la gente que malinterpretó su signo viendo en él sólo un prodigio espectacular y la oportunidad de satisfacer sus necesidades materiales. El pan multiplicado por Jesús prefigura el sacramento de la eucaristía, incluso en su abundancia. Jesús es el verdadero pan de vida bajado del cielo que el Padre nos da a comer para que tengamos vida eterna. Ese pan vivo es su carne entregada en la cruz para la salvación del mundo. La multiplicación de los panes nos revela que el amor de Dios a los hombres es tan grande que entrega a su Hijo a la muerte y lo resucita para liberar a los hombres del pecado y la muerte y para darles la posibilidad de vivir en comunión con Él. Esta comunión con Dios (el Reino de Dios) es ya plena en Jesucristo y por el don del Espíritu Santo se dilata en el mundo, haciéndose visible en la Iglesia alimentada por la eucaristía, hasta que llegue a la consumación definitiva en el fin de los tiempos.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, el Pan bajado del cielo para dar vida al mundo, ruego a Dios que te conceda experimentar la alegría de su Presencia viva en el sacramento de la eucaristía y la eficacia de su amor eucarístico, que es capaz de hacer nuevas todas las cosas.
Damos fin al programa Nº 20 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios te bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
1º de agosto de 2006.

Programa Nº 19: La multiplicación de los panes (1)

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 19 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido al milagro de la multiplicación de los panes, uno de los acontecimientos principales de la vida pública de Jesús. Este milagro tiene una gran riqueza de significados, especialmente por ser la prefiguración del sacramento de la eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana.

La ciencia de la interpretación de los textos bíblicos es llamada exégesis. Los que la practican son llamados exégetas.
En relación a la historicidad de la multiplicación de los panes se han dado diversas explicaciones.
· La exégesis naturalista ve en este acontecimiento un simple reparto fraternal de provisiones. Por desgracia esta torpe explicación se está difundiendo entre los católicos, incluso en algunas homilías. El gran milagro de la multiplicación de los panes no tiene nada que ver con un picnic en el que se comparte la merienda. Es Dios mismo quien alimenta a su pueblo en el desierto.
· Otra corriente exegética considera los relatos de la multiplicación de los panes como una construcción mitológica.
· La exégesis católica tradicional ha visto siempre en estos relato el testimonio de un milagro realmente acontecido, de alcance mesiánico y escatológico.
Como veremos a continuación, la aplicación de los criterios de historicidad usuales a los relatos de la multiplicación de los panes permite concluir que verdaderamente Jesús dio de comer en el desierto a una gran muchedumbre con un número muy pequeño de panes y de peces.
Dejando de lado la resurrección de Jesús, la multiplicación de los panes es el único milagro que está narrado en los cuatro evangelios. Más aún, está atestiguado en seis relatos diferentes. Los evangelios de Mateo y Marcos refieren dos multiplicaciones de los panes, mientras que los de Lucas y Juan refieren sólo una, similar a la primera de Mateo y Marcos. Hoy casi todos los exégetas están de acuerdo en reconocer un solo suceso milagroso, narrado en Mateo y Marcos según dos tradiciones diferentes. Los duplicados de este tipo, comunes en la Biblia, se encuentran con frecuencia en los Evangelios. Probablemente son un indicio del cuidado de los evangelistas por conservarlo todo y de su respeto por la tradición.
Cada evangelista narra el hecho desde su propia perspectiva, dando detalles levemente diferentes y aportando matices complementarios a su interpretación teológica.
Los relatos de la multiplicación de los panes (sobre todo el de Juan) evocan diversos episodios del Antiguo Testamento, en particular la multiplicación de aceite y de pan por el profeta Eliseo y el episodio del maná y las codornices durante el Éxodo, planteando así la cuestión del Mesías. Los judíos del tiempo de Jesús esperaban a un nuevo Moisés que habría de renovar el gran prodigio de la época del Éxodo. No obstante, Jesús rompe con la idea corriente en Israel de un Mesías político y de un Reino mundano al sustraerse a los intentos de la gente que quiere nombrarlo rey, suscitando incluso la incomprensión de sus discípulos. Después de la multiplicación de los panes se pone en evidencia que Jesús pretende liberar a Israel por un camino totalmente inesperado para sus contemporáneos.
El signo de la multiplicación de los panes está en concordancia con el resto de la Revelación cristológica y tiene funciones y significados análogos a los del resto de los milagros de Jesús.
A pesar del carácter singularmente maravilloso de este signo, éste no pertenece al terreno de la magia. Jesús actúa, como en los demás milagros, con sencillez y por su propia autoridad. La sobriedad de los relatos hace eco a la del propio Jesús: no se dice cómo se obró el prodigio, sino que todos los invitados comieron hasta saciarse y se recogieron restos en abundancia.
Los relatos de la multiplicación de los panes tienen una estructura interna coherente, se insertan adecuadamente en el contexto de la crisis de la misión pública de Jesús y se relacionan perfectamente con otros misterios de la vida de Jesús.
Sólo la realidad histórica del milagro es capaz de explicar y armonizar los siguientes elementos:
· Como consecuencia de aquel suceso, Jesús fue considerado como el profeta esperado y se le quiso proclamar rey. Jesús se rehusó a ser rey, lo cual decepcionó a muchos de sus discípulos, que dejaron de seguirlo.
· Después de la multiplicación de los panes recrudecieron las discusiones de Jesús con los fariseos y saduceos, quienes le pedían que hiciera una señal.
· Este episodio, al principio incomprendido por los apóstoles, resultó sin embargo fundamental en su camino hacia la fe en Jesucristo.
· Este milagro tuvo gran importancia en la tradición litúrgica, en la redacción de los cuatro evangelios, en la iconografía de los primeros siglos y en la tradición patrística.

A continuación analizaremos las narraciones evangélicas de la multiplicación de los panes.
En primer lugar, consideraremos el contexto del milagro.
Tanto Mateo como Marcos colocan la primera multiplicación de los panes inmediatamente después de la ejecución de Juan el Bautista por orden del rey Herodes. Según Mateo, los discípulos de Juan, después de sepultar a su maestro, fueron a informar a Jesús. La noticia de la muerte del Bautista fue la razón por la cual Jesús se retiró a un lugar solitario antes del milagro. Jesús continuará y consumará la obra comenzada por Juan. La muerte del Bautista permite inferir que Jesús será entregado al mismo destino de muerte de los profetas. El martirio del precursor y las dos multiplicaciones de los panes preanuncian el misterio de la pasión.
Según Marcos, la primera multiplicación de los panes fue precedida por la misión de los Doce. El deseo de descansar con los apóstoles que volvían de su misión es aquí la razón por la cual Jesús se retiró con ellos a un lugar solitario antes del milagro. El éxito de la misión apostólica permite considerar el momento del milagro como el apogeo del ministerio de Jesús en Galilea.
En los evangelios de Mateo, Marcos y Juan, la multiplicación de los panes es seguida inmediatamente por otro milagro: Jesús camina sobre el mar. La multiplicación de los panes evoca la institución de la eucaristía y la entrega de Jesús en la Cruz. La caminata sobre las aguas es una epifanía de la gloria de Jesús; evoca la Resurrección. Se anuncian así los diversos aspectos del misterio pascual.
Los cuatro evangelios ubican cronológicamente el milagro de la multiplicación de los panes en un período crítico de la misión mesiánica de Jesús. Después de ese milagro decrece el entusiasmo del pueblo de Israel, decepcionado por el sentido espiritual que Jesús da al Reino de Dios. Jesús se queda con pocos discípulos, se dedica más a la formación de los Doce apóstoles y realiza viajes a tierras paganas. La primavera del ministerio de Jesús se va borrando poco a poco para dejar lugar al fracaso aparente y a las primeras sombras de la pasión. El evangelio de Juan es el que describe en forma más aguda esa crisis y el que la relaciona más directamente con la incomprensión del signo de la multiplicación de los panes. Juan describe las divisiones y deserciones que ocurrieron entre los discípulos después de la multiplicación de los panes y establece una relación estrecha entre este prodigio y la confesión de Pedro.
En los evangelios sinópticos (o sea, en Mateo, Marcos y Lucas) la multiplicación de los panes es seguida casi inmediatamente por la profesión de fe de Pedro, el primer anuncio de la Pasión y la Transfiguración de Jesús.
Jesús busca a menudo el silencio de la soledad o de la noche para orar. Le vemos dar gracias en el momento de las comidas y orar en acontecimientos importantes: en el Bautismo, antes de la elección de los Doce, en la Transfiguración, antes de la enseñanza del Padrenuestro, en el Huerto de los Olivos, en la cruz. Estas oraciones particulares manifiestan la comunicación permanente del Hijo con el Padre, quien nunca lo abandona y lo escucha siempre. La oración de Jesús a solas en el monte después de la multiplicación de los panes insinúa la importancia de ese episodio de la vida pública de Jesús.

Analicemos ahora a las acciones de los protagonistas.
Los protagonistas del hecho son Jesús, los discípulos y la gente.
· Las gentes siguieron a Jesús viniendo a pie de las ciudades.
· Los discípulos se acercan a Jesús, le plantean el problema del hambre de la multitud y le piden que la despida. Reciben de Jesús el mandato de alimentar a la multitud e insinúan a su Maestro que no pueden cumplirlo. Se preanuncia la función litúrgica de los Apóstoles en la Iglesia y el papel mediador de los discípulos.
· Jesús toma la iniciativa de dar de comer a las multitudes que le siguen. En el Evangelio de Juan la atención se centra todavía más en Jesús, quien no sólo plantea el problema del hambre de la gente sino que distribuye los panes a la multitud y da la orden de recoger los restos.

Veamos ahora las circunstancias de lugar, tiempo y situación.
Según los evangelios sinópticos, el milagro ocurrió en un “desierto”, un “lugar deshabitado”, “un lugar solitario”. En la Biblia el desierto tiene dos significados: es un lugar de proximidad con Dios y un lugar de tentación. Representa simbólicamente la intimidad de la conciencia, donde Dios habla al corazón del hombre y éste, solo ante Dios, elige obedecer o desobedecer la voz de Dios. El tema del desierto evoca los 40 años de peregrinación de Israel por el desierto y los 40 días de ayuno de Jesús en el desierto, después de su Bautismo en el Jordán. Jesús, nuevo Moisés y nuevo Elías, enseña a sus seguidores que toda la vida se pasa en un desierto, en el cual se ha de esperar el pan cotidiano. El marco del desierto y el recuerdo del maná subrayan que Jesús es el dispensador de la salvación definitiva.
Sólo el evangelio de Juan indica la época del año en que ocurrió el prodigio: “Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos” (Juan 6,4). Se trata de la Pascua anterior a la de la Pasión (o sea, probablemente la del año 29). El milagro y el discurso que le sigue adquieren por eso un carácter pascual: el pan dado por Jesús es una figura de la Pascua nueva.
Acerca de la hora del prodigio, la tradición sinóptica de la primera multiplicación de los panes indica que ocurrió al atardecer. En tiempos de Jesús los judíos tomaban la comida principal a media tarde. Sólo en los acontecimientos solemnes la comida se prolongaba hasta la noche. Esto permite vincular la multiplicación de los panes con la otra comida nocturna de Jesús mencionada por los Evangelios: la Última Cena.
En todo relato de milagro se presenta un obstáculo que impone un límite. En este caso tenemos a una gran multitud hambrienta en el desierto. Doscientos denarios no bastarían para darle de comer y sólo se tienen cinco panes y dos peces. La multitud podría haber sido distribuída por toda la orilla del lago, aunque no sin grave inconveniente. Jesús supera el límite por su poder divino.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 19 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó. Saludamos a todos nuestros oyentes y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535.
Nuestro programa de hoy está dedicado al milagro de la multiplicación de los panes.

Consideraremos ahora los sentimientos de Jesús.
Los dos relatos de Mateo y los dos relatos de Marcos mencionan que Jesús sintió compasión de la gente:
· En Mateo 14 no se explicita el motivo de la compasión; como consecuencia, Jesús curó a los enfermos.
· En Mateo 15 y Marcos 8 el motivo de la compasión es el hambre y la falta de alimentos de la multitud; la consecuencia es que Jesús no quiere despedirlos en ayunas, para que no se agoten y desfallezcan en el camino.
· En Marcos 6 Jesús sintió compasión de la gente porque estaban como ovejas sin pastor; la consecuencia es que Jesús se puso a enseñarles muchas cosas. Se subraya así el carácter cristológico del suceso. Los invitados se recuestan sobre la “hierba verde”, expresión que evoca el Salmo 23 versículo 2. Jesús es el buen pastor que alimenta a su pueblo con el pan material y el pan de la palabra.

A continuación veremos que la multiplicación de los panes fue un banquete mesiánico.
Jesús solía comer con el gran círculo de sus oyentes. Pero en esta ocasión la comida tiene rasgos muy particulares. Jesús manda a la gente recostarse sobre el suelo. En aquella época los comensales estaban sentados durante las comidas ordinarias. Sólo comían recostados en los banquetes y especialmente en la cena pascual, donde ese gesto, símbolo de libertad, era una obligación ritual.
En los evangelios de Lucas y de Juan la orden de Jesús a la gente se cumple a través de los discípulos. El cumplimiento de esta orden da prueba de su capacidad de mando y de la fidelidad de los discípulos, que evidencia su fe incipiente en Jesucristo.
Marcos 6 menciona que la multitud se acomodó en grupos de cien y de cincuenta; en Lucas 9 Jesús mismo manda a sus discípulos acomodar a la multitud en grupos de cincuenta. De este modo se introduce un orden en la multitud y se crea una gran expectación.
Jesús multiplica los panes y la muchedumbre come hasta saciarse. El carácter prodigioso del acontecimiento es subrayado por la detallada referencia de las cantidades de pedazos sobrantes y de personas alimentadas. La extraordinaria cantidad de sobras recogidas enfatiza la sobrabundancia inagotable del don divino. Los discípulos han de recoger las sobras, ya que la vida no es una serie de milagros ininterrumpidos. Han de tomar precauciones humanas, aun cuando estén, por la fe, bajo la protección divina.

Consideremos ahora los alimentos.
Jesús alimenta a las multitudes dándoles panes y peces.
El pan era el alimento por excelencia. Será uno de los dos elementos materiales que Jesucristo elegirá para constituir el sacramento de la eucaristía.
Los peces son el fruto del trabajo de los discípulos, muchos de los cuales eran pescadores. Serán la materia de otro milagro de donación: la pesca milagrosa. El pez fue luego el signo que utilizaron los primeros cristianos para simbolizar a Jesucristo.
La escasez de las provisiones de Jesús y los discípulos indica que sus comidas cotidianas eran frugales.

Veamos ahora el simbolismo de los números.
Los números suelen tener un sentido simbólico en la Biblia. Los Padres de la Iglesia interpretaron en sentido espiritual los cinco o siete panes, los dos peces, los cinco mil hombres y las doce o siete cestas llenas de los trozos sobrantes:
· Los cinco panes representan a los cinco libros de la Ley.
· Los dos peces representan a las predicaciones de los profetas y de Juan (o bien a los profetas y los salmos).
· El número de los convidados representa al de los futuros creyentes. Según el Capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles, del gran número del pueblo de Israel que se hallaba presente, creyeron cinco mil hombres.
· Las doce canastas representan a las doce tribus de Israel y a los doce Apóstoles, es decir a todo el pueblo de Dios. El nuevo Israel en su totalidad ha quedado saciado y la abundancia permanece.
· Los siete panes y las siete espuertas representan a los siete días de la obra creadora de Dios. También este símbolo es una señal de plenitud.

Por último consideraremos la relación entre la multiplicación de los panes y la Última Cena.
Los propios evangelistas, y posteriormente los Padres de la Iglesia, vieron en el pan multiplicado por Jesús una prefiguración y preparación de la Eucaristía. El evangelio de Juan desarrolla esta idea en el discurso sobre el pan de vida. Los evangelios sinópticos, en cambio, relacionan la multiplicación de los panes y la Última Cena por medio de un rito común a ambos acontecimientos: la fracción del pan. La acción de partir el pan era entre los judíos un rito doméstico que inauguraba la comida familiar. El padre de familia tomaba el pan, recitaba la bendición, lo partía con las manos y distribuía los trozos a los comensales. Se constituía así la comunidad de mesa: los comensales formaban una unidad y Dios se consideraba presente. La bendición manifestaba que se recibía de Dios el alimento necesario para la vida. Era una oración de acción de gracias. En los evangelios se narran los gestos sucesivos de este rito inaugural de la comida en los relatos de la multiplicación de los panes, de la Última Cena y de la aparición del Resucitado a los discípulos de Emaús. De ahí podemos deducir que en la multiplicación de los panes Jesús actúa como padre de todo el pueblo y que hay un estrecho paralelismo entre la multiplicación de los panes y la Última Cena.
La Iglesia reconoce ese paralelismo al tomar de las narraciones de Mateo 14, Marcos 6 y Lucas 9 un detalle que introduce en las rúbricas de la Misa: “levantando los ojos al cielo”. Mirar al cielo es siempre una postura de oración.
La referencia a la institución de la eucaristía está más marcada en Mateo 14, puesto que no explicita la fracción ni la distribución de los peces (que no tienen significado eucarístico) y da a entender que son sólo los trozos sobrantes de pan los que se recogen al final del hecho.
En la Última Cena Jesús dio un significado nuevo a ese rito tradicional, al instituir el sacramento de la eucaristía, memorial de la Pascua cristiana, sacrificio de la Nueva Alianza y prenda de la gloria futura. La “fracción del pan” pasa a significar que todos los que comen de este único pan roto y entregado, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo con Él.
El pan multiplicado en el milagro y el pan del sacrificio cristiano se relacionan como tipo y antitipo. La multiplicación de los panes prefigura la abundancia del único pan de la eucaristía. Tanto Jesús como los evangelistas son conscientes de esta relación. Jesús quiso que el reparto gratuito de alimentos que realizó en la multiplicación de los panes fuera una preparación del alimento celestial por excelencia, la eucaristía (que al principio será conocida como “fracción del pan”). El alimento que da a la multitud es un pan material que significa la voluntad de Jesús de entregar su cuerpo hasta la muerte para la salvación de los hombres.

Querido amigo, querida amiga:
Como conclusión, escuchemos el número 1336 del Catecismo de la Iglesia Católica:
“El primer anuncio de la eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: `Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?´ La eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio y no cesa de ser ocasión de división. `¿También vosotros queréis marcharos?´: esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene `palabras de vida eterna´ y que acoger en la fe el don de su eucaristía es acogerlo a Él mismo.”
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Redentor de los hombres, ruego a Dios que te conceda comprender el gran signo de la multiplicación de los panes, figura de la Eucaristía, y participar semanalmente del banquete eucarístico.
Damos fin al programa Nº 19 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios te bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
25 de julio de 2006.

Programa Nº 18: La vida eterna

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 18 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido a la resurrección de la carne y la vida eterna.
En primer lugar escucharemos lo que el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números 202-216, nos dice sobre estos dos últimos artículos del Credo Apostólico:

“¿Qué se indica con el término «carne» y cuál es su importancia?
El término «carne» designa al hombre en su condición de debilidad y mortalidad. «La carne es soporte de la salvación». En efecto, creemos en Dios que es el Creador de la carne; creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la carne, perfección de la Creación y de la redención de la carne.
¿Qué significa la expresión «resurrección de la carne»?
La expresión «resurrección de la carne» significa que el estado definitivo del hombre no será solamente el alma espiritual separada del cuerpo, sino que también nuestros cuerpos mortales un día volverán a tener vida.
¿Qué relación existe entre la resurrección de Cristo y la nuestra?
Así como Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos y vive para siempre, así también Él resucitará a todos en el último día, con un cuerpo incorruptible: «los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación».
¿Qué sucede con la muerte a nuestro cuerpo y a nuestra alma?
Con la muerte, que es separación del alma y del cuerpo, éste cae en la corrupción, mientras el alma, que es inmortal, va al encuentro del juicio de Dios y espera volverse a unir al cuerpo, cuando éste resurja transformado en la segunda venida del Señor. Comprender cómo tendrá lugar la resurrección sobrepasa la posibilidad de nuestra imaginación y entendimiento.
¿Qué significa morir en Cristo Jesús?
Morir en Cristo Jesús significa morir en gracia de Dios, sin pecado mortal. Así el creyente en Cristo, siguiendo su ejemplo, puede transformar la propia muerte en un acto de obediencia y de amor al Padre. «Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él».
¿Qué es la vida eterna?
La vida eterna es la que comienza inmediatamente después de la muerte. Esta vida no tendrá fin; será precedida para cada uno por un juicio particular por parte de Cristo, juez de vivos y muertos, y será ratificada en el juicio final.
¿Qué es el juicio particular?
Es el juicio de retribución inmediata, que, en el momento de la muerte, cada uno recibe de Dios en su alma inmortal, en relación con su fe y sus obras. Esta retribución consiste en el acceso a la felicidad del cielo, inmediatamente o después de una adecuada purificación, o bien de la condenación eterna al infierno.
¿Qué se entiende por cielo?
Por cielo se entiende el estado de felicidad suprema y definitiva. Todos aquellos que mueren en gracia de Dios y no tienen necesidad de posterior purificación, son reunidos en torno a Jesús, a María, a los ángeles y a los santos, formando así la Iglesia del cielo, donde ven a Dios «cara a cara», viven en comunión de amor con la Santísima Trinidad e interceden por nosotros.
¿Qué es el purgatorio?
El purgatorio es el estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aunque están seguros de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza.
¿Cómo podemos ayudar en la purificación de las almas del purgatorio?
En virtud de la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia.
¿En qué consiste el infierno?
Consiste en la condenación eterna de todos aquellos que mueren, por libre elección, en pecado mortal. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios, en quien únicamente encuentra el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. Cristo mismo expresa esta realidad con las palabras «Alejaos de mí, malditos al fuego eterno».
¿Cómo se concilia la existencia del infierno con la infinita bondad de Dios?
Dios quiere que «todos lleguen a la conversión», pero, habiendo creado al hombre libre y responsable, respeta sus decisiones. Por tanto, es el hombre mismo quien, con plena autonomía, se excluye voluntariamente de la comunión con Dios si, en el momento de la propia muerte, persiste en el pecado mortal, rechazando el amor misericordioso de Dios.
¿En qué consistirá el juicio final?
El juicio final (universal) consistirá en la sentencia de vida bienaventurada o de condena eterna que el Señor Jesús, retornando como juez de vivos y muertos, emitirá respecto «de los justos y de los pecadores», reunidos todos juntos delante de sí. Tras del juicio final, el cuerpo resucitado participará de la retribución que el alma ha recibido en el juicio particular.
¿Cuándo tendrá lugar este juicio?
El juicio final sucederá al fin del mundo, del que sólo Dios conoce el día y la hora.
¿Qué es la esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva?
Después del juicio final, el universo entero, liberado de la esclavitud de la corrupción, participará de la gloria de Cristo, inaugurando «los nuevos cielos y la tierra nueva». Así se alcanzará la plenitud del Reino de Dios, es decir, la realización definitiva del designio salvífico de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra». Dios será entonces «todo en todos», en la vida eterna.

A continuación intentaremos profundizar sobre la escatología colectiva, es decir la parte de la teología que trata acerca de la Parusía, el fin de los tiempos, el juicio final, la resurrección de los muertos, los cielos nuevos y la tierra nueva.
La parusía es la manifestación de Cristo-Pascua, quien por su Espíritu recapitula la creación y la historia en el Padre. "Parusía" significa "Presencia" o "Venida"; alude a la Segunda Venida del Hijo del Hombre. La esperanza trascendente del cristiano se expresa en Apocalipsis 22,20 con una simple jaculatoria: "Maranathá", que significa "El Señor viene" o "Ven, Señor".
Como Cristo resucitó en la Pascua, también nosotros resucitaremos en la Parusía. Los capítulos 24 y 25 del Evangelio de Mateo relacionan la Pascua y la Parusía.
Cabe destacar que Jesús defiende la doctrina de la resurrección contra los saduceos. Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.
“Creemos en la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora”. No obstante se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible, un “cuerpo espiritual”.
Muchas de las parábolas de Jesús se refieren al juicio final: en Mateo 13 tenemos la parábola del trigo y la cizaña y la parábola de la red; en Mateo 25 tenemos la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias, la parábola de los talentos y la parábola del juicio final.
Todo será recapitulado en Cristo. La fe católica sobre la relación del mundo presente con el mundo futuro integra dos aspectos complementarios: por una parte, el mundo futuro surgirá a partir de una transformación del mundo presente; por otra parte, el mundo futuro será un mundo totalmente renovado, fruto de la acción transfiguradora de Dios.

Ahora intentaremos profundizar sobre la escatología individual, es decir la parte de la teología que trata acerca de la muerte, el juicio particular, el infierno, el purgatorio y la gloria del cielo.
“Cielo”, “Purgatorio” e “Infierno” representan los estadios definitivos de los hombres que se salvan, pasan por la purificación o se condenan eternamente.
Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir la muerte corporal, de la que se habría liberado, si no hubiera pecado. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación. Al morir, cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular por Cristo, juez de vivos y de muertos.
Jesús enseña que la retribución sigue inmediatamente a la muerte en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón y en sus palabras al Buen Ladrón en la Cruz.
El Credo del Pueblo de Dios del Papa Pablo VI, en su número 28, dice así:
“Creemos que las almas de todos los que mueren en la gracia de Cristo... constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos”
Las almas que pertenecen a la Iglesia celestial gozan de la bienaventuranza eterna, ven a Dios como Él es y participan en el gobierno divino de las cosas, por su intercesión y su fraterna solicitud por nosotros.
La escatología intermedia se refiere al período entre el juicio particular y el juicio final. En ese período existen las almas separadas y el purgatorio. Los que mueren en la gracia de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios. En virtud de la “comunión de los santos”, la Iglesia encomienda los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios en su favor, en particular el santo sacrificio eucarístico.
Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la “triste y lamentable realidad de la muerte eterna”, llamada también "Infierno". La pena principal del Infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira. La Iglesia ruega para que nadie se pierda: “Jamás permitas, Señor, que me separe de ti.” Si bien nadie puede salvarse a sí mismo, también es cierto que “Dios quiere que todos los hombres se salven” y que para Él "todo es posible”.
La comunión de los santos es una unión de toda la Iglesia con Jesucristo. Participan de esta unión la Iglesia del Cielo o triunfante, la Iglesia del Purgatorio o purgante y la Iglesia de la Tierra o militante. La comunión de los santos es también una comunicación de bienes espirituales. En ella encuentran su lugar los sufragios por los difuntos, el culto de veneración a los santos y la intercesión de los santos.
Históricamente, los errores principales en materia de escatología han sido los siguientes:
1) El platonismo negó la resurrección.
2) El origenismo enseñó la apocatástasis, el infierno medicinal, la preexistencia de las almas y la reencarnación.
3) La reforma protestante negó la existencia del purgatorio y las indulgencias.
4) Algunos protestantes del siglo XX enseñaron la doctrina de la muerte total y la recreación.
Recordemos ahora algunos pronunciamientos del Magisterio en esta materia:
1) La constitución Benedictus Deus del Papa Benedicto XII (en 1336) definió el dogma de la retribución inmediata: visión beatífica, purgatorio o penas infernales).
2) El Concilio de Trento supuso que la existencia del purgatorio es una doctrina de fe definida.
3) La carta Recentiores de la Congregación para la Doctrina de la Fe (en 1979) rechazó la doctrina de la resurrección en la muerte.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 18 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó. Saludamos a todos nuestros oyentes y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la vida eterna. En la primera parte del programa hemos presentado la escatología colectiva y la escatología individual.

A continuación hablaremos sobre el limbo, un tema semiolvidado que necesita una puntualización.
Permítanme partir de un recuerdo personal. En la escuela me enseñaron que los niños sin uso de razón que morían sin recibir el bautismo iban al limbo, un lugar en el que, sin sufrir tormentos, estarían eternamente privados de la visión de Dios. Si bien no se insistía demasiado en este aspecto de la doctrina, se lo presentaba como una verdad incuestionable. Sin embargo, si uno reflexionaba sobre ella, la doctrina sobre el limbo podía suscitar serias dificultades. Dado que la esencia del infierno consiste en la separación eterna de Dios y que el limbo implica esa separación, en realidad el limbo sería parte del infierno. Es cierto que el Magisterio de la Iglesia ha definido que quien muere con sólo el pecado original no puede alcanzar la salvación. No obstante, en el orden salvífico concreto establecido por Dios, ¿se da realmente esta posibilidad? La Iglesia católica ha enseñado siempre que fuera de ella no hay salvación y que para entrar en ella es necesario recibir el bautismo; pero tradicionalmente la teología católica ha reconocido que, además del bautismo sacramental, existen otras formas de bautismo (el bautismo de sangre y el bautismo de deseo) que también producen la incorporación a la Iglesia. Las personas no cristianas de buena voluntad pueden alcanzar la salvación por medio de una fe implícita, que implica un voto bautismal implícito (una forma del bautismo de deseo). Por eso, sin desmerecer la importancia fundamental del sacramento del bautismo, cabe preguntarse también acerca de la posibilidad de salvación de los niños sin uso de razón que mueren sin haber recibido dicho sacramento.
El pecado original es propio de cada uno, pero no es una falta personal. Considerando la infinita justicia y la voluntad salvífica universal de Dios, no es fácil comprender por qué no habrían de tener ninguna posibilidad de salvarse los niños muertos sin ningún pecado personal mortal (e incluso sin ningún pecado personal venial).
Después de mi infancia, prácticamente no volví a oír hablar del limbo por muchos años, excepto al leer "La Divina Comedia". Es interesante observar que Dante Alighieri comprendió bien la relación entre limbo e infierno, dado que ubicó al limbo como primer círculo del infierno.
¿Qué dice hoy la Iglesia acerca del limbo? Intentaré mostrar que en este punto ha habido un importante desarrollo doctrinal.
Es un hecho muy significativo que el Catecismo de la Iglesia Católica, un compendio muy completo y extenso de la doctrina católica, aun cuando reafirma la doctrina católica tradicional acerca del Infierno, el Purgatorio y el Cielo, no diga ni una sola palabra sobre el limbo. En cambio afirma lo siguiente:
• Número 1261: "En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis", nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo bautismo".
• Número 1283: "En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación".
¿Qué implica esta enseñanza del Catecismo en relación con la doctrina tradicional acerca del limbo? Para resolver esta cuestión, me parece adecuado recordar una declaración muy esclarecedora del Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien fue también el principal responsable de la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica. Pues bien, en 1984, durante una entrevista con el periodista Vittorio Messori, el Cardenal Ratzinger (actual Papa Benedicto XVI) dijo lo siguiente:
"El limbo nunca fue una verdad de fe definida. Personalmente, hablando más que nunca como teólogo, y no como Prefecto de la Congregación, yo abandonaría esta que siempre fue apenas una hipótesis teológica. Se trata de una tesis secundaria, al servicio de una verdad que es absolutamente primaria para la fe: la importancia del bautismo. Para decirlo con las palabras mismas de Jesús a Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios". Abandónese, pues, el concepto de "limbo", si fuera necesario (además, los propios teólogos que lo defendían afirmaban, al mismo tiempo, que los padres podrían evitarlo para el hijo por el deseo del bautismo de é1 y por la oración); mas no se abandone la preocupación que lo sustentaba. El bautismo jamás fue y no será jamás algo accesorio para la fe".
¿Ha cambiado entonces la fe de la Iglesia? El limbo nunca fue un dogma, sino una mera hipótesis teológica; por eso la Iglesia puede ahora dejarlo de lado, como lo está haciendo. La doctrina de la fe siempre se desarrolla a lo largo de la historia. Sin apartarse nunca del depósito de la fe recibido de Cristo, la Iglesia, con el auxilio del Espíritu Santo, va profundizando su comprensión de la Palabra revelada por Dios y explicitando aspectos nuevos que ella contiene implícitamente. Así el Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la verdad completa.

Querido amigo, querida amiga:
Los cristianos creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Con humilde confianza en la infinita misericordia de Dios, esperamos la recapitulación de todas las cosas en Jesucristo y nuestro propio encuentro con Dios en la muerte y el juicio. Creemos en el dogma de la existencia del Infierno, a donde van los que rechazan la oferta divina de salvación hasta el fin. Creemos en el dogma de la existencia del Purgatorio, que no es un infierno temporal, sino un misterio de amor y una antesala del Cielo. Creemos en el dogma de la existencia del Paraíso, donde los bienaventurados verán a Dios y, sin dejar de ser distintos de Dios, participarán de la misma vida divina.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Reina de los Ángeles, ruego a Dios que no te apartes de Él y que te conceda algún día entrar a formar parte de Su Reino en el gozo perfecto del Cielo.
Damos fin al programa Nº 18 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios te bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
18 de julio de 2006.

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