19 abril 2006

Programa Nº 10: La revelación de Dios

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 10 de “Verdades de Fe”, que está siendo transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, desde Melo y a través de Internet. Puedes enviarnos tus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.

El programa de hoy estará referido a la revelación de Dios.
En primer lugar, escuchemos lo que nos enseña sobre este tema el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números 6 al 10:
“¿Qué revela Dios al hombre?
Dios, en su bondad y sabiduría, se revela al hombre. Por medio de acontecimientos y palabras, se revela a sí mismo y el designio de benevolencia que Él mismo ha preestablecido desde la eternidad en Cristo en favor de los hombres. Este designio consiste en hacer partícipes de la vida divina a todos los hombres, mediante la gracia del Espíritu Santo, para hacer de ellos hijos adoptivos en su Hijo Unigénito.
¿Cuáles son las primeras etapas de la Revelación de Dios?
Desde el principio, Dios se manifiesta a Adán y Eva, nuestros primeros padres, y les invita a una íntima comunión con Él. Después de la caída, Dios no interrumpe su revelación, y les promete la salvación para toda su descendencia. Después del diluvio, establece con Noé una alianza que abraza a todos los seres vivientes.
¿Cuáles son las sucesivas etapas de la Revelación de Dios?
Dios escogió a Abraham, llamándolo a abandonar su tierra para hacer de él “el padre de una multitud de naciones” y prometiéndole bendecir en él a “todas las naciones de la tierra”. Los descendientes de Abraham serán los depositarios de las promesas divinas hechas a los patriarcas. Dios forma a Israel como su pueblo elegido, salvándolo de la esclavitud de Egipto, establece con él la Alianza del Sinaí y le da su Ley por medio de Moisés. Los profetas anuncian una radical redención del pueblo y una salvación que abrazará a todas las naciones en una Alianza nueva y eterna. Del pueblo de Israel, de la estirpe del rey David, nacerá el Mesías: Jesús.
¿Cuál es la plena y definitiva etapa de la Revelación de Dios?
La plena y definitiva etapa de la Revelación de Dios es la que Él mismo llevó a cabo en su Verbo encarnado, Jesucristo, mediador y plenitud de la Revelación. En cuanto Hijo Unigénito de Dios hecho hombre, Él es la Palabra perfecta y definitiva del Padre. Con la venida del Hijo y el don del Espíritu, la Revelación ya se ha cumplido plenamente, aunque la fe de la Iglesia deberá comprender gradualmente todo su alcance a lo largo de los siglos.
¿Qué valor tienen las revelaciones privadas?
Aunque no pertenecen al depósito de la fe, las revelaciones privadas pueden ayudar a vivir la misma fe, si mantienen su íntima orientación a Cristo. El Magisterio de la Iglesia, al que corresponde el discernimiento de tales revelaciones, no puede aceptar, por tanto, aquellas “revelaciones” que pretendan superar o corregir la Revelación definitiva, que es Cristo.”


A continuación profundizaremos en nuestro tema, dividiéndolo en las siguientes dos partes:
1) El diálogo entre Dios y el hombre.
2) La Palabra de Dios a los hombres se nos revela en Jesús.

Consideremos entonces el diálogo entre Dios y el hombre.
Los cristianos creemos que Dios, por su bondad y sabiduría, se comunica con los hombres para revelarles su misterio e invitarlos a compartir su gloria; y también creemos que los hombres son capaces de escuchar la Palabra de Dios y de corresponderle por la fe. Llamamos "Revelación" al hecho y al contenido de la comunicación de Dios a los hombres. El n. 2 de la constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, enseña lo siguiente:
"En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos... El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio."
Dios se comunica con los hombres de muchas maneras, pero su forma principal de comunicación es la Palabra. En la Biblia, las teofanías, los sueños, las visiones, etc. son sobre todo medios de transmisión de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es luz para la mente y fuerza para el corazón; es decir, inspira conocimientos, pensamientos y proyectos, pero además suscita historia, es fuerza que dinamiza y orienta los acontecimientos. La Palabra de Dios crea, revela y salva; indica metas y da la posibilidad de alcanzarlas.

Podemos decir que hay una Revelación cósmica y una Revelación histórica. El n. 3 de la constitución Dei Verbum enseña lo siguiente:
"Dios, creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo; queriendo además abrir el camino de la salvación sobrenatural, se reveló desde el principio a nuestros primeros padres."
Con respecto a la Revelación cósmica debemos recordar que, como escribe San Pablo en Romanos 1,20, el hombre, por medio de su inteligencia, puede ascender de la contemplación de las cosas creadas a la contemplación del Creador. La Naturaleza transparenta algunas facetas del misterio de Dios: su bondad, su belleza, su sabiduría, etc. El relato de la Adoración de los Magos simboliza esta realidad: el ejercicio perseverante de las más nobles facultades humanas y la búsqueda de la verdad llevada a sus últimas consecuencias conducen hasta el umbral de una profesión de fe.
Con respecto a la Revelación histórica diremos de momento que la historia fue el medio principal por el cual Israel conoció a Yahvé, experimentando sus intervenciones salvíficas.
Hay cuatro sentidos de la palabra "historia" en relación con la Revelación:
1. La historia es el contexto temporal y espacial en el cual se realiza la Revelación.
2. Los hechos de la historia de salvación son reveladores y portadores de un mensaje.
3. Determinados acontecimientos históricos (por ejemplo los milagros) son confirmaciones visibles de la verdad de la Revelación.
4. La historia es también objeto y contenido de la misma Revelación.

La Revelación debe ser recibida con fe. El n. 5 de la constitución Dei Verbum enseña lo siguiente: "Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios... Para dar esta respuesta de fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda".

Dada la relación existente entre Dios y los hombres, toda teología supone una determinada antropología; es decir, toda afirmación acerca de Dios implica una determinada visión del hombre y del cosmos. Esto se aplica también a la Divina Revelación, concepto fundamental de la teología cristiana. La afirmación de la realidad de la comunicación entre Dios y los hombres implica una cierta concepción no sólo de Dios, sino también del hombre. Intentaremos esbozar lo esencial de ambas concepciones de acuerdo a la teología cristiana, basada en la aceptación de la Revelación.
Dios es no sólo el Creador del universo y del hombre, sino además un Padre providente, rico en misericordia. La expresión más sintética de la Buena Noticia del Evangelio es esta frase de la Primera Epístola de San Juan: "Dios es amor". Notemos que la primera encíclica del Papa Benedicto XVI se llama precisamente así: Deus caritas est, Dios es amor.
La caridad de Dios es un amor gratuito, total, irreversible, incondicional, universal. Dios ama al mundo y a los hombres y por eso se comunica con ellos, no sólo para transmitirles algunas verdades necesarias para su salvación, sino sobre todo para transmitirles la vida eterna, es decir su propia vida. A esta "vida de Dios" le llamamos Gracia, porque es una autoapertura o autocomunicación gratuita de Dios a los hombres, a quienes llama a vivir en comunión de amor con Él.
El Dios de los cristianos tiene entre otras las siguientes propiedades:
- Es un Dios trascendente, está más allá de los hombres y del mundo. No se confunde con ellos como en el panteísmo, sino que siempre es Otro. Es un Dios oculto, lo más diferente de mí mismo.
- Es también un Dios inmanente, que está presente, vivo y actuante en los hombres y en el mundo. No se desinteresa de ellos como en el deísmo. Siempre busca unirnos a Él. Es un Dios cercano, lo más íntimo de mí mismo.
- Por último, diremos que es un Dios personal, Alguien a quien tiene sentido hablar y llamar Padre. No es una fuerza anónima o una ley impersonal que rige el universo como en algunas religiones orientales.
Dentro del universo material, sólo el hombre y la mujer fueron creados por Dios a su imagen y semejanza. Entre los hombres y Dios, por lo tanto, hay diferencias pero también semejanzas que hacen posible un diálogo. El hombre, como Dios, es un ser espiritual, que participa (aunque con las limitaciones propias de la finitud del hombre) de algunas facultades del mismo Dios: inteligencia, libre albedrío, capacidad de amar, etc. Pero el hombre, a diferencia de Dios, tiene también un cuerpo material. El hombre, compuesto de cuerpo y alma, materia y espíritu, es una unidad: cuerpo vivificado, espíritu encarnado. Tanto la materia como el espíritu son frutos de la obra creadora de Dios, "Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible", y son por consiguiente buenos.
El hombre es un ser que se trasciende a sí mismo, que no tiene su centro en sí mismo. Aspira, consciente o inconscientemente, a lo Absoluto; hay en él una sed de infinito y de eternidad que postula un "agua que no es de este mundo", capaz de saciar esa sed. Como escribió San Agustín, el corazón del hombre estará inquieto hasta que descanse en Dios. El hombre está llamado a ser uno con Dios; ésta es su vocación sobrenatural. Sólo en Dios podrá alcanzar la felicidad plena que desea. La Revelación supone la existencia en el hombre de una capacidad de apertura al misterio de Dios. La fe es esa apertura. En la realidad humana, inmanente y contingente, puede darse esa apertura, libre y liberadora, a la realidad trascendente de Dios, apertura que hace posible y real el diálogo entre Dios y el hombre.
La Revelación, por lo tanto, es rechazada no sólo por las corrientes de pensamiento (ateísmo, agnosticismo, etc.) que no aceptan la existencia de un Dios con las características enunciadas, sino también por aquéllas (racionalismo, determinismo, fatalismo, psicologismo, economicismo, etc.) cuya imagen del hombre es radicalmente distinta de la cristiana. A menudo estas ideologías intentan sofocar la aspiración del hombre a lo Absoluto o satisfacerla recurriendo a ídolos que toman el lugar del único Dios vivo y verdadero.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la revelación de Dios. En la primera parte consideramos el diálogo entre Dios y el hombre. En esta segunda parte veremos que la Palabra de Dios a los hombres se nos revela en Jesús.

Es voluntad del Padre Eterno que los hombres participen de la vida divina. Habiendo ellos pecado, no los abandonó, sino que les dispensó siempre los auxilios para la salvación. Escuchemos el comienzo de la Carta a los Hebreos:
"Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado, en estos días postreros, por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero universal de todas las cosas, por quien creó también los mundos. El cual, siendo como es el resplandor de su gloria e imagen de su substancia, y sustentándolo todo con su poderosa palabra, después de habernos purificado de nuestros pecados, está sentado a la diestra de la majestad en lo más alto de los cielos."
Jesús es el cumplimiento, el centro y la plenitud de la Revelación. Según el prólogo del Evangelio de Juan, Jesús es la segunda persona de la Trinidad, el Logos, Verbo o Palabra de Dios que se hizo hombre para revelarnos el misterio de Dios y el misterio del hombre y para llevar a cabo el plan divino de salvación.

Dios ama tanto al mundo y a los hombres que les entregó su Hijo único, para darles la vida eterna. Jesucristo es la Palabra eterna hecha carne para alumbrar a todo hombre. El n. 4 de la constitución Dei Verbum enseña lo siguiente:
"[Jesucristo] habla las palabras de Dios y realiza la obra de salvación que el Padre le encargó. Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre; Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino".

El amor de Dios a los hombres se manifiesta principalmente en la Encarnación del Hijo de Dios, que se convirtió en uno de nosotros, y en su muerte redentora en la Cruz, que le hizo merecedor de la gloria de su Resurrección y Ascensión al cielo. El n. 3 de la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, enseña lo siguiente:
"Vino, por tanto, el Hijo, enviado por el Padre, quien nos eligió en Él desde antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos, porque se complació en restaurar en Él todas las cosas. Así, pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo... Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos."

El primer Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en el año 325, proclamó solemnemente la fe de la Iglesia en la divinidad de Jesucristo, que era negada por los seguidores de Arrio. Así reza el Credo niceno:
"Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho; y que por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado; descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos según las Escrituras. Subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre. Y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin."
Que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre significa que es de la misma substancia que el Padre, que es consubstancial al Padre, que es Dios como el Padre; el mismo Dios, no otro Dios.
Contra los arrianos, que pretendían reducir a Jesús al rol de maestro de la verdadera religión y la verdadera sabiduría, escribió San Atanasio:
"[Jesús es] el Salvador, el Hijo bueno del Dios bueno", "la Sabiduría en Sí, la Religión en Sí, la misma Potencia en Sí propia del Padre, la Luz en Sí, la Verdad en Sí, la Justicia en Sí, la Virtud en Sí."

El Concilio Ecuménico de Calcedonia, para cerrar el paso tanto a las herejías que negaban la naturaleza divina de Cristo, como a las que negaban su naturaleza humana, proclamó la célebre fórmula dogmática: Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
Siendo Cristo la única persona que reúne en sí la naturaleza divina y la naturaleza humana, Él ha podido revelarnos la verdad acerca de Dios y la verdad acerca del hombre.
En primer lugar, Jesús nos revela la verdad acerca de Dios:
- Jesús es el rostro visible del Dios invisible, la Epifanía de Dios, el Sacramento del Padre. En Él se manifiestan la gloria y el amor de Dios. Él nos enseñó a llamar a Dios "Abbá" (es decir Padre, o más exactamente Papá) y nos reveló la Buena Noticia de que Dios ama a todos los hombres, quiere perdonarles todos sus pecados y recibirlos en su Reino. Conocer a Cristo es conocer al Padre y recibir a Cristo es recibir al Padre.
- Jesús predicó el Evangelio del Reino de Dios, un Reino que está cerca, que ya viene, que por Jesús está ya presente, actuante, vivo y en crecimiento en medio de los hombres.
Además, Jesús nos revela la verdad acerca del hombre:
Jesús es el Nuevo Adán, el hombre perfecto, el Primogénito de toda criatura. Cristo, verdadero Sumo Sacerdote, es un hombre de verdad, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Para llegar a ser perfectos debemos seguir a Jesús, cargar con su Cruz, amar como Él nos amó. El cristiano es una nueva criatura que vive de la gracia de Dios; ha sido revestido de Cristo en el Bautismo.
El Evangelio según san Juan nos presenta a Jesucristo como el manantial de agua viva, como el Pan de Vida, como la Luz del mundo, como el Buen Pastor y como la Resurrección.
Jesucristo, si bien anuncia el Reino de Dios, deja entender claramente que la opción del hombre por el Reino (vale decir su salvación) guarda una relación directa con la actitud que tome ante su persona:
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre si no es por Mí." (Juan 14,6).
Jesús es signo de contradicción y ante Él nadie puede permanecer indiferente. Él obliga al hombre a tomar partido: Por Cristo o contra Cristo, por Dios o contra Dios, por el Amor o por el egoísmo. Encontrar a Cristo es encontrar la salvación. Por eso Jesús puede decir a Zaqueo:
"Hoy ha llegado la salvación a esta casa." (Lucas 19,9).
La misión de los cristianos es dar testimonio de Jesús resucitado y anunciar su Evangelio a todos los hombres, de modo que creyendo en Cristo sean vivificados por Él. La restauración de todas las cosas en Cristo llegará a su plenitud cuando Cristo sea todo en todos, para que Dios sea todo en todos. Entonces será el fin y los bienaventurados convivirán para siempre con Dios, Principio y Fin, en la ciudad santa.

Querido amigo, querida amiga:
Jesucristo es el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, el Hijo amado del Padre, el único que conoce al Padre en toda su intimidad, desde siempre. Él da a conocer al Padre, a quien ningún hombre había visto jamás cara a cara. Lo da a conocer a todo aquel que quiera escucharlo. La palabra de Dios en Cristo se dirige a todo ser humano, pero sólo los humildes y sencillos de corazón la reciben con confianza de hijos.
Jesucristo, perfecto Dios, es también perfecto hombre. Él, el revelador del Padre, también nos revela la grandeza del hombre, la sublimidad de nuestra propia vocación, el destino maravilloso que Dios nos tiene preparado desde antes de la creación del mundo. Contemplando a Jesucristo podemos ver lo que el ser humano está llamado a ser. Como enseña el Concilio Vaticano II, sólo en Cristo se esclarece el misterio del hombre, que es un enigma para sí mismo. Escuchemos pues a Jesucristo, el único Salvador del mundo. Sólo Él tiene palabras de vida eterna.

Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Palabra de Dios hecha carne, ruego a Dios que te conceda escuchar con fe a Jesucristo, revelador del misterio de Dios y del misterio del hombre, y vivir de acuerdo con sus palabras de salvación.

Damos fin al programa Nº 10 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
23 de mayo de 2006.

01 abril 2006

Programa Nº 9: El domingo, día del Señor

Buenas noches. Éste es el programa Nº 9 de “Verdades de Fe”.
Les habla Daniel Iglesias. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
“Verdades de Fe” se transmite por Radio María Uruguay desde Florida y Melo, y por Internet en www.radiomaria.org.uy. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono 0352 0535 o al mail info.ury@radiomaria.org.

El programa de hoy estará referido al domingo, el día del Señor. Procuraremos refutar una de las doctrinas fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Nos referimos a la acusación principal que dicha secta hace a la Iglesia Católica, imputándole haber cambiado la ley de Dios por una ley humana al cambiar la exigencia de la observancia del sábado por la del domingo.

En la Biblia hay dos recensiones del Decálogo, una en el libro del Éxodo y otra en el libro del Deuteronomio. En ninguna de las dos los mandamientos están numerados. La división del Decálogo en diez mandamientos es un añadido posterior de los comentaristas. Las tradiciones católica y luterana siguen la división propuesta por San Agustín, mientras que las tradiciones ortodoxa y reformada siguen la división propuesta por los Padres griegos (tan católicos como Agustín). Por eso el mandamiento de la observancia del sábado es el tercer mandamiento para los católicos y el cuarto mandamiento para los adventistas, que en este punto siguen la tradición de las iglesias reformadas. Esta discrepancia ejemplifica a la perfección el tipo de "tradiciones" cuyas variaciones no deben preocuparnos demasiado, en tanto no atentan de por sí contra la Sagrada Tradición, es decir la transmisión viviente de la gracia y la verdad dadas por Dios a los hombres en Jesucristo.

Los adventistas también acusan a la Iglesia católica de haber quitado el mandamiento referido a la prohibición de las imágenes. Este mandamiento, que es considerado como el segundo mandamiento en la tradición reformada, no ha sido omitido por la Iglesia Católica, que lo considera incluido en el primer mandamiento. Esto es muy razonable, ya que la prohibición de las imágenes apunta a evitar la idolatría, al igual que la primera parte del primer mandamiento ("no habrá para ti otros dioses delante de mí"). La Tradición católica sintetiza el primer mandamiento en la fórmula "Amarás a Dios sobre todas las cosas", que es también bíblica y expresa de forma positiva esencialmente el mismo contenido que las largas formulaciones negativas del Decálogo.

Concentrémonos ahora en la acusación principal de los adventistas: la supuesta ilegitimidad del cambio de la observancia del sábado por la del domingo. Los adventistas argumentan que el Decálogo es la parte más inspirada y sagrada de la Biblia, por ser la única escrita por Dios mismo. Fundamentan esa afirmación en Éxodo 31,18: "...le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios." Por lo tanto nadie (ni siquiera Dios) podría cambiar el Decálogo, porque la Ley de Dios es perfecta e inmutable como el mismo Dios.
Responderemos a esta acusación, basándonos en el siguiente principio general de la doctrina católica: tanto la Sagrada Escritura como la Tradición viva de la Iglesia transmiten la Divina Revelación sin error ni contradicción.
El argumento escriturístico de los adventistas es bastante infantil. Por una parte, la expresión "escritas por el dedo de Dios" no nos obliga a creer que las tablas de la Ley fueron escritas milagrosamente, porque la lectura fundamentalista de la Biblia no está ni racional ni teológicamente justificada. Pero además, con o sin milagro, el Decálogo es tan divinamente inspirado como el resto de la Biblia, ni más ni menos (esto no implica negar la importancia particular del Decálogo en la historia de salvación). No se ve por qué el dedo de Dios habría de ser más importante o perfecto que, por ejemplo, la voz de Dios, que se hace oír innumerables veces a lo largo de la Biblia.
Ya Lutero sostuvo que había en la Biblia unos libros más inspirados y otros menos inspirados, para poder librarse de ciertos pasajes contrarios a su doctrina (por ejemplo en la carta del Apóstol Santiago). Pero la noción de "grados de inspiración" es insostenible. Con respecto a cada texto de la Biblia sólo caben dos posibilidades: o está inspirado por Dios o no lo está. No puede estar más o menos inspirado, al igual que una mujer no puede estar un poco embarazada. La Iglesia Católica rechaza el intento luterano de establecer un "canon dentro del canon"; no obstante, ella emplea la "analogía de la fe", para leer cada texto de la Escritura en el contexto del canon completo.
Por lo demás, en el capítulo 34 del libro del Éxodo, los versículos 27-28 llevan a pensar que es Moisés quien escribe en las tablas "las palabras de la alianza, las diez palabras". Según el versículo 1, éstas son "las palabras que había en las primeras tablas que rompiste", es decir las palabras del Decálogo. Esto muestra que, para el autor sagrado, tanto se puede afirmar que las tablas de la Ley fueron escritas por Dios como por Moisés, ya que éste actuó inspirado por Dios. El autor del Éxodo no pretende narrar un mero hecho histórico con la fría objetividad periodística que es tan apreciada en la actualidad, sino que busca comunicar el verdadero significado salvífico de ese hecho, inmensamente más relevante que los detalles de lugar, tiempo y circunstancias. La doctrina transmitida en Éxodo 31,18 es algo mucho más profundo que la cuestión suscitada por la polémica anticatólica de los adventistas: enseña que la Ley de Israel tiene su origen radical en el mismo Dios, quien la revela a su pueblo por medio de Moisés.

El Concilio Vaticano II nos enseña que sólo Jesucristo en persona es la cumbre de la Divina Revelación. Él es la Palabra de Dios hecha carne, la Imagen visible de Dios invisible, el que nos revela plenamente la verdad acerca de Dios y acerca del hombre. Los adventistas no terminan de captar el modo cristiano de entender la Biblia: toda ella nos habla de Cristo. El Antiguo Testamento es la preparación de la revelación evangélica. La Antigua Alianza es signo, figura y anticipo de la Alianza nueva y eterna sellada con la sangre del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Sólo Dios es perfecto. Las obras de Dios (como la Ley, el sábado, etc.) son perfectas sólo en el sentido de que portan una huella de la perfección de su autor. Si fueran perfectas sin ninguna limitación, serían ellas mismas Dios. Por eso podemos decir que la Ley de Dios es perfecta, en tanto es el camino de perfección que Dios quiere que los hombres recorran para alcanzar la salvación eterna, y al mismo tiempo reconocer que la Ley de Moisés (con su precepto sobre el sábado) es imperfecta, en tanto expresa de forma incompleta la voluntad de Dios acerca del hombre. Si la Ley antigua hubiera sido perfecta, no habría sido necesario el anuncio del Evangelio de Jesucristo.
En Mateo 5,17-48, casi al comienzo del Sermón de la Montaña, Jesús dice que no ha venido a abolir la Ley sino a darle cumplimiento, es decir a perfeccionar lo que era imperfecto. Y a continuación, haciendo uso de su suprema autoridad, profundiza o cambia seis preceptos de la Ley de Moisés. Jesús ejemplifica así la justicia de la Nueva Alianza, superior a la justicia de la Antigua Alianza. La primera de esas seis "antinomias" basta para explicar en qué sentido la Ley de Moisés era imperfecta: el quinto mandamiento ("no matarás"), al tener una formulación negativa, expresaba sólo el mínimo ético que había que cumplir en esta materia. Jesús, Maestro supremo, enseña que no basta atenerse a la letra del mandamiento. No basta no matar; uno debe respetar a su hermano y procurar reconciliarse con él. No basta no realizar exteriormente los actos que la Ley catalogaba como malos; es preciso amar al prójimo como a uno mismo. Jesús interioriza la Ley y la centra enteramente en el doble mandamiento del amor, salvando así a sus discípulos de la gran tentación del legalismo y el ritualismo que había amenazado siempre a Israel, contra la cual habían predicado los profetas y de la cual eran prisioneros muchos fariseos. Jesús nos redimió amándonos, entregándose gratuitamente por nosotros, pecadores, y así nos elevó a un estado en el ya no hay más Ley que el amor, aunque éste tiene exigencias muy precisas y concretas. Por todo esto la Ley de Cristo es superior a la Ley de Moisés y bien puede decirse que Cristo cambió la Ley, en el sentido de que la profundizó, dándole su verdadero y último significado.
En resumen: por la condescendencia y la pedagogía divinas, la revelación bíblica es gradual y su cumbre no se da en Moisés, sino en Cristo. Ésta es una afirmación cristiana fundamental, que los adventistas desconocen debido a su tendencia judaizante.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la refutación de la doctrina de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, según la cual los cristianos tienen la grave obligación moral de observar el sábado en lugar del domingo.

Los adventistas del séptimo día se aferran al sábado, sin advertir que incurren en el error ya rechazado por San Pablo de judaizar a los gentiles, o sea a los no judíos. Les preguntamos: ¿por qué detenerse en el sábado? ¿Por qué no regresar también a la circuncisión y al culto del Templo de Jerusalén con sus sacrificios de animales, y a cientos de otras prescripciones de la Ley antigua? Los adventistas responden que la Nueva Alianza abolió las leyes ceremoniales y rituales del Antiguo Testamento, pero no el Decálogo ni, por ende, la necesidad de la observancia del sábado. Sin embargo, la observancia del sábado no expresa solamente, como el resto del Decálogo, la ley moral natural, que puede ser conocida por la razón y es válida para todo ser humano, sino que forma parte del ceremonial de la Antigua Alianza. Los gentiles no tenían obligación de observar el sábado. Veremos que tampoco los cristianos tienen esa obligación.
Jesús fue un judío piadoso, pero tuvo graves enfrentamientos con las autoridades religiosas judías de su tiempo porque se situó a sí mismo por encima de la Ley y del Templo. Jesús, quien es personalmente Dios, es la consumación de la Ley y del Templo. Él es la Ley, porque su forma de vida es el modelo supremo que debemos seguir para llegar a la plenitud humana; y Él es el Templo, porque es la Presencia viva de Dios-con-nosotros. Varias veces en su vida pública Jesús violó el descanso del sábado, curando milagrosamente a algunos enfermos, para liberar a los hombres de la esclavitud de un legalismo hueco. Jesús violó el sábado sólo en la perspectiva de muchos fariseos, que se atenían a la letra de la Ley y mataban su espíritu. El legalismo es incapaz de salvar al hombre, porque es el cumplimiento de actos externos sin amor, sin unión con Dios. Jesús, polemizando con los fariseos, enseñó que "el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado". Vale decir que la ley moral no es una disposición arbitraria de Dios que esclaviza al hombre, sino un servicio que Dios hace al hombre, indicándole el camino de su propia perfección. Que Jesús se declare "Señor del sábado" no quiere decir que no sea Señor también de los demás días. Significa que el sábado, como todas las demás cosas, está a su servicio y no al revés.
Los adventistas creen que Dios condenará eternamente a todos los que no observan el sábado, incluyendo a los católicos y los protestantes no adventistas. Esto es absurdo desde el punto de vista cristiano. Aunque fuera verdad que se debe observar el sábado (que no lo es), Dios no condena a quienes yerran sin culpa, por mera ignorancia. Si alguien cree lo contrario, entonces su Dios no es el Dios cristiano e incurre en una forma de legalismo peor que la de los fariseos.

Siguiendo una invención de Ellen White (la profetisa adventista), los adventistas alegan que el cambio de la observancia del sábado por la del domingo se llevó a cabo mucho después de la época apostólica, pero carecen de razones de peso para sostener esa afirmación.
El domingo es el día de la resurrección de Cristo. También ocurrieron en un domingo la mayoría de las apariciones del Resucitado y el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente en Pentecostés. Hay muchas pruebas de que desde la época apostólica la Iglesia celebró la eucaristía el domingo, cumpliendo así el mandato del Señor: "Haced esto en conmemoración mía". A continuación consideraremos algunos textos que arrojan luz sobre esta cuestión:
· Hechos 20,7: "El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan..." Recordemos que "el primer día de la semana" es el primer día después del sábado (o sea el domingo) y que "fracción del pan" fue el nombre primitivo de la eucaristía.
· 1 Corintios 16,2: "Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que haya podido ahorrar, de modo que no se hagan las colectas cuando llegue yo." Las colectas para socorrer a la comunidad de Jerusalén se hacían en las asambleas eucarísticas de cada domingo.
· Apocalipsis 1,10: "Caí en éxtasis el día del Señor". La palabra griega "Kyriaké" traducida como "día del Señor" es el término creado por los cristianos para designar el domingo. Esto implica que cuando se redactó el Apocalipsis (a más tardar alrededor del año 90) ya existía la realidad nueva expresada por esa nueva palabra.
· Además de los testimonios bíblicos, hay muchos testimonios extrabíblicos antiguos sobre el domingo cristiano. Por ejemplo San Justino (a principios del siglo II) y San Hipólito (en el siglo III) escribieron sobre la celebración eucarística dominical.
La necesidad de la observancia del domingo se deriva obviamente de la necesidad de la Eucaristía. Durante siglos la eucaristía se celebró sólo los domingos. Más aún, el domingo era la única fiesta cristiana, la Pascua semanal. Sólo más adelante se comenzó a celebrar la Pascua anualmente. A partir de la Pascua (el gran domingo) se estructuró luego todo el ciclo anual de las fiestas cristianas, el año litúrgico.
El mayor problema para la Iglesia naciente fue el de precisar las relaciones entre judaísmo y cristianismo. Los cristianos judaizantes, contra quienes polemizó San Pablo, pretendían que los gentiles convertidos al cristianismo asumieran las costumbres judías. San Pablo comprendió que la antigua Ley había caducado y que no era necesario ser judío para ser cristiano. En el llamado "concilio de Jerusalén" (que tuvo lugar hacia el año 50) los Apóstoles decidieron la cuestión, apoyando la tesis de Pablo. A instancia de Santiago, los Apóstoles piden a los cristianos de origen pagano únicamente que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos. El capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles, que narra este encuentro, no menciona la observancia del sábado. Por lo tanto los Apóstoles, asistidos por el Espíritu Santo, entendieron que no es necesario observar el sábado a la manera judía para ser cristiano.

El domingo es la celebración semanal de la Pascua cristiana. El misterio pascual de Cristo es el acontecimiento central de la historia de salvación. Por eso, así como la Pascua cristiana es el cumplimiento y la superación de la Pascua judía, el domingo cristiano es el cumplimiento y la superación del sábado judío. Según Génesis 1, el sábado conmemora el descanso de Dios al final de su obra creadora. La creación es una obra admirable de Dios, pero la redención es una obra de Dios mucho más admirable todavía. El domingo cristiano conmemora esta nueva creación, superior a la primera creación conmemorada por el sábado judío. En la obra de la redención, Cristo no sólo regenera al hombre caído en el pecado, sino que lo eleva a la condición de hijo de Dios, partícipe de la naturaleza divina. Por eso los primeros cristianos llamaron al domingo el "octavo día". El octavo día (el día del Señor Jesús) es la repetición amplificada del primer día, también domingo según Génesis 1, en el cual Dios creó el cielo y la tierra. Evoca así el inicio y el final del tiempo; es figura de la eternidad. Se comprende así que el domingo sea la fiesta cristiana por excelencia.
La relación entre el sábado judío y el domingo cristiano es sólo un caso particular de la ley general que rige la relación entre las dos grandes etapas de la historia de salvación: la Antigua Alianza y la Nueva Alianza. Esta ley general se puede expresar así: la Antigua Alianza es la preparación de la Nueva Alianza y la Nueva Alianza es el cumplimiento y la superación de la Antigua Alianza. El pueblo de Israel de la Antigua Alianza no sólo observaba el sábado, sino que celebraba varias fiestas religiosas, la más importante de las cuales era la Pascua. La fiesta de Pascua conmemoraba el acontecimiento salvífico principal de la Antigua Alianza: el Éxodo, es decir el paso del mar Rojo, la liberación de la esclavitud en Egipto y la Alianza del Sinaí. La fórmula con que la Tradición católica sintetiza el tercer mandamiento ("Santificarás las fiestas") abarcaba, para el antiguo Israel, no sólo el sábado sino también la Pascua y las demás fiestas menores. La Pascua judía fue sustituida por la Pascua cristiana, que es el misterio de nuestra redención, obtenida a través de la muerte y resurrección de Cristo. La eucaristía es el sacramento que rememora y actualiza el misterio pascual, por lo cual ésta es evidentemente la gran fiesta cristiana. Los cristianos santifican la fiesta del domingo recibiendo sacramentalmente en su corazón al único Santo y viviendo santamente, por la gracia santificante bebida de esa fuente de vida eterna que es la eucaristía.
Al fundar la Iglesia, Jesucristo la quiso como sacramento suyo, es decir como signo e instrumento de su presencia viva y operante entre los hombres. Cristo dio a su Iglesia el Espíritu Santo y plena autoridad para cumplir su misión. La Iglesia tiene conciencia de haber recibido de Cristo sus siete sacramentos, aunque Él no haya determinado al detalle el contenido de cada uno de sus ritos. Algo análogo ocurre con la fiesta del domingo: la Iglesia es consciente de que se trata de un don de Dios, no de una mera costumbre humana. El principio protestante de la "sola Escritura" deja por el camino el hecho fundamental de que es la propia Iglesia Católica la que pone por escrito la Revelación en el Nuevo Testamento y de que ella conserva la memoria viviente de su verdadero significado. Contra la certeza de la Iglesia Católica de ser fiel a la voluntad de Cristo al guardar el domingo, nada pueden las arbitrarias especulaciones de Ellen White, quien, 1800 años después de los hechos y fuera del contexto de la Tradición cristiana, pretende vanamente redescubrir por sí misma el verdadero sentido de la Escritura. Al considerar la observancia del domingo como una ley humana y no divina, los adventistas olvidan que la Iglesia es una institución a la vez divina y humana y que en su obrar humano se manifiesta su peculiar relación con Dios.
En definitiva, el sábado por sí mismo no tiene un valor superior a los demás días. En la Antigua Alianza se le dio un valor especial por su relación simbólica con la creación. En la Nueva Alianza ese simbolismo palidece frente a otro de valor muy superior: el del domingo como "día de Cristo" y de la Pascua cristiana. Es justo y necesario que la Iglesia celebre su fiesta y su descanso en este día consagrado por Dios. El intento de justificar la observancia del sábado desde una perspectiva cristiana es penoso: ¿Cómo un cristiano puede preferir el Sábado Santo (Jesús muerto y enterrado en una tumba) al Domingo de Pascua (Cristo resucitado y exaltado)?
Terminamos nuestra argumentación citando al Papa Juan Pablo II. En su carta apostólica Dies Domini, sobre la santificación del domingo, escrita en 1998, en el nº 18 (titulado precisamente "Del sábado al domingo"), dice así: "En él [el domingo] se realiza plenamente el sentido "espiritual" del sábado, como subraya san Gregorio Magno: "Nosotros consideramos como verdadero sábado la persona de nuestro Redentor, Nuestro Señor Jesucristo"... A la luz de este misterio, el sentido del precepto veterotestamentario sobre el día del Señor es recuperado, integrado y revelado plenamente en la gloria que brilla en el rostro de Cristo resucitado. Del "sábado" se pasa al "primer día después del sábado"; del séptimo día al primer día: ¡el dies Domini [día del Señor] se convierte en el dies Christi [día de Cristo]!"

Querido amigo, querida amiga:
Si eres adventista del séptimo día, ten en cuenta que el mismo Jesucristo, Nuestro Señor, es la Palabra de Dios hecha carne y que la voz de la Iglesia no es más que el eco amplificado y multiplicado de esa Palabra de salvación. Si escuchas a la Iglesia Católica fundada por Cristo, escucharás al mismo Cristo.
Si eres católico, recuerda que, además de los diez mandamientos de Dios, debes guardar los cinco preceptos de la Iglesia y que el primero de estos preceptos es participar en la Santa Misa todos los domingos y fiestas de guardar y no realizar trabajos y actividades que puedan impedir la santificación de estos días. Procura participar de la Misa dominical en familia y atraer a la Misa a tus amigos católicos no practicantes. Por la intercesión de la Virgen María, Madre del Señor Resucitado, ruego a Dios que la celebración semanal y la recepción frecuente de la eucaristía nos conduzcan a asemejarnos cada vez más a Jesucristo, el hombre perfecto.
Damos fin al programa Nº 9 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
9 de mayo de 2006.

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