Programa Nº 11: Tradición, Escritura y Magisterio
Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 11 de “Verdades de Fe”, que está siendo transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono 035 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido a la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, tres realidades interrelacionadas.
En primer lugar consideraremos la Sagrada Tradición. "Tradición" significa fidelidad.
La palabra "tradición" proviene del latín "traditio", que traduce el término griego "parádosis", que literalmente significa "entrega". La verdadera Tradición es Jesús, pues Él es el Hijo de Dios entregado por el Padre a los hombres. Dios entrega a la humanidad toda la persona de Cristo, y se entrega a Sí mismo en Jesús.
En la Pasión de Jesucristo podemos distinguir dos tipos de entregas:
- La sucesión de las entregas humanas de Jesús:
- Judas entregó a Jesús a los sumos sacerdotes.
- El Sanedrín entregó a Jesús a Pilato.
- Pilato entregó a Jesús para que fuese crucificado.
- En el plano ontológico, hay también tres entregas misteriosas de Jesús:
- La entrega que Jesús hace de Sí mismo por amor a los hombres.
- Además, Cristo se entregó a Sí mismo a Dios en oblación, ofreciéndose como víctima inmaculada.
- En el momento de su muerte, Jesús, inclinando la cabeza, entregó su Espíritu.
A esta entrega que el Hijo hace de Sí mismo, corresponde la entrega del Padre, que nos entregó a su propio Hijo.
El término "tradición" tiene una gran densidad teológica y trinitaria. Refleja la autocomunicación de Dios, la comunicación y entrega entre las personas divinas. En esta incesante entrega amorosa hay una circularidad que no es disolvente. El ser de Dios es puro darse, es amor gratuito.
La vida que Cristo da es una vida nueva, aunque la vida conserva siempre su unidad. Hay una acción del Espíritu Santo para que Cristo se haga carne en María de Nazaret y para que se haga vida en la historia de la Iglesia.
La vida de Dios que nos ha sido entregada por Jesucristo debe ser conservada, transmitida y acrecentada por los cristianos. La Tradición supone siempre una capacidad de cambio y crecimiento, que es dada por el Espíritu Santo. Se trata de una Tradición viva; esta Tradición viviente de la Iglesia debe ser reactualizada en cada época y lugar.
La constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, en su n. 7, nos enseña lo siguiente:
"Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio... Este mandato se cumplió fielmente, pues los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo... Esta Tradición, con la Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a Dios".
La Sagrada Tradición, en sentido amplio, abarca las Sagradas Escrituras, porque la Escritura es uno de los medios (aunque privilegiado) de transmisión de la vida de Dios recibida por la Iglesia en Jesucristo. Por eso la postura protestante de rechazar la Tradición y aceptar sólo la Escritura como fuente de la Revelación es, en último análisis, inconsistente, pues sin la Tradición la Escritura pierde su sustento, su unión con Cristo. No es correcto oponer la Escritura y la Tradición como si se tratara de dos fuentes diferentes de la Revelación. El n. 9 de la constitución Dei Verbum lo expresa así:
"La Tradición y la Escritura están estrechamente compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a sus sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así ambas se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción.".
La Palabra de Dios no se expresa solamente con palabras sino también con hechos. Es interesante advertir que el vocablo hebreo "dabar", que significa "palabra", también quiere decir "hecho". Esto está en consonancia con la mentalidad del pueblo hebreo, que aprendió a interpretar los hechos de su historia como palabra de Yahvé, un Dios que permanecía siempre fiel a su palabra de salvación, a pesar de las infidelidades de su pueblo. Cuando Israel se mantenía fiel a sus tradiciones, lo hacía porque encontraba en ellas la palabra liberadora de Yahvé.
También la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, tiene una Sagrada Tradición que debe transmitir fielmente; es el mismo Jesucristo, Verbo de Dios, que le ha sido entregado por el Padre. Él es la clave de interpretación de toda la Escritura, de los 73 libros inspirados del canon de la Biblia (46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento), que la Tradición viva de la Iglesia conserva celosamente. Al respecto cabe destacar que las modernas investigaciones arqueológicas confirman que los textos actuales de los libros canónicos son sustancialmente idénticos a los textos más antiguos encontrados. La larga transmisión de los libros sagrados de generación en generación, otrora tan trabajosa, no ha producido alteraciones más que en secundarias cuestiones de detalle; y aún así, la gran diversidad de manuscritos antiguos permite generalmente conjeturar cuál pudo ser el texto original en los casos dudosos. No otra cosa cabía esperar tanto de los israelitas como de los cristianos, que veneraron siempre sus libros sagrados, los leyeron y meditaron con fruto, en forma personal y en forma comunitaria (sobre todo en la liturgia), y oraron por medio de ellos.
La Iglesia transmite a todas las generaciones todo lo que ella es y todo lo que ella cree: el depósito de la fe, que es cual rico tesoro transportado en vasijas de barro. Esta Tradición progresa y crece en la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Por la contemplación y el estudio de los creyentes crece la comprensión de la Divina Revelación. La Iglesia tiende a la plenitud de la verdad divina: la planta sembrada por Jesús va creciendo.
Dado que la Sagrada Tradición es algo vivo, no es de extrañar que en la Iglesia se produzcan cambios. Ello es necesario para el crecimiento. Muy pronto (ya en la época apostólica) la Iglesia se vio obligada a discernir entre la Tradición de Jesucristo y las tradiciones no vinculantes para la fe cristiana. En sus epístolas, Pablo distingue sus opiniones personales sobre asuntos prácticos de lo que es Tradición. Y en el Concilio de Jerusalén (en el año 45) los apóstoles y presbíteros, presididos por Pedro, contrariando a los judeocristianos que querían conservar todas las tradiciones judías, se afiliaron a la tesis de Pablo y Bernabé: no imponer cargas innecesarias (la circuncisión y la ley de Moisés) a los gentiles.
El Papa Juan Pablo II recordó el duodécimo centenario del II Concilio de Nicea (del año 787) con una Carta Apostólica en la que da un gran peso a la Tradición no escrita de la Iglesia y declara a la Tradición como norma moderadora de la fe de la Iglesia. El mencionado Concilio Ecuménico, último reconocido por todos los cristianos, se resolvió en contra de los iconoclastas reafirmando la Tradición y el primado del Papa.
Es dogma de fe que el mensaje cristiano es Tradición. Lo que la Iglesia católica y apostólica transmite es la vida nueva que recibió de Jesús a través de los apóstoles.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL
Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono 035 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia. En la primera parte nos referimos a la Sagrada Tradición.
Ahora consideraremos la Sagrada Escritura. Procuraremos mostrar que la inspiración escriturística es un momento privilegiado de la acción del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo ha inspirado los Libros Sagrados. Sin embargo, la acción del Espíritu Santo en la historia no se reduce a la inspiración de las Sagradas Escrituras, sino que es mucho más amplia.
La doctrina de la Iglesia sobre el Espíritu Santo fue explicitada en el Segundo Concilio Ecuménico (el Concilio de Constantinopla I, en el año 381), el cual agregó al Credo de Nicea un párrafo sobre el Espíritu Santo:
"Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas".
Posteriormente se extendió en la Iglesia latina la práctica de añadir, luego de la frase "que procede del Padre", la expresión "y del Hijo". Con motivo del cisma de Oriente, los orientales argumentaron que los occidentales, al agregar dicha expresión al Credo, habían tergiversado la fe verdadera; de ahí que se llamaran a sí mismos ortodoxos. Sin embargo, la doctrina de la procesión del Espíritu Santo por espiración del Padre y del Hijo (o del Padre por el Hijo) tiene, como veremos luego, un firme fundamento.
La fe de la Iglesia en el Espíritu Santo se expresa también, en forma condensada, en dos antiguos himnos litúrgicos: "Veni Sancti Spiritus" y "Veni Creator Spiritus". Ambos nos hablan de la consoladora acción del Espíritu Santo en las almas de sus fieles, y de la vida de gracia que de Él reciben, manifestada en sus siete dones.
El n. 4 de la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II presenta al Espíritu Santo como santificador de la Iglesia:
"Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo. El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos. Guía la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y misterio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos. Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo."
Esta acción santificadora del Espíritu Santo se desarrolla continuamente y no sólo sobre la Iglesia visible. La Providencia de Dios y sus designios de salvación se extienden a todos los hombres de todas las épocas. El Espíritu de Dios sopla donde quiere y como quiere. Los cristianos no somos sus dueños, sino sus instrumentos; no podemos manipularlo. Debemos dejarnos transformar por Él. El hecho de que la acción salvífica del Espíritu Santo sea universal no disminuye en modo alguno la obligación de los cristianos de dar testimonio de Cristo ante los hombres. La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza; su misión se origina en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre.
La acción incesante del Espíritu Santo en la historia de los hombres tiene un momento privilegiado en la inspiración de los libros de la Biblia, que la Iglesia considera Palabra de Dios. Escuchemos el n. 11 de la constitución Dei Verbum:
"La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia. En la composición de los Libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería.
Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra."
En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios actúa, pero no es percibido aún por Israel como una persona sino como una fuerza divina o un atributo personificado de Dios. El Espíritu de Dios actúa sobre la persona del Mesías, dentro del pueblo de Dios y en la raíz de toda vocación profética. En Salmos 139,7, el orante percibe que el Espíritu de Dios le rodea y hace presente la cercanía de Dios.
El Nuevo Testamento revela finalmente a Dios como Trinidad, comunión de amor perfecto e inagotable entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nos presenta a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, al Padre como el Padre de Jesús y al Espíritu Santo como el Espíritu de Jesús.
En el discurso de despedida del Evangelio según San Juan, Jesús hace cinco promesas relativas al Espíritu Santo:
- Juan 14,15-17: el Espíritu Santo es otro abogado defensor (Jesús es el primero); es un Espíritu de verdad que el Padre dará a los Apóstoles y que morará dentro de ellos.
- Juan 14,26: el Espíritu Santo, que el Padre enviará en nombre de Jesús, enseñará todo a los Apóstoles y les recordará las enseñanzas de Jesús. Es un Maestro interior, que recuerda y enseña.
- Juan 15,26: el Espíritu Santo, que procede del Padre como Jesús, será enviado por Jesús y dará testimonio de Él.
- Juan 16,7-11: el Espíritu Santo que Jesús enviará, convencerá al mundo del pecado que ha cometido crucificando a Jesús, de la inocencia del Hijo de Dios a quien dio muerte y de la sentencia que reduce a la impotencia el poder del demonio.
- Juan 16,12-15: el Espíritu Santo guiará a la Iglesia hacia la verdad plena. No hablará por Sí solo, sino que anunciará lo que habrá recibido de Cristo, glorificándolo. Todo lo que tiene el Padre es también del Hijo.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo el Espíritu Santo guía a los discípulos de Cristo en su misión. El Evangelio llega a Europa a través de San Pablo por una intervención del Espíritu Santo.
Por último consideraremos el servicio del Magisterio de la Iglesia en relación con la Palabra de Dios.
El n. 10 de la constitución Dei Verbum dice así:
"El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído.
Así, pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas."
El encargo que Jesús confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que el Nuevo Testamento llama diaconía, o sea ministerio. El Magisterio de la Iglesia corresponde al Papa y los Obispos. Entre los principales oficios de los Obispos está el oficio de enseñar.
Escuchemos lo que nos dice al respecto el n. 25 de la constitución Lumen Gentium:
"Los Obispos son los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida, y la ilustran bajo la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación cosas nuevas y viejas, la hacen fructificar y con vigilancia apartan de su grey los errores que la amenazan. Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto."
El Magisterio de la Iglesia se puede clasificar en dos categorías: Magisterio ordinario y Magisterio extraordinario. El Magisterio ordinario se divide a su vez en Magisterio pontificio y Magisterio episcopal. El Magisterio pontificio puede ser directo (encíclicas, exhortaciones apostólicas etc.) o por medio de colaboradores (por ejemplo, documentos de congregaciones vaticanas con la aprobación del Papa). El Magisterio episcopal puede expresarse por ejemplo a través de documentos de un Obispo, de una Conferencia Episcopal o de un Sínodo de Obispos.
El Magisterio extraordinario puede ser o no ser infalible. El Magisterio infalible se da cuando el Papa habla ex cathedra, es decir cuando define solemnemente un dogma en materia de fe o de moral. Este tipo de Magisterio es muy poco común. Desde el Concilio Vaticano I, que en 1870 proclamó el dogma de la infalibilidad papal, sólo una vez un Papa ha hablado ex cathedra (en 1950, cuando Pío XII proclamó solemnemente el dogma de la Asunción de María).
El Magisterio extraordinario se expresa también a través de los Concilios Ecuménicos. A lo largo de los 20 siglos de la historia de la Iglesia se han realizado 21 Concilios Ecuménicos, el último de los cuales fue el Concilio Vaticano II (de 1962 a 1965).
Sigamos escuchando el n. 25 de la Lumen Gentium:
"Aunque cada uno de los prelados no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo. Pero todo esto se realiza con mayor claridad cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para la Iglesia universal los maestros y jueces de la fe y costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la fe.
El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta misma infalibilidad en razón de su oficio cuando, como supremo pastor y doctor de todos los fieles, que confirma en la fe a sus hermanos, proclama de una forma definitiva la doctrina de fe y costumbres... La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el sucesor de Pedro."
La infalibilidad es una facultad que sólo Dios posee por sí mismo. El carisma de la infalibilidad es un don que Cristo prometió a su Iglesia y que el Espíritu Santo le concede asistiendo a quienes desempeñan el ministerio papal y el ministerio episcopal.
Querido amigo, querida amiga:
La Tradición viva de la Iglesia transmite de generación en generación la revelación de Dios en Cristo para la salvación de los hombres. La Palabra de Dios, escrita en la Biblia, es luz para nuestro camino y debe ser leída dentro de esa Tradición y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia. Haz todo lo posible para mantenerte dentro de la corriente de vida eterna que brota del costado de Cristo crucificado y resucitado y fluye a través de la historia impulsando la barca conducida por Pedro.
Por la intercesión de la Virgen María, Madre del Redentor, ruego a Dios que te conceda experimentar la alegría y la paz de formar parte de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, y de escuchar la palabra de Dios en la Biblia, comprenderla y ponerla en práctica cada día.
Damos fin al programa Nº 11 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.
Daniel Iglesias Grèzes
30 de mayo de 2006.
El programa de hoy estará referido a la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, tres realidades interrelacionadas.
En primer lugar consideraremos la Sagrada Tradición. "Tradición" significa fidelidad.
La palabra "tradición" proviene del latín "traditio", que traduce el término griego "parádosis", que literalmente significa "entrega". La verdadera Tradición es Jesús, pues Él es el Hijo de Dios entregado por el Padre a los hombres. Dios entrega a la humanidad toda la persona de Cristo, y se entrega a Sí mismo en Jesús.
En la Pasión de Jesucristo podemos distinguir dos tipos de entregas:
- La sucesión de las entregas humanas de Jesús:
- Judas entregó a Jesús a los sumos sacerdotes.
- El Sanedrín entregó a Jesús a Pilato.
- Pilato entregó a Jesús para que fuese crucificado.
- En el plano ontológico, hay también tres entregas misteriosas de Jesús:
- La entrega que Jesús hace de Sí mismo por amor a los hombres.
- Además, Cristo se entregó a Sí mismo a Dios en oblación, ofreciéndose como víctima inmaculada.
- En el momento de su muerte, Jesús, inclinando la cabeza, entregó su Espíritu.
A esta entrega que el Hijo hace de Sí mismo, corresponde la entrega del Padre, que nos entregó a su propio Hijo.
El término "tradición" tiene una gran densidad teológica y trinitaria. Refleja la autocomunicación de Dios, la comunicación y entrega entre las personas divinas. En esta incesante entrega amorosa hay una circularidad que no es disolvente. El ser de Dios es puro darse, es amor gratuito.
La vida que Cristo da es una vida nueva, aunque la vida conserva siempre su unidad. Hay una acción del Espíritu Santo para que Cristo se haga carne en María de Nazaret y para que se haga vida en la historia de la Iglesia.
La vida de Dios que nos ha sido entregada por Jesucristo debe ser conservada, transmitida y acrecentada por los cristianos. La Tradición supone siempre una capacidad de cambio y crecimiento, que es dada por el Espíritu Santo. Se trata de una Tradición viva; esta Tradición viviente de la Iglesia debe ser reactualizada en cada época y lugar.
La constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, en su n. 7, nos enseña lo siguiente:
"Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio... Este mandato se cumplió fielmente, pues los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo... Esta Tradición, con la Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a Dios".
La Sagrada Tradición, en sentido amplio, abarca las Sagradas Escrituras, porque la Escritura es uno de los medios (aunque privilegiado) de transmisión de la vida de Dios recibida por la Iglesia en Jesucristo. Por eso la postura protestante de rechazar la Tradición y aceptar sólo la Escritura como fuente de la Revelación es, en último análisis, inconsistente, pues sin la Tradición la Escritura pierde su sustento, su unión con Cristo. No es correcto oponer la Escritura y la Tradición como si se tratara de dos fuentes diferentes de la Revelación. El n. 9 de la constitución Dei Verbum lo expresa así:
"La Tradición y la Escritura están estrechamente compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a sus sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así ambas se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción.".
La Palabra de Dios no se expresa solamente con palabras sino también con hechos. Es interesante advertir que el vocablo hebreo "dabar", que significa "palabra", también quiere decir "hecho". Esto está en consonancia con la mentalidad del pueblo hebreo, que aprendió a interpretar los hechos de su historia como palabra de Yahvé, un Dios que permanecía siempre fiel a su palabra de salvación, a pesar de las infidelidades de su pueblo. Cuando Israel se mantenía fiel a sus tradiciones, lo hacía porque encontraba en ellas la palabra liberadora de Yahvé.
También la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, tiene una Sagrada Tradición que debe transmitir fielmente; es el mismo Jesucristo, Verbo de Dios, que le ha sido entregado por el Padre. Él es la clave de interpretación de toda la Escritura, de los 73 libros inspirados del canon de la Biblia (46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento), que la Tradición viva de la Iglesia conserva celosamente. Al respecto cabe destacar que las modernas investigaciones arqueológicas confirman que los textos actuales de los libros canónicos son sustancialmente idénticos a los textos más antiguos encontrados. La larga transmisión de los libros sagrados de generación en generación, otrora tan trabajosa, no ha producido alteraciones más que en secundarias cuestiones de detalle; y aún así, la gran diversidad de manuscritos antiguos permite generalmente conjeturar cuál pudo ser el texto original en los casos dudosos. No otra cosa cabía esperar tanto de los israelitas como de los cristianos, que veneraron siempre sus libros sagrados, los leyeron y meditaron con fruto, en forma personal y en forma comunitaria (sobre todo en la liturgia), y oraron por medio de ellos.
La Iglesia transmite a todas las generaciones todo lo que ella es y todo lo que ella cree: el depósito de la fe, que es cual rico tesoro transportado en vasijas de barro. Esta Tradición progresa y crece en la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Por la contemplación y el estudio de los creyentes crece la comprensión de la Divina Revelación. La Iglesia tiende a la plenitud de la verdad divina: la planta sembrada por Jesús va creciendo.
Dado que la Sagrada Tradición es algo vivo, no es de extrañar que en la Iglesia se produzcan cambios. Ello es necesario para el crecimiento. Muy pronto (ya en la época apostólica) la Iglesia se vio obligada a discernir entre la Tradición de Jesucristo y las tradiciones no vinculantes para la fe cristiana. En sus epístolas, Pablo distingue sus opiniones personales sobre asuntos prácticos de lo que es Tradición. Y en el Concilio de Jerusalén (en el año 45) los apóstoles y presbíteros, presididos por Pedro, contrariando a los judeocristianos que querían conservar todas las tradiciones judías, se afiliaron a la tesis de Pablo y Bernabé: no imponer cargas innecesarias (la circuncisión y la ley de Moisés) a los gentiles.
El Papa Juan Pablo II recordó el duodécimo centenario del II Concilio de Nicea (del año 787) con una Carta Apostólica en la que da un gran peso a la Tradición no escrita de la Iglesia y declara a la Tradición como norma moderadora de la fe de la Iglesia. El mencionado Concilio Ecuménico, último reconocido por todos los cristianos, se resolvió en contra de los iconoclastas reafirmando la Tradición y el primado del Papa.
Es dogma de fe que el mensaje cristiano es Tradición. Lo que la Iglesia católica y apostólica transmite es la vida nueva que recibió de Jesús a través de los apóstoles.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL
Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono 035 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia. En la primera parte nos referimos a la Sagrada Tradición.
Ahora consideraremos la Sagrada Escritura. Procuraremos mostrar que la inspiración escriturística es un momento privilegiado de la acción del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo ha inspirado los Libros Sagrados. Sin embargo, la acción del Espíritu Santo en la historia no se reduce a la inspiración de las Sagradas Escrituras, sino que es mucho más amplia.
La doctrina de la Iglesia sobre el Espíritu Santo fue explicitada en el Segundo Concilio Ecuménico (el Concilio de Constantinopla I, en el año 381), el cual agregó al Credo de Nicea un párrafo sobre el Espíritu Santo:
"Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas".
Posteriormente se extendió en la Iglesia latina la práctica de añadir, luego de la frase "que procede del Padre", la expresión "y del Hijo". Con motivo del cisma de Oriente, los orientales argumentaron que los occidentales, al agregar dicha expresión al Credo, habían tergiversado la fe verdadera; de ahí que se llamaran a sí mismos ortodoxos. Sin embargo, la doctrina de la procesión del Espíritu Santo por espiración del Padre y del Hijo (o del Padre por el Hijo) tiene, como veremos luego, un firme fundamento.
La fe de la Iglesia en el Espíritu Santo se expresa también, en forma condensada, en dos antiguos himnos litúrgicos: "Veni Sancti Spiritus" y "Veni Creator Spiritus". Ambos nos hablan de la consoladora acción del Espíritu Santo en las almas de sus fieles, y de la vida de gracia que de Él reciben, manifestada en sus siete dones.
El n. 4 de la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II presenta al Espíritu Santo como santificador de la Iglesia:
"Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo. El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos. Guía la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y misterio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos. Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo."
Esta acción santificadora del Espíritu Santo se desarrolla continuamente y no sólo sobre la Iglesia visible. La Providencia de Dios y sus designios de salvación se extienden a todos los hombres de todas las épocas. El Espíritu de Dios sopla donde quiere y como quiere. Los cristianos no somos sus dueños, sino sus instrumentos; no podemos manipularlo. Debemos dejarnos transformar por Él. El hecho de que la acción salvífica del Espíritu Santo sea universal no disminuye en modo alguno la obligación de los cristianos de dar testimonio de Cristo ante los hombres. La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza; su misión se origina en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre.
La acción incesante del Espíritu Santo en la historia de los hombres tiene un momento privilegiado en la inspiración de los libros de la Biblia, que la Iglesia considera Palabra de Dios. Escuchemos el n. 11 de la constitución Dei Verbum:
"La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia. En la composición de los Libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería.
Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra."
En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios actúa, pero no es percibido aún por Israel como una persona sino como una fuerza divina o un atributo personificado de Dios. El Espíritu de Dios actúa sobre la persona del Mesías, dentro del pueblo de Dios y en la raíz de toda vocación profética. En Salmos 139,7, el orante percibe que el Espíritu de Dios le rodea y hace presente la cercanía de Dios.
El Nuevo Testamento revela finalmente a Dios como Trinidad, comunión de amor perfecto e inagotable entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nos presenta a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, al Padre como el Padre de Jesús y al Espíritu Santo como el Espíritu de Jesús.
En el discurso de despedida del Evangelio según San Juan, Jesús hace cinco promesas relativas al Espíritu Santo:
- Juan 14,15-17: el Espíritu Santo es otro abogado defensor (Jesús es el primero); es un Espíritu de verdad que el Padre dará a los Apóstoles y que morará dentro de ellos.
- Juan 14,26: el Espíritu Santo, que el Padre enviará en nombre de Jesús, enseñará todo a los Apóstoles y les recordará las enseñanzas de Jesús. Es un Maestro interior, que recuerda y enseña.
- Juan 15,26: el Espíritu Santo, que procede del Padre como Jesús, será enviado por Jesús y dará testimonio de Él.
- Juan 16,7-11: el Espíritu Santo que Jesús enviará, convencerá al mundo del pecado que ha cometido crucificando a Jesús, de la inocencia del Hijo de Dios a quien dio muerte y de la sentencia que reduce a la impotencia el poder del demonio.
- Juan 16,12-15: el Espíritu Santo guiará a la Iglesia hacia la verdad plena. No hablará por Sí solo, sino que anunciará lo que habrá recibido de Cristo, glorificándolo. Todo lo que tiene el Padre es también del Hijo.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo el Espíritu Santo guía a los discípulos de Cristo en su misión. El Evangelio llega a Europa a través de San Pablo por una intervención del Espíritu Santo.
Por último consideraremos el servicio del Magisterio de la Iglesia en relación con la Palabra de Dios.
El n. 10 de la constitución Dei Verbum dice así:
"El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído.
Así, pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas."
El encargo que Jesús confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que el Nuevo Testamento llama diaconía, o sea ministerio. El Magisterio de la Iglesia corresponde al Papa y los Obispos. Entre los principales oficios de los Obispos está el oficio de enseñar.
Escuchemos lo que nos dice al respecto el n. 25 de la constitución Lumen Gentium:
"Los Obispos son los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida, y la ilustran bajo la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación cosas nuevas y viejas, la hacen fructificar y con vigilancia apartan de su grey los errores que la amenazan. Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto."
El Magisterio de la Iglesia se puede clasificar en dos categorías: Magisterio ordinario y Magisterio extraordinario. El Magisterio ordinario se divide a su vez en Magisterio pontificio y Magisterio episcopal. El Magisterio pontificio puede ser directo (encíclicas, exhortaciones apostólicas etc.) o por medio de colaboradores (por ejemplo, documentos de congregaciones vaticanas con la aprobación del Papa). El Magisterio episcopal puede expresarse por ejemplo a través de documentos de un Obispo, de una Conferencia Episcopal o de un Sínodo de Obispos.
El Magisterio extraordinario puede ser o no ser infalible. El Magisterio infalible se da cuando el Papa habla ex cathedra, es decir cuando define solemnemente un dogma en materia de fe o de moral. Este tipo de Magisterio es muy poco común. Desde el Concilio Vaticano I, que en 1870 proclamó el dogma de la infalibilidad papal, sólo una vez un Papa ha hablado ex cathedra (en 1950, cuando Pío XII proclamó solemnemente el dogma de la Asunción de María).
El Magisterio extraordinario se expresa también a través de los Concilios Ecuménicos. A lo largo de los 20 siglos de la historia de la Iglesia se han realizado 21 Concilios Ecuménicos, el último de los cuales fue el Concilio Vaticano II (de 1962 a 1965).
Sigamos escuchando el n. 25 de la Lumen Gentium:
"Aunque cada uno de los prelados no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo. Pero todo esto se realiza con mayor claridad cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para la Iglesia universal los maestros y jueces de la fe y costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la fe.
El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta misma infalibilidad en razón de su oficio cuando, como supremo pastor y doctor de todos los fieles, que confirma en la fe a sus hermanos, proclama de una forma definitiva la doctrina de fe y costumbres... La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el sucesor de Pedro."
La infalibilidad es una facultad que sólo Dios posee por sí mismo. El carisma de la infalibilidad es un don que Cristo prometió a su Iglesia y que el Espíritu Santo le concede asistiendo a quienes desempeñan el ministerio papal y el ministerio episcopal.
Querido amigo, querida amiga:
La Tradición viva de la Iglesia transmite de generación en generación la revelación de Dios en Cristo para la salvación de los hombres. La Palabra de Dios, escrita en la Biblia, es luz para nuestro camino y debe ser leída dentro de esa Tradición y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia. Haz todo lo posible para mantenerte dentro de la corriente de vida eterna que brota del costado de Cristo crucificado y resucitado y fluye a través de la historia impulsando la barca conducida por Pedro.
Por la intercesión de la Virgen María, Madre del Redentor, ruego a Dios que te conceda experimentar la alegría y la paz de formar parte de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, y de escuchar la palabra de Dios en la Biblia, comprenderla y ponerla en práctica cada día.
Damos fin al programa Nº 11 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.
Daniel Iglesias Grèzes
30 de mayo de 2006.
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