19 agosto 2007

Programa Nº 4/07: Creo en Jesucristo

Buenas noches. Les doy la bienvenida al programa Nº 4 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la fe en Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, el Redentor del hombre.
En primer término, veremos que Jesús de Nazaret es una figura histórica, no un mito.
Aunque la tesis sobre la inexistencia histórica de Jesús está completamente desacreditada en el nivel académico, continúa siendo divulgada en el nivel popular. Por eso le dedicaremos alguna atención.
El Nuevo Testamento y la Tradición apostólica bastan y sobran para demostrar sin lugar a dudas la existencia de Jesús. Sin embargo, para aquellos que sospechan obsesivamente de todo testimonio cristiano, resultará interesante saber que también existen unos cuantos testimonios antiguos de escritores paganos y judíos acerca de Jesús.
Veamos dichos testimonios:
· El historiador judío Tito Flavio Josefo, del siglo I, se refirió a Jesús en dos pasajes de sus “Antigüedades judías”.
· A fines del siglo I, el sirio Mara ben Sarapión se refirió a Jesús en una carta a su hijo.
· Todavía en el siglo I, el historiador samaritano Thallos aludió en sus escritos a las tinieblas que sobrevinieron en ocasión de la muerte de Jesús.
· Hacia el año 112, Plinio el Joven escribió una carta al emperador Trajano mencionando tres veces a Cristo, a propósito del culto cristiano.
· Hacia el año 116, el historiador romano Tácito mencionó a Cristo en el libro XV de sus Anales, al referirse al incendio de Roma del año 64 y a la persecución de los cristianos por parte del emperador Nerón.
· Hacia el año 120, el historiador romano Suetonio mencionó a Cristo en una obra llamada "Sobre la vida de los Césares", al referirse a la expulsión de los judíos de Roma por orden del Emperador Claudio, a la que se alude también en Hechos de los Apóstoles 18, 2.
· En la segunda mitad del siglo II, el escritor Luciano de Samosata se refirió a Jesús en dos sátiras burlescas, llamadas "Sobre la muerte de Peregrino" y "Proteo".
· El Talmud, compendio de la antigua literatura rabínica, contiene varias referencias a Jesús, inspiradas por una actitud anticristiana que les da un carácter calumnioso. No obstante, es útil para la investigación histórica sobre Jesús, no tanto por lo que afirma de él falsamente, sino por todo lo que supone: la existencia histórica de Jesús, su condena a muerte con intervención de las autoridades religiosas judías, sus milagros (rechazados como producto de la magia), etc.
Ocho testigos paganos y judíos en dos siglos no es mucho, pero es suficiente para confirmar la existencia histórica de Jesús y algunos datos básicos que los Evangelios nos ofrecen sobre Él. En general lo que estos autores escriben sobre Cristo no es muy favorable, pero esto es exactamente lo que cabía esperar de ellos, según su mentalidad.

En segundo término, consideraremos la historicidad de los milagros de Jesús.
Aplicaremos a los relatos evangélicos de milagros los criterios de autenticidad utilizados por la ciencia histórica:
1. El criterio del testimonio múltiple establece que un testimonio concordante, que procede de fuentes diversas y no sospechosas de estar intencionalmente relacionadas entre sí, merece ser reconocido como auténtico. Este criterio se cumple en nuestro caso, porque los cuatro Evangelios dan testimonio de los milagros de Jesús y no proceden de una única fuente literaria.
2. Este testimonio múltiple es reforzado por el hecho de que entre los Evangelios hay diferencias en lo accidental y acuerdo en lo esencial. La diversidad en los detalles y en la interpretación de los hechos proceden de los redactores de los Evangelios, mientras que el peso de la tradición se hace sentir en el acuerdo de fondo sobre la realidad del hecho conservado.
3. También se aplica a nuestro caso el criterio de discontinuidad: un dato evangélico que no puede ser reducido a las concepciones del judaísmo o a las de la Iglesia primitiva puede ser considerado como auténtico desde el punto de vista histórico. Es claro que los milagros de Jesús, en cuanto signos de su identidad divina, no cuadran bien con las ideas de los distintos grupos religiosos judíos de la época. Pero también hay aspectos de los Evangelios referidos a los milagros que no pueden ser explicados a partir de la Iglesia primitiva, sin referencia a Jesús. Por ejemplo, los Evangelios dan cuenta de que los enemigos de Jesús reconocieron sus exorcismos, pero los interpretaron como acciones diabólicas. Semejante acusación contra Jesús no pudo ser inventada por la comunidad cristiana.
4. La historicidad de los milagros de Jesús también se manifiesta en su conformidad con sus enseñanzas. El tema fundamental de la enseñanza de Jesús es el Reino de Dios. Es posible considerar como históricamente seguros los dichos y hechos de Jesús que están íntimamente ligados a este tema. Y precisamente los milagros de Jesús son signos de la llegada del Reino de Dios.
5. Otro criterio de historicidad se refiere al hecho de que en todos los milagros del Evangelio es posible apreciar un mismo estilo, el estilo de Jesús. El estilo de Jesús es el sello inimitable de su persona sobre todo lo que dice y lo que hace. El estilo de sus milagros es idéntico al de su enseñanza; está impregnado de sencillez, sobriedad y autoridad a la vez.
6. También es aplicable el criterio de la inteligibilidad interna: cuando un dato evangélico está perfectamente inserto en su contexto y además es totalmente coherente en su estructura interna, se puede presumir que se trata de un dato históricamente auténtico. Esto se da en nuestro caso. Los milagros y la predicación de Jesús constituyen una unidad indisoluble, ya que ambos manifiestan la venida del Reino de Dios. Los relatos de milagros ocupan un lugar tan considerable en los Evangelios y están tan íntimamente ligados a su trama que no es posible rechazarlos sin rechazar los Evangelios en bloque, cosa que no es razonable desde el punto de vista histórico.
7. Por último, aplicaremos el criterio de explicación necesaria: si ante un conjunto considerable de datos, que exigen una explicación coherente y suficiente, se ofrece una explicación que ilumina y armoniza todos sus elementos (que de otro modo seguirían siendo un enigma), podemos concluir que estamos en presencia de una explicación auténtica. También esto se cumple en nuestro caso. En los Evangelios, los milagros de Jesús son un dato insoslayable, que exige una explicación. En el Evangelio de Marcos, excluyendo los capítulos de la Pasión, los relatos de milagros abarcan el 47% del texto. En el Evangelio de Juan, los doce primeros capítulos descansan por entero sobre siete “signos” de Jesús. Eliminar los milagros equivaldría a destruir el Evangelio de Juan. En los cuatro Evangelios es posible distinguir 67 relatos de milagros (correspondientes a 34 milagros diferentes), 28 sumarios de milagros y 51 discusiones o alusiones referentes a los milagros. Muchos de estos relatos mencionan el carácter público de los milagros de Jesús. Sólo los milagros pueden explicar el gran entusiasmo que Jesús suscitó en el pueblo y la presentación de Jesús como taumaturgo en la primera predicación apostólica. Ni siquiera los enemigos de Jesús negaron que Jesús hiciera milagros. No discutían su actividad de exorcista y taumaturgo, sino la autoridad que reivindicaba apoyándose en esa actividad. El Evangelio de Juan indica los muchos milagros de Jesús (y especialmente la resurrección de Lázaro) como causa directa de la decisión de las autoridades judías de dar muerte a Jesús. Esto es tanto más significativo cuanto que muchos de los grupos judíos de la época rechazaban los milagros o desconfiaban de ellos.
La convergencia de los siete criterios de historicidad antes enunciados constituye una prueba difícilmente rechazable de la solidez histórica de los milagros de Jesús.
Los milagros de Jesús no lo acreditan como un simple profeta o Mesías humano, sino que manifiestan su gloria de Hijo único de Dios. Todos los valores significativos del milagro están unidos a Jesús, el signo por excelencia. Él mismo en persona es el Reino de Dios que ha llegado, el cumplimiento de las promesas, la presencia de la misericordia de Dios. Los milagros de Jesús están ordenados a revelar y hacer creíble el misterio de la persona de Cristo, que es el misterio de su origen en Dios Padre, de su unidad con Él y de la misión que el Padre le encomendó.

En tercer término, nos referiremos a la divinidad de Cristo.
Los testigos de Jehová creen que Jesús, el Hijo de Dios, es un ser divino, pero no es Dios. Más exactamente, se trataría del arcángel San Miguel, la principal creatura de Dios. Esta doctrina es contraria a la razón: si el Hijo es verdaderamente un ser divino, entonces su esencia es la esencia divina y por lo tanto es Dios. La idea de un "ser divino distinto de Dios" es auto-contradictoria.
Dado que los testigos de Jehová creen en la inspiración divina de la Biblia, presentaremos pruebas de la divinidad de Cristo basadas en la Sagrada Escritura. Nuestro razonamiento es el siguiente: la Biblia enseña la verdad y la Biblia enseña que el Hijo es Dios. Por lo tanto, el Hijo es Dios.
El Nuevo Testamento, escrito según todos los expertos en el siglo I, afirma inequívocamente, muchas veces y de muchas maneras, la divinidad de Cristo.
Para no extendernos demasiado, mencionaremos sólo siete textos del Nuevo Testamento que explicitan claramente que el Hijo es Dios:
· Juan 1,1: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios."
· Juan 20,28: "Tomás le contestó: `Señor mío y Dios mío´."
· Romanos 9,5: "y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén."
· Filipenses 2,5-11: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre."
· Tito 2,13: "aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo".
· Hebreos 1,8: "Pero del Hijo: `Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos´"
· Apocalipsis 1,8: "Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir´, el Todopoderoso."
Para eludir la evidente conclusión de que el Hijo es Dios, los testigos de Jehová proponen nuevas traducciones o nuevas interpretaciones del texto sagrado. En cuanto a las nuevas traducciones de los testigos de Jehová, hay un amplísimo consenso entre expertos de todas las tendencias religiosas acerca de que la versión de la Biblia utilizada por los testigos (llamada "Traducción del Nuevo Mundo") ha introducido numerosas adulteraciones y tergiversaciones del texto bíblico, para tratar de ocultar las discordancias entre ese texto y la doctrina de la secta. En cuanto a las nuevas interpretaciones de los testigos de Jehová, cabe subrayar que los testigos interpretan la Biblia fuera de toda la Tradición de la Iglesia, guiados únicamente por las autoridades de la secta, las cuales desde Charles Russell en adelante se han considerado a sí mismas (sin ningún fundamento) como únicos intérpretes autorizados de la Palabra de Dios.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 4 del ciclo 2007 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay. Los invito a llamar al teléfono (035) 20535 para plantear sus comentarios o consultas.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la fe en Jesucristo, Hijo de Dios.
El cristianismo no es un producto de la inquietud religiosa del hombre. En Jesucristo, Dios mismo viene al encuentro del hombre, le revela su Misterio y le comunica su Vida. Jesús es la "luz verdadera que ilumina a todo hombre". Él nos ha revelado la verdad sobre el bien del hombre y se ha presentado a Sí mismo diciendo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida".
El bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad; es reconocer a Dios como único Señor y obedecerlo, cumpliendo los mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo. No hay oposición entre la conciencia y la verdad, ni entre la libertad y la ley moral. Las normas morales, universales e inmutables, están al servicio de la persona y de la sociedad.
El Nuevo Testamento une salvación y verdad, cuyo conocimiento libera y, por consiguiente, salva. Como nos dice San Pablo:
"Dios, nuestro Salvador,... quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1 Timoteo 2,3-6).
La verdad cristiana, antes que una doctrina, es un acontecimiento de salvación: el encuentro con Cristo. El problema del hombre se esclarece a la luz de la experiencia del encuentro con Cristo, que todo lo renueva. El cristiano es el hombre que ha tenido esa experiencia y ha recibido el don del Espíritu, que lo impulsa a seguir a Cristo y a dar testimonio de Él ante el mundo.
La experiencia de Cristo no es sólo personal, sino también eclesial. El depósito de la fe revelada por Cristo es custodiado por la Iglesia católica y apostólica. El Papa y los Obispos en comunión con él enseñan la verdad revelada con la autoridad de Cristo y la asistencia del Espíritu Santo. Al pronunciarse de manera clara sobre las principales cuestiones doctrinales y morales, la Iglesia brinda al mundo un servicio que éste necesita con urgencia: el servicio de la verdad.

Continuemos ahora con una reflexión sobre Jesucristo, Dios Salvador.
"Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: '¿Quién dicen los hombres que soy yo?' Ellos le dijeron: 'Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.' Y él les preguntaba: 'Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?' Pedro le contesta: 'Tú eres el Cristo'." (Marcos 8,27-29).
También a cada uno de nosotros Jesús nos plantea hoy la misma pregunta que hizo a sus discípulos: "¿Quién dices tú que soy yo?". Y también hoy Jesús recibe diversas respuestas: eres sólo un gran hombre, tal vez el mayor de todos; eres un mensajero de Dios semejante a otros (Moisés, Buda, Mahoma, etc.); eres el Hijo de Dios hecho hombre...
Esta pregunta de Jesús sobre Sí mismo no puede dejarnos indiferentes, porque quien la plantea pretende tener una relación especialísima con Dios y su pretensión no puede ser descartada fácilmente.
Jesús nació en el seno de un pueblo en cuya historia se había manifestado portentosamente la acción salvadora de Dios y con el cual Dios había establecido una particular relación de alianza. Su venida al mundo supuso el cumplimiento de las antiguas profecías referidas al Mesías (es decir Cristo o Ungido). Enseñó una doctrina nueva, que por sí sola sugiere un origen divino. De Él se decía: "Nadie ha hablado jamás como este hombre". Fue el primero en llamar a Dios "Abba", que significa “Papá”. Predicó una moral elevada y exigente, perfeccionando la antigua Ley de Moisés, y vivió en un todo de acuerdo con sus enseñanzas, en incomparable santidad. También se dijo de Él que "todo lo hizo bien". Realizó muchos milagros. Amó a todos, especialmente a los niños, los pobres, los enfermos y toda clase de marginados. Perdonó a los pecadores y a sus propios enemigos. Y finalmente culminó una vida de total donación y obediencia a Dios Padre entregándose en su pasión y muerte para redimir a todos. Sus discípulos dieron testimonio de que resucitó al tercer día, se les apareció vivo durante cuarenta días y completó entonces sus enseñanzas sobre el Reino de Dios, Reino que Él mismo hizo presente en plenitud en su propia Persona. La Iglesia que Él fundó, cimentada en sus doce apóstoles, continúa extendiéndose por el mundo, según su mandato y con la asistencia que Él le prometió. Hoy sus seguidores somos 2.000 millones, de los cuales 1.100 millones estamos en plena comunión con el sucesor de San Pedro, a quien Jesús escogió para que "apacentara a sus ovejas" y confirmara a sus hermanos en la fe. Esperamos la segunda venida de Jesucristo, cuando Él juzgará a vivos y muertos y consumará el Reino de Dios, que no tendrá fin.
Hay muchas razones para creer en la existencia de Dios, pero el hombre sabe que, librado a sus solas fuerzas, no podrá penetrar en su misterio incomprensible. El mismo hombre, enfrentado al drama del sufrimiento y de la muerte, y envuelto en la culpa del pecado, entrevé que necesita ser iluminado y salvado por Dios. Por eso es razonable que los hombres esperen una revelación divina. Ahora bien, Jesús no sólo colmó esa expectativa, pues Él es la cumbre de la historia de la Revelación, sino que la superó, porque es más que un profeta del Altísimo. La Iglesia nos enseña que Él es una persona divina (el Hijo de Dios Padre), con dos naturalezas (divina y humana) reales y completas. Él es perfecto Dios y perfecto hombre, "igual a nosotros en todo, excepto el pecado". Al encarnarse, el Hijo de Dios no perdió su condición divina -aunque ésta quedó velada, perceptible sólo a la luz de la fe- y asumió la condición humana, uniendo así íntimamente a los hombres con Dios. Al morir en la cruz destruyó el poder del pecado y al resucitar nos dio la vida divina. Su Pascua es la Alianza nueva y eterna de Dios con todos los hombres, realizada en la Iglesia, a la cual todos son llamados.
Cristo y el cristianismo no tienen parangón. Por eso los cristianos reconocemos a Jesucristo como único Salvador del mundo y proponemos el encuentro con Él -que está vivo- como el camino de conversión, comunión y solidaridad. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. Conozcámoslo, amémoslo y sigámoslo.

Querido amigo, querida amiga:
Realmente la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria. Jesús de Nazaret es una figura histórica muy bien conocida, que vivió en una época y en una región bien determinadas. Todo el Nuevo Testamento y toda la literatura cristiana antigua nos da un testimonio de fe acerca de Él, pero esos testimonios tienen también un fuerte valor histórico. Además bastantes autores paganos y judíos antiguos confirman la verdad de la existencia histórica de Jesús y de algunos de los datos básicos que los Evangelios nos proporcionan sobre su vida y su muerte.
Según la confesión de fe del Apóstol San Pedro, sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Él es el Hijo unigénito de Dios, el Hijo amado por el Padre, el que nos transmite la palabra de salvación pronunciada por el Padre desde toda la eternidad. Él es nuestro único Maestro, el dispensador de la Sabiduría de Dios. Escuchémoslo y sigámoslo con confianza.
Te invito a evitar las tentaciones del racionalismo, que rechaza los milagros, y del modernismo, que tiende a reducirlos a simples prodigios. Dios, Creador y Señor del universo, puede intervenir libremente en el mundo, superando las potencialidades de la naturaleza. Los criterios de autenticidad histórica, aplicados a los relatos de milagros de Jesús, permiten concluir que esos relatos tienen valor histórico. Estos milagros realmente acontecidos dan un aval divino a la pretensión de Jesús de ser el Hijo de Dios; acreditan que Él es verdaderamente el enviado por el Padre para la salvación del mundo. Mediante sus milagros, narrados en los Evangelios, hoy Jesucristo te llama a la fe en Él y a la conversión, condiciones indispensables para acceder al Reino de Dios.
En nuestro ambiente cultural, tan contaminado de relativismo, se hace a veces difícil percibir el esplendor de la verdad de la religión cristiana, de su doctrina de la fe y de su doctrina moral. Te exhorto por lo tanto a nadar contra la corriente. No caigas en la tentación de negar la existencia de la verdad en general y de la verdad religiosa en particular. Resiste la persistente y falsa insinuación de que en el fondo todas las religiones son iguales y no hay ninguna más verdadera o mejor que otra. Escucha la voz de Jesucristo, el único Redentor del hombre, el único Salvador del mundo. Su voz es la voz del Hijo unigénito de Dios, del Hijo amado del Padre. Contempla Su rostro adorable y ve en él la imagen visible de Dios invisible. Mira sus llagas y recuerda que Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que en la cruz murió para salvarte.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, ruego a Dios Padre que te conceda conocer cada vez más a Jesús de Nazaret, el Redentor del hombre, y crecer en el amor y el seguimiento de Jesús.
Dando fin al programa Nº 4 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, me despido hasta la semana próxima. Que la paz y la alegría de Nuestro Señor Jesucristo, el Resucitado, estén con todos ustedes y sus familias.

Daniel Iglesias Grèzes
23 de julio de 2007

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