03 junio 2006

Programa Nº 15: La Doctrina Social de la Iglesia

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Damos inicio al programa Nº 15 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo y Tacuarembó y también a través de Internet. Los oyentes pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré con ustedes hasta las 22:00.
El programa de hoy estará referido a la Doctrina Social de la Iglesia. Concretamente presentaremos un resumen de la encíclica Centesimus annus del Papa Juan Pablo II.
La publicación de la encíclica Rerum novarum (es decir, “las cosas nuevas”) del Papa León XIII en 1891 marcó el inicio de un período de gran desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia, en respuesta a los nuevos problemas sociales. El Papa Juan Pablo II contribuyó a este desarrollo con tres encíclicas sobre temas sociales:
1) Laborem exercens, sobre el trabajo humano (en 1981).
2) Sollicitudo rei socialis, sobre los problemas actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos (en 1987).
3) Centesimus annus, en el centenario de la Rerum novarum (en 1991).

Consideremos el Capítulo I de la encíclica Centesimus Annus, denominado “Rasgos característicos de la Rerum novarum”.
Juan Pablo II presenta el contexto histórico de la encíclica de León XIII. En el campo político, había surgido una nueva concepción de la sociedad, del Estado y de la autoridad (la democracia liberal). En el campo económico, había aparecido una nueva forma de propiedad (el capital) y una nueva forma de trabajo (el trabajo asalariado), caracterizado por gravosos ritmos de producción. El trabajo se convertía de este modo en mercancía, que podía comprarse y venderse libremente en el mercado y cuyo precio era regulado por la ley de la oferta y la demanda. La falta de previsión social agravaba la amenaza del desempleo. La sociedad estaba dividida en dos clases separadas por un abismo profundo. Se había generado un conflicto entre el capital y el trabajo (la “cuestión obrera”).
Los males frente a los cuales reacciona la Rerum novarum derivan de una libertad que, en la esfera de la actividad económica y social, se separa de la verdad del hombre.
La Rerum novarum estableció un paradigma permanente para la Iglesia. León XIII pronunció una severa condena de la lucha de clases, pero era consciente de que la paz se edifica sobre el fundamento de la justicia. El contenido esencial de la Encíclica fue proclamar las condiciones fundamentales de la justicia en la coyuntura económica y social de entonces.
La fe no debe permanecer extraña a este mundo, sino que debe iluminar y orientar la presencia cristiana en la tierra. Para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano. León XIII subrayó que no existe verdadera solución para la “cuestión social” fuera del Evangelio.
A continuación Juan Pablo II sintetiza las principales enseñanzas de la Rerum novarum. León XIII defendía los derechos fundamentales de los trabajadores. La clave de la Rerum novarum está en la dignidad del trabajador y del trabajo. El hombre se expresa y se realiza mediante su actividad laboral. El trabajo tiene una dimensión social, por su íntima relación con la familia y el bien común. La propiedad privada es un derecho natural, pero no un valor absoluto. Este principio es complementado por el del destino universal de los bienes de la tierra. León XIII defiende explícitamente los siguientes derechos:
• El derecho a crear asociaciones profesionales de empresarios o de obreros;
• El derecho a la limitación de las horas de trabajo, al legítimo descanso y a un trato diverso a los niños y a las mujeres en lo relativo al tipo de trabajo y a la duración del mismo;
• El derecho al salario justo, que no puede dejarse al libre acuerdo entre las partes, y que debe ser suficiente para el sustento del obrero y de su familia.
• el derecho a cumplir libremente los propios deberes religiosos, incluido el descanso festivo.
La Rerum novarum critica dos sistemas sociales y económicos: el socialismo y el liberalismo.
León XIII se refiere con el nombre de “amistad” al principio que hoy llamamos de “solidaridad”: todos somos responsables de todos. Pío XI lo llamó “caridad social” y Pablo VI, ampliando el concepto, se refirió a la “civilización del amor”. Este principio vale tanto en el orden nacional como en el internacional. La Rerum novarum es un testimonio de lo que hoy se llama “opción preferencial por los pobres”.
El Estado debe velar por el bien común y tiene un deber estricto de prestar la debida atención al bienestar de los trabajadores. Pero la encíclica insiste también sobre los necesarios límites de la intervención del Estado y sobre su carácter instrumental. El principio de subsidiariedad implica que el Estado existe para tutelar los derechos del individuo, la familia y la sociedad, y no para sofocarlos.
La guía de la encíclica es la correcta concepción de la persona humana y de su valor único: el ser humano ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, confiriéndole así una dignidad incomparable. Sus derechos naturales no proceden de ninguna obra suya, sino de su dignidad esencial de persona.

Veamos ahora el Capítulo II de la encíclica Centesimus annus, denominado “Hacia las “cosas nuevas” de hoy”.
En primer lugar Juan Pablo II presenta una crítica del socialismo. Dice que León XIII previó de un modo sorprendentemente justo las consecuencias negativas del ordenamiento social propuesto por el socialismo. La estatización de los medios de producción reduciría al ciudadano a una “pieza” en el engranaje de la máquina estatal. El remedio vendría a ser peor que el mal, perjudicando a quienes se proponía ayudar.
El error fundamental del socialismo es de carácter antropológico. Considerando al hombre como un simple elemento del organismo social, subordinado a éste, se lo reduce a un mero conjunto de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral. La socialidad del hombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia.
La causa principal del error antropológico del socialismo es el ateísmo: la negación de Dios priva a la persona de su fundamento. Esta forma de ateísmo tiene estrecha relación con el racionalismo iluminista, que concibe la realidad humana y social de manera mecanicista. De la raíz atea del socialismo brota la elección de la lucha de clases como medio de acción. Se debe reconocer el papel positivo del conflicto cuando se configura como lucha por la justicia social. Lo condenable en la doctrina de la lucha de clases es su carácter de “guerra total”, de conflicto no limitado por consideraciones éticas ni jurídicas. La lucha de clases en sentido marxista y el militarismo tienen las mismas raíces: el desprecio de la persona humana, que hace prevalecer la fuerza sobre la razón y el derecho.
En segundo lugar Juan Pablo II presenta una crítica del liberalismo. Recuerda que León XIII criticó muy decididamente una concepción del Estado que deja la esfera de la economía totalmente fuera del propio campo de interés y de acción. Existe una legítima esfera de autonomía de la actividad económica, pero al Estado le corresponde salvaguardar las condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone una cierta igualdad entre las partes.
La Rerum novarum señala las vías de las justas reformas que devuelven al trabajo su dignidad de libre actividad del hombre. Históricamente esto se ha logrado de dos modos convergentes: con políticas económicas dirigidas hacia el crecimiento equilibrado y el pleno empleo y con seguros contra el desempleo y políticas de capacitación profesional. Por otra parte, la sociedad y el Estado deben asegurar unos salarios mínimos adecuados y buenas condiciones de trabajo. Para conseguir estos fines el Estado debe participar indirectamente (según el principio de subsidiariedad) y directamente (según el principio de solidaridad).
En el fondo el error del liberalismo consiste en una concepción de la libertad humana que la aparta de la obediencia de la verdad y, por tanto, también del deber de respetar los derechos de los demás hombres. Así la libertad se transforma en afianzamiento ilimitado del propio interés.
Luego Juan Pablo II comenta las reformas posteriores a la época de la Rerum novarum. Dice que la Doctrina Social de la Iglesia tuvo una notable influencia en numerosas reformas introducidas en los sectores de la previsión social, las pensiones, los seguros de enfermedad y de accidentes, todo ello en el marco de un mayor respeto de los derechos de los trabajadores. Las reformas fueron realizadas en parte por los Estados, pero también tuvieron un papel muy importante la acción del movimiento obrero y un libre proceso de auto-organización de la sociedad.
A continuación el Papa presenta la situación posterior a la Segunda Guerra Mundial. Una carrera desenfrenada de armamentos absorbe los recursos necesarios para el desarrollo de las economías internas y para la ayuda a las naciones menos favorecidas.
El totalitarismo comunista se extiende a más de la mitad de Europa y a gran parte del mundo. En algunos países y bajo ciertos aspectos se asiste a un esfuerzo positivo por reconstruir una sociedad democrática inspirada en la justicia social, que priva al comunismo de su potencial revolucionario. Otras fuerzas sociales se oponen al marxismo mediante la construcción de sistemas de “seguridad nacional”. Otra forma de respuesta práctica está representada por la sociedad del bienestar o sociedad de consumo, que tiende a derrotar al marxismo en el terreno del puro materialismo. En el mismo período se desarrolla un gran proceso de “descolonización”, en virtud del cual muchos países consiguen o recuperan la independencia. Unos cuantos de ellos optan por diversas variantes del socialismo, mezcladas con otras ideologías.
Se difunde un sentimiento más vivo de los derechos humanos, reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (de 1948) y en la elaboración de un nuevo “derecho de gentes”, al que la Santa Sede ha dado una constante aportación. La pieza clave de esta evolución es la Organización de las Naciones Unidas. El centro de la cuestión social se ha desplazado del ámbito nacional al internacional.
Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 15 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay. Saludamos cordialmente a todos nuestros oyentes de Florida, Cerro Largo, Tacuarembó y otros departamentos y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535 o enviando un mail a info.ury@radiomaria.org.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la Doctrina Social de la Iglesia. Estamos presentando un resumen de la encíclica Centesimus annus del Papa Juan Pablo II, publicada en 1991. En la primera parte del programa consideramos los primeros dos capítulos de esta encíclica.

Veamos ahora el Capítulo III de la Centesimus annus, denominado “El año 1989”, es decir el año cuyo símbolo es la caída del muro de Berlín.
Juan Pablo II describe los acontecimientos inesperados y prometedores de los últimos años. A lo largo de los años ochenta van cayendo ciertos regímenes dictatoriales y opresores en países de América Latina, África y Asia. En 1989 comienzan a desaparecer todos los regímenes totalitarios de Europa central y oriental. Una ayuda importante e incluso decisiva la ha dado la Iglesia, con su compromiso a favor de la defensa y promoción de los derechos del hombre.
El Papa analiza los factores principales de la caída de los regímenes opresores. El factor decisivo, que ha puesto en marcha los cambios, es la violación de los derechos del trabajador. Son las muchedumbres de los trabajadores las que desautorizan la ideología que pretende ser su voz. El segundo factor de crisis es la ineficiencia del sistema económico. Además, se ha manifestado que no es posible comprender al hombre considerándolo unilateralmente a partir del sector de la economía. La verdadera causa de las “novedades”, sin embargo, es el vacío espiritual provocado por el ateísmo. El marxismo había prometido desenraizar del corazón humano la necesidad de Dios; pero los resultados han mostrado que no es posible lograrlo sin trastrocar ese mismo corazón.
A continuación Juan Pablo II hace algunas reflexiones y deduce algunas consecuencias de esos acontecimientos históricos. Se debe buscar un modo de coordinación fructuosa entre el interés del individuo y el de la sociedad en su conjunto. Donde el interés individual es suprimido violentamente, queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad. Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta, que haga imposible el mal, la política se convierte en una “religión secular”, que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo.
En algunos países se ha producido un encuentro entre la Iglesia y el Movimiento obrero, nacido como una reacción de orden ético contra una vasta situación de injusticia. En el pasado reciente, el deseo sincero de ponerse de parte de los oprimidos indujo a muchos creyentes a buscar por diversos caminos un compromiso imposible entre marxismo y cristianismo. El tiempo presente, a la vez que ha superado lo que había de caduco en estos intentos, lleva a reafirmar la positividad de una auténtica teología de la liberación humana integral.
Para algunos países de Europa comienza ahora, en cierto sentido, la verdadera postguerra. Es justo que en las presentes dificultades los países ex comunistas sean ayudados por el esfuerzo solidario de otras naciones. Esta exigencia, sin embargo, no debe inducir a frenar los esfuerzos para prestar ayuda a los países del Tercer Mundo, que sufren a veces condiciones de pobreza bastante más graves. Pueden hacerse disponibles ingentes recursos con el desarme de los enormes aparatos militares creados para el conflicto entre Este y Oeste.
El desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral. Es importante reafirmar el principio de los derechos de la conciencia humana, por varios motivos:
1) Las antiguas formas de totalitarismo y de autoritarismo todavía no han sido superadas totalmente.
2) En los países desarrollados se hace a veces excesiva propaganda de los valores puramente utilitarios.
3) En algunos países surgen nuevas formas de fundamentalismo religioso.

Por último presentaremos el Capítulo IV de la Centesimus annus, titulado “La propiedad privada y el destino universal de los bienes”.
El ser humano tiene un derecho natural a la propiedad privada, pero este derecho no es absoluto. La propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene también una índole social, cuyo fundamento reside en el destino universal de los bienes. Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes. Ahora bien, la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta del hombre al don de Dios, es decir, sin el trabajo. Mediante el trabajo el hombre se apropia de una parte de la tierra: he ahí el origen de la propiedad individual. Además al hombre le incumbe la responsabilidad de cooperar con otros hombres para que todos obtengan su parte del don de Dios. Hoy, más que nunca, trabajar es trabajar con otros y para otros: es hacer algo para alguien. Este “trabajo social” abarca círculos progresivamente más amplios.
La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos. Sin embargo, es necesario descubrir los problemas relacionados con el actual proceso económico. Muchos hombres, aunque no son propiamente explotados, son ampliamente marginados del desarrollo económico. Otros muchos hombres viven en ambientes donde están vigentes todavía las reglas del capitalismo primitivo. Otros se ven reducidos a condiciones de semi-esclavitud.
Da la impresión de que el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder a las necesidades. Sin embargo existen numerosas necesidades humanas que no tienen solución en el mercado. Por encima de la lógica del mercado, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. El trabajo del hombre y el hombre mismo no deben reducirse a simples mercancías.
Es inaceptable la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica. La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios como índice de la buena marcha de la empresa. Sin embargo este índice no es el único. Persiste el grave problema de la deuda externa de los países más pobres.
Se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico que asegura el predominio absoluto del capital respecto al trabajo del hombre. En la lucha contra ese sistema no se pone como modelo alternativo al socialismo (que es un capitalismo de Estado), sino una sociedad basada en el trabajo libre, la empresa y la participación. Esta sociedad tampoco se opone al mercado, sino que exige que éste sea controlado oportunamente para garantizar la satisfacción de las necesidades fundamentales de todos.
En las economías más avanzadas ha nacido el fenómeno del consumismo. No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo.
Vinculada con el consumismo, también es preocupante la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. La humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes para con las generaciones futuras.
Aún más grave que la destrucción irracional del ambiente natural es la del ambiente humano. Nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica “ecología humana”. La primera estructura fundamental de la “ecología humana” es la familia. Hay que volver a considerar a la familia como el santuario de la vida. Todo esto se puede resumir afirmando que la libertad económica es sólo un elemento de la libertad humana. Es deber del Estado defender los derechos fundamentales del trabajo y los bienes colectivos, como el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede ser asegurada por los simples mecanismos del mercado.
La experiencia histórica de Occidente demuestra que, si bien el análisis marxista de la alienación es falso, sin embargo la alienación y la pérdida del sentido auténtico de la existencia es una realidad. Por ejemplo, la alienación se verifica en el consumo cuando el hombre se ve implicado en una red de satisfacciones falsas y superficiales. El hombre que se preocupa sólo o prevalentemente de tener y gozar, incapaz de dominar sus instintos y pasiones y de subordinarlos mediante la obediencia a la verdad, no puede ser libre.
Si por capitalismo se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, el mercado y la propiedad privada, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, tal capitalismo es ciertamente positivo. Pero si por capitalismo se entiende un sistema en el cual la libertad económica no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral, cuyo centro es ético y religioso, entonces tal capitalismo es absolutamente negativo.
La Iglesia no tiene modelos para proponer. Ofrece como orientación ideal e indispensable su doctrina social. La empresa no debe considerarse sólo como una sociedad de capitales. Es también una sociedad de personas (capitalistas y trabajadores). La obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone también un derecho. Una sociedad en la que este derecho se niegue sistemáticamente no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social.

Querido amigo, querida amiga:
Recientemente la Santa Sede publicó un excelente Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que presenta esta doctrina de un modo sistemático, desarrollando cada uno de sus aspectos con mucha mayor extensión que en el Catecismo de la Iglesia Católica. Podría decirse que es algo así como el “Catecismo Social” de la Iglesia Católica. Te invito a estudiar con mayor profundidad la Doctrina Social de la Iglesia en este magnífico Compendio.
El liberalismo y el socialismo, sistemas rechazados explícitamente por la Iglesia Católica en la encíclica Rerum novarum y en todos los documentos posteriores del Magisterio de la Iglesia sobre la doctrina social, siguen influyendo fuertemente en las mentes y en las realidades de los hombres de hoy, también en nuestro país. Te invito entonces a meditar a fondo acerca de las críticas católicas a ambos sistemas y a comprometerte en la búsqueda, iluminada por el Evangelio de Jesucristo, de caminos hacia un ordenamiento de la sociedad que aúne libertad y solidaridad, seguridad y justicia.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Jesucristo, el único Libertador del hombre y de la sociedad, ruego a Dios que te ayude a comprender la verdad de la Doctrina Social de la Iglesia y a ponerla en práctica con fidelidad y coherencia en toda tu vida, como miembro de la comunidad política.
Damos fin al programa Nº 15 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta el próximo martes a las 21:30. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
27 de junio de 2006.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

no está completa la encíclica

4:31 a. m.  
Blogger Daniel Iglesias Grèzes said...

Estimado Anónimo:

Es verdad. No está completa. Este programa presenta sólo un resumen de algunos capítulos de la Encíclica "Centesimus Annus".

Un saludo fraternal de
Daniel

9:53 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Muchas Gracias está buenisimo el Resumen
:)
a DIos

Raúl

12:31 a. m.  

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