12 marzo 2006

Programa Nº 7: La unidad de la Iglesia

Muy buenas noches. Damos inicio al programa Nº 7 de “Verdades de Fe”.
Les habla Daniel Iglesias. Estaré dialogando con ustedes hasta las 22:00.
Este programa se transmite por Radio María Uruguay desde Florida y Melo, y por Internet en www.radiomaria.org.uy. Puedes enviarnos tus comentarios, sugerencias o críticas al teléfono 0352 0535 o al mail info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy estará dedicado a la unidad de la Iglesia.

Escuchemos lo que nos enseñan al respecto los números 161 al 164 del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado el año pasado:
“¿Por qué la Iglesia es una?
La Iglesia es una porque tiene como origen y modelo la unidad de un solo Dios en la Trinidad de las Personas; como fundador y cabeza a Jesucristo, que restablece la unidad de todos los pueblos en un solo cuerpo; como alma al Espíritu Santo, que une a todos los fieles en la comunión en Cristo. La Iglesia tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad.
¿Dónde subsiste la única Iglesia de Cristo?
La única Iglesia de Cristo, como sociedad constituida y organizada en el mundo, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sólo por medio de ella se puede obtener la plenitud de los medios de salvación, puesto que el Señor ha confiado todos los bienes de la Nueva Alianza únicamente al colegio apostólico, cuya cabeza es Pedro.
¿Cómo se debe considerar entonces a los cristianos no católicos?
En las Iglesias y comunidades eclesiales que se separaron de la plena comunión con la Iglesia católica se hallan muchos elementos de santificación y verdad. Todos estos bienes proceden de Cristo e impulsan hacia la unidad católica. Los miembros de estas Iglesias y comunidades se incorporan a Cristo en el Bautismo; por ello los reconocemos como hermanos.
¿Cómo comprometerse a favor de la unidad de los cristianos?
El deseo de restablecer la unión de todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu; concierne a toda la Iglesia y se actúa mediante la conversión del corazón, la oración, el recíproco conocimiento fraterno y el diálogo teológico.

Según la doctrina católica, el movimiento ecuménico, cuyo objetivo es restablecer la unión de todos los cristianos, es un don de Dios. En la Iglesia Católica el movimiento ecuménico tomó un fuerte impulso a partir del último Concilio ecuménico, el Vaticano II.
Han transcurrido ya más de 40 años desde la clausura del Concilio Vaticano II, esa gran obra del Espíritu Santo para nuestra época. Los documentos conciliares, recibidos al principio con mucho entusiasmo, han ido cayendo paulatinamente en el olvido para la mayoría de los fieles católicos, incluyendo a muchos que tienen una mayor formación doctrinal. En el período post-conciliar, en los sectores eclesiales autodenominados “progresistas” se ha apelado con frecuencia a un supuesto “espíritu del Concilio”, descuidándose la atención a la letra del Concilio, encarnación de su verdadero espíritu. Hoy son poco conocidos algunos textos esenciales del Concilio que contradicen a corrientes de pensamiento fuertemente arraigadas en nuestra cultura, como por ejemplo el relativismo y el indiferentismo religioso.
Nos proponemos recordar algunos de los textos semiolvidados del último Concilio referidos al ecumenismo, un tema de importancia fundamental en el cual se pueden apreciar hoy no pocas desviaciones con respecto a la auténtica doctrina conciliar. A continuación citaremos y comentaremos algunos textos del Concilio referidos al ecumenismo.

El Concilio enseña que la Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica.
Escuchemos el número 8 de la constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium:
“Ésta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara, confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno, y erigió perpetuamente como “columna y fundamento de la verdad”. Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica.”
La Iglesia de Cristo es una y única; no está ni puede estar dividida. Esta Iglesia de Cristo subsiste en (o sea, es) la Iglesia católica, porque la substancia de la Iglesia de Cristo permanece en la Iglesia católica. No se dice ni podría decirse otro tanto de ninguna otra Iglesia o Comunidad eclesial.
La Iglesia de Cristo es una realidad actual, presente en la historia, visible en el mundo, no un mero proyecto, ideal o entelequia abstracta. Se trata concretamente de la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de San Pedro (el Papa) y los Obispos en comunión con él (los Obispos católicos), de acuerdo con la voluntad de su Divino Fundador.
Los elementos de santidad y verdad presentes en las Iglesias y Comunidades eclesiales no católicas son bienes propios de la Iglesia católica e impulsan a los cristianos no católicos hacia la unidad propia de la Iglesia católica.

Veamos ahora qué enseña el Concilio sobre la relación entre la Iglesia católica y los cristianos no católicos.
Escuchemos el número 15 de la constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium:
“La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro... De esta forma, el Espíritu suscita en todos los discípulos de Cristo el deseo y la actividad para que todos estén pacíficamente unidos, del modo determinado por Cristo, en una grey y bajo un único Pastor. Para conseguir esto, la Iglesia madre no cesa de orar, esperar y trabajar, y exhorta a sus hijos a la purificación y renovación, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia.”
La Iglesia católica reconoce que los cristianos no católicos (en sentido sociológico o jurídico) son verdaderos cristianos, es decir católicos (en sentido teológico), siempre y cuando hayan recibido válidamente el sacramento del bautismo y profesen los dogmas principales de la fe cristiana (expresados por ejemplo en el Credo Apostólico).
Los cristianos no católicos pertenecen a la Iglesia católica de una forma imperfecta. Esa imperfección no se refiere directamente a la condición moral de esas personas, sino a una profesión de fe incompleta o a una comunión externamente incompleta con la Iglesia universal.
El Espíritu de Dios suscita en los cristianos el deseo de la unidad perfecta en el modo determinado por Cristo, es decir, en el seno de la Iglesia católica fundada por Él y guiada por el Papa, Pastor supremo a quien Él encomendó el cuidado de su grey. La unidad perfecta de todos los cristianos hará que la Iglesia sea más claramente señal de Cristo, sacramento de Cristo.

Ahora veremos qué enseña el Concilio sobre el objetivo del movimiento ecuménico.
Escuchemos el número 1 del decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio:
“Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales propósitos del Concilio ecuménico Vaticano II. Porque una sola es la Iglesia fundada por Cristo Señor; muchas son, sin embargo, las Comuniones cristianas que a sí mismas se presentan ante los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y siguen caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido. Esta división contradice abiertamente a la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y daña a la causa santísima de la predicación del Evangelio a todos los hombres.”
El objetivo del movimiento ecuménico es la restauración de la unidad entre todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo, no la restauración de la unidad de la Iglesia, puesto que la Iglesia nunca ha perdido la unidad, esa característica esencial suya.
Muchas Comuniones cristianas se presentan a sí mismas como la verdadera herencia de Jesucristo, pero no todas pueden serlo en lo que tienen de peculiar y específico (lo que las distingue de las demás y las contrapone a ellas), ya que la verdad es sólo una; la verdad no puede contradecir a la verdad. Todos los discípulos de Cristo deben tener un mismo sentir y un mismo obrar en lo referente a la voluntad de Dios, tal como ésta ha sido revelada por Cristo y transmitida por la Iglesia.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos la transmisión de “Verdades de Fe”. Este programa se transmite por Radio María Uruguay, desde Florida y Melo. Los oyentes pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono 0352 0535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la unidad de la Iglesia y el ecumenismo. Ya hemos presentado lo que enseñan sobre este tema el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica y la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, del Concilio Vaticano II. En esta segunda parte continuaremos citando y comentando el decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, otro documento del mismo Concilio ecuménico.

El Concilio Vaticano II enseña que es necesario que los cristianos no católicos se incorporen plenamente a la Iglesia católica.
Escuchemos el número 3 del decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio:
“Sin embargo, los hermanos separados de nosotros, ya individualmente, ya sus Comunidades e Iglesias, no disfrutan de aquella unidad que Jesucristo quiso dar a todos aquellos que regeneró y convivificó para un solo cuerpo y una vida nueva, y que la Sagrada Escritura y la venerable Tradición de la Iglesia confiesan. Porque únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación. Creemos que el Señor encomendó todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico, al que Pedro preside, para constituir el único Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual es necesario que se incorporen plenamente todos los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios. Este pueblo, durante su peregrinación terrena, aunque permanezca sometido al pecado en sus miembros, crece en Cristo y es guiado suavemente por Dios, según sus secretos designios, hasta que llegue gozoso a la entera plenitud de la gloria eterna en la Jerusalén celestial.”
Los cristianos no católicos no disfrutan plenamente de la unidad de la Iglesia. Por voluntad de Dios, sólo por medio de la Iglesia católica, sacramento universal de salvación, se puede alcanzar la plenitud de los medios de salvación. Por eso es justo, conveniente y necesario que se incorporen a ella todos los cristianos no católicos.
La Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo, aunque permanezca sometida al pecado en sus miembros y no haya alcanzado aún, en su porción terrestre (la Iglesia militante), la entera plenitud de la gloria eterna, que sin embargo pertenece ya a su porción celestial (la Iglesia triunfante).

Ahora veremos qué nos enseña el Concilio acerca del diálogo ecuménico y las conversiones individuales.
Escuchemos el número 4 del decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio:
“Todas estas cosas, cuando son realizadas prudente y pacientemente por los fieles de la Iglesia católica bajo la vigilancia de los pastores, contribuyen al bien de la justicia y de la verdad, de la concordia y de la colaboración, del espíritu fraterno y de la unión; para que por este camino, poco a poco, superados los obstáculos que impiden la perfecta comunión eclesiástica, todos los cristianos se congreguen en la única celebración de la Eucaristía, para aquella unidad de una y única Iglesia que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia y que creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca cada día hasta la consumación de los siglos.
Es evidente que la labor de preparación y reconciliación de cuantos desean la plena comunión católica se diferencia por su naturaleza de la labor ecuménica; no hay, sin embargo, oposición alguna, puesto que ambas proceden del admirable designio de Dios.”
La Iglesia de Cristo, vale decir la Iglesia católica, siempre ha sido, es y será una. La unidad y la indefectibilidad son dones que Cristo concedió desde el principio a Su Iglesia. No obstante, la unidad de la Iglesia puede “crecer” en el tiempo, en la medida en que se realice y manifieste de un modo cada vez más perfecto la unidad y la comunión de todos los cristianos en la única Iglesia y la única Eucaristía, el sacramento del amor.
Es evidente que el diálogo ecuménico no puede oponerse a la labor orientada a apoyar las conversiones individuales de cristianos no católicos hacia el catolicismo, labor que también procede del admirable designio de Dios. Lamentablemente hoy a menudo se tiende a oponer ambos aspectos de la misma tarea evangelizadora, dejándose de lado la búsqueda de conversiones individuales por temor a ofender a nuestros socios en el diálogo ecuménico y a recibir de ellos la acusación de “proselitismo”. El proselitismo es condenable cuando se busca obtener conversiones por motivos puramente mundanos (aumento de poder, de prestigio, etcétera). Pero no corresponde descartar, junto a ese falso proselitismo, también el justo empeño en ayudar a conducir a todos los cristianos hacia la perfecta comunión con la verdadera Iglesia de Cristo (la Iglesia católica), para mayor gloria de Dios y bien de las almas.

Por último veamos qué enseña el Concilio Vaticano II sobre la relación entre el ecumenismo y la verdad.
Escuchemos el número 11 del decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio:
“La manera y el sistema de exponer la fe católica no debe convertirse, en modo alguno, en obstáculo para el diálogo con los hermanos. Es de todo punto necesario que se exponga claramente toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido.”
El “ecumenismo de la caridad” y el “ecumenismo de la verdad” no deben ser dos iniciativas independientes entre sí. El verdadero ecumenismo debe estar fundado tanto en la caridad como en la verdad. Promover y defender la verdad es en sí mismo un acto de caridad de fundamental importancia.
Existe hoy entre los católicos una tendencia a no discutir con nuestros hermanos separados acerca de los aspectos de la fe cristiana que siguen siendo controvertidos. Si bien es cierto que es más importante lo que nos une que lo que nos separa, sería un grave error subestimar las diferencias que subsisten entre ambas partes. La división de los cristianos no se debe a simples malentendidos, que podrían superarse con un poco de buena voluntad, diplomacia y política eclesiástica. Los cismas y herejías que están en el origen de esas divisiones proceden de graves pecados y serios errores que han tenido enormes consecuencias históricas y que no se desvanecerán por sí mismos ni por medio de decretos arbitrarios. Hace falta dialogar sobre las diferencias de fondo con humildad, caridad, fortaleza y perseverancia, sin ceder a la tentación de construir precipitadamente una falsa unidad basada en un máximo común denominador de nuestras creencias respectivas.
La apertura al diálogo sólo resulta fecunda cuando implica a la vez un respeto firme y total de la identidad de cada una de las partes. No sería conducente un diálogo en el que una de las partes ocultase aspectos esenciales de su identidad por temor a una reacción negativa de las demás partes.

Querido amigo, querida amiga:
Si eres un cristiano no católico, ten la plena certeza de que los católicos te reconocemos y te amamos como un verdadero cristiano, un hermano en Cristo, aunque entendamos que tu comunión con la Iglesia de Cristo no es aún plena. Mientras dialogamos sobre las diferencias teológicas que existen todavía entre católicos, ortodoxos, anglicanos, protestantes, etcétera, no perdamos de vista que nos une una misma fe en la Santísima Trinidad y en la Encarnación del Hijo de Dios para nuestra salvación. Esforcémonos en trabajar juntos a favor de la defensa de todos los derechos humanos y de la promoción del desarrollo humano y social integral, según la verdad del Evangelio de Cristo. Sigamos el ejemplo de Jesucristo, quien nos enseña a orar a Dios, nuestro Padre común, para pedirle todo lo que necesitamos, especialmente que crezca la unidad de todos los cristianos en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.

Si eres católico o católica, recuerda que debes amar como hermanos en la fe a los cristianos que permanecen aún separados de la plena comunión con la Iglesia Católica. Si tienes oportunidad de tratar a cristianos evangélicos, pentecostales u otros no católicos, trata de practicar con ellos el espíritu del ecumenismo de la verdad y de la caridad, tal como éste es entendido en la doctrina católica. Trata de mejorar tu conocimiento de la Sagrada Escritura, a menudo demasiado pobre entre nosotros católicos. Evita caer en la tentación del indiferentismo: no es cierto que todas las Iglesias cristianas son iguales ante Dios y que es indiferente a cuál de ellas pertenezca uno siempre y cuando tenga buena voluntad. Pero evita también la tentación de la soberbia y del odio: eres cristiano, no por tus propios méritos, sino por la gracia de Dios, y debes ser en la Iglesia y en el mundo un signo de la infinita misericordia de Dios y de la reconciliación entre Dios y los hombres en Cristo Jesús, el único Salvador del mundo

Por la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, ruego al Espíritu Santo que haga arder en nuestros corazones el deseo de la comunión plena de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo y que nos guíe día tras día hasta esa unidad completa.
Damos fin al programa Nº 7 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
25 de abril de 2006.

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