25 febrero 2006

Programa Nº 2: El conocimiento de Dios

Buenas noches. Damos inicio al segundo programa de “Verdades de Fe”.
Mi nombre es Daniel Iglesias. Estaré dialogando con ustedes hasta las 22:00. Agradezco la colaboración del Diácono Jorge Novoa, quien nos acompaña hoy.
Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y desde Melo, y por Internet en http://www.radiomaria.org.uy/ . Los oyentes del programa pueden enviarnos sus comentarios, sugerencias y críticas llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org .
El tema de nuestro programa de hoy es el conocimiento de Dios.
Entre los no creyentes figuran los agnósticos, quienes afirman que el ser humano no es capaz de saber si Dios existe o no. Algunos creyentes no cristianos se aproximan hoy al agnosticismo. Según los estudiosos, el budismo originario no habría sido una religión, sino más bien una filosofía agnóstica. La corriente religiosa llamada “Nueva Era”, que ha tomado fuerte impulso en Occidente, está impregnada de la tendencia agnóstica del budismo.
Entre los cristianos, hoy en día muchos de nuestros hermanos protestantes, pero también unos cuantos católicos, piensan que la fe es una opción personal que no guarda ninguna relación con la razón o no tiene ninguna justificación racional. Según muchas de estas personas, la fe sería un mero sentimiento, algo puramente privado e incomunicable.
Como nos recordó el Papa Juan Pablo II, la fe y la razón son como las dos alas mediante las cuales el alma humana se eleva hacia la contemplación de la verdad. La Iglesia Católica ha rechazado siempre tanto el racionalismo, que sobrevalora a la razón y desprecia a la fe, como el fideísmo, que aprecia a la fe pero subvalorando a la razón.
A la pregunta de si la razón humana puede conocer a Dios, la doctrina católica da una respuesta decidida: Sí, el ser humano, con la sola luz natural de la razón, es capaz de conocer la existencia de Dios y algunos de sus atributos; es capaz de probar la existencia de Dios con argumentos racionales.

En el primer paso de nuestra reflexión, nos preguntamos:
“¿Por qué late en el hombre el deseo de Dios?
Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de éste el deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin descanso. En consecuencia, el hombre, por naturaleza y vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios. Esta íntima y vital relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental.”
De muchas maneras, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y comportamientos religiosos. Pero la finalidad religiosa de la existencia puede ser olvidada, desconocida y hasta rechazada por el hombre, ya sea por ignorancia o indiferencia religiosas, por los malos ejemplos de los creyentes, por la influencia de ideologías antirreligiosas, por rebeldía contra el mal en el mundo, por las tentaciones de este mundo o hasta por el miedo u odio del pecador que huye ante la llamada de Dios.
Aunque el hombre se olvide de Dios o lo rechace, Dios no deja de llamar a cada hombre para que viva y encuentre la felicidad, también a través del testimonio de otros que le enseñan a buscar a Dios. La apertura a esta llamada de Dios exige del hombre el esfuerzo de su inteligencia y la rectitud de su voluntad, para buscar sinceramente la verdad sobre Dios y para adherirse totalmente a esa verdad, una vez que la ha encontrado.

Consideremos ahora las vías de acceso al conocimiento de Dios. La existencia de Dios no es evidente, pero es demostrable. Las pruebas de la existencia de Dios no son iguales a las demostraciones matemáticas o las pruebas de las ciencias experimentales. Son argumentos filosóficos convincentes y convergentes, que permiten llegar a verdaderas certezas.
“¿Cómo se puede conocer a Dios con la sola luz de la razón?
A partir de la creación, esto es, del mundo y de la persona humana, el hombre, con la sola razón, puede con certeza conocer a Dios como origen y fin del universo y como sumo bien, verdad y belleza infinita.”
Las vías para conocer a Dios tienen siempre como punto de partida la Creación. Conocemos a Dios por sus obras, la causa divina por su efecto mundano. San Pablo, en su carta a los Romanos, refiriéndose a los paganos, afirma:
“Lo que de Dios se puede conocer está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja a ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad.”
Algunas vías de acceso a Dios toman como punto de partida el mundo material y otras parten de la persona humana. Estos dos enfoques son complementarios entre sí.
Las pruebas clásicas de la existencia de Dios siguen el primero de estos dos caminos: a partir del devenir, del ser, de la contingencia, de la belleza y del orden del mundo se puede conocer a Dios como origen, fundamento permanente y fin del universo. Éste es el enfoque seguido por Santo Tomás de Aquino en sus célebres cinco vías, que luego analizaremos.
Dado que la filosofía moderna y contemporánea ha puesto generalmente a la persona humana en el centro de su reflexión, actualmente hay una tendencia a privilegiar las vías que parten del hombre. Con su apertura a la verdad y la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y su conciencia, con su aspiración al infinito y a la felicidad, el hombre se pregunta acerca de Dios y percibe signos de su alma espiritual, semilla de eternidad que lleva en sí. Esta alma, irreducible a la sola materia, no puede tener origen más que en Dios.

Las "cinco vías" de Santo Tomás de Aquino están basadas en dos principios metafísicos: el principio de razón de ser y el principio de causalidad. El principio de razón de ser afirma que todo lo que existe tiene una razón de ser. Este principio es inmediatamente evidente. El principio de causalidad afirma que todo ente contingente tiene una causa. Un ser es contingente si es y puede no ser; en cambio es necesario si es y no puede no ser. El principio de causalidad está basado en el principio de razón de ser. Todo ente tiene una razón de ser. Si un ente no tiene su razón de ser en sí mismo, entonces la tiene en otro ente, que es su causa.
Aunque las cinco vías son diferentes, comparten una misma estructura general. Cada vía parte de un dato de la experiencia: existe un ente que tiene determinada propiedad. Luego Santo Tomás demuestra que esa propiedad implica que ese ente no tiene en sí mismo su razón de ser, por lo cual es causado. Entonces hay un segundo ente que es causa del primero. Este segundo ente, o tiene su razón de ser en sí mismo o no tiene su razón de ser en sí mismo. Si tiene su razón de ser en sí mismo, hemos hallado la causa incausada que estábamos buscando. Si no tiene su razón de ser en sí mismo, debemos volver a aplicar el mismo razonamiento y concluir que hay un tercer ente que es la causa del segundo.
Es imposible que la sucesión de causas que no tienen en sí mismas su razón de ser sea infinita, porque entonces ninguna de esas causas podría fundamentar la razón de ser de nuestro primer ente. El retroceso al infinito hace retroceder indefinidamente la búsqueda de la razón de ser del ente contingente, sin resolver el problema. Entonces la regresión debe detenerse en un ente que tiene en sí mismo su razón de ser. Esta causa primera es llamada "Dios".
A continuación Santo Tomás demuestra, por la vía del absurdo, que el Ser Incausado no puede tener aquella propiedad, signo de la contingencia del ente, que fue nuestro punto de partida. Este análisis permite deducir algunos de los atributos de Dios.
Combinando las cinco vías, el razonamiento global de Santo Tomás es el siguiente: existe un ser que es el Primer Motor, la Causa Primera, el Ser Necesario, el Ser Perfectísimo, el Gobernador del Mundo. Un ser así es lo que llamamos "Dios". Por lo tanto, Dios existe.

Veamos ahora algunas características de cada una de las cinco vías.
La primera vía es la prueba por las causas del devenir. Su punto de partida es el hecho de que existen cosas que se mueven. No se refiere al movimiento físico, sino al movimiento metafísico, que incluye todo tipo de cambios, no sólo el cambio de posición. Por el principio de causalidad, el movimiento requiere una causa eficaz, un motor. Santo Tomás demuestra que existe un primer motor inmóvil, al que llamamos Dios. Esta prueba no se sitúa en el plano científico, sino en el plano metafísico.
La segunda vía es la prueba por las causas del ser. Su punto de partida es el hecho de que existen cosas que dependen de causas eficientes actuales. Santo Tomás demuestra que existe un ser incausado, causa primera de todos los seres causados, al que llamamos Dios. Dios se sirve de causas segundas y les da una actividad propia, pero sólo Él es la causa principal y trascendente de la existencia.
La tercera vía es la prueba por la contingencia. Su punto de partida es el hecho de que existen cosas contingentes, es decir que son pero pueden no ser. Los cambios son signos de contingencia. Santo Tomás concluye que existe un ser necesario por sí mismo, que es llamado Dios. Las cosas de nuestro mundo son contingentes. Sólo Dios es absolutamente necesario.
La cuarta vía es la prueba por los grados de perfección. Su punto de partida es el hecho de que existen cosas con diferentes grados de perfección. Se trata aquí de las perfecciones simples, es decir aquellas que no están necesariamente mezcladas con imperfecciones. Algunas perfecciones simples son la unidad, la verdad, la bondad, la belleza, la inteligencia y la voluntad. Santo Tomás concluye que el ser de perfección limitada es dependiente y ha recibido su perfección de otro. Por consiguiente existe un ser de perfección ilimitada, que es llamado Dios. Las cosas de nuestro mundo son entes perfectibles. Sólo Dios es absolutamente perfecto.
La quinta vía es la prueba por la finalidad o el orden del mundo. Su punto de partida es el hecho de las leyes naturales: existen seres no inteligentes que obran en vista de un fin. Sus actividades presentan una constancia en la búsqueda del bien que denota una finalidad. A la objeción basada en los desórdenes naturales, Santo Tomás responde que el llamado desorden natural es en realidad un orden limitado. El ser sometido a leyes naturales es dependiente, ha recibido sus leyes naturales de otro ser, un ser inteligente. Tomás concluye que existe una inteligencia ordenadora que existe por sí misma, que es llamada Dios. Las cosas de nuestro mundo operan según una ley natural que las obliga a una determinada acción. Sólo Dios opera con absoluta libertad, sin estar sometido a necesidad alguna. En esta quinta vía encuentran una fundamentación adecuada los argumentos basados en los conocimientos científicos acerca del orden y la evolución del cosmos y de los seres vivientes.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y desde Melo. Los oyentes del programa pueden plantearnos sus consultas, dudas y comentarios llamando por teléfono al 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org .
Nuestro programa de hoy está dedicado al tema del conocimiento de Dios. Comenzaremos esta segunda parte del programa considerando las vías de acceso al conocimiento de Dios que parten de la persona humana.
Plantearemos primero el argumento basado en la obligación moral. El hombre se siente absolutamente obligado a hacer el bien y evitar el mal. Una obligación absoluta implica la tendencia de la voluntad a un bien absoluto. Esta tendencia no proviene de la libre elección del hombre sino de una necesidad natural. Esta necesidad natural proviene del Creador de nuestra naturaleza. Dios mismo es el bien absoluto y, si crea seres espirituales, necesariamente los obliga a tender hacia Sí mismo. Él es el fundamento de la obligación moral.
Veamos ahora el argumento basado en la sanción moral. El hombre que cumple su deber moral debe alcanzar la felicidad. La exigencia de una sanción justa es también absoluta. No podemos aceptar que nuestro destino esté finalmente entregado a las contingencias naturales o a una voluntad exterior arbitraria. La existencia de Dios es la única garantía posible de la sanción moral justa.
Un tercer argumento es el basado en el testimonio de los místicos. Es un hecho que algunas almas privilegiadas declaran haber experimentado la presencia de Dios, no simplemente por deducción, sino a través de una especie de percepción oscura. Según algunos filósofos el misticismo es el hecho principal que, coincidiendo con otras conclusiones de la experiencia, permite alcanzar el conocimiento de Dios. Dios es experimentado en una intuición cuyos sujetos privilegiados son los místicos. El amor místico llega hasta la misma raíz de la realidad.
Según algunos teólogos católicos (como Karl Rahner), estas experiencias místicas no son más que casos particulares de la experiencia trascendental, que es en cierto sentido una experiencia de Dios indirecta e implícita, que se da en el hombre siempre y en todo lugar. Tanto estos teólogos como Santo Tomás de Aquino coinciden en que para fundamentar nuestra afirmación de la existencia de Dios no tenemos necesidad de recurrir a investigaciones especiales de alta ciencia ni tampoco a vivencias extrañas. Nos basta por completo reflexionar metódicamente sobre las referencias a Dios contenidas en la experiencia cotidiana, accesible a todos los hombres.
Otra antigua demostración de la existencia de Dios es la llamada prueba por el consenso universal o por el consenso de los pueblos. Su punto de partida es el hecho de que la gran mayoría de la humanidad, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, ha practicado o practica una religión. A partir de este hecho algunos pensadores deducen que hay en el hombre un deseo natural de Dios. Por otra parte, según el principio de finalidad, todo agente obra en vista de un fin. De aquí se puede deducir que el deseo natural de un ser racional no puede ser vano. Entonces tampoco la religión natural puede ser vana, de lo cual se deduce la existencia de la divinidad.
Las diferentes convicciones de los seres humanos acerca de la cuestión religiosa, en la medida en que tienen un origen natural, se pueden explicar como desarrollos reflexivos más o menos acertados a partir de la experiencia.

Ahora retomaremos lo que la Iglesia enseña sobre el conocimiento racional de Dios.
La doctrina católica afirma que la verdad de la existencia de Dios no es propiamente un artículo de fe, sino un preámbulo de la fe, que puede ser conocido por la razón natural. La fe no anula a la razón, sino que presupone el conocimiento natural de Dios y lo perfecciona. No obstante, puede suceder que un ser humano particular conozca esta verdad sólo por la fe y el conocimiento no reflejo.
El número 4 del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica dice lo siguiente:
“¿Basta la sola luz de la razón para conocer el misterio de Dios?
Para conocer a Dios con la sola luz de la razón, el hombre encuentra muchas dificultades. Además no puede entrar por sí mismo en la intimidad del misterio divino. Por ello, Dios ha querido iluminarlo con su Revelación, no sólo acerca de las verdades que superan la comprensión humana, sino también sobre verdades religiosas y morales que, aun siendo de por sí accesibles a la razón, de esta manera pueden ser conocidas por todos sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error.”
El Concilio Vaticano I, en el año 1870, llegó incluso a definir como dogma de fe que la razón humana puede alcanzar el conocimiento de Dios. El último Concilio ecuménico, el Vaticano II, reafirmó esta enseñanza tradicional del Vaticano I. En estos tiempos de relativismo filosófico, moral y cultural, la Iglesia Católica es la más firme defensora de la dignidad de la razón humana. La situación no deja de ser algo irónica. En el siglo XIX los racionalistas acusaban a la Iglesia de ser la gran enemiga de la razón, un simple residuo del oscurantismo medieval, destinado a desaparecer a poco que el progreso de la ciencia siguiera desplegándose. El siglo XX, sin embargo, presenció el hundimiento de esa falsa religión del progreso y manifestó el fracaso del proyecto de la Ilustración racionalista. La gran mayoría de los descendientes espirituales de los racionalistas del siglo XIX han perdido la fe en la razón y caído en el relativismo, que es una forma moderna del antiguo escepticismo. Del error de endiosar la razón humana, haciéndole ocupar el lugar de Dios, han ido a parar al error contrario, el de rebajar a la razón humana, teniéndola por incapaz de conocer la verdad de lo real. La Iglesia, en cambio, sigue en su posición tradicional: la razón humana no es capaz de abarcarlo todo, pero tampoco es completamente impotente para conocer la verdad absoluta.
¿Qué puede conocer la razón humana? ¿Todo, nada o algo? Entre el soberbio “todo” de los racionalistas de ayer y la pesimista “nada” de los escépticos de hoy se mantiene firme y verdadero el humilde “algo” de los católicos: la razón humana puede captar algo del infinito misterio del ser. Y este “algo” le basta.

Consideremos ahora el lenguaje humano acerca de Dios.
Algunos filósofos e incluso teólogos han caído en el grave error de pensar que Dios es un misterio tan absolutamente incomprensible para el hombre que lo más adecuado para nosotros sería no hablar de Dios o al menos no afirmar nada acerca de Él. Esto es una lamentable exageración de la doctrina católica que dice que no conocemos positivamente la esencia de Dios. El gran escritor católico Chesterton escribió una vez que las herejías son verdades que se han vuelto locas, perdiendo así su relación con las demás verdades. La afirmación de que no conocemos positivamente la esencia de Dios debe ser complementada por otras dos afirmaciones de la doctrina católica:
La primera es que, aunque no conocemos positivamente la esencia divina, la conocemos negativamente. O sea, aunque no sabemos perfectamente cómo es Dios, sabemos perfectamente lo que Dios no es: Dios no es material, no es limitado, no es impersonal, no es malo, etcétera.
La segunda es que podemos conocer la esencia divina analógicamente, a partir de sus efectos. Entre dos seres hay analogía cuando hay a la vez semejanza y desemejanza; semejanza en uno o varios sentidos y desemejanza en otro u otros sentidos. La doctrina católica sostiene que entre Dios y los seres creados por Él hay analogía, es decir semejanza y desemejanza, aunque en este caso la desemejanza es siempre mayor que la semejanza. Esta analogía nos permite alcanzar un verdadero conocimiento de Dios, aunque imperfecto.
Ilustremos esto con un ejemplo. Sabemos que Dios es bueno, pero no conocemos plenamente la forma divina de la bondad. La bondad infinita de Dios no es igual a la bondad finita de las criaturas. Sin embargo, la bondad de los seres finitos nos permite hacernos una idea de la bondad de Dios. Ésta es una bondad eminente y es la causa primera de toda la bondad de las criaturas.
De todos los seres creados del universo material, el que tiene una mayor semejanza con Dios es el ser humano. A fin de conocer a Dios por sus obras, es preciso que nos esforcemos por conocer al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios y por ello capaz de conocer y amar a Dios.
El número 5 del Compendio del Catecismo sintetiza de la siguiente manera lo que hemos dicho hasta aquí sobre el lenguaje humano acerca de Dios:
“¿Cómo se puede hablar de Dios?
Se puede hablar de Dios a todos y con todos, partiendo de las perfecciones del hombre y las demás criaturas, las cuales son un reflejo, si bien limitado, de la infinita perfección de Dios. Sin embargo, es necesario purificar continuamente nuestro lenguaje de todo lo que tiene de fantasioso e imperfecto, sabiendo bien que nunca podrá expresar plenamente el infinito misterio de Dios.”

Querido o querida oyente:
Quizás tú no creas en Dios conscientemente, pero todo ser humano tiene un conocimiento implícito y no conceptual de la existencia de Dios. Tú, como todo ser humano, conoces la existencia de la verdad y Dios mismo es la Verdad. Tú, como todo ser humano, deseas y conoces naturalmente la felicidad y Dios mismo es la felicidad del hombre. Te invito a reflexionar sobre los argumentos que hemos presentado, para que llegues a conocer a Dios también de un modo explícito y conceptual, reconociéndolo como la Verdad Primordial y el Sumo Bien.
Dios te ha creado a ti, creyente o no creyente, para que encuentres en Él tu plena felicidad. Dios quiere que lo conozcas y que entres en una relación de comunión con Él. Él no cesa de buscarte, por todos los medios. Tú, entonces, tampoco dejes de buscar a Dios a tu alrededor, en los simples acontecimientos de cada día de tu vida.
Damos fin al segundo programa de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
21 de marzo de 2006.

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