24 mayo 2006

Programa Nº 14: La reproducción humana artificial

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 14 de “Verdades de Fe”, que está siendo transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y también a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido a la reproducción humana artificial. Presentaremos la doctrina católica sobre este tema exponiendo sintéticamente el contenido de la instrucción “Donum vitae” de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, publicada en 1987.
La instrucción “Donum vitae” se plantea la cuestión de si las técnicas biomédicas que permiten intervenir en la fase inicial de la vida del ser humano y aun en el mismo proceso procreativo son conformes con los principios de la moral católica.

En su introducción, la “Donum vitae” recuerda los principios fundamentales, de carácter antropológico y moral, necesarios para una exacta valoración de esos problemas.
El desarrollo de la biología y la medicina da la posibilidad de intervenir en los mecanismos de la procreación, no sólo para facilitarlos, sino también para dominarlos. Esto puede constituir un progreso al servicio del hombre, pero también comporta graves riesgos.
El Magisterio de la Iglesia interviene para exponer los criterios de valoración moral de las aplicaciones de la investigación científica y de la técnica en el inicio de la vida humana. Estos criterios son el respeto, la defensa y la promoción del hombre, su derecho fundamental a la vida y su dignidad de persona, dotada de alma espiritual, de responsabilidad moral y llamada a la comunión beatífica con Dios.
A través de la contemplación del misterio del Verbo encarnado, la Iglesia conoce también el "misterio del hombre"; anunciando el evangelio de salvación, revela al hombre su propia dignidad y le invita a descubrir plenamente la verdad sobre sí mismo. La Iglesia propone la ley divina para promover la verdad y la liberación.
La investigación científica constituye una expresión significativa del señorío del hombre sobre la creación. La ciencia y la técnica son preciosos recursos del hombre, pero no pueden indicar por sí solas el sentido de la existencia y del progreso humano. Deben respetar incondicionalmente los criterios fundamentales de la moralidad, poniéndose al servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables y de su bien verdadero e integral. La ciencia sin la conciencia no conduce sino a la ruina del hombre.
La naturaleza humana es al mismo tiempo corporal y espiritual. El cuerpo humano es parte constitutiva de una persona, que a través de él se expresa y se manifiesta. La ley moral natural evidencia y prescribe las finalidades, los derechos y los deberes fundamentados en la naturaleza corporal y espiritual de la persona humana. Cualquier intervención sobre el cuerpo humano afecta también a la persona misma; encierra por tanto un significado y una responsabilidad morales.
Las intervenciones artificiales sobre la procreación y el origen de la vida humana no deben rechazarse por el hecho de ser artificiales (como tales testimonian las posibilidades de la medicina), sino que deben ser valoradas moralmente por su relación con la dignidad de la persona humana.
Los valores fundamentales relacionados con las técnicas de procreación artificial humana son dos: la vida del ser humano llamado a la existencia y la originalidad con que esa vida es transmitida en el matrimonio. La vida física no representa el bien total ni el bien supremo del hombre llamado a la eternidad. Sin embargo, en cierto sentido constituye el valor "fundamental", porque sobre ella se apoyan y se desarrollan todos los demás valores de la persona. La comunicación de la vida humana posee una originalidad propia, derivada de la originalidad misma de la persona humana.
Las enseñanzas fundamentales del Magisterio de la Iglesia sobre estos temas son las siguientes:
· La vida de todo ser humano ha de ser respetada de modo absoluto desde el momento mismo de la concepción. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente.
· La procreación humana presupone la colaboración responsable de los esposos con el amor fecundo de Dios; el don de la vida humana debe realizarse en el matrimonio mediante los actos específicos y exclusivos de los esposos, de acuerdo con las leyes inscritas en sus personas y en su unión.

A continuación presentaremos la primera parte de la instrucción “Donum vitae”, que trata del respeto debido al ser humano desde el primer momento de su existencia.
El ser humano ha de ser respetado como persona desde el primer instante de su existencia. Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: un hombre, este hombre individual con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar.
¿Cómo un individuo humano podría no ser persona humana? El Magisterio no se ha comprometido expresamente con una afirmación de naturaleza filosófica, pero repite de modo constante la condena moral de cualquier tipo de aborto procurado. Esta enseñanza permanece inmutada y es inmutable.
El diagnóstico prenatal es moralmente lícito si los métodos utilizados, con el consentimiento informado de los padres, respetan la vida e integridad del embrión o del feto humano (y de su madre) y se orientan hacia su custodia o curación, sin exponerlos a riesgos desproporcionados; pero se opone gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia de sus resultados, de provocar un aborto.
Como en cualquier acción médica sobre un paciente, son lícitas las intervenciones sobre el embrión humano siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual. Sea cual sea el tipo de terapia médica, es preciso el consentimiento libre e informado de los padres, según las reglas deontológicas previstas para los niños.
La investigación médica debe renunciar a intervenir sobre embriones vivos, a no ser que exista la certeza moral de que no se causará daño alguno a su vida y a su integridad ni a la de la madre, y sólo en el caso de que los padres hayan otorgado su consentimiento, libre e informado, a la intervención sobre el embrión.
La experimentación sobre los embriones o fetos comporta siempre el riesgo, y más frecuentemente la previsión cierta, de un daño para su integridad física o incluso de su muerte. La experimentación no directamente terapéutica sobre embriones vivos, sean viables o no, es ilícita. La praxis de mantener en vida embriones humanos para fines experimentales o comerciales es completamente contraria a la dignidad humana. Cuando se trate de terapias experimentales utilizadas en beneficio del embrión como un intento extremo de salvar su vida, y a falta de otras terapias eficaces, puede ser lícito el recurso a fármacos o procedimientos todavía no enteramente seguros.
Los cadáveres de embriones o fetos humanos, voluntariamente abortados o no, deben ser respetados como los restos mortales de los demás seres humanos. En particular, no pueden ser objeto de mutilaciones o autopsia si no existe seguridad de su muerte y sin el consentimiento de los padres o de la madre. Toda práctica comercial con dichos cadáveres es ilícita y debe ser prohibida.
Los embriones humanos obtenidos in vitro son seres humanos y sujetos de derechos: Es inmoral producir embriones humanos destinados a ser explotados como "material biológico" disponible.
En la práctica habitual de la fecundación in vitro no se transfieren todos los embriones al cuerpo de la mujer; algunos son destruidos. La Iglesia prohíbe también atentar contra la vida de estos seres humanos. Resulta obligado denunciar la particular gravedad de la destrucción voluntaria de los embriones humanos obtenidos in vitro con el solo objeto de investigar.
Los métodos de observación o de experimentación, que causan daños o imponen riesgos graves y desproporcionados a los embriones obtenidos in vitro, son moralmente ilícitos por la misma razón. Por haber sido producidos in vitro, estos embriones, no transferidos al cuerpo de la madre y denominados "embriones sobrantes", quedan expuestos a una suerte absurda, sin que sea posible ofrecerles vías de supervivencia seguras y lícitamente perseguibles.
Las técnicas de fecundación in vitro pueden hacer posibles otras formas de manipulación biológica o genética de embriones humanos, como son: los intentos y proyectos de fecundación entre gametos humanos y animales y la gestación de embriones humanos en útero de animales; y la hipótesis y el proyecto de construcción de úteros artificiales para el embrión humano. Estos procedimientos son contrarios a la dignidad de ser humano propia del embrión y, al mismo tiempo, lesionan el derecho de la persona a ser concebida y a nacer en el matrimonio y del matrimonio. También los intentos y las hipótesis de obtener un ser humano sin conexión alguna con la sexualidad mediante "fisión gemelar", clonación, partenogénesis, deben ser considerados contrarios a la moral en cuanto que están en contraste con la dignidad tanto de la procreación humana como de la unión conyugal.
La misma congelación de embriones, aunque se realice para mantener con vida al embrión, constituye una ofensa al respeto debido a los seres humanos, por cuanto les expone a graves riesgos de muerte o de daño a la integridad física, les priva al menos temporalmente de la acogida y de la gestación materna y les pone en una situación susceptible de nuevas lesiones y manipulaciones.
Algunos intentos de intervenir sobre el patrimonio cromosómico y genético no son terapéuticos, sino que miran a la producción de seres humanos seleccionados en cuanto al sexo o a otras cualidades prefijadas. Estas manipulaciones son contrarias a la dignidad personal del ser humano, a su integridad y a su identidad.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 14 de “Verdades de Fe”, que está siendo transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono 035 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la reproducción humana asistida, de acuerdo con la instrucción “Donum vitae” de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Consideraremos ahora la segunda parte de la instrucción, que afronta las cuestiones morales planteadas por las intervenciones técnicas sobre la procreación humana.
La consolidación de la práctica de la fecundación in vitro ha requerido formar y destruir innumerables embriones humanos. Todavía hoy presupone una superovulación en la mujer: se recogen varios óvulos, se fertilizan y después se cultivan in vitro durante algunos días. Habitualmente no se transfieren todos a las vías genitales de la mujer; algunos embriones, denominados normalmente "embriones sobrantes", se destruyen o se congelan. Algunos de los embriones ya implantados se sacrifican a veces por diversas razones: eugenésicas, económicas o psicológicas. Esta destrucción voluntaria de seres humanos o su utilización para fines diversos, en detrimento de su integridad y de su vida, es contraria a la doctrina sobre el aborto procurado. Sin embargo, este tipo de abusos no exime de una profunda y ulterior reflexión ética sobre las técnicas de procreación artificial consideradas en sí mismas, haciendo abstracción, en la medida de lo posible, del aniquilamiento de embriones producidos in vitro.
Se considerarán en primer lugar los problemas planteados por la fecundación artificial heteróloga.

Todo ser humano debe ser acogido siempre como un don y bendición de Dios. Sin embargo, desde el punto de vista moral, sólo es verdaderamente responsable, para con quien ha de nacer, la procreación que es fruto del matrimonio. La fidelidad de los esposos, en la unidad del matrimonio, comporta el recíproco respeto de su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro. El hijo tiene derecho a ser concebido, llevado en las entrañas, traído al mundo y educado en el matrimonio. La vitalidad y el equilibrio de la sociedad exigen que los hijos vengan al mundo en el seno de una familia, y que ésta esté establemente fundamentada en el matrimonio.
La tradición de la Iglesia y la reflexión antropológica reconocen en el matrimonio y en su unidad indisoluble el único lugar digno de una procreación verdaderamente responsable. La fecundación artificial heteróloga es contraria a la unidad del matrimonio, a la dignidad de los esposos, a la vocación propia de los padres y al derecho de los hijos a ser concebidos y traídos al mundo en el matrimonio y por el matrimonio.
La fecundación artificial heteróloga lesiona los derechos del hijo, lo priva de la relación filial con sus orígenes paternos y puede dificultar la maduración de su identidad personal. Constituye además una ofensa a la vocación común de los esposos a la paternidad y a la maternidad: priva objetivamente a la fecundidad conyugal de su unidad y de su integridad; opera y manifiesta una ruptura entre la paternidad genética, la gestacional y la responsabilidad educativa.
Por tanto, es moralmente ilícita la fecundación de una mujer casada con el esperma de un donador distinto de su marido, así como la fecundación con el esperma del marido de un óvulo no procedente de su esposa. Es moralmente injustificable, además, la fecundación artificial de una mujer no casada, soltera o viuda, sea quien sea el donador. La maternidad sustitutiva es moralmente lícita, por las mismas razones que llevan a rechazar la fecundación artificial heteróloga.

Consideremos ahora la fecundación artificial homóloga.
¿Qué relación debe existir entre procreación y acto conyugal desde el punto de vista moral?
La enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y sobre la procreación afirma la "inseparable conexión, que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador”. Esta doctrina relativa a la unión existente entre los significados del acto conyugal y entre los bienes del matrimonio aclara el problema moral de la fecundación artificial homóloga. La contracepción priva intencionalmente al acto conyugal de su apertura a la procreación y realiza de ese modo una disociación voluntaria de las finalidades del matrimonio. La fecundación artificial homóloga, intentando una procreación que no es fruto de la unión específicamente conyugal, realiza objetivamente una separación análoga entre los bienes y los significados del matrimonio.
El valor moral de la estrecha unión existente entre los bienes del matrimonio y entre los significados del acto conyugal se fundamenta en la unidad del ser humano, unidad compuesta de cuerpo y de alma espiritual. El acto conyugal con el que los esposos manifiestan recíprocamente el don de sí expresa simultáneamente la apertura al don de la vida: es un acto inseparablemente corporal y espiritual. Una fecundación obtenida fuera del cuerpo de los esposos queda privada, por esa razón, de los significados y de los valores que se expresan, mediante el lenguaje del cuerpo, en la unión de las personas humanas.
El origen de una persona humana es en realidad el resultado de una donación. La persona concebida deberá ser el fruto del amor de sus padres. No puede ser querida ni concebida como el producto de una intervención de técnicas médicas y biológicas: esto equivaldría a reducirlo a ser objeto de una tecnología científica.
El deseo de un hijo -o al menos la disponibilidad para transmitir la vida- es un requisito necesario desde el punto de vista moral para una procreación humana responsable. Pero esta buena intención no es suficiente para justificar una valoración moral positiva de la fecundación in vitro entre los esposos. El procedimiento de la fecundación in vitro se debe juzgar en sí mismo, y no puede recibir su calificación moral definitiva de la totalidad de la vida conyugal en la que se inscribe, ni de las relaciones conyugales que pueden precederlo o seguirlo.
La fecundación in vitro homóloga actúa una disociación entre los gestos destinados a la fecundación humana y el acto conyugal. Se realiza fuera del cuerpo de los cónyuges por medio de gestos de terceras personas, cuya competencia y actividad técnica determina el éxito de la intervención; confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a la dignidad y a la igualdad que debe ser común a padres e hijos.
La concepción in vitro es el resultado de la acción técnica que antecede la fecundación; esta no es de hecho obtenida ni positivamente querida como la expresión y el fruto de un acto específico de la unión conyugal. En la fecundación in vitro homóloga, por eso, la generación de la persona humana queda objetivamente privada de su perfección propia.
Por estas razones, el así llamado "caso simple", esto es, un procedimiento de fecundación in vitro homóloga libre de toda relación con la praxis abortiva de la destrucción de embriones y con la masturbación, sigue siendo una técnica moralmente ilícita, porque priva a la procreación humana de la dignidad que le es propia y connatural.
Aunque no se pueda aprobar el modo de lograr la concepción humana en la fecundación in vitro, todo niño que llega al mundo deberá en todo caso ser acogido como un don viviente de la bondad divina y deberá ser educado con amor.
La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede admitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance su finalidad natural.
La inseminación artificial sustitutiva del acto conyugal se rechaza en razón de la disociación voluntariamente causada entre los dos significados del acto conyugal. La masturbación, mediante la que normalmente se procura el esperma, constituye otro signo de esa disociación: aun cuando se realiza en vista de la procreación, ese gesto sigue estando privado de su significado unitivo.
La medicina que desee ordenarse al bien integral de la persona debe respetar los valores específicamente humanos de la sexualidad. El médico está al servicio de la persona y de la procreación humana: no le corresponde la facultad de disponer o decidir sobre ellas. El acto médico es respetuoso de la dignidad de las personas cuando se dirige a ayudar el acto conyugal, sea para facilitar su realización, sea para que el acto normalmente realizado consiga su fin.
Si, por el contrario, la intervención médica sustituye técnicamente al acto conyugal, para obtener una procreación que no es ni su resultado ni su fruto, en este caso el acto médico no está, como debería, al servicio de la unión conyugal, sino que se apropia de la función procreadora y contradice de ese modo la dignidad y los derechos inalienables de los esposos y de quien ha de nacer.
El sufrimiento de los esposos que no pueden tener hijos o que temen traer al mundo un hijo minusválido es una aflicción que todos deben comprender y valorar adecuadamente. Sin embargo, el matrimonio no confiere a los cónyuges el derecho a tener un hijo, sino solamente el derecho a realizar los actos naturales que de suyo se ordenan a la procreación.
Un verdadero y propio derecho al hijo sería contrario a su dignidad y a su naturaleza. El hijo no es algo debido y no puede ser considerado como objeto de propiedad: es más bien un don, "el más grande" y el más gratuito del matrimonio. Por este título el hijo tiene derecho a ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres y tiene también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción.
Los cónyuges estériles no deben olvidar que "incluso cuando la procreación no es posible, no por ello la vida conyugal pierde su valor. La esterilidad física, en efecto, puede ser ocasión para los esposos de hacer otros importantes servicios a la vida de las personas humanas, como son, por ejemplo, la adopción, los varios tipos de labores educativas, la ayuda a otras familias, a los niños pobres o minusválidos".

Hasta aquí hemos resumido la instrucción “Donum vitae”. A modo de conclusión y resumen, citaremos ahora el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números 499-501:
“¿Por qué son inmorales la inseminación y la fecundación artificiales?
La inseminación y la fecundación artificiales son inmorales porque disocian la procreación del acto conyugal con el que los esposos se entregan mutuamente, instaurando así un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Además, la inseminación y la fecundación heterólogas, mediante el recurso a técnicas que implican a una persona extraña a la pareja conyugal, lesionan el derecho del hijo a nacer de un padre y de una madre conocidos por él, ligados entre sí por matrimonio y poseedores exclusivos del derecho a llegar a ser padre y madre solamente el uno a través del otro.
¿Cómo ha de ser considerado un hijo?
El hijo es un don de Dios, el don más grande dentro del matrimonio. No existe el derecho a tener hijos (“un hijo pretendido a toda costa”). Sí existe, en cambio, el derecho del hijo a ser fruto del acto conyugal de sus padres, y también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción.
¿Qué pueden hacer los esposos cuando no tienen hijos?
Cuando el don del hijo no les es concedido, los esposos, después de haber agotado todos los legítimos recursos de la medicina, pueden mostrar su generosidad mediante la tutela o la adopción, o bien realizando servicios significativos en beneficio del prójimo. Así ejercen una preciosa fecundidad espiritual.”

Querido amigo, querida amiga:
Lamentablemente, la reproducción humana artificial se ha difundido mucho y hoy en día la mayoría de las personas, incluyendo a muchos católicos, tiende a aceptarla sin reflexionar lo suficiente acerca de su moralidad. El categórico rechazo de la doctrina católica a la inseminación y la fecundación artificiales es demasiado poco conocido. Tal vez también tú hasta hoy has pensado que no hay nada malo en esas técnicas. Si fuera así, esperamos que este programa haya contribuido a abrir tus ojos.
Por la intercesión de Santa María, la siempre Virgen Madre de Dios, ruego a Dios que te conceda reconocer la inmoralidad de la reproducción humana artificial y dar testimonio de este aspecto de la doctrina moral católica con tus palabras y obras.
Damos fin al programa Nº 14 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
20 de junio de 2006.

Programa Nº 13: El año litúrgico

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 13 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y también a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido al año litúrgico. Dado que el tema es muy amplio, acentuaremos sobre todo algunos de sus aspectos, no necesariamente los más importantes.

A modo de introducción citaremos algunos textos del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el año litúrgico. En su número 1163, el Catecismo nos enseña lo siguiente:
"La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana, en el día que llamó `del Señor´, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el ciclo del año desarrolla todo el misterio de Cristo... Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación."
Escuchemos ahora el número 1168 del Catecismo de la Iglesia Católica:
"A partir del `Triduo pascual´, como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor. De esta fuente, por todas partes, el año entero queda transfigurado por la Liturgia. Es realmente `año de gracia del Señor´. La economía de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad."
Por último citaremos el número 1171 del Catecismo:
"El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía), que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua."

A continuación haremos una breve reflexión sobre el tiempo litúrgico de Adviento.
El año litúrgico comienza con el tiempo de Adviento, que abarca cuatro domingos y constituye la preparación inmediata para la gran fiesta de Navidad. El Adviento es un tiempo de esperanza, durante el cual los cristianos esperamos a Cristo, que vino, viene y vendrá.
· Cristo vino: En el Adviento recordamos y celebramos la primera venida de Cristo, ocurrida históricamente hace dos mil años. Él es el Salvador anunciado por los profetas, el Mesías esperado por el pueblo de Israel durante muchos siglos. En Cristo se cumplieron sobradamente todas las promesas hechas por Dios en el tiempo de la Antigua Alianza. La venida del Salvador fue posible debido al sí de María a la voluntad de Dios. Ella también tuvo que esperar la venida de su hijo Jesús, durante los nueve meses en que lo llevó en su seno virginal.
· Cristo viene: Jesús prometió a sus discípulos que estaría con ellos hasta el fin de los tiempos. Desde su Ascensión Él no está visiblemente con nosotros, pero nos dejó el Espíritu Santo, que habita en nosotros como en un templo, nos recuerda todas las enseñanzas de Jesús y nos guía hasta la verdad completa. Además Jesucristo se hace presente continuamente de muchas maneras en la vida de cada cristiano y de la Iglesia, particularmente por medio de la Sagrada Escritura y de los siete sacramentos, y sobre todo en la Sagrada Eucaristía, el gran sacramento del amor divino. Como el antiguo Israel, la Iglesia debe vivir poniendo su confianza en la Palabra de Dios; y, como María, el cristiano debe hacer siempre la voluntad de Dios: así recibe en su corazón a Cristo, que viene a él cada día y lo transforma a semejanza Suya.
· Cristo vendrá: Cristo vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin. Creemos en la primera venida de Cristo y esperamos su segunda venida; y mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Redentor, debemos mantenernos siempre vigilantes y dar frutos de justicia y santidad. Así podemos esperar, confiando en la misericordia de nuestro Padre Dios, ser contados entre los elegidos en el día del juicio final.
En el Adviento, la meditación sobre el misterio de la encarnación de Dios eterno en la historia de los hombres nos impulsa a una progresiva apertura a la gracia de Cristo, que viene a nuestro encuentro cada día y nos prepara para el abrazo definitivo con Él en la gloria.

Después del tiempo de Adviento viene el tiempo de Navidad. Dejando de lado la fiesta de Navidad, por ser más conocida, dedicaremos ahora nuestra atención a la fiesta de la Epifanía, que forma parte del ciclo de la Navidad.
El día 6 de enero la Iglesia celebra la Epifanía, que recuerda la adoración de los Reyes Magos al niño Jesús. El Evangelio según San Mateo es el único que narra este episodio:
"Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo"... Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, lo adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra." (Mateo 2,1-12).
La Epifanía es como un corolario de la Navidad. El niño Jesús no es solamente el Hijo de David, el Mesías Salvador que Israel esperaba; es también el Hijo de Dios hecho hombre, cuya misión de salvación abarca a toda la humanidad. Por eso la Buena Noticia de su nacimiento es una luz que ilumina no sólo a los pastores de la región de Belén, sino también a unos magos de Oriente. Estos sabios de naciones paganas (probablemente astrólogos babilonios o persas), atraídos por el nacimiento de Jesús, se acercan a Él para rendirle homenaje. Los regalos de los magos al niño Jesús tienen significados simbólicos: reconocen su Realeza (oro) y su Divinidad (incienso) y prefiguran su Pasión (mirra).
La bella historia de los magos nos enseña que el ejercicio de las más nobles facultades humanas conduce a los hombres hacia un encuentro con Dios. Los magos eran hombres dedicados al estudio de los fenómenos celestes. Su ciencia era rudimentaria, pero su corazón estaba lleno de fe. La estrella proyectó luz en sus espíritus y suscitó en ellos la actitud creyente por excelencia: siguieron con gran esfuerzo la trayectoria de la estrella, no para aumentar sus conocimientos, sino para encontrar a Jesús y adorarlo.
"Epifanía" significa manifestación. A Dios nadie lo ha visto jamás; pero al llegar la plenitud de los tiempos, Él envió a su Hijo Unigénito para auto-revelarse y auto-comunicarse a los hombres. Jesucristo es la aparición de Dios en nuestra historia: es el Emmanuel ("Dios con nosotros"). La tarea de los cristianos es llevar a cabo la "Diafanía" de Dios, es decir transparentar la Luz de Cristo en el mundo.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó. Saludamos a todos nuestros oyentes y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado al año litúrgico y a algunos de sus componentes. En la primera parte reflexionamos sobre el año litúrgico en general, sobre el Adviento y sobre la Epifanía. En esta segunda parte reflexionaremos sobre la Cuaresma y sobre la fiesta de Cristo Rey.
Después del tiempo de Navidad comienza el tiempo ordinario, con la fiesta del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo. El tiempo ordinario abarca la mayor parte del año litúrgico y está dividido en dos grandes partes, separadas por el gran ciclo de la Cuaresma, la Semana Santa y el tiempo de Pascua.

Nos detendremos ahora a reflexionar sobre la Cuaresma.
El Miércoles de Ceniza (el día siguiente al Martes de Carnaval) comienza el tiempo litúrgico llamado Cuaresma. Se trata de un tiempo fuerte de oración, penitencia y conversión, que sirve como preparación para las festividades de la Semana Santa y en particular para la Pascua de Resurrección, la mayor fiesta del año litúrgico.
La Cuaresma debe su nombre a su duración: 40 días que van del Miércoles de Ceniza al Domingo de Ramos (día de comienzo de la Semana Santa). El número 40 tiene en la Biblia un importante significado simbólico: recuerda los 40 años de peregrinación del pueblo de Israel en el desierto del Sinaí, en camino hacia la Tierra Prometida; y recuerda también los 40 días y 40 noches que Jesús, después de su Bautismo, pasó en el desierto, ayunando y rezando a Dios, su Padre, a fin de prepararse para iniciar la fase final y pública de su misión de salvación.
La Cuaresma, por lo tanto, tiene relación con el desierto, ese lugar solitario y silencioso que invita a la introspección y simboliza la posibilidad y la necesidad que el ser humano tiene de escuchar la voz de Dios en lo profundo de su alma y de recibir en su corazón el amor de Dios. Para que la persona humana pueda dar un sentido absoluto a su vida es necesario que tenga un encuentro con Dios. Para que el cristiano pueda conservar y alimentar su fe debe mantener un diálogo perseverante con el Señor en la oración. Este diálogo se fortalece por medio de la atenta escucha de la Palabra de Dios, la cual nos interpela y cuestiona nuestra forma de vida.
La Cuaresma es un tiempo propicio para realizar un buen examen de conciencia, analizando qué cosas deben cambiar en nuestras vidas para que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios. En este tiempo la Iglesia nos recuerda con particular insistencia la llamada de Cristo a una conversión pronta y radical: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en la Buena Nueva." Esta llamada a la santidad y a la unidad con Dios ha sido recibida por cada cristiano en el sacramento del Bautismo. Esta vocación permanente es actualizada por medio de cada sacramento, en particular el sacramento de la Reconciliación, el cual, por la infinita misericordia divina, restaura la amistad con Dios, deteriorada o perdida por el pecado.
El ayuno que los católicos practicamos el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo y nuestra abstinencia de carne en los viernes de Cuaresma y el Viernes Santo son actos penitenciales. Su sentido es confirmar, mediante actos visibles, la voluntad interior de conversión a una vida de amor, que implica la renuncia al egoísmo y al mundo material entendido como un fin en sí mismo. Estos actos de sacrificio, lamentablemente poco comprendidos hoy en día, no deben transformarse en ritos vacíos. Sabemos con cuánta dureza los profetas de Israel y el mismo Jesucristo rechazaron la falsedad de una religión meramente externa, legalista y ritualista.
Vivamos pues la Cuaresma como un renovador encuentro con el Espíritu de Dios que nos santifica. Vivámosla con alegría, porque en ella la Iglesia nos anuncia una vez más la Buena Noticia del amor del Padre, manifestado en la persona de su Hijo Jesucristo y muy especialmente en su Pasión, Muerte y Resurrección. Y, abriendo nuestros corazones a la gracia de Dios, quien hace nuevas todas las cosas, convirtámonos en tierra apta para recibir y hacer crecer la semilla del Reino de Dios, produciendo abundantes frutos de justicia, unidad y paz.

Por último, salteándonos otros componentes más importantes y conocidos del año litúrgico, como las grandes fiestas de Pascua y Pentecostés, reflexionaremos brevemente sobre la fiesta de Cristo Rey.
Culminando el ciclo anual de las fiestas litúrgicas, en todo el mundo la Iglesia Católica celebra en el último domingo del año litúrgico la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. El aspecto del misterio de Cristo que se destaca en esta solemnidad es el expresado por estas palabras del Credo de Nicea y Constantinopla: "Y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin."
Las lecturas bíblicas de las semanas previas a esta solemnidad nos guían paso a paso hacia la contemplación de nuestro encuentro definitivo con Cristo Resucitado, Fin de la historia, por quien todo será transfigurado y reconducido hasta Dios Padre. La parábola del juicio final (Mateo 25,31-46) nos enseña que ese encuentro será también un juicio: Al final de nuestras vidas seremos examinados en el amor y entonces se pondrá de manifiesto si hemos permanecido fieles a Cristo, amando a Dios y a los hombres con el mismo amor de Cristo, que nos es regalado gratuitamente por Dios.
La Iglesia peregrina en la tierra vive en una situación paradójica: está en el mundo, pero no es del mundo. Mientras espera y ansía la unión consumada con su Rey en la gloria, ella es actualmente el Reino de Cristo en germen, misteriosamente presente en el mundo, y vive y crece por el poder de Dios. Contra el inmanentismo exacerbado de un mundo moderno encerrado en sí mismo, el cristiano ha de dar un testimonio permanente de la trascendencia de su esperanza en el Reino de Cristo, Reino de vida, verdad, justicia y paz.
Al final de esta breve reflexión, oremos a nuestro Padre celestial con las palabras de una de las oraciones de la Misa de la fiesta de Cristo Rey:
"Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en Tu Hijo muy amado, Rey del Universo, haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a Tu majestad y Te glorifique sin fin."

Como resumen y complemento de cuanto hemos dicho hasta aquí sobre la relación entre la liturgia y el tiempo, citaremos el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números 241 al 243:
“¿Cuál es el centro del tiempo litúrgico?
El centro del tiempo litúrgico es el domingo, fundamento y núcleo de todo el año litúrgico, que tiene su culminación en la Pascua anual, fiesta de las fiestas.
¿Cuál es la función del año litúrgico?
La función del año litúrgico es celebrar todo el Misterio de Cristo, desde la Encarnación hasta su retorno glorioso. En días determinados, la Iglesia venera con especial amor a María, la bienaventurada Madre de Dios, y hace también memoria de los santos, que vivieron para Cristo, con Él padecieron y con Él han sido glorificados.
¿Qué es la Liturgia de las Horas?
La Liturgia de las Horas, oración pública y común de la Iglesia, es la oración de Cristo con su Cuerpo, la Iglesia. Por su medio, el Misterio de Cristo, que celebramos en la Eucaristía, santifica y transfigura el tiempo de cada día. Se compone principalmente de salmos y de otros textos bíblicos y también de lecturas de los santos Padres y maestros espirituales.”

Querido amigo, querida amiga:
El misterio de Dios revelado por Cristo es infinito y eterno, pero nosotros los seres humanos, destinatarios de esa revelación, somos seres finitos e históricos. Por eso sólo gradualmente podemos comprender ese misterio; también por eso necesitamos tiempo para celebrarlo. Al instituir el año litúrgico, la Iglesia tomó muy en cuenta esa condición humana. El año litúrgico nos ayuda a penetrar poco a poco en el misterio de Cristo, estimulándonos a detenernos cada semana del año en un aspecto distinto de ese misterio, para meditarlo y celebrarlo cada vez más a fondo. Así como el ciclo de las estaciones va marcando el paso del tiempo en el año solar, el ciclo de las fiestas litúrgicas va acompañando nuestro devenir en el año de la Iglesia. A lo largo de ese año litúrgico, las lecturas bíblicas que la Iglesia indica para cada día nos ayudan a apropiarnos cada vez de una parte distinta del inabarcable e inagotable tesoro de la Buena Noticia de la salvación en Cristo.
Te exhorto a participar en este ejercicio espiritual cotidiano que la Iglesia nos propone, leyendo y meditando las lecturas bíblicas de cada día con espíritu de oración, de humilde apertura a la Palabra de Dios.
Por la intercesión de la Virgen María, Madre Auxiliadora de los cristianos, ruego a Dios que año tras año vayamos introduciéndonos cada vez más profundamente, con amor y devoción, en la alegría y la paz que brota de la Pascua de Cristo, celebrada a lo largo del año litúrgico.
Damos fin al programa Nº 13 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día, a lo largo del año cristiano.

Daniel Iglesias Grèzes
13 de junio de 2006.

09 mayo 2006

Programa Nº 12: La inspiración de la Biblia

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 12 de “Verdades de Fe”, que está siendo transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y también a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido a la Sagrada Escritura, con especial hincapié en la inspiración de la Biblia.
Comenzaremos leyendo lo que el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números del 18 al 24, nos enseña sobre la Sagrada Escritura:
“¿Por qué decimos que la Sagrada Escritura enseña la verdad?
Decimos que la Sagrada Escritura enseña la verdad porque Dios mismo es su autor: por eso afirmamos que está inspirada y enseña sin error las verdades necesarias para nuestra salvación. El Espíritu Santo ha inspirado, en efecto, a los autores humanos de la Sagrada Escritura, los cuales han escrito lo que el Espíritu ha querido enseñarnos. La fe cristiana, sin embargo, no es una “religión del libro”, sino de la Palabra de Dios, que no es “una palabra escrita y muda, sino el Verbo encarnado y vivo”.
¿Cómo se debe leer la Sagrada Escritura?
La Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada con la ayuda del Espíritu Santo y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, según tres criterios: 1) atención al contenido y a la unidad de toda la escritura; 2) lectura de la Escritura en la Tradición viva de la Iglesia; 3) respeto de la analogía de la fe, es decir, de la cohesión entre las verdades de la fe.
¿Qué es el canon de las Escrituras?
El canon de las Escrituras es el elenco completo de todos los escritos que la Tradición Apostólica ha hecho discernir a la Iglesia como sagrados. Tal canon comprende cuarenta y seis escritos del Antiguo Testamento y veintisiete del Nuevo.
¿Qué importancia tiene el Antiguo Testamento para los cristianos?
Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios: todos sus libros están divinamente inspirados y conservan un valor permanente, dan testimonio de la pedagogía divina del amor salvífico de Dios y han sido escritos sobre todo para preparar la venida de Cristo Salvador del mundo.
¿Qué importancia tiene el Nuevo Testamento para los cristianos?
El Nuevo Testamento, cuyo centro es Jesucristo, nos transmite la verdad definitiva de la Revelación divina. En él, los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, siendo el principal testimonio de la vida y doctrina de Jesús, constituyen el corazón de todas las Escrituras y ocupan un puesto único en la Iglesia.
¿Qué unidad existe entre el Antiguo y el Nuevo Testamento?
La Escritura es una porque es única la Palabra de Dios, único el proyecto salvífico de Dios y única la inspiración divina de ambos Testamentos. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo, mientras que éste da cumplimiento al Antiguo: ambos se iluminan recíprocamente.
¿Qué función tiene la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia?
La Sagrada Escritura proporciona apoyo y vigor a la vida de la Iglesia. Para sus hijos, es firmeza de la fe, alimento y manantial de vida espiritual. Es el alma de la teología y de la predicación pastoral. Dice el Salmista: “lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero”. Por esto la Iglesia exhorta a la lectura frecuente de la Sagrada Escritura, pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”.

Dado que la Biblia es un libro inspirado por Dios, es Palabra de Dios, entonces enseña siempre la verdad. A continuación reflexionaremos sobre la verdad de la Biblia y refutaremos las críticas que se le hacen habitualmente.
Compartiré ahora con ustedes una experiencia personal. Desde 1999 he dedicado bastante tiempo a promover y defender la fe católica en varios foros de religión en Internet, enviando cientos de mensajes. En esa clase de foros, paradójicamente, predominan numéricamente los no creyentes, sobre todo ateos y agnósticos sumamente anticristianos. Esos críticos anticristianos manejan una gran cantidad de objeciones contra la verdad de la Biblia. Responder detalladamente cada una de sus objeciones sería casi imposible, porque requeriría demasiado espacio y tiempo. Lo importante, sin embargo, es que es posible darles una respuesta global. Esto es posible porque esas objeciones se inscriben típicamente dentro de un conjunto de problemas bien conocido, que dio en llamarse la "cuestión bíblica" y fue muy debatido entre los estudiosos de la Biblia desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX. Después de un tiempo de maduración, los principios generales de la solución de la "cuestión bíblica" fueron aceptados oficialmente por la Iglesia católica en 1943, por medio de la encíclica "Divino Afflante Spiritu" del Papa Pío XII. De modo que lo menos que puede decirse de estas objeciones anticristianas es que están un poco "pasadas de moda".

La gran mayoría de los argumentos contrarios a la verdad de la Biblia pueden ser esquematizados así en forma de silogismo:
Premisa mayor: Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces no puede enseñar ningún error.
Premisa menor: Pero la Biblia contiene muchos textos que enseñan cosas contradictorias entre sí o con verdades demostradas por las ciencias naturales o históricas.
Conclusión: Por lo tanto la Biblia no es Palabra de Dios.
La premisa mayor es verdadera, pero la premisa menor, la que dice que la Biblia enseña errores, es falsa; por lo tanto, la conclusión es inválida.

Analicemos más de cerca la premisa menor. Ella supone implícitamente una interpretación fundamentalista de la Biblia, es decir algo muy diferente a la interpretación católica de la Biblia. El cristianismo fundamentalista (propio de muchas comunidades eclesiales de origen protestante y de algunos grupos semicristianos) rechaza el estudio histórico-crítico de la Biblia y da a la Sagrada Escritura una interpretación simplista y superficial, atada al sentido aparente de los textos. La exégesis católica, en cambio, utiliza la fe y la razón, los resultados del estudio científico de la Biblia iluminados por la fe cristiana.

Ilustremos esto con un ejemplo. El capítulo 1 del Génesis relata la creación del universo por obra de Dios. Según este relato, Dios empleó seis días para crear todo lo visible y lo invisible; en el sexto día Dios creó al ser humano y en el séptimo día descansó. Una interpretación fundamentalista de este capítulo lleva a rechazar todos los descubrimientos científicos que suponen una evolución cósmica y biológica de miles de millones de años previa a la aparición del hombre sobre la Tierra. La interpretación católica, en cambio, se basa en los siguientes dos principios, expresados respectivamente en los números 11 y 12 de la constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II:
1. "Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra."
2. "El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época."
Vale decir que la interpretación católica de la Biblia distingue la verdad salvífica transmitida por la Biblia del "ropaje literario" utilizado como vehículo para transmitir dicha verdad. En el ejemplo citado, es claro que las verdades salvíficas que Dios nos transmite por medio de Génesis 1 son cosas muy diferentes de una cosmología arcaica; o sea, Génesis 1 nos transmite verdades tales como las siguientes:
· Todo lo que existe ha sido creado por Dios.
· Todo lo que Dios ha creado es bueno.
· El ser humano es la cumbre del universo material.
· El hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios.
· etc.
La importancia de tener en cuenta el género literario de un texto para darle una interpretación racional es muy clara. No se puede interpretar una narración épica del mismo modo que un poema, un drama o un ensayo filosófico. Es obvio que sería absurdo rechazar la verdad de la parábola del hijo pródigo con base en que históricamente no existió aquel "padre que tenía dos hijos". Este error es semejante al cometido en la clase de argumentos críticos que estamos comentando.

Es muy importante comprender bien el sentido de la doctrina católica sobre la inerrancia de la Biblia. La Iglesia católica cree que la Biblia enseña sin error la verdad que Dios quiso transmitir a los hombres para su salvación. Por lo tanto estamos hablando de verdades religioso-salvíficas, no de verdades científicas. La lectura de la Biblia permite conocer la cosmología de los antiguos hebreos, pero también permite conocer algo infinitamente más importante para nosotros: la verdad sobre Dios y la verdad última sobre el hombre, sobre su origen, su fundamento, su vocación y su destino.
La Biblia no es un manual de ciencia y ni siquiera, hablando estrictamente, un libro de historia, sino un libro que nos transmite verdades religiosas importantes para nuestra salvación por medio de géneros literarios propios de una cultura de la Antigüedad. Muchas veces la Biblia nos transmite su mensaje de salvación por medio de la narración de una historia, pero se trata entonces de una "historia teológica", o más bien de una "teología histórica", un descubrimiento profético de la Palabra de Dios a través de los sucesos históricos.
Como escribió San Agustín a principios del siglo V, "la Biblia no enseña cómo va el cielo, sino cómo se va al cielo". Si los críticos quieren emitir un juicio sobre la verdad de la Biblia, deben elevar su mirada y apuntar al verdadero objeto de la enseñanza bíblica, una verdad propiamente religiosa.
Al leer la Biblia desde esta perspectiva (la única correcta) se desvanece la falsa impresión de que la Biblia enseña cosas contradictorias. Las afirmaciones aparentemente contradictorias (referidas a cuestiones científicas, históricas etc.) son medios literarios que los autores sagrados utilizan para transmitir verdades religiosas que son siempre verdaderas y coherentes entre sí.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida, Melo y Tacuarembó. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la inspiración divina de la Biblia. En la primera parte refutamos globalmente las objeciones contra la inspiración de la Biblia inscritas en la llamada “cuestión bíblica”, vale decir las objeciones que no toman en cuenta la finalidad religiosa de la Biblia ni sus géneros literarios y su contexto histórico y cultural. En esta segunda parte refutaremos otras tres objeciones contra la inspiración bíblica.

En primer lugar consideraremos la objeción basada en la autoría humana de la Biblia.
Esta objeción tiene la siguiente forma: Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces no puede tener autores humanos. Pero la Biblia tiene autores humanos (como se demuestra por ejemplo por medio de las influencias de los mitos babilónicos en los relatos bíblicos de la creación y el diluvio). Por lo tanto, la Biblia no es Palabra de Dios.
La premisa mayor de este argumento, la que niega que la Biblia pueda ser Palabra de Dios si tiene autores humanos, es falsa; por lo tanto, la conclusión es inválida, a pesar de la verdad de la premisa menor.
La Biblia es un conjunto de libros escritos por autores humanos inspirados por Dios. Dios es el autor principal de la Biblia; no obstante, los hagiógrafos o escritores sagrados, aunque escribieron todo y sólo lo que Dios quiso que escribieran, son también verdaderos autores.
Los cristianos no creemos que nuestra Sagrada Escritura haya sido escrita en el cielo, como lo creen los musulmanes respecto del Corán y los mormones respecto del Libro del Mormón. Tampoco imaginamos la inspiración bíblica como una especie de trance espiritista. Si bien Dios es la causa principal de la Biblia y los hagiógrafos son sus causas instrumentales, no fueron utilizados por Dios del mismo modo que un músico usa su instrumento musical. Los hagiógrafos obraron como instrumentos de Dios, pero conscientes y libres. Cada autor sagrado escribió siguiendo un plan determinado, conforme a su propio estilo de pensamiento y de escritura, utilizando unos géneros literarios escogidos por él dentro del marco de la cultura de su época y de su ambiente. La inspiración bíblica consiste en que el Espíritu Santo iluminó las mentes de los hagiógrafos y los asistió para que transmitieran por escrito y sin error la Divina Revelación. Ni siquiera es necesario que los autores sagrados fueran siempre conscientes de esta inspiración divina mientras escribían la Biblia.

En segundo lugar consideraremos la objeción contra la santidad de la Biblia.
Esta objeción tiene la siguiente forma: Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces no puede aprobar el pecado. Pero la Biblia aprueba el pecado (como por ejemplo en el relato del incesto de las dos hijas de Lot, en Génesis 19). Por lo tanto, la Biblia no es Palabra de Dios.
La premisa mayor de este razonamiento es verdadera, pero la premisa menor, la que sostiene que la Biblia aprueba el pecado, es falsa; por lo tanto, la conclusión es inválida.
La falsedad de la premisa menor es evidente. El hecho de que la Biblia narre un pecado no implica que lo apruebe. A lo largo de toda la Biblia se advierte claramente un rechazo radical del pecado. Esto no es obstáculo para reconocer que la revelación bíblica fue gradual, particularmente en lo que se refiere a la doctrina moral del Antiguo Testamento.

En tercer lugar consideraremos la objeción contra la historicidad de los Evangelios.
Esta objeción tiene la siguiente forma: Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces los Evangelios deben ser biografías exactas de Jesús. Pero los Evangelios no son biografías exactas de Jesús (como se demuestra por ejemplo por medio de las diferencias entre los relatos evangélicos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús). Por lo tanto, la Biblia no es Palabra de Dios.
La premisa mayor de este argumento, la que supone que los Evangelios deberían ser biografías exactas, es falsa; por lo tanto, la conclusión es inválida, a pesar de que la premisa menor sea verdadera.
La Iglesia católica ha afirmado siempre con firmeza la historicidad de los Evangelios. Sin embargo, esto no equivale a afirmar que los Evangelios son biografías exactas de Jesús en el sentido moderno de esta expresión. Conocer la crónica periodísticamente completa y exacta de la vida y las obras de Jesús de Nazaret no es necesario para nuestra salvación. Por eso no debe preocuparnos el hecho de que los Evangelios no nos permitan reconstruir con plena certeza la cronología y la topografía de las andanzas de Jesús.
Los Evangelios narran la historia de una persona determinada en un lugar y una época determinados. La concordancia de las narraciones evangélicas con la geografía, la historia, la lengua y la cultura de la Palestina de comienzos del siglo I es tan perfecta y completa que sitúa a los Evangelios a una distancia abismal de cualquier mitología. Aunque a veces no podamos saber con total seguridad si unas palabras determinadas son las mismísimas palabras originarias de Jesús, los Evangelios nos transmiten la doctrina de Jesús sin deformaciones. La imagen que nos ofrecen de Jesús es la de un personaje singularísimo, inmediatamente reconocible.
Los Evangelios nos ofrecen un testimonio de fe sobre Jesús de Nazaret. Fueron escritos por cristianos con la intención de transmitir a otros el Evangelio o Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios. Pero esto no quita valor histórico a dicho testimonio. Los Evangelios en general y los relatos de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en particular deben ser considerados testimonios sustancialmente fidedignos desde el punto de vista histórico. Esto se puede demostrar aplicándoles los mismos criterios de historicidad que se utilizan para juzgar a los documentos de la historia profana.


Querido amigo, querida amiga:
Si tú no crees que la Biblia sea Palabra de Dios, te invito a reflexionar sobre lo que hemos dicho hoy y a leer la Biblia con el mismo espíritu de fe religiosa con el que fue escrita. Pide a Dios nuestro Padre que te conceda un corazón creyente, para que pueda penetrar en ti la Sabiduría de Dios transmitida a los hombres a través de las Sagradas Escrituras de la gran tradición judeocristiana. Con la ayuda de buenos guías, podrás llegar a apreciar la verdad, la bondad y la belleza de la Palabra de Dios escrita en la Biblia y su relevancia decisiva para la realización plena del ser humano de todas las épocas y lugares.
Si eres cristiano, te invito a dar gracias a Dios con frecuencia por el gran don de su Divina Revelación transmitida en la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Lee con frecuencia la Biblia y sobre todo los Evangelios, en lo posible cada día, para poder orar a Dios entablando un verdadero diálogo con Él, en el que no sólo le hables sino que también lo escuches. Pide al Santo Espíritu de Dios el don de la sabiduría, para que te conceda comprender la Sagrada Escritura en sintonía con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.
Por la intercesión de la Virgen María, Templo del Espíritu Santo, el que habló por los profetas, ruego a Dios que se fortalezca en ti cada vez más la fe en la inspiración divina de la Biblia, medio de transmisión escrita de la revelación de Dios a los hombres.
Damos fin al programa Nº 12 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
6 de junio de 2006.

02 mayo 2006

Programa Nº 11: Tradición, Escritura y Magisterio

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 11 de “Verdades de Fe”, que está siendo transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono 035 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido a la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, tres realidades interrelacionadas.

En primer lugar consideraremos la Sagrada Tradición. "Tradición" significa fidelidad.
La palabra "tradición" proviene del latín "traditio", que traduce el término griego "parádosis", que literalmente significa "entrega". La verdadera Tradición es Jesús, pues Él es el Hijo de Dios entregado por el Padre a los hombres. Dios entrega a la humanidad toda la persona de Cristo, y se entrega a Sí mismo en Jesús.
En la Pasión de Jesucristo podemos distinguir dos tipos de entregas:
- La sucesión de las entregas humanas de Jesús:
- Judas entregó a Jesús a los sumos sacerdotes.
- El Sanedrín entregó a Jesús a Pilato.
- Pilato entregó a Jesús para que fuese crucificado.
- En el plano ontológico, hay también tres entregas misteriosas de Jesús:
- La entrega que Jesús hace de Sí mismo por amor a los hombres.
- Además, Cristo se entregó a Sí mismo a Dios en oblación, ofreciéndose como víctima inmaculada.
- En el momento de su muerte, Jesús, inclinando la cabeza, entregó su Espíritu.
A esta entrega que el Hijo hace de Sí mismo, corresponde la entrega del Padre, que nos entregó a su propio Hijo.
El término "tradición" tiene una gran densidad teológica y trinitaria. Refleja la autocomunicación de Dios, la comunicación y entrega entre las personas divinas. En esta incesante entrega amorosa hay una circularidad que no es disolvente. El ser de Dios es puro darse, es amor gratuito.
La vida que Cristo da es una vida nueva, aunque la vida conserva siempre su unidad. Hay una acción del Espíritu Santo para que Cristo se haga carne en María de Nazaret y para que se haga vida en la historia de la Iglesia.
La vida de Dios que nos ha sido entregada por Jesucristo debe ser conservada, transmitida y acrecentada por los cristianos. La Tradición supone siempre una capacidad de cambio y crecimiento, que es dada por el Espíritu Santo. Se trata de una Tradición viva; esta Tradición viviente de la Iglesia debe ser reactualizada en cada época y lugar.
La constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, en su n. 7, nos enseña lo siguiente:
"Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio... Este mandato se cumplió fielmente, pues los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo... Esta Tradición, con la Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a Dios".

La Sagrada Tradición, en sentido amplio, abarca las Sagradas Escrituras, porque la Escritura es uno de los medios (aunque privilegiado) de transmisión de la vida de Dios recibida por la Iglesia en Jesucristo. Por eso la postura protestante de rechazar la Tradición y aceptar sólo la Escritura como fuente de la Revelación es, en último análisis, inconsistente, pues sin la Tradición la Escritura pierde su sustento, su unión con Cristo. No es correcto oponer la Escritura y la Tradición como si se tratara de dos fuentes diferentes de la Revelación. El n. 9 de la constitución Dei Verbum lo expresa así:
"La Tradición y la Escritura están estrechamente compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a sus sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así ambas se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción.".

La Palabra de Dios no se expresa solamente con palabras sino también con hechos. Es interesante advertir que el vocablo hebreo "dabar", que significa "palabra", también quiere decir "hecho". Esto está en consonancia con la mentalidad del pueblo hebreo, que aprendió a interpretar los hechos de su historia como palabra de Yahvé, un Dios que permanecía siempre fiel a su palabra de salvación, a pesar de las infidelidades de su pueblo. Cuando Israel se mantenía fiel a sus tradiciones, lo hacía porque encontraba en ellas la palabra liberadora de Yahvé.
También la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, tiene una Sagrada Tradición que debe transmitir fielmente; es el mismo Jesucristo, Verbo de Dios, que le ha sido entregado por el Padre. Él es la clave de interpretación de toda la Escritura, de los 73 libros inspirados del canon de la Biblia (46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento), que la Tradición viva de la Iglesia conserva celosamente. Al respecto cabe destacar que las modernas investigaciones arqueológicas confirman que los textos actuales de los libros canónicos son sustancialmente idénticos a los textos más antiguos encontrados. La larga transmisión de los libros sagrados de generación en generación, otrora tan trabajosa, no ha producido alteraciones más que en secundarias cuestiones de detalle; y aún así, la gran diversidad de manuscritos antiguos permite generalmente conjeturar cuál pudo ser el texto original en los casos dudosos. No otra cosa cabía esperar tanto de los israelitas como de los cristianos, que veneraron siempre sus libros sagrados, los leyeron y meditaron con fruto, en forma personal y en forma comunitaria (sobre todo en la liturgia), y oraron por medio de ellos.
La Iglesia transmite a todas las generaciones todo lo que ella es y todo lo que ella cree: el depósito de la fe, que es cual rico tesoro transportado en vasijas de barro. Esta Tradición progresa y crece en la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Por la contemplación y el estudio de los creyentes crece la comprensión de la Divina Revelación. La Iglesia tiende a la plenitud de la verdad divina: la planta sembrada por Jesús va creciendo.
Dado que la Sagrada Tradición es algo vivo, no es de extrañar que en la Iglesia se produzcan cambios. Ello es necesario para el crecimiento. Muy pronto (ya en la época apostólica) la Iglesia se vio obligada a discernir entre la Tradición de Jesucristo y las tradiciones no vinculantes para la fe cristiana. En sus epístolas, Pablo distingue sus opiniones personales sobre asuntos prácticos de lo que es Tradición. Y en el Concilio de Jerusalén (en el año 45) los apóstoles y presbíteros, presididos por Pedro, contrariando a los judeocristianos que querían conservar todas las tradiciones judías, se afiliaron a la tesis de Pablo y Bernabé: no imponer cargas innecesarias (la circuncisión y la ley de Moisés) a los gentiles.
El Papa Juan Pablo II recordó el duodécimo centenario del II Concilio de Nicea (del año 787) con una Carta Apostólica en la que da un gran peso a la Tradición no escrita de la Iglesia y declara a la Tradición como norma moderadora de la fe de la Iglesia. El mencionado Concilio Ecuménico, último reconocido por todos los cristianos, se resolvió en contra de los iconoclastas reafirmando la Tradición y el primado del Papa.
Es dogma de fe que el mensaje cristiano es Tradición. Lo que la Iglesia católica y apostólica transmite es la vida nueva que recibió de Jesús a través de los apóstoles.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono 035 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia. En la primera parte nos referimos a la Sagrada Tradición.

Ahora consideraremos la Sagrada Escritura. Procuraremos mostrar que la inspiración escriturística es un momento privilegiado de la acción del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo ha inspirado los Libros Sagrados. Sin embargo, la acción del Espíritu Santo en la historia no se reduce a la inspiración de las Sagradas Escrituras, sino que es mucho más amplia.
La doctrina de la Iglesia sobre el Espíritu Santo fue explicitada en el Segundo Concilio Ecuménico (el Concilio de Constantinopla I, en el año 381), el cual agregó al Credo de Nicea un párrafo sobre el Espíritu Santo:
"Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas".
Posteriormente se extendió en la Iglesia latina la práctica de añadir, luego de la frase "que procede del Padre", la expresión "y del Hijo". Con motivo del cisma de Oriente, los orientales argumentaron que los occidentales, al agregar dicha expresión al Credo, habían tergiversado la fe verdadera; de ahí que se llamaran a sí mismos ortodoxos. Sin embargo, la doctrina de la procesión del Espíritu Santo por espiración del Padre y del Hijo (o del Padre por el Hijo) tiene, como veremos luego, un firme fundamento.
La fe de la Iglesia en el Espíritu Santo se expresa también, en forma condensada, en dos antiguos himnos litúrgicos: "Veni Sancti Spiritus" y "Veni Creator Spiritus". Ambos nos hablan de la consoladora acción del Espíritu Santo en las almas de sus fieles, y de la vida de gracia que de Él reciben, manifestada en sus siete dones.
El n. 4 de la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II presenta al Espíritu Santo como santificador de la Iglesia:
"Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo. El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos. Guía la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y misterio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos. Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo."

Esta acción santificadora del Espíritu Santo se desarrolla continuamente y no sólo sobre la Iglesia visible. La Providencia de Dios y sus designios de salvación se extienden a todos los hombres de todas las épocas. El Espíritu de Dios sopla donde quiere y como quiere. Los cristianos no somos sus dueños, sino sus instrumentos; no podemos manipularlo. Debemos dejarnos transformar por Él. El hecho de que la acción salvífica del Espíritu Santo sea universal no disminuye en modo alguno la obligación de los cristianos de dar testimonio de Cristo ante los hombres. La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza; su misión se origina en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre.
La acción incesante del Espíritu Santo en la historia de los hombres tiene un momento privilegiado en la inspiración de los libros de la Biblia, que la Iglesia considera Palabra de Dios. Escuchemos el n. 11 de la constitución Dei Verbum:
"La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia. En la composición de los Libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería.
Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra.
"

En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios actúa, pero no es percibido aún por Israel como una persona sino como una fuerza divina o un atributo personificado de Dios. El Espíritu de Dios actúa sobre la persona del Mesías, dentro del pueblo de Dios y en la raíz de toda vocación profética. En Salmos 139,7, el orante percibe que el Espíritu de Dios le rodea y hace presente la cercanía de Dios.
El Nuevo Testamento revela finalmente a Dios como Trinidad, comunión de amor perfecto e inagotable entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nos presenta a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, al Padre como el Padre de Jesús y al Espíritu Santo como el Espíritu de Jesús.
En el discurso de despedida del Evangelio según San Juan, Jesús hace cinco promesas relativas al Espíritu Santo:
- Juan 14,15-17: el Espíritu Santo es otro abogado defensor (Jesús es el primero); es un Espíritu de verdad que el Padre dará a los Apóstoles y que morará dentro de ellos.
- Juan 14,26: el Espíritu Santo, que el Padre enviará en nombre de Jesús, enseñará todo a los Apóstoles y les recordará las enseñanzas de Jesús. Es un Maestro interior, que recuerda y enseña.
- Juan 15,26: el Espíritu Santo, que procede del Padre como Jesús, será enviado por Jesús y dará testimonio de Él.
- Juan 16,7-11: el Espíritu Santo que Jesús enviará, convencerá al mundo del pecado que ha cometido crucificando a Jesús, de la inocencia del Hijo de Dios a quien dio muerte y de la sentencia que reduce a la impotencia el poder del demonio.
- Juan 16,12-15: el Espíritu Santo guiará a la Iglesia hacia la verdad plena. No hablará por Sí solo, sino que anunciará lo que habrá recibido de Cristo, glorificándolo. Todo lo que tiene el Padre es también del Hijo.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo el Espíritu Santo guía a los discípulos de Cristo en su misión. El Evangelio llega a Europa a través de San Pablo por una intervención del Espíritu Santo.

Por último consideraremos el servicio del Magisterio de la Iglesia en relación con la Palabra de Dios.
El n. 10 de la constitución Dei Verbum dice así:
"El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído.
Así, pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las alm
as."

El encargo que Jesús confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que el Nuevo Testamento llama diaconía, o sea ministerio. El Magisterio de la Iglesia corresponde al Papa y los Obispos. Entre los principales oficios de los Obispos está el oficio de enseñar.
Escuchemos lo que nos dice al respecto el n. 25 de la constitución Lumen Gentium:
"Los Obispos son los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida, y la ilustran bajo la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación cosas nuevas y viejas, la hacen fructificar y con vigilancia apartan de su grey los errores que la amenazan. Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto."

El Magisterio de la Iglesia se puede clasificar en dos categorías: Magisterio ordinario y Magisterio extraordinario. El Magisterio ordinario se divide a su vez en Magisterio pontificio y Magisterio episcopal. El Magisterio pontificio puede ser directo (encíclicas, exhortaciones apostólicas etc.) o por medio de colaboradores (por ejemplo, documentos de congregaciones vaticanas con la aprobación del Papa). El Magisterio episcopal puede expresarse por ejemplo a través de documentos de un Obispo, de una Conferencia Episcopal o de un Sínodo de Obispos.
El Magisterio extraordinario puede ser o no ser infalible. El Magisterio infalible se da cuando el Papa habla ex cathedra, es decir cuando define solemnemente un dogma en materia de fe o de moral. Este tipo de Magisterio es muy poco común. Desde el Concilio Vaticano I, que en 1870 proclamó el dogma de la infalibilidad papal, sólo una vez un Papa ha hablado ex cathedra (en 1950, cuando Pío XII proclamó solemnemente el dogma de la Asunción de María).
El Magisterio extraordinario se expresa también a través de los Concilios Ecuménicos. A lo largo de los 20 siglos de la historia de la Iglesia se han realizado 21 Concilios Ecuménicos, el último de los cuales fue el Concilio Vaticano II (de 1962 a 1965).
Sigamos escuchando el n. 25 de la Lumen Gentium:
"Aunque cada uno de los prelados no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo. Pero todo esto se realiza con mayor claridad cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para la Iglesia universal los maestros y jueces de la fe y costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la fe.
El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta misma infalibilidad en razón de su oficio cuando, como supremo pastor y doctor de todos los fieles, que confirma en la fe a sus hermanos, proclama de una forma definitiva la doctrina de fe y costumbres... La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el sucesor de Pedro
."

La infalibilidad es una facultad que sólo Dios posee por sí mismo. El carisma de la infalibilidad es un don que Cristo prometió a su Iglesia y que el Espíritu Santo le concede asistiendo a quienes desempeñan el ministerio papal y el ministerio episcopal.

Querido amigo, querida amiga:
La Tradición viva de la Iglesia transmite de generación en generación la revelación de Dios en Cristo para la salvación de los hombres. La Palabra de Dios, escrita en la Biblia, es luz para nuestro camino y debe ser leída dentro de esa Tradición y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia. Haz todo lo posible para mantenerte dentro de la corriente de vida eterna que brota del costado de Cristo crucificado y resucitado y fluye a través de la historia impulsando la barca conducida por Pedro.
Por la intercesión de la Virgen María, Madre del Redentor, ruego a Dios que te conceda experimentar la alegría y la paz de formar parte de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, y de escuchar la palabra de Dios en la Biblia, comprenderla y ponerla en práctica cada día.
Damos fin al programa Nº 11 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
30 de mayo de 2006.

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