27 febrero 2006

Programa Nº 4: La divinidad de Cristo

Muy buenas noches. Damos inicio al cuarto programa de “Verdades de Fe”.
Les habla Daniel Iglesias. Estaré dialogando con ustedes hasta las 22:00. Agradezco la generosa colaboración del Diácono Jorge Novoa, quien nos acompaña hoy.
Este programa se transmite por Radio María Uruguay desde Florida y Melo, y por Internet en http://www.radiomaria.org.uy. Puedes enviarnos tus comentarios, sugerencias o críticas llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.

Nuestro programa de hoy estará dedicado a la divinidad de Cristo.
Entre los creyentes no cristianos se encuentran muy diversas actitudes acerca de Jesucristo: los adeptos a la “Nueva Era” generalmente consideran a Jesús como una de las muchas encarnaciones o manifestaciones de la divinidad; los musulmanes veneran a Jesús como uno de los principales profetas anteriores a Mahoma; la gran mayoría de los judíos se niega a reconocer a Jesús como el Mesías esperado por Israel; los deístas incluyen a Jesús en su rechazo a toda forma de revelación divina; finalmente, los testigos de Jehová creen que Jesús, el Hijo de Dios, es un ser divino, pero no es Dios. Más exactamente, se trataría del arcángel San Miguel, la principal creatura de Dios.
El diálogo entre dos personas debe tomar siempre como punto de partida el conjunto de las convicciones compartidas por ambas. Por eso, aunque el cristiano puede dialogar con cada una de las posturas antes presentadas, cada uno de estos diálogos tiene sus propias exigencias. En el diálogo con los judíos creyentes se puede partir de la común aceptación del Antiguo Testamento como libro sagrado. En este sentido, el diálogo con los testigos de Jehová presenta la ventaja de que éstos aceptan también el Nuevo Testamento como Palabra de Dios.
En este programa presentaremos pruebas de la divinidad de Cristo basadas en la Sagrada Escritura. Estas pruebas tienen valor sobre todo en el contexto de la controversia con los testigos de Jehová, quienes, aunque se presentan como cristianos, niegan la Encarnación, dogma capital de la fe cristiana.
No obstante, los argumentos que presentaremos también pueden servir para defender la fe de los cristianos ante críticas como las del libro “El código Da Vinci” de Dan Brown, donde absurdamente se sostiene que la divinidad de Cristo, supuestamente ignorada en los tres primeros siglos de la era cristiana, habría sido inventada por el emperador Constantino y aprobada por mayoría en el Concilio de Nicea, del año 325. Demostraremos que el Nuevo Testamento, escrito según todos los expertos en el siglo I, afirma inequívocamente, muchas veces y de muchas maneras, la divinidad de Cristo.
Antes de mostrar que las afirmaciones de los testigos de Jehová sobre el Hijo son contrarias a la Sagrada Escritura, subrayamos que esas afirmaciones son también contrarias a la razón: si el Hijo es verdaderamente un ser divino, entonces su esencia es la esencia divina y por lo tanto es Dios. La idea de un "ser divino distinto de Dios" es auto-contradictoria.

Nuestra reflexión tendrá dos partes principales: en la primera parte refutaremos los argumentos de los testigos de Jehová contra la divinidad de Cristo y en la segunda parte demostraremos que el Nuevo Testamento afirma la divinidad de Cristo.
Uno de los mayores errores teológicos acerca de la Santísima Trinidad es el subordinacionismo. Éste consiste en considerar que sólo el Padre es Dios, mientras que el Hijo y el Espíritu Santo son criaturas excelsas, pero no divinas en sentido propio. El subordinacionismo fue sostenido en el siglo IV por herejes como Arrio y Macedonio. En buena medida los testigos de Jehová no han hecho más que actualizar la antigua herejía arriana, combatida entre otros por el gran San Atanasio y condenada finalmente por el Concilio de Nicea.

Al igual que Arrio, los testigos de Jehová se apoyan sobre todo en algunos textos bíblicos que parecen dar pie al subordinacionismo. A modo de ejemplo, citaremos 1 Corintios 8,6:
"Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros."
La explicación de este texto es necesariamente algo extensa. Dios es el Ser infinito e inmutable y por lo tanto el misterio de Dios revelado por Cristo es una verdad infinita e inmutable. Sin embargo los hombres, destinatarios de la Divina Revelación, somos seres finitos y mutables, que se desarrollan en la historia. Teniendo esto en cuenta, se comprende fácilmente que la auto-revelación de Dios a los hombres en la historia ha debido ocurrir a través de un largo proceso, gradual y progresivo; y que, incluso después que la historia de la revelación alcanzó su plenitud objetiva en Cristo, todavía ha de darse en la Iglesia una historia de la comprensión subjetiva de la revelación, un desarrollo de la doctrina cristiana. Por lo tanto no debe sorprendernos que en la Tradición de la Iglesia e incluso en la propia Biblia podamos comprobar una evolución del dogma y de la teología. Esto representa el cumplimiento de una promesa hecha por Jesús en la Última Cena: el mismo Espíritu Santo recuerda las palabras de Jesús a sus discípulos congregados en la Iglesia, les enseña su verdadero sentido y los guía hasta la verdad completa.
Teniendo todo esto en cuenta podemos comprender que, aunque en el Nuevo Testamento la palabra "Dios" designa la gran mayoría de las veces al Padre, esto no implica en modo alguno negar la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo. Hay muchas y excelentes razones para afirmar que la doctrina trinitaria está contenida implícitamente en la Divina Revelación transmitida por escrito en la Biblia y que por lo tanto la formulación explícita del dogma trinitario no es una corrupción sino un desarrollo auténtico de la doctrina cristiana.
Volvamos ahora 1 Corintios 8,6. En este pasaje, como en muchos otros pasajes del Nuevo Testamento, Jesucristo es llamado "Señor", un título que indica claramente su carácter divino. El equivalente hebreo del griego "Kyrios" (Señor) es "Adonai", la palabra que los judíos, al leer las Escrituras, utilizaban para sustituir el tetragrama sagrado, el impronunciable nombre de Dios. Los testigos de Jehová dan una exagerada importancia al uso de este nombre de Dios, pues según ellos es el único verdadero nombre de Dios. Por eso resulta irónico que el propio nombre de su secta refleje un viejo error de pronunciación: desde hace mucho tiempo se sabe que el tetragrama sagrado debe ser leído “Yahweh”, no “Jehová”.
Pues bien, 1 Corintios 8,6 no presenta a Jesús como un "señor" cualquiera, sino como el único Señor, identificando claramente su señorío con la ilimitada soberanía del único Dios. Esta interpretación, que resulta obligatoria cuando se considera el Nuevo Testamento en su conjunto, es reforzada aquí por el paralelismo planteado entre la relación del Padre con el mundo y los hombres y la relación del Hijo con el mundo y los hombres.

Otro “caballito de batalla” de los antiguos arrianos y los modernos testigos de Jehová es Proverbios 8,22: "Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas."
Los testigos razonan así: quien habla aquí es la Sabiduría de Dios. Cristo es la Sabiduría de Dios. Por lo tanto Cristo fue creado y no puede ser Dios.
Lo que dijimos antes sobre el carácter gradual y progresivo de la revelación nos permite comprender que en el Antiguo Testamento no haya una abierta revelación del misterio de Dios uno y trino, sino indicios de ese misterio, que sólo pueden ser apreciados como tales a la luz del Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento presenta a Dios como el misterio absoluto, que sin embargo se auto-manifiesta por medio de su "Palabra" y de su "Espíritu". La revelación del Nuevo Testamento nos permite identificar estas dos "mediaciones" con las personas divinas del Hijo y del Espíritu Santo, respectivamente.
La "Sabiduría" es otro de los atributos divinos que en algunos pasajes del Antiguo Testamento aparecen personificados, insinuando la doctrina de la Trinidad. Así ocurre por ejemplo en Proverbios 8,22. Sin embargo, no es correcto utilizar en forma anacrónica y acomodaticia este versículo como prueba de que el Hijo de Dios es una criatura. Con igual falta de lógica se podría usar los tres versículos siguientes del mismo capítulo del libro de los Proverbios para demostrar que el Hijo fue engendrado, no creado. El sentido literal de ese capítulo no se refiere al Hijo de Dios.

En general, los argumentos de los testigos de Jehová están basados en textos en los cuales Dios aparece como el Dios de Jesús (por ejemplo, los textos que mencionan que Jesús oraba a su Padre Dios). La refutación de estos argumentos a partir del dogma de la Encarnación es simple. Las objeciones de los testigos de Jehová serían válidas contra los monofisitas, herejes que negaban la naturaleza humana de Cristo y creían que Él tenía una sola naturaleza, la naturaleza divina. Pero los católicos y todos los verdaderos cristianos creemos que Cristo es una sola persona (el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, persona divina) con dos naturalezas reales y completas, la naturaleza humana y la naturaleza divina, unidas sin mezcla ni confusión, sin división ni separación, como dice la fórmula dogmática del Concilio de Calcedonia, del año 451. Es decir que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. En la Encarnación, el Hijo se hizo hombre sin dejar de ser Dios. A la única persona que recibe los nombres de Jesús, Cristo, Hijo de Dios y Señor se le pueden aplicar tanto las propiedades que corresponden a su naturaleza divina como las que corresponden a su naturaleza humana. Esto se denomina en el lenguaje teológico "comunicación de idiomas". Hoy se podría hablar de "comunión de propiedades". Por esto podemos decir por ejemplo que el hombre Jesús hizo milagros (algo que sólo Dios puede hacer) o que, en Cristo, Dios murió en la cruz (algo que sólo le puede pasar al hombre). También por esto podemos decir, con el Concilio de Éfeso, del año 431, que María es la Madre de Dios, puesto que es la Madre (según la generación humana) de Uno que es personalmente Dios.
Todo esto permite comprender que haya en el Nuevo Testamento algunos textos que aparentemente sugieren una subordinación del Hijo al Padre, mientras que otros manifiestan la igualdad del Padre y el Hijo. En unos casos se considera el punto de vista de la humanidad de Jesús y en otros casos el punto de vista de su divinidad. Ambos enfoques son complementarios, no contradictorios.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas, dudas y comentarios llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la controversia con los testigos de Jehová acerca de la divinidad de Cristo. Ya hemos refutado los argumentos de los testigos de Jehová. Ahora pasaremos a probar la divinidad de Cristo a partir de la Sagrada Escritura.

Hay muchas formas de demostrar la divinidad de Jesucristo a partir de la Biblia:
1. Una primera alternativa sería demostrar que la divinidad de Cristo está implícita en todo el Nuevo Testamento.
2. Una segunda alternativa surge de considerar que la resurrección de Jesús confirmó con testimonio divino su pretensión, expresada en sus palabras y obras, de ser el portador absoluto de la salvación y de ser igual a Dios.
3. Una tercera alternativa es la centrada en los milagros de Jesús, dado que éstos proporcionan una perspectiva privilegiada para reconocer su divinidad.
Por falta de tiempo, dejaremos de lado esas tres y otras alternativas posibles y seguiremos el camino más simple. Dado que los testigos de Jehová creen en la inspiración divina de la Biblia, lo más simple es recurrir directamente a la prueba escriturística: La Biblia enseña siempre la verdad. Y la Biblia enseña que el Hijo es Dios. Entonces verdaderamente el Hijo es Dios.

Para no extendernos demasiado, mencionaremos sólo siete textos del Nuevo Testamento que explicitan claramente que el Hijo es Dios:
· Juan 1,1: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios."
· Juan 20,28: "Tomás le contestó: `Señor mío y Dios mío´."
· Romanos 9,5: "y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén."
· Filipenses 2,5-11: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre."
· Tito 2,13: "aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo".
· Hebreos 1,8: "Pero del Hijo: `Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos´"
· Apocalipsis 1,8: "Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir´, el Todopoderoso."

Para eludir la evidente conclusión de que el Hijo es Dios, los testigos de Jehová proponen nuevas traducciones o nuevas interpretaciones del texto sagrado.
En cuanto a las nuevas traducciones de los testigos de Jehová, hay un amplísimo consenso entre expertos de todas las tendencias religiosas acerca de que la versión de la Biblia utilizada por los testigos (llamada "Traducción del Nuevo Mundo") ha introducido numerosas adulteraciones y tergiversaciones del texto bíblico, para tratar de ocultar las discordancias entre ese texto y la doctrina de la secta.
En cuanto a las nuevas interpretaciones de los testigos de Jehová, cabe subrayar que los testigos interpretan la Biblia fuera de toda la Tradición de la Iglesia, guiados únicamente por las autoridades de la secta, las cuales desde Charles Russell en adelante se han considerado a sí mismas (sin ningún fundamento) como únicos intérpretes autorizados de la Palabra de Dios.
Para no extendernos demasiado, nos concentraremos en un problema de traducción (el texto de Juan 1, la afirmación más directa de la divinidad del Hijo) y en un problema de exégesis (el texto de Filipenses, el más expresivo acerca de nuestro tema). Estos dos textos bastan y sobran para probar la divinidad del Hijo.

En primer lugar analicemos el texto de la carta de San Pablo a los Filipenses. Este texto magnífico, que sintetiza todo el misterio de Cristo, contiene un himno que muy probablemente es anterior a la obra escrita de San Pablo. Aquí se enuncian claramente, además de la preexistencia y la encarnación del Hijo, cuatro afirmaciones decisivas:
1. Cristo es de condición divina; es decir, Cristo es Dios. Los testigos de Jehová responden que este texto prueba que Jesucristo tiene naturaleza divina, pero no que es Dios. Además, aludiendo a 2 Pedro 1,4, sostienen que cuando nosotros aprendemos de Dios también nos hacemos "partícipes de la naturaleza divina". Si nosotros, que no somos Dios, tenemos naturaleza divina, -dicen los testigos de Jehová- el hecho de que Jesús tenga naturaleza divina no prueba que sea Dios. Esta réplica de los testigos desconoce algo fundamental: 2 Pedro 1,4 y la subsiguiente teología cristiana utilizan el concepto de "participación" en el sentido preciso que este término tenía en la antigua filosofía griega. Por ello es necesario distinguir entre "ser" de naturaleza divina y "participar" de la naturaleza divina. Ser de naturaleza divina es idéntico a ser Dios. Es el caso de Cristo. En cambio, decir que el cristiano "participa" de la naturaleza divina significa que, por un don libérrimo y gratuito de Dios, de un modo oculto ya en la tierra y de un modo manifiesto en el cielo, él puede conocer y amar como Dios conoce y ama, sin dejar de ser una creatura de Dios. Según la doctrina cristiana (a diferencia de la doctrina panteísta) la unión mística del ser humano con Dios no anula la infinita diferencia existente entre ambos.
2. Cristo es igual a Dios (el Padre). Por lo tanto Cristo es Dios como el Padre (no otro Dios, sino el mismo Dios). Cristo, "siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios". Esto significa que, a pesar de ser de naturaleza divina (o sea, a pesar de ser Dios), el Hijo renunció a manifestar visiblemente su igualdad con Dios al asumir la naturaleza humana en la Encarnación.
3. Dios (el Padre) concedió a Cristo "el Nombre que está sobre todo nombre", el santo e inefable nombre de Dios; por lo tanto, Cristo es Dios. Los testigos de Jehová responden que el texto citado no dice que el Nombre de Jesús está sobre el Nombre de Dios. Respondemos que obviamente nuestro texto no dice ese absurdo. Lo que dice es que Dios otorgó a Jesús “el Nombre que está sobre todo nombre". Es evidente que este Nombre es el Nombre de Dios, no un nombre que está por encima del Nombre de Dios. Los testigos de Jehová dicen que "el Nombre que está sobre todo nombre" está debajo del nombre de Dios, pero eso es exactamente lo contrario de lo que dice el texto sagrado.
4. Toda rodilla se debe doblar ante Cristo y toda lengua debe confesar que Él es el Señor (o sea, Dios). Las alusiones a Isaías 45,23 ("toda rodilla se doble", "y toda lengua confiese"), donde lo mismo se dice de Yahweh, subrayan aún más el carácter divino del título "Señor", de por sí evidente en este contexto.

En segundo lugar analicemos el texto del prólogo del Evangelio de Juan.
Los testigos de Jehová sostienen que la traducción correcta de Juan 1,1 es: "En el principio era la Palabra y la Palabra era hacia el Dios y la Palabra era un ser divino". Su argumento es que en el texto original griego la palabra “Dios” aparece la primera vez con artículo y la segunda vez sin artículo. Según ellos este “Dios” sin artículo no debe ser traducido como “Dios” sino como “un ser divino”.

Responderemos con tres argumentos:
1. La inmensa mayoría de los eruditos, a lo largo de dos milenios, a pesar de sus muy diversas tendencias religiosas y filosóficas, ha apoyado la traducción tradicional, que es una clara afirmación de la divinidad de Jesucristo. Los muy pocos eruditos que apoyan la traducción de los testigos de Jehová están alineados en la tendencia antitrinitaria.
2. Las traducciones del prólogo del Evangelio de Juan de los testigos de Jehová son incoherentes con su propia tesis. Dentro del mismo prólogo del Evangelio de Juan se nombra a Dios sin artículo otras cuatro veces. Pues bien, las ediciones del Nuevo Testamento de los Testigos de Jehová emplean en estas cuatro ocasiones la palabra "Dios", lo cual es correcto pero incompatible con su tesis. Se vuelve evidente entonces que el principio de traducción sostenido por los Testigos de Jehová es una invención ad hoc para acomodar el texto de Juan 1,1 a su propia doctrina.
3. El prólogo del Evangelio de Juan termina en Juan 1,18:
"A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado."
Sin embargo en la tradición de los manuscritos antiguos existe una variante: En algunos manuscritos se lee "un Dios Hijo único" en lugar de "el Hijo único". La única explicación plausible de esta variante es ésta: los dos textos expresan con distintas palabras una de las creencias fundamentales de la comunidad cristiana primitiva.
En conclusión: si bien es cierto que por lo común la palabra "Theòs" en el Nuevo Testamento designa al Padre, es también claro que Juan 1,1 es una de las excepciones. Juan 1,1 identifica de la manera más formal posible a la Palabra (el Hijo) con Dios. Evidentemente esto no significa que el Hijo es el Padre, sino que el Hijo es Dios como el Padre (un mismo Dios, no un segundo Dios).

Querido amigo, querida amiga:
Si tú eres testigo de Jehová, te invito a abrir tu mente al verdadero contenido de la Biblia, transmitido durante dos milenios por la Iglesia fundada por el mismo Jesucristo. Unos dos mil millones de cristianos (católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes) se mantienen fieles hoy a un aspecto capital de la revelación bíblica: la divinidad de Cristo. Reflexiona sobre los argumentos que hemos expuesto y pregúntate si tienes razones sólidas para oponerte a ese consenso universal de las Iglesias y comunidades eclesiales cristianas.
Si tú eres cristiano, te exhorto a profundizar tus conocimientos bíblicos para que estés en condiciones de dar razón de tu esperanza a todo aquel que te lo pida. Ruego a Dios que, por la intercesión de la Virgen María, Madre de Dios, la lectura y el estudio de la Biblia fortalezcan en ti la fe en la divinidad de su Hijo Jesucristo y te impulsen a dar testimonio de Él con tus palabras y tus obras.

Damos fin al cuarto programa de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
4 de abril de 2006.

Programa Nº 3: Los milagros de Jesús

Muy buenas noches. Damos inicio al tercer programa de “Verdades de Fe”.
Les habla Daniel Iglesias. Estaré dialogando con ustedes hasta las 22:00. Agradezco la generosa colaboración del Diácono Jorge Novoa, quien nos acompaña hoy.
Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo, y por Internet en http://www.radiomaria.org.uy/ . Puedes enviarnos tus comentarios, sugerencias o críticas llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org .

Nuestro programa de hoy estará dedicado a los milagros de Jesús.
Santo Tomás de Aquino distingue dos aspectos en los milagros:
El primero, la acción misma que supera la capacidad de la naturaleza: es lo que hace definir los milagros como actos de poder; el segundo es la finalidad de los milagros, o sea, la manifestación de algo sobrenatural: es lo que hace denominarlos corrientemente signos.”
El milagro es un prodigio religioso, que expresa en el orden cósmico una intervención especial de Dios, quien dirige a los hombres un signo perceptible de la presencia permanente de Su palabra de salvación en el mundo. Los milagros son signos certísimos de la Revelación, adaptados a la inteligencia de todos, mediante los cuales Dios Todopoderoso nos manifiesta Su voluntad de hacernos partícipes de Su Vida, Su Sabiduría y Su Amor.

Los racionalistas rechazan a priori la noción misma de milagro. Pretendiendo apoyarse en la ciencia, declaran que el milagro es imposible o inconveniente. Según ellos, no hay nada más indigno de Dios que violar las leyes del universo autosuficiente que él mismo habría establecido. La actitud racionalista es una visión totalitaria que hace de la razón humana árbitro de todo, incluso de lo que Dios puede o debe hacer. Elimina todo lo sobrenatural (encarnación, milagros, redención, resurrección, gracia, sacramentos, etcétera) y desemboca en el secularismo, que intenta eliminar a Dios de la escena del mundo.
Dios ha creado el universo libremente, no por necesidad. La libertad de Dios es infinita; no se agota en el acto de la primera creación. El universo está subordinado a la acción trascendente de Dios. Para Dios sólo es imposible lo que implica contradicción; pero el milagro no implica contradicción alguna. Para probar la imposibilidad del milagro habría que demostrar antes que Dios no existe. Dios puede sobrepasar las causalidades naturales, interviniendo en el mundo entre la primera creación y la transformación final de todo; pero sólo Él es capaz de hacerlo. Hablando con propiedad, no hay milagro que no provenga de Dios. El milagro tiene su lugar dentro del plan providencial mediante el cual Dios ordena todas las criaturas a su fin último. Supera el orden de la naturaleza creada para manifestar un orden más elevado, el orden de la gracia sobrenatural.

El Concilio Vaticano II enfatiza el valor histórico de la tradición evangélica:
“La santa madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la ascensión.”
Teniendo en cuenta esta enseñanza de la Iglesia, trataremos de poner de relieve la historicidad de los milagros de Jesús, aplicando a los relatos evangélicos de milagros siete criterios de autenticidad utilizados por la ciencia histórica:
1. El criterio del testimonio múltiple establece que un testimonio concordante, que procede de fuentes diversas y no sospechosas de estar intencionalmente relacionadas entre sí, merece ser reconocido como auténtico. Este criterio se cumple en nuestro caso, porque los cuatro Evangelios dan testimonio de los milagros de Jesús y no proceden de una única fuente literaria. Además el propio Talmud babilónico alude a la actividad taumatúrgica de Jesús, aunque interpretándola como una acción mágica.
2. Este testimonio múltiple es reforzado por el hecho de que entre los Evangelios hay diferencias en lo accidental y acuerdo en lo esencial. La diversidad en los detalles y en la interpretación de los hechos proceden de los redactores de los Evangelios, mientras que el peso de la tradición se hace sentir en el acuerdo de fondo sobre la realidad del hecho conservado.
3. También se aplica a nuestro caso el criterio de discontinuidad: un dato evangélico que no puede ser reducido a las concepciones del judaísmo o a las de la Iglesia primitiva puede ser considerado como auténtico desde el punto de vista histórico. Es claro que los milagros de Jesús, en cuanto signos de su identidad divina, no cuadran bien con las ideas de los distintos grupos religiosos judíos de la época (fariseos, saduceos, zelotas o esenios). Pero también hay aspectos de los Evangelios referidos a los milagros que no pueden ser explicados a partir de la Iglesia primitiva, sin referencia a Jesús. Por ejemplo, los Evangelios dan cuenta de que los enemigos de Jesús reconocieron sus exorcismos, pero los interpretaron como acciones diabólicas. Semejante acusación contra Jesús no pudo ser inventada por la comunidad cristiana.
4. La historicidad de los milagros de Jesús también se manifiesta en su conformidad con sus enseñanzas. El tema fundamental de la enseñanza de Jesús es el Reino de Dios. Es posible considerar como históricamente seguros los dichos y hechos de Jesús que están íntimamente ligados a este tema. Y precisamente los milagros de Jesús son signos de la llegada del Reino de Dios.
5. Otro criterio de historicidad se refiere al hecho de que en todos los milagros del Evangelio es posible apreciar un mismo estilo, el estilo de Jesús. El estilo de Jesús es el sello inimitable de su persona sobre todo lo que dice y lo que hace. El estilo de sus milagros es idéntico al de su enseñanza; está impregnado de sencillez, sobriedad y autoridad a la vez.
Veamos algunos rasgos específicos de los milagros de Jesús: Jesús se niega a hacer milagros en su propio provecho o para la exaltación de sí mismo; rechaza la afición por lo maravilloso y todo triunfo fácil que rechace la cruz; y se niega a hacer milagros cuando choca contra la falta de fe. Por otra parte, los milagros de Jesús están destinados a la salvación de todo el hombre, en su unidad de cuerpo material y alma espiritual. Tienen una función de liberación y manifiestan una vocación al Reino de Dios. Establecen una relación personal y transformadora del beneficiario con Jesús. El beneficiario participa en el milagro mediante una actitud de fe en Jesús. El milagro es el lugar de una opción: el hombre puede abrirse a Jesús y convertirse o puede cerrarse al signo. Los milagros de Jesús tienen carácter eclesial: Jesús trae una salvación universal; por eso da a sus discípulos el poder de hacer milagros. Por los milagros de Jesús, el futuro invade el presente: Jesús une en su persona la espera de la salvación escatológica y su realización presente. Los milagros de Jesús manifiestan el misterio de su persona. Si Jesús trae el Reino de Dios, la razón última de ello está en su misma persona.
6. También es aplicable el criterio de la inteligibilidad interna: cuando un dato evangélico está perfectamente inserto en su contexto y además es totalmente coherente en su estructura interna, se puede presumir que se trata de un dato históricamente auténtico. Esto se da en nuestro caso. Los milagros y la predicación de Jesús constituyen una unidad indisoluble, ya que ambos manifiestan la venida del Reino de Dios. Los relatos de milagros ocupan un lugar tan considerable en los Evangelios y están tan íntimamente ligados a su trama que no es posible rechazarlos sin rechazar los Evangelios en bloque, cosa que no es razonable desde el punto de vista histórico.
7. Por último, aplicaremos el criterio de explicación necesaria: si ante un conjunto considerable de datos, que exigen una explicación coherente y suficiente, se ofrece una explicación que ilumina y armoniza todos sus elementos (que de otro modo seguirían siendo un enigma), podemos concluir que estamos en presencia de una explicación auténtica. También esto se cumple en nuestro caso. En los Evangelios, los milagros de Jesús son un dato insoslayable, que exige una explicación. En el Evangelio de Marcos los relatos de milagros abarcan el 31% del texto. Excluyendo los capítulos de la Pasión, la proporción se eleva al 47%. En el Evangelio de Juan, los doce primeros capítulos descansan por entero sobre siete “signos” de Jesús. Eliminar los milagros equivaldría a destruir el Evangelio de Juan. En los cuatro Evangelios es posible distinguir 67 relatos de milagros (correspondientes a 34 milagros diferentes), 28 sumarios de milagros y 51 discusiones o alusiones referentes a los milagros. Muchos de estos relatos mencionan el carácter público de los milagros de Jesús. Sólo los milagros pueden explicar el gran entusiasmo que Jesús suscitó en el pueblo y la presentación de Jesús como taumaturgo en la primera predicación apostólica. Ni siquiera los enemigos de Jesús negaron que Jesús hiciera milagros. No discutían su actividad de exorcista y taumaturgo, sino la autoridad que reivindicaba apoyándose en esa actividad. El Evangelio de Juan indica los muchos milagros de Jesús (y especialmente la resurrección de Lázaro) como causa directa de la decisión de las autoridades judías de dar muerte a Jesús. Esto es tanto más significativo cuanto que muchos de los grupos judíos de la época rechazaban los milagros o desconfiaban de ellos.
La convergencia de los siete criterios de historicidad antes enunciados constituye una prueba difícilmente rechazable de la solidez histórica de los milagros de Jesús.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas, dudas y comentarios llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org .
Nuestro programa de hoy está dedicado a los milagros de Jesús. En la primera parte consideramos los milagros de Jesús desde el punto de vista histórico. Ahora los consideraremos desde el punto de vista teológico. Dicho de otro modo, analizaremos el significado de esos milagros.

Comenzaremos presentando una visión cristocéntrica del milagro.
El Concilio Vaticano II relaciona los milagros de Jesús con su persona, presentando a Cristo como la plenitud de la Revelación y como el signo por excelencia de la misma Revelación:
“Por tanto, es él -verlo a él es ver al Padre - el que, por toda su presencia y por la manifestación que hace de sí mismo, por sus palabras y sus obras, por sus signos y sus milagros, y más particularmente por su muerte y su gloriosa resurrección de entre los muertos, y finalmente por el envío del Espíritu de verdad, da a la revelación su pleno cumplimiento y la confirmación de un testimonio divino, atestiguando que Dios mismo está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y resucitarnos a la vida eterna”.
Los milagros de Jesús son la irradiación de la epifanía del Hijo de Dios entre los hombres. Cristo mismo es el signo que debe ser descifrado, el signo único y total de credibilidad. Él es el signo primero que incluye y fundamenta a todos los demás signos. Los milagros de Jesús plantean la cuestión de su identidad:
“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”
El Concilio Vaticano II presenta también a los milagros de Jesús como un anuncio de la llegada del Reino de Dios que se manifiesta en la persona de Jesucristo:
“El Señor Jesús dio origen a su Iglesia predicando la buena nueva, la llegada del reino prometido desde hacía siglos en las Escrituras... Este reino brilla a los ojos de los hombres en la palabra, las obras y la presencia de Cristo... Los milagros de Jesús atestiguan igualmente que el reino ha venido ya a la tierra: `Si por el dedo de Dios expulso los demonios, entonces es que el reino de Dios ha llegado entre vosotros´. Sin embargo, el reino se manifiesta ante todo en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de hombre, que ha venido a salvar y a dar su vida como rescate de muchos”.
El Vaticano II subraya que, si bien Dios ha multiplicado los indicios de su intervención en la historia, ha dejado al hombre la libertad de responder al mensaje y los signos de la salvación. Los signos de Jesús no obligan a nadie a recibirlo; son dones y ayudas de Dios que solicitan y sostienen al hombre en su libre decisión de fe:
“Cristo... invitó y atrajo a los discípulos con paciencia. Apoyó y confirmó ciertamente su predicación por medio de milagros, pero era para suscitar y robustecer la fe de sus oyentes, no para ejercer sobre ellos una constricción”.
Siguiendo la doctrina del último Concilio, podemos atribuir a los milagros una doble función: la de testimoniar y revelar. Por una parte, los milagros manifiestan la verdad de la Revelación de Cristo. Por otra parte, los milagros son expresión de la Revelación igual que las palabras de Cristo; no es menos importante conocer los milagros de Jesús que sus palabras. Podemos recordar aquí la frase de Pascal:
“Los milagros disciernen la doctrina, y la doctrina discierne los milagros”.

En primer lugar, entonces, analizaremos el milagro como testimonio.
El milagro garantiza la autenticidad de la Revelación de Cristo con el poder infinito y la autoridad de Dios. Este testimonio divino interpela al hombre, invitándolo a responder a Dios por medio de la fe. Jesucristo confirma su doctrina por medio de prodigios y signos que disponen al alma a la escucha de la buena nueva y son llamamientos a la comunión con Dios y al seguimiento de Jesús. Los milagros que Jesús realiza en su nombre propio son signos de misión divina: atestiguan que Cristo es un enviado de Dios y la verdad de su condición de Hijo enviado por el Padre. Son testimonios del Espíritu de Dios, que lo revelan y acreditan como Hijo de Dios.
Si Jesús es el Hijo de Dios, los signos que permiten identificarlo como tal tienen que aparecer como una irrupción de Dios en la historia de los hombres, que hace estallar nuestras categorías. Los signos de la gloria de Jesús (milagros y resurrección) son signos del poder, la santidad y la sabiduría de Dios. La resurrección de Cristo es el signo de los signos, el signo supremo.
Desarrollaremos la dimensión jurídica del milagro siguiendo la doctrina expuesta por Santo Tomás de Aquino:
· El milagro tiene dos finalidades: el testimonio de la doctrina y de la persona. Cristo hizo milagros para confirmación de su doctrina y para manifestación del poder divino que en Él había.
· La naturaleza divina resplandece en los milagros, pero en comunicación con la naturaleza humana, instrumento de la acción divina.
· Los milagros de Cristo fueron suficientes para demostrar su divinidad bajo tres aspectos: por la especie de las obras de Cristo, por su modo de hacer los milagros y por la misma doctrina en que Cristo se declaraba Dios.
· Cristo hizo los milagros con poder divino. El poder divino obraba en Cristo según era necesario para la salud humana. Los milagros de Jesús se ordenaban a manifestar su divinidad para la gloria de Dios y para la salud de los hombres, sobre todo la salud del alma.
· Cristo vino a salvar al mundo con el poder de su divinidad y por el misterio de su encarnación. Curando milagrosamente a los hombres, Cristo se mostró como Salvador universal y espiritual de todos los hombres.

En segundo lugar, analizaremos el milagro como revelación.
El milagro es un signo que responde a una intención de comunicación con vistas a una comunión. Considerado como revelación, el milagro es un encuentro personal entre Dios y el hombre, encuentro que es capaz de transformar y promover al hombre, liberándolo del pecado y llevándolo a una verdadera conversión. El milagro visibiliza y manifiesta en ejercicio la buena noticia de la salvación, hablando a los sentidos y al espíritu. Muestra claramente que la palabra de Dios es eficaz, haciendo presente el Reino de Dios, que es para el hombre la salvación total. Como transformación del cosmos, el milagro es una figura del mundo que viene.
El milagro es un signo polivalente, que apunta simultáneamente hacia diversas direcciones. Analizaremos los principales valores significativos del milagro según el Nuevo Testamento:
· Los milagros de Jesús son manifestaciones del poder universal y absoluto de Dios; pero son obras de poder al servicio del amor. Revelan que Dios es amor, rico en misericordia y cariño. Ese amor toma forma humana en Cristo, haciendo visible al hombre la intensidad del amor divino. Los milagros son signos de la misericordia de Dios para con los afligidos y doloridos.
· Los milagros de Jesús son signos del cumplimiento de las promesas de Dios, signos de que el Reino de Dios ha llegado. Significan que en Cristo se han cumplido por fin las profecías de las Escrituras. Jesús de Nazaret es el Mesías que trae la salvación esperada, triunfando sobre la enfermedad, la muerte, el pecado y el diablo. Por medio de sus milagros, Jesús anuncia la buena nueva a los pobres.
· Los milagros de Jesús son obras comunes del Padre y del Hijo: el Padre realiza esas obras en el Hijo. Manifiestan la gloria del Padre y del Hijo: el Padre glorifica al Hijo y es glorificado en Él. Revelan que entre el Padre y el Hijo hay un misterio de Amor; ambos están unidos por un mismo Espíritu.
· El milagro es un signo de la gracia de Dios; expresa los dones espirituales ofrecidos a los hombres por la gracia de Cristo. En el evangelio de Juan los milagros de Cristo revelan el misterio de los sacramentos de la Iglesia, particularmente del bautismo (por ejemplo en la curación del ciego de nacimiento) y de la eucaristía (por ejemplo en la multiplicación de los panes).
· La transformación del cosmos por el milagro y la transformación del hombre por la santidad son los signos del orden escatológico. El milagro es signo de una salvación escatológica y universal, de la liberación y glorificación de los cuerpos; prefigura las transformaciones que se efectuarán al final de los tiempos. Esto se aplica sobre todo a la resurrección de Cristo.
· Los milagros de Jesús son cristológicos. No lo acreditan como un simple profeta o Mesías humano, sino que manifiestan su gloria de Hijo único de Dios. Todos los valores significativos del milagro están unidos a Jesús, el signo por excelencia. Él es el Reino de Dios que ha llegado, el cumplimiento de las promesas, la presencia de la misericordia de Dios. En el evangelio de Juan, los milagros de Jesús están ordenados a revelar y hacer creíble el misterio de la persona de Cristo, que es el misterio de su origen en Dios Padre, de su unidad con Él y de la misión que el Padre le encomendó. Los milagros de Jesús son signos de la presencia salvífica del Reino de Dios en Jesús, en relación íntima con su predicación del Reino de Dios, hecho presente por Jesús entre los hombres.

Querido amigo, querida amiga:
Si tú no crees en Cristo, te invito a considerar atentamente los argumentos que hemos expuesto y a evitar las tentaciones del racionalismo, que rechaza los milagros, y del modernismo, que tiende a reducirlos a simples prodigios. Hemos visto que Dios, Creador y Señor del universo, puede intervenir libremente en el mundo, superando las potencialidades de la naturaleza, y que los criterios de autenticidad histórica, aplicados a los relatos de milagros de Jesús, permiten concluir que esos relatos tienen valor histórico. Estos milagros realmente acontecidos dan un aval divino a la pretensión de Jesús de ser el Hijo de Dios; acreditan que Él es verdaderamente el enviado por el Padre para la salvación del mundo. Mediante sus milagros, narrados en los Evangelios, hoy Jesucristo te llama a la fe en Él y a la conversión, condiciones indispensables para acceder al Reino de Dios.
Si tú crees en Cristo, te invito a leer los relatos de los milagros de Jesús en los Evangelios y a meditar sobre ellos en sintonía con la doctrina católica que hemos expuesto. Ruego a Dios Padre que esta lectura y meditación sirvan para fortalecer tu fe cristiana. Por la intercesión de la Virgen María, que impulsó a su Hijo a realizar su primer signo en las bodas de Caná, ruego que los milagros de Jesús te ayuden a conocer más profundamente la identidad del propio Jesucristo, auto-revelación de Dios y salvación del hombre.

Damos fin al tercer programa de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
28 de marzo de 2006.

25 febrero 2006

Programa Nº 2: El conocimiento de Dios

Buenas noches. Damos inicio al segundo programa de “Verdades de Fe”.
Mi nombre es Daniel Iglesias. Estaré dialogando con ustedes hasta las 22:00. Agradezco la colaboración del Diácono Jorge Novoa, quien nos acompaña hoy.
Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y desde Melo, y por Internet en http://www.radiomaria.org.uy/ . Los oyentes del programa pueden enviarnos sus comentarios, sugerencias y críticas llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org .
El tema de nuestro programa de hoy es el conocimiento de Dios.
Entre los no creyentes figuran los agnósticos, quienes afirman que el ser humano no es capaz de saber si Dios existe o no. Algunos creyentes no cristianos se aproximan hoy al agnosticismo. Según los estudiosos, el budismo originario no habría sido una religión, sino más bien una filosofía agnóstica. La corriente religiosa llamada “Nueva Era”, que ha tomado fuerte impulso en Occidente, está impregnada de la tendencia agnóstica del budismo.
Entre los cristianos, hoy en día muchos de nuestros hermanos protestantes, pero también unos cuantos católicos, piensan que la fe es una opción personal que no guarda ninguna relación con la razón o no tiene ninguna justificación racional. Según muchas de estas personas, la fe sería un mero sentimiento, algo puramente privado e incomunicable.
Como nos recordó el Papa Juan Pablo II, la fe y la razón son como las dos alas mediante las cuales el alma humana se eleva hacia la contemplación de la verdad. La Iglesia Católica ha rechazado siempre tanto el racionalismo, que sobrevalora a la razón y desprecia a la fe, como el fideísmo, que aprecia a la fe pero subvalorando a la razón.
A la pregunta de si la razón humana puede conocer a Dios, la doctrina católica da una respuesta decidida: Sí, el ser humano, con la sola luz natural de la razón, es capaz de conocer la existencia de Dios y algunos de sus atributos; es capaz de probar la existencia de Dios con argumentos racionales.

En el primer paso de nuestra reflexión, nos preguntamos:
“¿Por qué late en el hombre el deseo de Dios?
Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de éste el deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin descanso. En consecuencia, el hombre, por naturaleza y vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios. Esta íntima y vital relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental.”
De muchas maneras, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y comportamientos religiosos. Pero la finalidad religiosa de la existencia puede ser olvidada, desconocida y hasta rechazada por el hombre, ya sea por ignorancia o indiferencia religiosas, por los malos ejemplos de los creyentes, por la influencia de ideologías antirreligiosas, por rebeldía contra el mal en el mundo, por las tentaciones de este mundo o hasta por el miedo u odio del pecador que huye ante la llamada de Dios.
Aunque el hombre se olvide de Dios o lo rechace, Dios no deja de llamar a cada hombre para que viva y encuentre la felicidad, también a través del testimonio de otros que le enseñan a buscar a Dios. La apertura a esta llamada de Dios exige del hombre el esfuerzo de su inteligencia y la rectitud de su voluntad, para buscar sinceramente la verdad sobre Dios y para adherirse totalmente a esa verdad, una vez que la ha encontrado.

Consideremos ahora las vías de acceso al conocimiento de Dios. La existencia de Dios no es evidente, pero es demostrable. Las pruebas de la existencia de Dios no son iguales a las demostraciones matemáticas o las pruebas de las ciencias experimentales. Son argumentos filosóficos convincentes y convergentes, que permiten llegar a verdaderas certezas.
“¿Cómo se puede conocer a Dios con la sola luz de la razón?
A partir de la creación, esto es, del mundo y de la persona humana, el hombre, con la sola razón, puede con certeza conocer a Dios como origen y fin del universo y como sumo bien, verdad y belleza infinita.”
Las vías para conocer a Dios tienen siempre como punto de partida la Creación. Conocemos a Dios por sus obras, la causa divina por su efecto mundano. San Pablo, en su carta a los Romanos, refiriéndose a los paganos, afirma:
“Lo que de Dios se puede conocer está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja a ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad.”
Algunas vías de acceso a Dios toman como punto de partida el mundo material y otras parten de la persona humana. Estos dos enfoques son complementarios entre sí.
Las pruebas clásicas de la existencia de Dios siguen el primero de estos dos caminos: a partir del devenir, del ser, de la contingencia, de la belleza y del orden del mundo se puede conocer a Dios como origen, fundamento permanente y fin del universo. Éste es el enfoque seguido por Santo Tomás de Aquino en sus célebres cinco vías, que luego analizaremos.
Dado que la filosofía moderna y contemporánea ha puesto generalmente a la persona humana en el centro de su reflexión, actualmente hay una tendencia a privilegiar las vías que parten del hombre. Con su apertura a la verdad y la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y su conciencia, con su aspiración al infinito y a la felicidad, el hombre se pregunta acerca de Dios y percibe signos de su alma espiritual, semilla de eternidad que lleva en sí. Esta alma, irreducible a la sola materia, no puede tener origen más que en Dios.

Las "cinco vías" de Santo Tomás de Aquino están basadas en dos principios metafísicos: el principio de razón de ser y el principio de causalidad. El principio de razón de ser afirma que todo lo que existe tiene una razón de ser. Este principio es inmediatamente evidente. El principio de causalidad afirma que todo ente contingente tiene una causa. Un ser es contingente si es y puede no ser; en cambio es necesario si es y no puede no ser. El principio de causalidad está basado en el principio de razón de ser. Todo ente tiene una razón de ser. Si un ente no tiene su razón de ser en sí mismo, entonces la tiene en otro ente, que es su causa.
Aunque las cinco vías son diferentes, comparten una misma estructura general. Cada vía parte de un dato de la experiencia: existe un ente que tiene determinada propiedad. Luego Santo Tomás demuestra que esa propiedad implica que ese ente no tiene en sí mismo su razón de ser, por lo cual es causado. Entonces hay un segundo ente que es causa del primero. Este segundo ente, o tiene su razón de ser en sí mismo o no tiene su razón de ser en sí mismo. Si tiene su razón de ser en sí mismo, hemos hallado la causa incausada que estábamos buscando. Si no tiene su razón de ser en sí mismo, debemos volver a aplicar el mismo razonamiento y concluir que hay un tercer ente que es la causa del segundo.
Es imposible que la sucesión de causas que no tienen en sí mismas su razón de ser sea infinita, porque entonces ninguna de esas causas podría fundamentar la razón de ser de nuestro primer ente. El retroceso al infinito hace retroceder indefinidamente la búsqueda de la razón de ser del ente contingente, sin resolver el problema. Entonces la regresión debe detenerse en un ente que tiene en sí mismo su razón de ser. Esta causa primera es llamada "Dios".
A continuación Santo Tomás demuestra, por la vía del absurdo, que el Ser Incausado no puede tener aquella propiedad, signo de la contingencia del ente, que fue nuestro punto de partida. Este análisis permite deducir algunos de los atributos de Dios.
Combinando las cinco vías, el razonamiento global de Santo Tomás es el siguiente: existe un ser que es el Primer Motor, la Causa Primera, el Ser Necesario, el Ser Perfectísimo, el Gobernador del Mundo. Un ser así es lo que llamamos "Dios". Por lo tanto, Dios existe.

Veamos ahora algunas características de cada una de las cinco vías.
La primera vía es la prueba por las causas del devenir. Su punto de partida es el hecho de que existen cosas que se mueven. No se refiere al movimiento físico, sino al movimiento metafísico, que incluye todo tipo de cambios, no sólo el cambio de posición. Por el principio de causalidad, el movimiento requiere una causa eficaz, un motor. Santo Tomás demuestra que existe un primer motor inmóvil, al que llamamos Dios. Esta prueba no se sitúa en el plano científico, sino en el plano metafísico.
La segunda vía es la prueba por las causas del ser. Su punto de partida es el hecho de que existen cosas que dependen de causas eficientes actuales. Santo Tomás demuestra que existe un ser incausado, causa primera de todos los seres causados, al que llamamos Dios. Dios se sirve de causas segundas y les da una actividad propia, pero sólo Él es la causa principal y trascendente de la existencia.
La tercera vía es la prueba por la contingencia. Su punto de partida es el hecho de que existen cosas contingentes, es decir que son pero pueden no ser. Los cambios son signos de contingencia. Santo Tomás concluye que existe un ser necesario por sí mismo, que es llamado Dios. Las cosas de nuestro mundo son contingentes. Sólo Dios es absolutamente necesario.
La cuarta vía es la prueba por los grados de perfección. Su punto de partida es el hecho de que existen cosas con diferentes grados de perfección. Se trata aquí de las perfecciones simples, es decir aquellas que no están necesariamente mezcladas con imperfecciones. Algunas perfecciones simples son la unidad, la verdad, la bondad, la belleza, la inteligencia y la voluntad. Santo Tomás concluye que el ser de perfección limitada es dependiente y ha recibido su perfección de otro. Por consiguiente existe un ser de perfección ilimitada, que es llamado Dios. Las cosas de nuestro mundo son entes perfectibles. Sólo Dios es absolutamente perfecto.
La quinta vía es la prueba por la finalidad o el orden del mundo. Su punto de partida es el hecho de las leyes naturales: existen seres no inteligentes que obran en vista de un fin. Sus actividades presentan una constancia en la búsqueda del bien que denota una finalidad. A la objeción basada en los desórdenes naturales, Santo Tomás responde que el llamado desorden natural es en realidad un orden limitado. El ser sometido a leyes naturales es dependiente, ha recibido sus leyes naturales de otro ser, un ser inteligente. Tomás concluye que existe una inteligencia ordenadora que existe por sí misma, que es llamada Dios. Las cosas de nuestro mundo operan según una ley natural que las obliga a una determinada acción. Sólo Dios opera con absoluta libertad, sin estar sometido a necesidad alguna. En esta quinta vía encuentran una fundamentación adecuada los argumentos basados en los conocimientos científicos acerca del orden y la evolución del cosmos y de los seres vivientes.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y desde Melo. Los oyentes del programa pueden plantearnos sus consultas, dudas y comentarios llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org .
Nuestro programa de hoy está dedicado al tema del conocimiento de Dios. Comenzaremos esta segunda parte del programa considerando las vías de acceso al conocimiento de Dios que parten de la persona humana.
Plantearemos primero el argumento basado en la obligación moral. El hombre se siente absolutamente obligado a hacer el bien y evitar el mal. Una obligación absoluta implica la tendencia de la voluntad a un bien absoluto. Esta tendencia no proviene de la libre elección del hombre sino de una necesidad natural. Esta necesidad natural proviene del Creador de nuestra naturaleza. Dios mismo es el bien absoluto y, si crea seres espirituales, necesariamente los obliga a tender hacia Sí mismo. Él es el fundamento de la obligación moral.
Veamos ahora el argumento basado en la sanción moral. El hombre que cumple su deber moral debe alcanzar la felicidad. La exigencia de una sanción justa es también absoluta. No podemos aceptar que nuestro destino esté finalmente entregado a las contingencias naturales o a una voluntad exterior arbitraria. La existencia de Dios es la única garantía posible de la sanción moral justa.
Un tercer argumento es el basado en el testimonio de los místicos. Es un hecho que algunas almas privilegiadas declaran haber experimentado la presencia de Dios, no simplemente por deducción, sino a través de una especie de percepción oscura. Según algunos filósofos el misticismo es el hecho principal que, coincidiendo con otras conclusiones de la experiencia, permite alcanzar el conocimiento de Dios. Dios es experimentado en una intuición cuyos sujetos privilegiados son los místicos. El amor místico llega hasta la misma raíz de la realidad.
Según algunos teólogos católicos (como Karl Rahner), estas experiencias místicas no son más que casos particulares de la experiencia trascendental, que es en cierto sentido una experiencia de Dios indirecta e implícita, que se da en el hombre siempre y en todo lugar. Tanto estos teólogos como Santo Tomás de Aquino coinciden en que para fundamentar nuestra afirmación de la existencia de Dios no tenemos necesidad de recurrir a investigaciones especiales de alta ciencia ni tampoco a vivencias extrañas. Nos basta por completo reflexionar metódicamente sobre las referencias a Dios contenidas en la experiencia cotidiana, accesible a todos los hombres.
Otra antigua demostración de la existencia de Dios es la llamada prueba por el consenso universal o por el consenso de los pueblos. Su punto de partida es el hecho de que la gran mayoría de la humanidad, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, ha practicado o practica una religión. A partir de este hecho algunos pensadores deducen que hay en el hombre un deseo natural de Dios. Por otra parte, según el principio de finalidad, todo agente obra en vista de un fin. De aquí se puede deducir que el deseo natural de un ser racional no puede ser vano. Entonces tampoco la religión natural puede ser vana, de lo cual se deduce la existencia de la divinidad.
Las diferentes convicciones de los seres humanos acerca de la cuestión religiosa, en la medida en que tienen un origen natural, se pueden explicar como desarrollos reflexivos más o menos acertados a partir de la experiencia.

Ahora retomaremos lo que la Iglesia enseña sobre el conocimiento racional de Dios.
La doctrina católica afirma que la verdad de la existencia de Dios no es propiamente un artículo de fe, sino un preámbulo de la fe, que puede ser conocido por la razón natural. La fe no anula a la razón, sino que presupone el conocimiento natural de Dios y lo perfecciona. No obstante, puede suceder que un ser humano particular conozca esta verdad sólo por la fe y el conocimiento no reflejo.
El número 4 del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica dice lo siguiente:
“¿Basta la sola luz de la razón para conocer el misterio de Dios?
Para conocer a Dios con la sola luz de la razón, el hombre encuentra muchas dificultades. Además no puede entrar por sí mismo en la intimidad del misterio divino. Por ello, Dios ha querido iluminarlo con su Revelación, no sólo acerca de las verdades que superan la comprensión humana, sino también sobre verdades religiosas y morales que, aun siendo de por sí accesibles a la razón, de esta manera pueden ser conocidas por todos sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error.”
El Concilio Vaticano I, en el año 1870, llegó incluso a definir como dogma de fe que la razón humana puede alcanzar el conocimiento de Dios. El último Concilio ecuménico, el Vaticano II, reafirmó esta enseñanza tradicional del Vaticano I. En estos tiempos de relativismo filosófico, moral y cultural, la Iglesia Católica es la más firme defensora de la dignidad de la razón humana. La situación no deja de ser algo irónica. En el siglo XIX los racionalistas acusaban a la Iglesia de ser la gran enemiga de la razón, un simple residuo del oscurantismo medieval, destinado a desaparecer a poco que el progreso de la ciencia siguiera desplegándose. El siglo XX, sin embargo, presenció el hundimiento de esa falsa religión del progreso y manifestó el fracaso del proyecto de la Ilustración racionalista. La gran mayoría de los descendientes espirituales de los racionalistas del siglo XIX han perdido la fe en la razón y caído en el relativismo, que es una forma moderna del antiguo escepticismo. Del error de endiosar la razón humana, haciéndole ocupar el lugar de Dios, han ido a parar al error contrario, el de rebajar a la razón humana, teniéndola por incapaz de conocer la verdad de lo real. La Iglesia, en cambio, sigue en su posición tradicional: la razón humana no es capaz de abarcarlo todo, pero tampoco es completamente impotente para conocer la verdad absoluta.
¿Qué puede conocer la razón humana? ¿Todo, nada o algo? Entre el soberbio “todo” de los racionalistas de ayer y la pesimista “nada” de los escépticos de hoy se mantiene firme y verdadero el humilde “algo” de los católicos: la razón humana puede captar algo del infinito misterio del ser. Y este “algo” le basta.

Consideremos ahora el lenguaje humano acerca de Dios.
Algunos filósofos e incluso teólogos han caído en el grave error de pensar que Dios es un misterio tan absolutamente incomprensible para el hombre que lo más adecuado para nosotros sería no hablar de Dios o al menos no afirmar nada acerca de Él. Esto es una lamentable exageración de la doctrina católica que dice que no conocemos positivamente la esencia de Dios. El gran escritor católico Chesterton escribió una vez que las herejías son verdades que se han vuelto locas, perdiendo así su relación con las demás verdades. La afirmación de que no conocemos positivamente la esencia de Dios debe ser complementada por otras dos afirmaciones de la doctrina católica:
La primera es que, aunque no conocemos positivamente la esencia divina, la conocemos negativamente. O sea, aunque no sabemos perfectamente cómo es Dios, sabemos perfectamente lo que Dios no es: Dios no es material, no es limitado, no es impersonal, no es malo, etcétera.
La segunda es que podemos conocer la esencia divina analógicamente, a partir de sus efectos. Entre dos seres hay analogía cuando hay a la vez semejanza y desemejanza; semejanza en uno o varios sentidos y desemejanza en otro u otros sentidos. La doctrina católica sostiene que entre Dios y los seres creados por Él hay analogía, es decir semejanza y desemejanza, aunque en este caso la desemejanza es siempre mayor que la semejanza. Esta analogía nos permite alcanzar un verdadero conocimiento de Dios, aunque imperfecto.
Ilustremos esto con un ejemplo. Sabemos que Dios es bueno, pero no conocemos plenamente la forma divina de la bondad. La bondad infinita de Dios no es igual a la bondad finita de las criaturas. Sin embargo, la bondad de los seres finitos nos permite hacernos una idea de la bondad de Dios. Ésta es una bondad eminente y es la causa primera de toda la bondad de las criaturas.
De todos los seres creados del universo material, el que tiene una mayor semejanza con Dios es el ser humano. A fin de conocer a Dios por sus obras, es preciso que nos esforcemos por conocer al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios y por ello capaz de conocer y amar a Dios.
El número 5 del Compendio del Catecismo sintetiza de la siguiente manera lo que hemos dicho hasta aquí sobre el lenguaje humano acerca de Dios:
“¿Cómo se puede hablar de Dios?
Se puede hablar de Dios a todos y con todos, partiendo de las perfecciones del hombre y las demás criaturas, las cuales son un reflejo, si bien limitado, de la infinita perfección de Dios. Sin embargo, es necesario purificar continuamente nuestro lenguaje de todo lo que tiene de fantasioso e imperfecto, sabiendo bien que nunca podrá expresar plenamente el infinito misterio de Dios.”

Querido o querida oyente:
Quizás tú no creas en Dios conscientemente, pero todo ser humano tiene un conocimiento implícito y no conceptual de la existencia de Dios. Tú, como todo ser humano, conoces la existencia de la verdad y Dios mismo es la Verdad. Tú, como todo ser humano, deseas y conoces naturalmente la felicidad y Dios mismo es la felicidad del hombre. Te invito a reflexionar sobre los argumentos que hemos presentado, para que llegues a conocer a Dios también de un modo explícito y conceptual, reconociéndolo como la Verdad Primordial y el Sumo Bien.
Dios te ha creado a ti, creyente o no creyente, para que encuentres en Él tu plena felicidad. Dios quiere que lo conozcas y que entres en una relación de comunión con Él. Él no cesa de buscarte, por todos los medios. Tú, entonces, tampoco dejes de buscar a Dios a tu alrededor, en los simples acontecimientos de cada día de tu vida.
Damos fin al segundo programa de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
21 de marzo de 2006.

Programa Nº 1: La reencarnación de las almas

Muy buenas noches. Tenemos el agrado y la alegría de dar inicio al primer programa de “Verdades de Fe”, destinado a presentar y explicar la doctrina de la fe católica. En esta tarea nos apoyaremos especialmente en tres autorizadas síntesis de esa doctrina: el Catecismo de la Iglesia Católica, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.
Mi nombre es Daniel Iglesias. Soy un laico uruguayo, ingeniero, casado y con tres hijos. Estaré dialogando con ustedes en “Verdades de Fe” todos los martes de 21:30 a 22:00. Agradezco la colaboración del Diácono Jorge Novoa, quien nos acompaña hoy.
Este programa se transmite por Radio María Uruguay desde Florida y desde Melo, y por Internet en http://www.radiomaria.org.uy. Los oyentes del programa pueden enviarnos sus comentarios, sugerencias y críticas llamando por teléfono al 0352 0535 y dejando allí un mensaje o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Este nuevo programa radial busca promover el conocimiento de la doctrina cristiana, en primer lugar entre los católicos laicos. En este tiempo de confusión filosófica y teológica y en este querido país, donde el secularismo ha provocado una fuerte secuela de indiferencia e ignorancia religiosas, mejorar la formación cristiana de los católicos laicos es un objetivo urgente. Para alcanzarlo es necesario utilizar más y mejor los medios de comunicación social con una finalidad de formación doctrinal. Desde este programa procuraremos dar nuestro humilde aporte en esa dirección.
Nuestro programa no está dirigido únicamente a los oyentes católicos. Todos los oyentes son bienvenidos, sean cuales sean sus creencias u opiniones en materia religiosa. Queremos que “Verdades de Fe” sea un espacio de diálogo con creyentes y no creyentes. Con respeto y confianza, trataremos de proponer a todos las verdades conocidas por la fe católica, poner de relieve su credibilidad y defenderlas de las críticas.
Como el movimiento se demuestra andando, pasamos a presentar el tema de nuestro programa de hoy: la reencarnación de las almas.

La creencia en la reencarnación, propia de religiones orientales como el hinduismo y el budismo, era casi inexistente en Occidente hasta hace algunas décadas. Sin embargo, en los últimos tiempos esa creencia ha ganado muchos adeptos. Según dos recientes estudios sociológicos sobre la religiosidad de los montevideanos, en 2001 el 24% de los montevideanos creían en la reencarnación. Entre los católicos, en 1994 sólo el 42% opinaba que después de la muerte se resucita o se produce un encuentro con Dios. Sin embargo creían en la reencarnación el 9%, cifra que ascendió al 28% en 2001.
La creencia en la reencarnación ha llegado al Occidente en el marco de la corriente religiosa llamada “New Age” o Nueva Era. Esta corriente, con base en la superstición astrológica, afirma que estamos viviendo el fin de la era de Piscis (la era cristiana) y el comienzo de la era de Acuario, una nueva era de paz y armonía. La influencia de la New Age llega mucho más allá de su pequeño número de seguidores estrictos. Casi todas las librerías del Uruguay dedican mucho espacio a libros de autoayuda, de ficción y otros que de algún modo se inscriben dentro de esa corriente, caracterizada entre otras cosas por su esoterismo, su aprecio por las religiones orientales y su rechazo al catolicismo. Muchos de esos libros apoyan la creencia en la reencarnación.
En este contexto, muchas personas se preguntan: ¿Qué dice la Iglesia Católica sobre la reencarnación? ¿Es compatible la fe católica con la creencia en la reencarnación?
Para que nadie se confunda, presentaremos sin más demora la respuesta que da a esta cuestión el número 1013 del Catecismo de la Iglesia Católica:
“La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin “el único curso de nuestra vida terrena”, ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez”. No hay “reencarnación” después de la muerte.”
La respuesta es clara. El Catecismo descarta explícitamente la reencarnación. Dedicaremos el resto de este programa a fundamentar y explicar esta enseñanza de la Iglesia.

A continuación expondremos brevemente la forma más habitual de la doctrina de la reencarnación.
La tendencia al “reencarnacionismo” podría establecerse en forma sintética sobre cuatro puntos:
1. Las existencias terrestres son numerosas. Nuestra vida actual no es nuestra primera existencia corporal ni será la última. Hemos vivido anteriormente ya y viviremos aún en varias oportunidades en cuerpos materiales siempre nuevos.
2. Existe en la naturaleza una ley que empuja hacia un continuo progreso encaminado a la perfección. Esta misma ley conduce a las almas a vidas siempre nuevas y no permite ningún retorno ni tampoco ninguna detención definitiva. Por lo mismo queda excluida la posibilidad de una condena sin fin. Después de pocos o muchos siglos todos llegarán a la perfección final de un espíritu puro. Se niega la realidad del infierno.
3. Es por méritos propios que se llega a la meta final. En toda nueva existencia el alma progresa en relación con sus esfuerzos. Todo el daño cometido será reparado por expiaciones que el espíritu padecerá a lo largo de nuevas y difíciles encarnaciones. Se niega la realidad de la redención.
4. En la medida en que el alma progresa hacia la perfección final, tomará en sus nuevas encarnaciones un cuerpo cada vez menos material. En ese sentido el alma tiene una tendencia hacia una independencia definitiva del cuerpo. A través de la sucesión de las reencarnaciones, el alma logrará un estado definitivo en el cual vivirá finalmente liberada por siempre jamás de su cuerpo e independiente de la materia. Se niega la realidad de la resurrección.
A continuación mostraremos que esta creencia en la reencarnación carece de fundamentos teológicos, filosóficos o científicos válidos.
Las religiones de origen oriental que incluyen la creencia en la reencarnación no están basadas en una revelación divina. No hay entonces en ellas una verdadera teología sobrenatural. Su creencia en la reencarnación es más bien un postulado asumido acríticamente desde el punto de partida. Sin embargo, dado que algunos partidarios de la reencarnación pretenden encontrar apoyo para su creencia en el cristianismo, consideraremos la relación entre la reencarnación y la teología cristiana.

Consideremos en primer lugar el testimonio de la Sagrada Escritura.
El cimiento de todo el edificio reencarnacionista es la ley del Karma, que sería una especie de justicia inmanente, por la cual todo mérito y toda culpa de un sujeto reciben automáticamente recompensa o castigo en sus reencarnaciones posteriores. En la enseñanza de Jesús encontramos un rechazo implícito de la ley del Karma. Escuchemos el Evangelio según San Juan, capítulo 9, versículos del 1 al 3:
“Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: “Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” Respondió Jesús: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios”.
Según la enseñanza de Jesús, la enfermedad no es el castigo por un pecado cometido en vidas anteriores, sino una prueba que tiene sentido dentro del plan de la Divina Providencia.
Además, en una de sus parábolas, Jesús enseña que la muerte del hombre es seguida por el juicio particular y por una retribución inmediata. Cuando el rico Epulón muere, su alma desciende inmediatamente al infierno, por no haber mostrado en vida misericordia con el pobre Lázaro.
Más aún, Jesús en la cruz promete al buen ladrón, crucificado a su derecha, que ese mismo día estará con Él en el Paraíso. Por lo tanto la doctrina de Jesús no deja lugar para ninguna creencia en la reencarnación.
Lo que Jesús afirma indirectamente, es afirmado directa y formalmente por una de las epístolas del Nuevo Testamento: los seres humanos tienen una sola vida terrena. Escuchemos la Carta a los Hebreos, capítulo 9, versículos 27 y 28:
“Y del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que le esperan para su salvación.”

Consideremos en segundo lugar el testimonio de la Tradición de la Iglesia.
La Iglesia Católica ha rechazado siempre la creencia en la reencarnación, lo cual se manifiesta a través del testimonio de los Padres de la Iglesia y los demás escritores eclesiásticos de la Antigüedad. Es posible constatar que San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Ireneo y muchos otros doctores cristianos de los primeros siglos de nuestra era rechazaron explícitamente en sus escritos la creencia en la reencarnación.

Consideremos en tercer lugar el testimonio del Magisterio vivo de la Iglesia.
El Credo de los Apóstoles, fórmula sintética de la fe cristiana, contiene esta afirmación:
“Creo en la resurrección de la carne”.
Veamos cómo se explica este artículo de la fe cristiana en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números 203, 204 y 205:
“¿Qué significa la expresión “resurrección de la carne”?
La expresión “resurrección de la carne” significa que el estado definitivo del hombre no será solamente el alma espiritual separada del cuerpo, sino que también nuestros cuerpos mortales un día volverán a tener vida.
¿Qué relación existe entre la resurrección de Cristo y la nuestra?
Así como Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos y vive para siempre, así también Él resucitará a todos en el último día, con un cuerpo incorruptible: “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación”.
¿Qué sucede con la muerte a nuestro cuerpo y a nuestra alma?
Con la muerte, que es separación del alma y del cuerpo, éste cae en la corrupción, mientras el alma, que es inmortal, va al encuentro del juicio de Dios y espera volverse a unir al cuerpo, cuando éste resurja transformado en la segunda venida del Señor. Comprender cómo tendrá lugar la resurrección sobrepasa la posibilidad de nuestra imaginación y entendimiento.”
De esta cita se deduce que el dogma de la resurrección de los muertos, artículo fundamental del credo cristiano, es incompatible con los sistemas religiosos y filosóficos que postulan la reencarnación, es decir el hinduismo, el budismo, la teosofía y otros.
Además, como ya hemos dicho, el Catecismo de la Iglesia Católica, en innegable continuidad con toda la Tradición eclesial, rechaza la reencarnación.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música, mientras reflexionamos sobre lo dicho hasta aquí.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y desde Melo. Los oyentes del programa pueden plantearnos sus consultas, dudas y comentarios llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org .
Nuestro programa de hoy está dedicado al tema de la reencarnación. Comenzaremos esta segunda parte del programa mostrando que la creencia en la reencarnación contradice a la doctrina católica sobre la fe y la moral.
En general la reencarnación supone el panteísmo, contrario al monoteísmo bíblico. El panteísmo es la doctrina que identifica a Dios y el mundo. Según el panteísmo, Dios es el mundo y el mundo es Dios. El monoteísmo de la Biblia es la fe en un solo Dios, distinto del mundo y Creador del mundo, un Dios que trasciende infinitamente al mundo.
Ya hemos visto que el reencarnacionismo contradice la fe cristiana en la resurrección de la carne; pero además contradice muchos otros dogmas cristianos: el carácter indeleble del Bautismo, el juicio particular inmediatamente después de la muerte, el juicio final en la consumación de los tiempos, la existencia del Purgatorio, la existencia del Infierno, etcétera. En el reencarnacionismo no hay lugar para la Encarnación, la Redención, la Gracia, la Iglesia, los sacramentos, la oración. El pecado es considerado como un simple error, no como una ofensa a Dios.
La creencia en la reencarnación está generalmente enmarcada dentro de un sistema gnóstico. En la gnosis no se considera a la salvación como un don de Dios, sino como una auto-redención o conquista individual que se alcanza a través de una iluminación, que consiste en el conocimiento de que uno mismo es el dios único del panteísmo. Así se llega a la liberación de la existencia individual y de la sucesión de las reencarnaciones.
Además, la teoría de la reencarnación también está en contradicción con la moral cristiana. En esa teoría no existe perdón, ni arrepentimiento, ni conversión, ni siquiera opciones definitivas: toda culpa puede ser expiada en las vidas futuras. Todos tienen una eternidad feliz asegurada, hagan lo que hagan. Se trata de una simple cuestión de tiempo: algunos evolucionan más rápidamente y otros más lentamente. La elección moral puede ser sustituida por un cálculo o intercambio entre culpa y tiempo de purificación.
Todo sufrimiento, toda enfermedad y toda discapacidad son considerados como castigos merecidos por las faltas cometidas en vidas anteriores. Por otra parte, todo poder, toda fama y toda gloria mundana son considerados como premios merecidos por las buenas obras realizadas en vidas anteriores. Esta ideología favorece a los poderosos y justifica, por ejemplo, el sistema racista de las castas en la India.
En el reencarnacionismo tampoco existe una verdadera preocupación por el servicio a los demás ni por la justicia social, ya que todas las realidades de este mundo, incluyendo los individuos humanos, son consideradas como pura apariencia o ilusión.

Ahora analizaremos desde el punto de vista científico los hechos que se aducen como supuestas pruebas de la reencarnación. Esos hechos son básicamente tres:
El primer hecho es el de los parecidos físicos entre parientes, uno de los cuales ha venido al mundo después de la muerte del otro. Este fenómeno es hoy explicado por las leyes de la genética. Por este motivo esta supuesta prueba de la reencarnación ha caído en desuso.
El segundo hecho es el denominado “déjà vu”, o sea “ya visto”. Se trata de la extraña sensación que a veces uno siente de haber visto ya algo que supuestamente nunca vio antes. La psicología explica también este fenómeno. La sensación de lo ya visto puede deberse a que la persona realmente vio antes la misma cosa o algo parecido. Esto puede haber ocurrido muchos años antes o una fracción de segundo antes. Por otra parte, esa sensación puede deberse también a un fenómeno psico-patológico llamado “paramnesia”, un trastorno de la memoria que afecta a los recuerdos y se manifiesta por fabulaciones, localización errónea en el tiempo e ilusión de lo ya visto.
El tercer hecho es el testimonio de las personas que afirman recordar sus vidas pasadas. Este supuesto recuerdo suele ocurrir durante un sueño, durante un trance de hipnosis o bien durante la infancia. A nuestro juicio ni las personas que duermen, ni los sujetos hipnotizados ni los niños son dignos de confianza cuando dan testimonio de supuestas vidas pasadas. Todos ellos “sueñan”, cada uno a su manera. Tampoco nos parecen convincentes los testimonios de los iniciados en sectas esotéricas sobre supuestas vidas pasadas propias o ajenas. Se deben a la mitología o bien a serias psicopatologías. Además en esos testimonios se puede constatar una fuerte tendencia a la megalomanía: muy a menudo esas personas afirman ser la reencarnación de grandes personajes de la historia. Un estudioso encontró en su época doce personas diferentes que decían ser María Antonieta reencarnada, seis que decían ser María Estuardo, una veintena que decían ser Alejandro Magno o Julio César, etcétera.

Consideremos ahora la reencarnación desde el punto de vista de la filosofía.
En primer lugar, objetamos la falta de fundamento racional de la ley del Karma, garante de la sanción moral en el sistema reencarnacionista. El Karma es una ley en virtud de la cual se produce infaliblemente la justicia. Hace que cada acto, palabra o pensamiento sea seguido de un efecto adecuado y proporcionado. Un acto bueno es seguido por un efecto bueno y un acto malo por un efecto malo. El Karma parece poseer una inteligencia infinita, a pesar de lo cual sus defensores no le reconocen un carácter personal. En última instancia éstos reconocen que no saben nada sobre la naturaleza íntima de la inteligencia del Karma.
En segundo lugar, objetamos el carácter absurdo del sistema reencarnacionista de purificación de las almas. La inmensa mayoría de los seres humanos no recuerda nada de sus supuestas vidas pasadas. Además, la mayoría de los que dicen recordarlas no hacen referencia a más de una de esas vidas, que forman una serie casi interminable. Si cada reencarnación busca que nos purifiquemos de las faltas cometidas en vidas anteriores, cabe concluir que se nos castiga sin que conozcamos nuestras faltas. Pero entonces, ¿cómo podremos corregirnos?
En tercer lugar, nos preguntamos: ¿La sucesión de reencarnaciones es finita o infinita? Y si es infinita, ¿lo es sólo hacia el pasado, sólo hacia el futuro o en ambos sentidos?
Supongamos primero que la sucesión de reencarnaciones es finita. En ese caso se vuelve incoherente uno de los argumentos principales de los partidarios de la reencarnación, según el cual una sola vida terrena es insuficiente para alcanzar la salvación, porque un conjunto finito de vidas terrenas sería tan insuficiente para ese fin como una sola vida.
Supongamos ahora que la sucesión de las reencarnaciones es infinita hacia atrás. En ese caso, ¿cómo una pobre alma que lleva ya un tiempo infinito purificándose en una interminable cadena de reencarnaciones podrá alcanzar la iluminación de ahora en adelante, en un tiempo finito? Habiendo “transcurrido ya” un tiempo infinito, ¿no deberían haberse purificado ya todas las almas? Y si aún no lo han logrado, ¿no cabría esperar que sigan infinitamente encadenadas a este mundo también en el futuro?
Por último, supongamos que la sucesión de las reencarnaciones es infinita hacia adelante. En este caso la salvación no llega nunca y la supuesta purificación jamás alcanza su objeto, lo cual manifiesta más claramente aún su carácter absurdo.

¿Qué es lo que lleva a tanta gente a creer en la teoría de la reencarnación? Pensamos que el impulso inicial proviene de algunas intuiciones verdaderas, que luego resultan desvirtuadas por falsos razonamientos. Dicho de otro modo, la creencia en la reencarnación da respuestas equivocadas a problemas reales.
En primer lugar, los reencarnacionistas tienen razón al pensar que una sola vida terrena es insuficiente para alcanzar la plenitud a la que el ser humano está destinado. Sin embargo, la solución a este problema no está en la reencarnación, sino en la fe cristiana en el Cielo. Por la gracia de Dios, no por sus propias fuerzas, las almas de los santos llegan inmediatamente después de la muerte al Paraíso, donde son partícipes de la naturaleza divina, mientras esperan la resurrección de la carne en el último día.
En segundo lugar, los reencarnacionistas también tienen razón al pensar que una sola vida terrena es insuficiente para que el ser humano se purifique de todas sus faltas. Sin embargo, la solución a este problema está en la fe cristiana en el Purgatorio, no en la reencarnación. El Purgatorio es un misterio de amor, una antesala del Cielo, no un infierno temporal. Las almas de los justos que mueren sin haber expiado totalmente sus pecados no quedan excluidas para siempre de la gloria celestial sino que, después de haberse preparado debidamente en el Purgatorio, acceden a la visión de Dios.
Por último, los reencarnacionistas también tienen razón al pensar que una sola vida terrena es insuficiente para que el ser humano experimente la justicia perfecta. En este mundo a menudo les va mal a los buenos y bien a los malos. Es necesario que exista algún tipo de justicia de ultratumba. Sin embargo, la solución a este problema está en la fe cristiana en la vida eterna, no en la reencarnación. Después de la muerte, Dios juzga a cada ser humano y le retribuye según sus obras.

Querido oyente: si crees en la reencarnación, te invito a meditar sobre los argumentos planteados en este programa. Te exhorto a no buscar fuera de la gran tradición religiosa de nuestra civilización las respuestas a las inquietudes que se agitan en tu corazón. Las respuestas que buscas fuera de la fe cristiana están dentro de ella. Están en la misma persona de Jesucristo.
El ser humano es un misterio, un gran enigma para sí mismo. Sólo en Jesucristo se encuentra la respuesta completa y perfecta al misterio del hombre, la respuesta a la pregunta que el mismo hombre es. En Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, único Salvador del mundo, Dios nos revela la verdad acerca de Sí mismo y la verdad acerca del hombre y su sublime destino. Jesús es el Hijo muy amado del Padre. Escuchémoslo. Sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Si crees en Jesucristo, recuerda que es tu deber dar testimonio de Él con tus palabras y tus obras. Cuando ves que a tu alrededor crecen el error y la superstición, no te quedes callado. Como bautizado estás llamado a participar de la función profética de Cristo. Tienes el deber de mejorar tu formación cristiana en la medida de lo posible y de anunciar la verdad del Evangelio. Según las mismas palabras de Jesús, eres sal de la tierra y luz del mundo. No dejes de dar testimonio de tu fe cuando surja la oportunidad.
Damos fin al primer programa de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
7 de marzo de 2006.

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