18 noviembre 2006

Programa Nº 36: El Espíritu Santo

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Les doy la bienvenida al programa Nº 36 de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Los invito a enviarme sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido al Espíritu Santo.
En la primera parte del programa nos preguntaremos quién es el Espíritu Santo.

En el primer paso de nuestra reflexión veremos que el Espíritu Santo es Dios.
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nos ha revelado la verdad acerca de Dios y la verdad acerca del hombre. El Dios revelado por Cristo es uno y trino; uno en naturaleza (un solo Dios) y trino en personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Si bien el misterio de Dios uno y trino está en el centro de la fe cristiana, la doctrina sobre la Santísima Trinidad no fue desarrollada sistemáticamente en el Nuevo Testamento. La Iglesia, con el auxilio del Espíritu Santo, desarrolló a lo largo de los siglos la doctrina trinitaria por medio de una reflexión teológica que explicita los contenidos de la Divina Revelación transmitida en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición. Con mucha frecuencia el desarrollo dogmático se generó como una respuesta eclesial al peligro mortal representado por las herejías.
Hacia el año 260 el Papa Dionisio, en una carta a Dionisio Alejandrino, condenó las dos herejías trinitarias básicas: el triteísmo, que separa al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo considerándolos como tres dioses; y el modalismo o sabelianismo, que confunde al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, considerándolos como tres modalidades de la única persona divina.
Las herejías trinitarias del siglo IV fueron subordinacionistas: no negaban la unidad de Dios ni la distinción de las tres personas, sino la divinidad del Hijo o del Espíritu Santo, considerándolos como creaturas. La Iglesia condenó estas herejías en los dos primeros Concilios ecuménicos. El Concilio de Nicea (del año 325) definió dogmáticamente la divinidad del Hijo, contra el arrianismo. El Primer Concilio de Constantinopla (del año 381) definió dogmáticamente la divinidad del Espíritu Santo, contra los macedonianos. Este Concilio completó el Credo del Concilio de Nicea, principalmente mediante el agregado de un párrafo referido al Espíritu Santo:
“Creemos... en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas.”
Así se formó el Credo llamado niceno-constantinopolitano.
En el siglo V el Símbolo Quicumque expresó la fe católica en la Santísima Trinidad de un modo espléndido. Citaremos sólo un párrafo de ese símbolo de la fe:
“Y la fe católica es ésta: que veneremos a un solo Dios en trinidad y a la trinidad en unidad, no confundiendo las personas ni separando las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una sola, la gloria igual, la majestad coeterna.”

En el segundo paso de nuestra reflexión veremos que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
El Credo de Nicea y Constantinopla dice que el Espíritu Santo procede del Padre. A partir del siglo V se produjo un nuevo desarrollo del dogma trinitario, puesto que en los credos de la Iglesia de Occidente (por ejemplo el Símbolo Quicumque, el Primer Concilio de Toledo y la Carta de San León Magno a Toribio) se comenzó a afirmar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Poco a poco en Occidente se fue agregando al Credo niceno-constantinopolitano la expresión latina Filioque, que quiere decir “y del Hijo”.
Recién en el siglo IX, en el contexto del primer cisma de Oriente, el Patriarca bizantino Focio rechazó esa innovación de los latinos. Así el Filioque pasó a ser el principal tema de controversia teológica entre católicos y ortodoxos.
El Segundo Concilio de Lyon (del año 1274), que procuró restablecer la unión con los griegos, abordó la cuestión y estableció que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio, por una única espiración.
El Concilio de Florencia (de los años 1438 a 1445) volvió a intentar la unión con las Iglesias orientales. Aprobó un decreto de unión con los griegos (la bula Laetentur coeli del Papa Eugenio IV) que reiteró la doctrina del Segundo Concilio de Lyon sobre el Filioque y la explicó de este modo:
“Y puesto que todo cuanto es el Padre, lo ha dado el mismo Padre a su Hijo unigénito (a excepción del ser Padre), este mismo proceder el Espíritu Santo del Hijo, lo recibe el mismo Hijo eternamente del Padre, del cual es también eternamente engendrado.”
En el acto de clausura del “año de la fe” (el 30 de junio de 1968) el Papa Pablo VI pronunció una solemne profesión de fe llamada “Credo del Pueblo de Dios”, en la cual explicitó una vez más la doctrina católica sobre la procesión del Espíritu Santo:
“Creemos en el Espíritu Santo, persona increada, que procede del Padre y del Hijo como Amor sempiterno de ellos.”

En el tercer paso de nuestra reflexión sobre el Espíritu Santo, consideraremos la analogía del ser.
Dios, el misterio absoluto, permanece en último término incomprensible para la razón humana. Sin embargo el hombre puede conocer verdaderamente a Dios por su analogía con los seres creados. La analogía supone a la vez una semejanza y una desemejanza. Pero, como enseñó el Cuarto Concilio de Letrán, siempre debe recordarse que:
“entre el Creador y la creatura no puede señalarse una semejanza, sin ver que la desemejanza es aún mayor.”
Podemos comprender algo más acerca de la persona del Espíritu Santo valiéndonos de sus semejanzas con algunas realidades creadas, pero purificándolas mediante la superación de toda limitación. Por eso la Sagrada Escritura emplea varios símbolos que pueden ayudarnos a conocer al Espíritu Santo: el agua, la unción, el sello, el fuego, la nube, la luz, la mano, el dedo y la paloma.

En el cuarto paso de nuestra reflexión sobre el Espíritu Santo, consideraremos la analogía de la fe.
Según la doctrina cristiana, Dios no es un ser solitario, sino una comunión de tres personas divinas tan íntimamente unidas entre sí que son un solo Ser divino. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven eternamente un dinamismo de amor infinito en sus relaciones mutuas (que la teología llama “perijóresis”). El Padre engendra eternamente al Hijo de su misma substancia divina; el Espíritu Santo procede eternamente del Padre por el Hijo.
Teniendo esto presente, podemos emplear diversas analogías para aproximarnos al misterio trinitario. Quizás el esfuerzo más audaz en este sentido fue el realizado por San Agustín en su obra De Trinitate, en la cual el gran teólogo analizó numerosas analogías de la Trinidad. De entre ellas se destacan las siguientes dos:
· La analogía intrasubjetiva compara la Trinidad con la persona humana, en la cual se pueden distinguir tres realidades (mente, inteligencia y voluntad) unidas en la única persona. Aquí la mente representa al Padre, la inteligencia al Hijo y la voluntad al Espíritu Santo.
· La analogía intersubjetiva compara la Trinidad con la comunidad humana fundada en el amor. En este caso pueden distinguirse tres realidades (el amante, el amado y el amor) unidas en la misma relación. Aquí el amante representa al Padre, el amado al Hijo y el amor al Espíritu Santo.
Estas dos analogías presentan una importante coincidencia en la representación del Espíritu Santo como voluntad y como amor. El Decimoprimer Concilio de Toledo, desarrollando esa noción, afirmó que el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, es la caridad o santidad de ambos.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 36 de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José. Saludo a todos los oyentes y los invito a llamar al teléfono (035) 20535 para plantear sus comentarios o consultas sobre los temas tratados en “Verdades de Fe”.
Nuestro programa de hoy está dedicado al Espíritu Santo. En la primera parte del programa nos preguntamos quién es el Espíritu Santo. En esta segunda parte analizaremos el texto evangélico en el cual Jesús resucitado da el Espíritu Santo a sus discípulos:
“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros.” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”” (Juan 20,19-23).

Esta primera aparición de Cristo resucitado a los discípulos puede ser dividida en dos partes: un estadio de reconocimiento y un estadio de misión. Jesús motiva el reconocimiento de los discípulos presentándose en medio de ellos y mostrando las manos y el costado. Recordemos que el Evangelio de Juan es el único que relata la herida del costado. Los discípulos pasan del encierro por miedo a los judíos a la alegría de haber visto al Señor. El centro del estadio de reconocimiento es ocupado por el saludo de paz.
La importancia del don de la paz es realzada mediante su reiteración. El tema de la paz se amplía con el tema del envío. Aquí se presenta un paralelismo entre el Padre que envía al Hijo y el Hijo que envía a sus discípulos. El puesto central del estadio de misión es ocupado por el don del Espíritu Santo, simbolizado por el soplo de Jesús sobre los discípulos. El significado de este gesto es explicado por las palabras de Jesús que lo siguen. Por otra parte, los dones del Espíritu Santo y del ministerio de la reconciliación se relacionan con el don de la paz y el envío misionero.
Las palabras finales de Jesús contraponen el perdón y la retención de los pecados y presentan un paralelismo entre el perdón o la retención de los pecados por parte de los discípulos y el perdón o la retención de los pecados por parte de Dios.
A continuación profundizaremos en algunos de los temas principales planteados por este texto.

En primer lugar, consideraremos el don de la paz.
En Juan 20,19-29 Jesús resucitado dirige tres veces a sus discípulos el saludo de paz. En la cultura judía la palabra “paz” (en hebreo, “shalom”) significaba la integridad del cuerpo, la liberación aportada por el Mesías y la felicidad perfecta. El triple saludo de paz de Jesús resucitado a los discípulos no es mera cortesía, sino un signo eficaz mediante el cual Jesús reitera el don de su paz, otorgado ya a los discípulos en la Última Cena. Jesús posee la paz y la comunica como un regalo suyo. La paz de Cristo es distinta de la que da el mundo; excluye la turbación y el miedo y va ligada a la esperanza de un encuentro definitivo con Cristo. El encuentro con Jesús resucitado hace pasar a los discípulos del miedo a la alegría, parte integrante de la paz de Cristo.

En segundo lugar, consideraremos el don del Espíritu Santo.
En los dos momentos de su glorificación (muerte y resurrección), Jesús entregó su Espíritu, cumpliendo la Promesa de la Última Cena. El Evangelio de Juan, al unir el misterio de Pentecostés con el día de la Pascua, subraya la relación de la misión de la Iglesia con la resurrección de Cristo. El Espíritu Santo Consolador da a los discípulos la paz, la alegría y la fuerza para realizar la misión que Jesús les encomienda. El Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo, recuerda a los discípulos las palabras de Jesucristo, Palabra del Padre y luz verdadera, está siempre con ellos y mora en ellos, en unión con el Padre y el Hijo.

En tercer lugar, consideraremos el envío misionero.
El encuentro con Jesús resucitado conlleva una misión. Jesús, el enviado del Padre, envía a sus discípulos a dar testimonio de Él. A fin de fortalecerlos para esta misión, les comunica el Espíritu Santo. El Espíritu capacita a los discípulos para hacer lo mismo que hace Jesús. Como Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, la misión de los discípulos incluye el ministerio del perdón de los pecados. La reconciliación con Dios y con los hermanos es necesaria para alcanzar la paz y la alegría que los discípulos han recibido en su encuentro con el Resucitado. La misión de los discípulos manifiesta que la resurrección de Jesús es para todos los hombres una fuente inagotable de alegría y paz. Los discípulos obedecieron inmediatamente el mandato misionero, anunciando al Apóstol Tomás la resurrección de Jesús.

En cuarto lugar, consideraremos el día del Señor.
La resurrección de Cristo ocurre en “el primer día de la semana” (Juan 20,1). Por ello “el primer día de la semana” se transformará (según Apocalipsis 1,10) en “el día del Señor”, el domingo cristiano. En Juan 20,19-29, las dos apariciones de Jesús resucitado tienen lugar en “el día del Señor”:
· La primera aparición se produce “al atardecer de aquel día, el primero de la semana” (Juan 20,19), es decir el mismo día de la resurrección de Cristo.
· La segunda aparición se produce ocurre “ocho días después” (Juan 20,26). Según el modo hebreo de contar los días, este acontecimiento ocurre también “el primer día de la semana”, una semana después de la primera aparición.
Este detalle no es una mera casualidad. El Evangelio de Juan destaca así la importancia de la celebración eucarística del domingo como lugar de encuentro de los cristianos con Jesús resucitado. Cabe recordar que los primeros cristianos celebraban la eucaristía sólo los domingos.

En quinto lugar, consideraremos a Jesús como modelo de los discípulos y a los primeros discípulos de Jesús como modelos de todos los creyentes futuros.
Como el Padre me envió, también yo os envío” (Juan 20,21). Jesús, el enviado del Padre, es el modelo de los discípulos enviados por Jesús. El Evangelio nos invita a ser enviados de Jesucristo, testigos de su resurrección. Para ser un enviado de Jesucristo, el discípulo debe recibir el Espíritu Santo, el cual lo capacita para vivir en la paz de Cristo y para amar y perdonar como Jesús ama y perdona.
Jesucristo resucitado declara al Apóstol Tomás: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.” (Juan 20,29). Los primeros discípulos de Jesucristo lo han visto resucitado y han creído en Él. Así han pasado a ser los primeros testigos de la resurrección de Cristo. La citada declaración de Jesús anuncia un futuro en el cual, por medio del testimonio de estos primeros discípulos, muchas otras personas llegarán a encontrarse con Él por la fe, sin haberlo visto. Por ello lo que Jesús dijo a Tomás lo dice también a cada lector del Evangelio: “No seas incrédulo sino creyente” (Juan 20,27). El autor del Evangelio de Juan nos hace una invitación a la fe en Jesucristo, que conduce a la felicidad perfecta de la vida eterna. Podemos afirmar que la invitación a la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, es la intención principal de todo el Evangelio.

Querido amigo, querida amiga:
La meditación sobre un texto del Evangelio de Juan nos ha ayudado a descubrir las siguientes verdades cristianas fundamentales:
· Jesús resucitado da a sus discípulos su paz y el Espíritu Santo.
· El encuentro con Jesús resucitado requiere un acto de fe en Él.
· Jesús, el Hijo enviado por el Padre, envía a sus discípulos a dar testimonio de su resurrección ante el mundo, con la fuerza del Espíritu Santo.
· La celebración eucarística dominical es una ocasión privilegiada para el encuentro con Jesús resucitado.
· El lector del Evangelio es invitado a cumplir la misión encomendada por Jesucristo resucitado, del mismo modo que Él ha cumplido la misión que Dios Padre le encomendó.

Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Redentor, ruego a Dios todopoderoso y eterno que te conceda asumir ante Jesucristo, el Hijo de Dios, una actitud creyente que te haga bienaventurado.
Dando fin al programa Nº 36 de “Verdades de Fe”, me despido de ustedes hasta la semana próxima. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
21 de noviembre de 2006.

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