09 julio 2006

Programa Nº 20: La multiplicación de los panes (2)

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 20 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy será una continuación del anterior, por lo cual estará referido nuevamente al milagro de la multiplicación de los panes.

En primer lugar veremos que este milagro fue una señal incomprendida por la multitud, por los fariseos y por los discípulos.
Los relatos de la primera multiplicación de los panes de Mateo y Marcos contienen un detalle llamativo y, a primera vista, enigmático:
“Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.” (Mateo 14,22-23).
Sólo el evangelio de Juan esclarece el motivo por el cual Jesús se comportó de esa manera extraña. Jesús rechazó un intento de hacerlo rey:
“Al ver la gente la señal que había realizado, decía: `Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.´ Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.” (Juan 6,14-15).
El prodigio ha encendido un ansia popular de mesianismo temporal. Para preservar a sus discípulos de esa peligrosa tentación, Jesús les ordena que abandonen el sitio sin retraso alguno. Citaremos varias razones que contribuyen a dar verosimilitud histórica a la interpretación de este hecho como un intento de insurrección frenado por Jesús:
La expectativa mesiánica más difundida entre los judíos contemporáneos de Jesús era la que visualizaba al Mesías como un Rey que liberaría a Israel del dominio de los romanos. Era normal que el pueblo judío viera en los milagros obrados por Jesús otros tantos signos de la proximidad de esa liberación.
Jesús se reúne en el desierto con una gran multitud de partidarios suyos que han venido a pie desde varias ciudades. Están entusiasmados con él y lo escuchan durante todo un día, por lo menos. Es probable que los allí reunidos fueran exclusiva o mayoritariamente hombres. Estaba próximo el tiempo de Pascua, en el que solían producirse las insurrecciones contra la ocupación romana.
La multiplicación de los panes se produce poco después de la ejecución de Juan el Bautista por orden del tetrarca de Galilea. Juan era un profeta muy popular y es natural pensar que su muerte injusta generó un gran descontento en la población y que ese descontento se canalizó en torno a Jesús, de quien Juan dio testimonio asegurando que era el Mesías.
La multiplicación de los panes representa la coronación y el fracaso aparente de la actividad de Jesús en Galilea. Al liberar a algunos hombres del mal terreno del hambre, Jesús realizó un signo mesiánico. Pero la multitud a la que Jesús alimentó milagrosamente no comprendió que él no vino para abolir todos los males terrenos, sino para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y la causa de todas sus servidumbres humanas. La aclamación de las multitudes galileas refleja su equívoco sobre la persona de Jesús y sobre la naturaleza de su mesianismo. No admitían a Jesús tal como era, sino sus milagros y sus posibilidades políticas. No deseaban tener parte en un reino de santidad.
En los evangelios de Mateo y Marcos la segunda multiplicación de los panes es seguida inmediatamente por una discusión con los fariseos:
“Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: `¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal.´ Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.” (Marcos 8,11-13).
La versión de Mateo tiene algunas diferencias con la de Marcos: Jesús discute con fariseos y saduceos. En lugar de responder con un profundo gemido, Jesús reprocha a sus interlocutores que no sepan discernir las señales de los tiempos mesiánicos, es decir los milagros que Él obra. A esta generación se le dará una sola señal: “la señal de Jonás”. Esta expresión es una alusión a la muerte y resurrección de Jesucristo.
A continuación de esta discusión con los fariseos, los evangelios de Mateo y Marcos narran un episodio que muestra que tampoco los discípulos de Jesús habían comprendido el signo hecho por su Maestro:
“Los discípulos, al pasar a la otra orilla, se habían olvidado de tomar panes. Jesús les dijo: `Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos.´ Ellos hablaban entre sí diciendo: `Es que no hemos traído panes.´ Mas Jesús, dándose cuenta, dijo: `Hombres de poca fe, ¿por qué estáis hablando entre vosotros de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis, ni os acordáis de los cinco panes de los cinco mil hombres, y cuántos canastos recogisteis? ¿Ni de los siete panes de los cuatro mil, y cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no me refería a los panes? Guardaos, sí, de la levadura de los fariseos y saduceos.´ Entonces comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos.” (Mateo 16,5-13).
En la narración de Marcos, Jesús advierte a los discípulos que se guarden de la levadura de los fariseos y la levadura de Herodes. La incomprensión de los discípulos y su educación progresiva está subrayada por una pregunta de Jesús que se corresponde con la frase final de la narración de la caminata de Jesús sobre el lago: “¿Es que tenéis la mente embotada?” (Marcos 8,17); “Pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada” (Marcos 6,52).

A continuación mostraremos las relaciones existentes entre la multiplicación de los panes y las tres tentaciones de Jesús en el desierto. Presentaremos las tentaciones según el orden del Evangelio de Mateo.
En la primera tentación reaparece el tema de los panes. El diablo pretende inducir a Jesús a obrar un milagro cuya única finalidad es calmar su hambre física. En la multiplicación de los panes la gente, los fariseos y los discípulos cometen este error al no trascender el plano material del prodigio.
En la segunda tentación el diablo pretende inducir a Jesús a realizar un milagro meramente espectacular en el sitio más público de todo Israel. La multiplicación de los panes es quizás el milagro de Jesús más asombroso, pero Jesús no pretendió la espectacularidad en sí misma sino que la utilizó al servicio del signo que quiso realizar. Este gran signo fue el resultado de la situación de penuria de la muchedumbre.
En la tercera tentación reaparece el tema del poder y la gloria de este mundo. El diablo tienta a Jesús para que desvíe su misión mesiánica convirtiéndose en un rey mundano. Jesús rechaza esta misma tentación también en la multiplicación de los panes y en los acontecimientos de la Pasión. Cristo desecha la tentación de un mesianismo político como el que esperaban los judíos y decide ser fiel a la voluntad del Padre eligiendo ser el siervo sufriente de Yahveh.
La señal del cielo que pidieron los fariseos y saduceos después de la segunda multiplicación de los panes es una tentación análoga a estas tres.

Ahora veremos que la multiplicación de los panes fue un milagro de donación.
Se suele clasificar a la multiplicación de los panes entre los milagros de donación, junto con la conversión del agua en vino en las bodas de Caná y la pesca milagrosa. En los tres casos falta un alimento y Jesús interviene espontáneamente. El milagro se realiza casi sin palabras. No se describe, sino que se deduce claramente del resultado: saturación de la muchedumbre y sobras del pan, pesca abundante y red que se rompe, abundancia de vino de gran calidad. La conversión del agua en vino y la multiplicación de los panes simbolizan la nueva Alianza sellada en la Pascua de Cristo. Entre ambos milagros se completa el simbolismo de la eucaristía: el pan multiplicado evoca el cuerpo de Jesús; el vino mejor que corre a raudales evoca la sangre derramada por Jesús. El evangelio de Juan sitúa los dos episodios, como la última cena, en relación con la Pascua.
La pesca milagrosa simboliza la misión de la Iglesia. El relato del Evangelio de Juan permite establecer una relación entre este milagro, la multiplicación de los panes y la Pascua: Cristo resucitado se aparece a los discípulos al amanecer, a orillas del mar de Tiberíades (donde había tenido lugar la multiplicación de los panes y los peces), y prepara para ellos una comida: un pez y un pan. “Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez” (Juan 21,13).
Los milagros de donación simbolizan la extraordinaria sobreabundancia de la vida divina. Sólo Juan narra los tres milagros de donación. Juan subraya que para estos milagros no se exige la fe como requisito previo. La iniciativa corresponde a Jesús. El hombre debe reconocer la gratuidad divina en Jesús. La multiplicación de los panes, en particular, ilustra la universalidad de los beneficiarios de los dones sobreabundantes otorgados por el Mesías. Este aspecto se subraya en Mateo y Marcos por la presencia de dos multiplicaciones de los panes.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 20 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José. Saludamos a todos nuestros oyentes y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535.
Nuestro programa de hoy está dedicado al milagro de la multiplicación de los panes.

A continuación veremos que este milagro es un signo del Pan de Vida.
El relato de la Última Cena del Evangelio de Juan no menciona la institución de la eucaristía, aunque el clima de ese relato supone en el fondo la realidad del misterio eucarístico. La revelación de ese misterio está contenida esencialmente en el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm (Juan 6,22-66), que prepara la institución de la eucaristía. En ese discurso el propio Jesucristo explica el sentido profundo del signo de la multiplicación de los panes: el don del pan multiplicado anuncia el don del verdadero pan de vida, bajado del cielo para dar al mundo la vida eterna. Ese don permanente del Padre es el propio Jesucristo, en su cuerpo entregado y su sangre derramada en la cruz.
Jesucristo alimenta con el pan de vida a la comunidad que ha fundado y enseña a ésta a distribuir ese pan a las multitudes hambrientas. El pan de vida que es Cristo admite dos interpretaciones complementarias: El pan de vida es la Palabra de Dios. En esta perspectiva “comer” a Jesús es una metáfora que indica la apropiación, por la fe en Cristo, de la Palabra de Dios, que es verdadero alimento. El pan de vida es también la Eucaristía. En esta perspectiva “comer” a Jesús significa apropiarse, por la fe en Cristo y la participación en la eucaristía, del valor salvífico de su muerte.
Todo el discurso tiene un significado simbólico, a la vez espiritualista y eucarístico.
Analizaremos el texto, distinguiendo una introducción, dos partes centrales y una conclusión.
Consideremos en primer lugar la introducción del discurso (Juan 6,22-34).
La multitud buscaba a Jesús por la utilidad material del milagro que había hecho, pero se había cerrado a su significado trascendente como señal de la misión de Jesús. Jesús se niega a hacer meros prodigios para satisfacer los deseos del hombre. El pan multiplicado en la víspera era figura de un alimento imperecedero. Los milagros de Jesús son la marca del sello del Padre -el Espíritu Santo-, la señal de que el Padre lo ha enviado. Los judíos piden a Jesús una señal análoga a la del maná que Moisés hizo llover en el desierto. Según la creencia judía, el Mesías debía realizar signos y prodigios. Los judíos que exigen señales no están en marcha hacia la verdadera fe en Jesucristo. El maná dado por Moisés era sólo una figura del verdadero pan del cielo dado por el Padre. El pan que Dios da tiene un origen celestial y una eficacia salvífica. Los judíos piden a Jesús que les dé siempre de ese pan.
Veamos ahora la primera parte del discurso (Juan 6,35-47).
Jesucristo responde que Él mismo es el pan vivo bajado del cielo. Ese pan es asimilable por la fe y da la vida eterna. El objetivo que persigue el Padre al enviar a su Hijo es dar la vida. El que cree en Cristo tiene vida eterna y Él lo resucitará en el último día. Los judíos murmuraban contra Jesús como los israelitas habían murmurado contra Moisés. Jesús responde que el Padre es el origen de la fe en la persona del Hijo venido al mundo.
Veamos ahora la segunda parte del discurso (Juan 6,48-58).
Jesucristo identifica el pan vivo con su carne, dada como alimento vivificador, para que el mundo tenga vida eterna. Tras la exigencia de la fe en Jesús enviado por el Padre (encarnación) aparece la fe en Jesús salvador del mundo (redención) como requisito para obtener la vida eterna. La carne de Jesús es comida que calma el hambre y su sangre es bebida que calma la sed. Adherirse totalmente a Jesús es entrar en la plena comunión con Dios, consumar la Alianza con Él. El Padre es la fuente de la vida que ha traído el Salvador. El que vive por excelencia es el Padre, de quien el mismo Jesús recibe la vida continuamente, haciendo de Él su alimento. En el versículo 58 Jesús sintetiza todo el discurso: “Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.”
Consideremos ahora la conclusión del discurso (Juan 6,59-66).
Jesús invita a contemplar el misterio de su exaltación. Sólo el Espíritu de Dios puede dar la vida sobrenatural a través de las palabras de Jesús y de la práctica eucarística. El poder humano natural no puede nada en ese orden. Los judíos no aceptan la enseñanza de Jesús y se apartan de él.

A continuación expondremos brevemente los misterios de la fe cristiana a la luz de estas reflexiones sobre la multiplicación de los panes.
El milagro de la multiplicación de los panes revela que Jesús no es sólo un mediador o un profeta, como Moisés, sino que es el Verbo encarnado, sacramento fundamental de Dios y dador de la vida eterna. Jesucristo es el signo y el cumplimiento supremos del amor de Dios a la humanidad. Al apropiarse de nuestra existencia mortal, el Hijo de Dios se hizo solidario con la comunidad humana y la incorporó en el misterio de su unión personal con Dios. Quedó destinado a sufrir y morir como nosotros, pero la muerte no podía ser la etapa definitiva del ser humano del Hijo de Dios. La resurrección de Cristo, fundada en su carácter personal divino, llevó a su plenitud la divinización de la humanidad de Cristo.
Por medio del gesto profético de la multiplicación de los panes, Jesús anticipa el don de su vida humano-divina en su pasión, muerte y resurrección e invita a los hombres a participar de esa vida por medio de la fe, el amor y la eucaristía. Jesús se orienta hacia un momento ulterior de su existencia, en el cual dará un pan que es su cuerpo, roto y entregado para la salvación de todos los hombres. Sobre el Verbo encarnado se proyecta la luz y la fuerza del misterio pascual. Para acercarse a Jesús, para creer en su palabra y acoger su presencia en la eucaristía, se necesita la gracia de la fe.

El milagro de la multiplicación de los panes ilustra la infinita misericordia y la providencia de Dios Padre. Dios es amigo de los hombres, se compadece de ellos y cuida amorosamente de su pueblo. Su ser mismo es amor todopoderoso y eterno.
Por otra parte el milagro ilustra la maravillosa fecundidad del amor de Dios. Al dar los panes y darse a Sí mismo en el amor, Jesucristo no experimenta una pérdida ni una división, sino una ganancia y una multiplicación.
Por último es posible encontrar en ese prodigio una enseñanza sobre el carácter trinitario del don de la gracia divina: el pan dado por el Padre es la carne de Cristo, vivificada por el Espíritu Santo.

En el milagro de la multiplicación de los panes Jesús se muestra como el único que, mediante el don superabundante de su amor, puede saciar el hambre de todos los hombres, satisfaciendo todas sus necesidades (materiales y espirituales). Los cristianos se alimentan con el pan de vida sobreabundante; así Jesús está con ellos y nada les falta.
La Tradición de la Iglesia ha extraído también de ese prodigio una enseñanza moral. Los cristianos deben vivir como Jesús, amando y dando su vida por los demás: aunque sea poco lo que poseamos, conviene que lo compartamos con los necesitados.
Jesús no crea de la nada el alimento que da a la multitud, sino que multiplica los escasos panes y peces aportados por sus discípulos. Lo sobrenatural supone y perfecciona lo natural. Para poder recibir y transmitir la salvación obtenida y ofrecida por Cristo, el hombre debe realizar libremente su propia contribución, entregándose a Dios y a los hombres en la fe y el amor. Dios hace fructificar las buenas acciones humanas más allá de lo previsible.

La multiplicación de los panes es también una imagen de la Iglesia. Jesucristo está en el centro como el dador de la palabra y el pan y da a sus discípulos una misión que en apariencia los sobrepasa: alimentar a una multitud en un desierto. Ellos están ante el pueblo con las manos vacías. Muy poco es lo que ellos pueden hacer por sí mismos; pero cuentan con la ayuda de la gracia de Dios. Su mirada debe dirigirse a Jesús, el único que puede alimentar a la multitud. Los pastores sólo pueden entregar al pueblo el pan que Jesús les ofrece. Como el pan multiplicado, los discípulos deben repartir a los hombres la palabra de Dios y la eucaristía. Ambas tienen una fuerza expansiva que viene de Dios y está al servicio de todos los pueblos.
La Iglesia es el sacramento primordial de Cristo, signo eficaz de su mediación salvífica universal. Es un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cristo nos constituyó místicamente su cuerpo, comunicándonos su Espíritu. Participando realmente del Cuerpo de Cristo en la eucaristía, somos elevados a una comunión con Él y entre nosotros.

La multiplicación de los panes es esencialmente una profecía plástica que anuncia el sacramento de la eucaristía, manantial y vértice de la vida cristiana. Es Cristo mismo quien se hace personalmente presente en el sacramento eucarístico mediante la conversión de los frutos de la tierra, transformados por el trabajo del hombre, en su cuerpo resucitado, y realiza una entrega sacerdotal de Sí mismo a Dios por el mundo. Su ofrenda invisible ante Dios se hace presente y visible en la oblación de la Iglesia, que actualiza el sacrificio de Cristo.
El prodigio anticipa la experiencia de la Iglesia cuando se reúne para celebrar la eucaristía. El pastor y el pueblo están unidos y Dios habita en el corazón de los suyos. La participación de todos en el pan de vida crea en todos la misma vida. En la eucaristía, síntesis del ser de la Iglesia, se verifica plenamente la sacramentalidad de la Iglesia. La Iglesia es, en Cristo, signo eficaz de la unión íntima con Dios y de la unidad de la familia humana. Por eso la eucaristía es el principal entre los sacramentos eclesiales.
La eucaristía es la carne ofrecida y gloriosa del Hijo de Dios. La comunión en el banquete de la carne y la sangre de Cristo es en realidad comunión de vida que nos lleva hasta la fuente de la vida que es el Padre. Jesús pone a la eucaristía como una opción fundamental y decisiva de fe en Él en el tiempo de la Iglesia.

El milagro de la multiplicación de los panes, por su relación con el misterio pascual, es también signo del tiempo futuro. La resurrección de Cristo fue un acontecimiento escatológico, porque en su corporeidad, que constituye su vínculo con los demás hombres y con el mundo, Cristo pasó a la participación en la vida inmortal de Dios. La resurrección de Cristo, primogénito de la familia humana, es anticipación y garantía de la nuestra. Con la resurrección de Cristo ha comenzado ya el fin de los tiempos. La historia tiende a su plenitud definitiva, a su integración en la gloria de Cristo.
Jesús en el desierto prepara el banquete mesiánico para su pueblo. El banquete mesiánico es un signo de lo que serán las bodas regias en el Reino de Dios. La eucaristía es la prenda de nuestra esperanza y la anticipación de la salvación futura.

Querido amigo, querida amiga:
Los seis relatos evangélicos de la multiplicación de los panes narran un único milagro de Jesús, realmente acontecido. Jesús sintió compasión de la multitud hambrienta en el desierto y la alimentó por medio de un milagro que es figura del banquete mesiánico anunciado por los profetas, cuyo cumplimiento pleno ocurrió en la Última Cena. En la multiplicación de los panes Jesús rechazó la tentación de convertirse en un rey mundano, provocando así la decepción de la gente que malinterpretó su signo viendo en él sólo un prodigio espectacular y la oportunidad de satisfacer sus necesidades materiales. El pan multiplicado por Jesús prefigura el sacramento de la eucaristía, incluso en su abundancia. Jesús es el verdadero pan de vida bajado del cielo que el Padre nos da a comer para que tengamos vida eterna. Ese pan vivo es su carne entregada en la cruz para la salvación del mundo. La multiplicación de los panes nos revela que el amor de Dios a los hombres es tan grande que entrega a su Hijo a la muerte y lo resucita para liberar a los hombres del pecado y la muerte y para darles la posibilidad de vivir en comunión con Él. Esta comunión con Dios (el Reino de Dios) es ya plena en Jesucristo y por el don del Espíritu Santo se dilata en el mundo, haciéndose visible en la Iglesia alimentada por la eucaristía, hasta que llegue a la consumación definitiva en el fin de los tiempos.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, el Pan bajado del cielo para dar vida al mundo, ruego a Dios que te conceda experimentar la alegría de su Presencia viva en el sacramento de la eucaristía y la eficacia de su amor eucarístico, que es capaz de hacer nuevas todas las cosas.
Damos fin al programa Nº 20 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios te bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
1º de agosto de 2006.

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