17 julio 2007

Programa Nº 2/07: La creación

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Les doy la bienvenida al programa Nº 2 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Los invito a enviarme sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la creación. Dividiremos nuestro tema en dos partes: la creación del universo y la creación de los seres vivos en general y del ser humano en particular.
Para presentar la fe católica en Dios Creador del mundo y del hombre, leeremos el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, del número 50 al número 65:

“¿Qué significa que Dios es Todopoderoso?
Dios se ha revelado como «el Fuerte, el Valeroso», aquel para quien «nada es imposible». Su omnipotencia es universal, misteriosa y se manifiesta en la creación del mundo de la nada y del hombre por amor, pero sobre todo en la Encarnación y en la Resurrección de su Hijo, en el don de la adopción filial y en el perdón de los pecados. Por esto la Iglesia en su oración se dirige a «Dios todopoderoso y eterno».
¿Por qué es importante afirmar que «en el principio Dios creó el cielo y la tierra»?
Es importante afirmar que en el principio Dios creó el cielo y la tierra porque la creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios; manifiesta su amor omnipotente y lleno de sabiduría; es el primer paso hacia la Alianza del Dios único con su pueblo; es el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en Cristo; es la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y nuestro fin.
¿Quién ha creado el mundo?
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible del mundo, aunque la obra de la Creación se atribuye especialmente a Dios Padre.
¿Para qué ha sido creado el mundo?
El mundo ha sido creado para gloria de Dios, el cual ha querido manifestar y comunicar su bondad, verdad y belleza. El fin último de la Creación es que Dios, en Cristo, pueda ser «todo en todos», para gloria suya y para nuestra felicidad.
¿Cómo ha creado Dios el universo?
Dios ha creado el universo libremente con sabiduría y amor. El mundo no es el fruto de una necesidad, de un destino ciego o del azar. Dios crea «de la nada» un mundo ordenado y bueno, que Él transciende de modo infinito. Dios conserva en el ser el mundo que ha creado y lo sostiene, dándole la capacidad de actuar y llevándolo a su realización, por medio de su Hijo y del Espíritu Santo.
¿En qué consiste la Providencia divina?
La divina Providencia consiste en las disposiciones con las que Dios conduce a sus criaturas a la perfección última, a la que Él mismo las ha llamado. Dios es el autor soberano de su designio. Pero para realizarlo se sirve también de la cooperación de sus criaturas, otorgando al mismo tiempo a éstas la dignidad de obrar por sí mismas, de ser causa unas de otras.
¿Cómo colabora el hombre con la Providencia divina?
Dios otorga y pide al hombre, respetando su libertad, que colabore con la Providencia mediante sus acciones, sus oraciones, pero también con sus sufrimientos, suscitando en el hombre «el querer y el obrar según sus misericordiosos designios».
Si Dios es todopoderoso y providente ¿por qué entonces existe el mal?
Al interrogante, tan doloroso como misterioso, sobre la existencia del mal solamente se puede dar respuesta desde el conjunto de la fe cristiana. Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal. Él ilumina el misterio del mal en su Hijo Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres y que es la raíz de los restantes males.
¿Por qué Dios permite el mal?
La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo. Esto Dios lo ha realizado ya admirablemente con ocasión de la muerte y resurrección de Cristo: en efecto, del mayor mal moral, la muerte de su Hijo, Dios ha sacado el mayor de los bienes, la glorificación de Cristo y nuestra redención.
¿Qué ha creado Dios?
La Sagrada Escritura dice: «en el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Génesis 1, 1). La Iglesia, en su profesión de fe, proclama que Dios es el creador de todas las cosas visibles e invisibles: de todos los seres espirituales y materiales, esto es, de los ángeles y del mundo visible y, en particular, del hombre.
¿Quiénes son los ángeles?
Los ángeles son criaturas puramente espirituales, incorpóreas, invisibles e inmortales; son seres personales dotados de inteligencia y voluntad. Los ángeles, contemplando cara a cara incesantemente a Dios, lo glorifican, lo sirven y son sus mensajeros en el cumplimiento de la misión de salvación para todos los hombres.
¿De qué modo los ángeles están presentes en la vida de la Iglesia?
La Iglesia se une a los ángeles para adorar a Dios, invoca la asistencia de los ángeles y celebra litúrgicamente la memoria de algunos de ellos.
¿Qué enseña la Sagrada Escritura sobre la Creación del mundo visible?
A través del relato de los «seis días» de la Creación, la Sagrada Escritura nos da a conocer el valor de todo lo creado y su finalidad de alabanza a Dios y de servicio al hombre. Todas las cosas deben su propia existencia a Dios, de quien reciben la propia bondad y perfección, sus leyes y lugar en el universo.
¿Cuál es el lugar del hombre en la Creación?
El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.
¿Qué tipo de relación existe entre las cosas creadas?
Entre todas las criaturas existe una interdependencia y jerarquía, queridas por Dios. Al mismo tiempo, entre las criaturas existe una unidad y solidaridad, porque todas ellas tienen el mismo Creador, son por Él amadas y están ordenadas a su gloria. Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que dimanan de la naturaleza de las cosas es, por lo tanto, un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.
¿Qué relación existe entre la obra de la Creación y la de la Redención?
La obra de la Creación culmina en la obra aún más grande de la Redención. Con ésta, de hecho, se inicia la nueva Creación, en la cual todo hallará de nuevo su pleno sentido y cumplimiento.”

El orden y la evolución del cosmos no son productos del azar, sino de la obra creadora de Dios.
A la fe cristiana en la creación del universo por parte de Dios, el pensamiento ateo opone dos alternativas erróneas. Si Dios no existe, entonces el universo no ha sido creado por Dios. Por lo tanto, o bien el universo ha surgido espontáneamente de la nada, o bien el universo es eterno.
La primera de ambas alternativas es evidentemente absurda, porque nada puede surgir espontáneamente de la nada. La nada no es y por consiguiente nada puede. Mostraremos con un ejemplo cómo, en su afán de rechazar a toda costa la existencia de Dios, algunos partidarios del ateísmo son capaces de sostener las afirmaciones más inverosímiles. En uno de sus muchos libros de divulgación científica, Isaac Asimov propuso una teoría acerca del origen espontáneo del universo a partir de la nada, basándose en una analogía con la siguiente fórmula: 0 = 1 + (-1). Dice Asimov que, así como el 0 "produce" el 1 y el -1, la nada ha podido producir, en el origen del tiempo, un universo material y un "antiuniverso" o universo de antimateria.
Este razonamiento contiene dos gruesos errores:
· El ente ideal "cero" no es la causa del ser de los entes ideales "uno" y "menos uno". Una identidad matemática no es una relación causal entre números.
· No hay una verdadera correspondencia entre los tres números considerados y tres entes reales, o mejor dicho, un ente real (el universo), un ente hipotético (el "antiuniverso") y un no-ente (la nada).
En suma, de la citada identidad matemática no se puede deducir una relación causal entre esos entes reales.
Por lo tanto, en buena lógica, el ateísmo desemboca ineludiblemente en esta conclusión: el universo ha de ser eterno.
La corriente de pensamiento ateo más difundida en la actualidad es el cientificismo o positivismo. La premisa básica del cientificismo es que el único conocimiento verdadero que el hombre puede alcanzar es el que proviene de las ciencias particulares: matemática, física, química, astronomía, geología, biología, etc. (Algunos incluyen también las ciencias humanas: psicología, sociología, economía, historia, etc.). Ahora bien, las ciencias particulares no prueban ni pueden probar que el universo es eterno, sino que sólo pueden suponerlo. Esta falsa suposición, entonces, contradice el principio fundamental del positivismo, porque no tiene ningún fundamento científico.
Esta contradicción es la consecuencia de una contradicción aún mayor. El punto de partida oculto del pensamiento positivista es la negación de la existencia de Dios, aunque las ciencias particulares tampoco prueban ni pueden probar la inexistencia de Dios. En realidad, el positivismo está basado en falsos postulados no científicos sino filosóficos, cuya verdad se presupone sin ninguna justificación racional. De este modo el cientificismo, que se presenta a sí mismo como la verdad científica, resulta ser solamente una filosofía falsa y a menudo inconsciente.
La ciencia contemporánea no sólo no prueba que el universo es eterno, sino que incluso sugiere con mucha fuerza la idea de que el universo tuvo un comienzo absoluto en el tiempo. El consenso abrumadoramente mayoritario de los científicos actuales apoya la teoría del Big Bang o “Gran Explosión”, que implica ese comienzo absoluto. Es verdad que en rigor, aun suponiendo demostrada la hipótesis del Big Bang, la ciencia no puede demostrar la creación del universo. Lo que pasó "antes" del tiempo cero de la Gran Explosión está más allá de los límites del conocimiento científico, y sólo puede ser escudriñado por medio de la teología y la filosofía, que no son ciencias particulares sino ciencias universales. Esto significa que su indagación, basada en sus propios métodos, diferentes de los métodos de las ciencias particulares, no se limita a las realidades intramundanas sino que pretende alcanzar explicaciones últimas, por tanto trascendentes.
Además, como ha sido demostrado por Santo Tomás de Aquino, aunque el universo no hubiera tenido un comienzo en el tiempo, de todos modos tendría que haber sido creado por Dios. La creación no es sólo una acción pasada de Dios, ocurrida en el principio, sino una acción permanente de Dios que sostiene al universo en el ser. La relación entre Dios y el mundo es una relación ontológica de dependencia absoluta y unilateral: el ser del mundo depende absolutamente de la acción creadora de Dios; en cambio, el ser de Dios no depende del mundo en absoluto.
Aunque Tomás de Aquino sostuvo que la no-eternidad del mundo no puede ser conocida por la razón natural, sino sólo por la fe en la Divina Revelación, hoy en día resulta díficil concebir un universo eterno. La noción de evolución ha penetrado tan hondamente en el pensamiento contemporáneo que muy fácilmente uno se ve impulsado a pensar que el universo, así como tiene un desarrollo comprobable, también ha debido tener un comienzo y deberá tener un final. La "eternidad" del mundo supone la existencia de un infinito actual, o sea de un tiempo infinito "ya transcurrido" (por así decir). El infinito actual, o sea la presencia actual de una magnitud infinita, resulta no sólo inimaginable, sino incluso casi inconcebible. Hay quienes sostienen que en el universo material sólo puede darse el infinito potencial (es decir, magnitudes que tienden al infinito) pero no el infinito actual.
Para seguir sosteniendo, contra las cuasi-evidencias de la ciencia, la eternidad del mundo, los ateos cientificistas recurren a otra suposición gratuita: el universo es cíclico. Cada uno de los infinitos ciclos comienza con una Gran Explosión, seguida de una fase de expansión del universo. Después de alcanzar un tamaño máximo, el universo entra en una fase de contracción, que termina con una “Gran Implosión” o Big Crunch. Cada Gran Implosión –dicen ellos- es seguida inmediatamente por una nueva Gran Explosión.
Esta teoría del universo cíclico tiene graves falencias:
· Los cálculos de la masa total del universo llevan a pensar que éste se expandirá indefinidamente, por lo que no habría ninguna Gran Implosión en el futuro.
· Dado que lo que podría haber ocurrido antes de la Gran Explosión escapa a nuestra ciencia experimental, no se puede demostrar científicamente que haya habido una Gran Implosión antes de la Gran Explosión.
En resumen, la tesis atea sobre la eternidad del mundo es extremadamente frágil desde el punto de vista racional.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL

Continuamos el segundo programa del ciclo 2007 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay. Los invito a llamar al teléfono (035) 20535 para plantear sus comentarios o consultas.
Nuestro programa de hoy está referido a la creación. En esta segunda parte trataremos de la creación de los seres vivos y del ser humano.
El pensamiento ateo sostiene, sin ningún fundamento válido, que la vida surgió espontáneamente de la materia inerte, que el hombre surgió de un primate por la mera evolución natural y que el orden y la evolución de los seres vivos son meros productos del azar.
La fe cristiana, en cambio, sostiene que Dios creó a los seres vivos y al ser humano y que Él es la causa primera del orden y la evolución de los seres vivos.
El universo material creado por Dios, a través de un larguísimo proceso de evolución cósmica, se transformó en un lugar apto para el surgimiento de la vida. Hace unos 3.800 millones de años apareció la vida en los océanos de la Tierra. Los seres vivos manifiestan una organización interna y una adaptación externa maravillosas, que no pueden ser meros productos del azar. Los primeros seres vivientes eran muy simples; probablemente eran semejantes a los virus. A partir de entonces ocurrió otro lentísimo proceso guiado por la Providencia de Dios: la evolución biológica, que produjo formas de vida cada vez más complejas.
Finalmente Dios creó al hombre, animal racional, unidad de cuerpo y alma: cuerpo animado y espíritu encarnado. El alma espiritual e inmortal de cada ser humano es creada inmediatamente por Dios. Por su cuerpo el hombre se asemeja a los animales; por su espíritu, en cambio, el hombre se eleva infinitamente por encima de todos los demás seres del universo material. Es el rey de la creación, intrínsecamente superior al resto de ella. El espíritu hace al hombre un ser personal, inteligente y libre, semejante a Dios, quien es puro espíritu, infinitamente inteligente y libre.
Los científicos actuales están convencidos de que el origen del hombre tuvo lugar por evolución a partir de unos primates, pero no son capaces de explicar el origen de la inteligencia y del libre albedrío del hombre, porque ambas facultades son espirituales.
El cristiano sabe cuál es el origen del hombre: Dios lo ha creado, infundiéndole un alma espiritual e inmortal. La creación del hombre por parte de Dios es compatible con la teoría de la evolución, si ésta se mantiene dentro de sus justos límites, como explicación del origen material del cuerpo humano. Dios, en su admirable sabiduría, ha dado al mundo unas leyes naturales que incluyen la evolución. De este modo Dios es el creador de todos los seres vivos, aunque no haya intervenido de un modo especial y milagroso en la formación de cada especie vegetal y animal.
Actualmente está en boga un debate que opone el evolucionismo al creacionismo. Se trata de una falsa oposición. Lo opuesto al evolucionismo no es el creacionismo, sino el fijismo: la doctrina que afirma que cada especie surgió por separado y se mantuvo fija, sin evolucionar. Lo opuesto al creacionismo no es el evolucionismo sino las doctrinas que niegan la creación (por ejemplo el materialismo). Dios es tan capaz de crear un universo fijo como uno evolutivo. Incluso podría decirse que un universo evolutivo sugiere con mucha más fuerza la idea de creación que un universo fijo.
El capítulo 1 del Génesis relata la creación del universo por obra de Dios. Según este relato, Dios empleó seis días para crear todo lo visible y lo invisible; el sexto día Dios creó al ser humano y el séptimo día descansó. Una interpretación fundamentalista de este capítulo lleva a rechazar los descubrimientos científicos que suponen una evolución cósmica de miles de millones de años previa a la aparición del hombre sobre la Tierra. La interpretación católica, en cambio, se basa en los siguientes dos principios, expresados por el Concilio Vaticano II en la constitución dogmática Dei Verbum, números 11 y 12):
· "Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra."
· "El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época."
Vale decir que la interpretación católica de la Biblia distingue la verdad salvífica transmitida por la Biblia del "ropaje literario" utilizado como vehículo para transmitir dicha verdad. En el ejemplo citado, es claro que las verdades salvíficas que Dios nos transmite por medio de Génesis 1 son cosas muy diferentes de una cosmología arcaica; me refiero a verdades tales como las siguientes: todo lo que existe ha sido creado por Dios; todo lo que Dios ha creado es bueno; el ser humano es la cumbre del universo material; el hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Querido amigo, querida amiga:
El universo material fue creado para el hombre; es su morada terrenal. El ser humano es la cumbre de la creación, el lugarteniente de Dios, a quien Él confía Su creación para que la cuide y la perfeccione por medio del trabajo. El hombre es el único ser del universo material al cual Dios ama por sí mismo. A los demás seres los ama en razón del hombre y los destina a servirlo. La vida humana tiene un valor inmenso debido a la sublime dignidad de la persona humana. La vida de un único ser humano vale más, a los ojos de Dios, que todas las galaxias, las plantas y los animales juntos. Cumpliendo un mandato divino, los hombres han crecido en conocimiento y poder y se han multiplicado hasta dominar la Tierra. Como ser individual y como ser social, la vida del hombre es un reflejo de la vida íntima de Dios uno y trino.
Por naturaleza -es decir, en virtud de su creación- el hombre es un animal raro, siempre insatisfecho con los bienes que posee o disfruta durante su vida terrena. Su corazón está perpetuamente inquieto. Ningún placer, ningún conocimiento, ningún amor incluso, logra colmarlo definitivamente. La Divina Revelación nos permite resolver este enigma de la existencia humana, enseñándonos que el fin último de la vida del hombre es sobrenatural. El hombre ha sido creado para la vida eterna, la participación en la vida divina, la plena comunión de amor con Dios en el Cielo. Sólo puede encontrar su felicidad perfecta en este destino trascendente, inalcanzable por las solas fuerzas naturales del hombre, pero asequible por medio de la Gracia, el amor absoluto de Dios, que dona Su mismo Ser al hombre en forma gratuita e indebida.
Muy a menudo nuestros hermanos ateos ni siquiera intentan fundamentar racionalmente su adhesión a los postulados materialistas sobre el origen del cosmos, de la vida y del hombre. En esos casos esos postulados funcionan como meras suposiciones, que se asumen acríticamente como verdaderas. A partir de estos principios falsos es posible deducir correctamente otras proposiciones, tan falsas como estos principios.
Este esquema postulatorio suele ser aplicado también a la afirmación básica del ateísmo, la inexistencia de Dios, y a otras afirmaciones conexas, como la inexistencia de los milagros; en este caso se sostendrá que Dios no existe porque simplemente no puede haber un Dios o que los milagros no existen porque simplemente no puede haber milagros. Como es fácil apreciar, se trata de burdas peticiones de principio. Si los cristianos insistiéramos en pedir a nuestros hermanos ateos una fundamentación racional de sus creencias básicas, podríamos comprobar que muchas veces ellos no tienen realmente nada que decir.

Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Sede de la Sabiduría, ruego a Dios que te conceda conocerlo como Creador del mundo y agradecer siempre su divina Providencia, su amoroso gobierno del mundo.
Dando fin al programa Nº 2 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, me despido hasta la semana próxima. Que la paz y la alegría de Nuestro Señor Jesucristo, el Resucitado, estén con todos ustedes y sus familias.

Daniel Iglesias Grèzes
9 de julio de 2007

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