18 noviembre 2006

Programa Nº 35: Creo en Dios

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Les doy la bienvenida al programa Nº 35 de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Los invito a enviarme sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la fe en Dios. El Símbolo de los Apóstoles, antiquísima profesión de fe, comienza con estas palabras: “Creo en Dios”. A continuación leeremos lo que nos dice sobre este tema el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números del 36 al 43:

“¿Por qué la profesión de fe comienza con «Creo en Dios»?
La profesión de fe comienza con la afirmación «Creo en Dios» porque es la más importante: la fuente de todas las demás verdades sobre el hombre y sobre el mundo y de toda la vida del que cree en Dios.
¿Por qué profesamos un solo Dios?
Profesamos un solo Dios porque Él se ha revelado al pueblo de Israel como el Único, cuando dice: «escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el Único Señor», «no existe ningún otro». Jesús mismo lo ha confirmado: Dios «es el único Señor». Profesar que Jesús y el Espíritu Santo son también Dios y Señor no introduce división alguna en el Dios Único.
¿Con qué nombre se revela Dios?
Dios se revela a Moisés como el Dios vivo: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Al mismo Moisés Dios le revela su Nombre misterioso: «Yo soy el que soy (YHWH)». El nombre inefable de Dios, ya en los tiempos del Antiguo Testamento, fue sustituido por la palabra Señor. De este modo en el Nuevo Testamento, Jesús, llamado el Señor, aparece como verdadero Dios.
¿Sólo Dios «es»?
Mientras las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer, sólo Dios es en sí mismo la plenitud del ser y de toda perfección. Él es «el que es», sin origen y sin fin. Jesús revela que también Él lleva el Nombre divino, «Yo soy».
¿Por qué es importante la revelación del nombre de Dios?
Al revelar su Nombre, Dios da a conocer las riquezas contenidas en su misterio inefable: sólo Él es, desde siempre y por siempre, el que transciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho cielo y tierra. Él es el Dios fiel, siempre cercano a su pueblo para salvarlo. Él es el Santo por excelencia, «rico en misericordia», siempre dispuesto al perdón. Dios es el Ser espiritual, trascendente, omnipotente, eterno, personal y perfecto. Él es la verdad y el amor.
¿En qué sentido Dios es la verdad?
Dios es la Verdad misma y como tal ni se engaña ni puede engañar. «Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna». El Hijo eterno de Dios, sabiduría encarnada, ha sido enviado al mundo «para dar testimonio de la Verdad».
¿De qué modo Dios revela que Él es amor?
Dios se revela a Israel como Aquel que tiene un amor más fuerte que el de un padre o una madre por sus hijos o el de un esposo por su esposa. Dios en sí mismo «es amor», que se da completa y gratuitamente; que «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único para que el mundo se salve por él». Al mandar a su Hijo y al Espíritu Santo, Dios revela que Él mismo es eterna comunicación de amor.
¿Qué consecuencias tiene creer en un solo Dios?
Creer en Dios, el Único, comporta: conocer su grandeza y majestad; vivir en acción de gracias; confiar siempre en Él, incluso en la adversidad; reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres, creados a imagen de Dios; usar rectamente de las cosas creadas por Él.”

A continuación haremos una breve reflexión sobre la naturaleza de Dios.
El primer artículo del Credo apostólico comienza con estas palabras: "Creo en Dios". Sería bueno que nos preguntáramos si conocemos a Dios, en quien creemos. A pesar del secularismo, en nuestra sociedad continúa hablándose bastante acerca de Dios; pero a menudo se da de Él una imagen falsa o distorsionada.
Aunque el misterio de Dios supera la razón humana, ésta, si procede rectamente, puede conocer no sólo la existencia de Dios sino también algunos de sus atributos. La fe en la revelación divina confirma estos conocimientos naturales y permite ahondarlos en muchos puntos que superan a la sola razón. Así, por la fe y la razón, podemos conocer muchas propiedades de la naturaleza divina: Dios es infinito, inmenso, inmutable, incomprensible, todopoderoso, eterno, etc.
Es razonable pensar que no todos los atributos divinos tienen igual jerarquía y que entre ellos hay uno o algunos que expresan más perfectamente la esencia divina. Esta cuestión es más importante de lo que aparenta a primera vista: si pensamos que Dios es ante todo omnipotente, la idea que nos haremos de Él será muy diferente que si pensamos que es sobre todo omnisciente.
Habiéndose planteado esta pregunta, la teología escolástica respondió con claridad que Dios es el Ser, el Ser absoluto y necesario, el mismo Ser subsistente. Esta respuesta encuentra apoyo en Éxodo 3,14: desde una zarza que ardía sin consumirse, Dios reveló su nombre a Moisés: "Yo soy el que es". Este misterioso nombre divino expresa la trascendencia de Dios, que está infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o nombrar. No obstante, este "Dios escondido", de nombre inefable, es un Dios que está muy cerca de los hombres.
El Catecismo de la Iglesia Católica, después de reproducir esta afirmación de la teología clásica, agrega una doble afirmación de fuerte raigambre bíblica: Dios, "el que es", es Verdad y Amor.
Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar; por eso sus promesas se cumplen siempre. El hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas. Esta Verdad se manifiesta en la revelación natural de la creación y sobre todo en la revelación sobrenatural cuya plenitud es la persona de Cristo.
Sin embargo, a partir del Nuevo Testamento podemos asegurar que hay un atributo divino más importante aún que el Ser y la Verdad. Cuando San Juan tiene que expresar en una sola palabra qué es Dios, nos dice que "Dios es Amor" (1 Juan 4,8.16). El ser mismo de Dios es una eterna comunicación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El misterio de Dios es un misterio de amor, de amor infinito y eterno.
De forma totalmente gratuita, Dios nos ha destinado a participar de su vida íntima. Si queremos vivir en comunión con Dios, que es Amor, debemos vivir en el Amor. He aquí el núcleo de la vida cristiana: Amar a Dios y a los hombres, con el mismo amor de Cristo.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 35 de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José. Saludo a todos los oyentes y los invito a llamar al teléfono (035) 20535 para plantear sus comentarios o consultas sobre los temas tratados en “Verdades de Fe”.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la fe en el único Dios verdadero.

A continuación, para intentar ahondar nuestro conocimiento de Dios, nos preguntaremos cómo es posible que Dios sea a la vez necesario y omnipotente.
Hay quienes objetan lo siguiente:
Dios no puede ser necesario y omnipotente. Para convencerse de esto basta con preguntarse si Dios puede aniquilarse a Sí mismo. Si puede hacerlo, entonces Dios puede no ser y por lo tanto no es un Ser necesario; si no puede hacerlo, entonces hay algo que Dios no puede hacer y por lo tanto no es un Ser omnipotente.

Presentaremos ahora la respuesta de la filosofía cristiana a esa objeción.
Con respecto a cualquier ente X podemos plantear las siguientes tres preguntas:
1. La pregunta acerca de su existencia: ¿X es o no es?
2. La pregunta acerca de su posibilidad: ¿X puede ser o no puede ser?
3. La pregunta acerca de su contingencia: ¿X puede no ser o no puede no ser?
Es fácil ver que cualquier ente puede ser clasificado en principio en una de las siguientes cuatro categorías (que luego reduciremos a tres):
1. Los entes que son y pueden no ser (o sea, los entes contingentes).
2. Los entes que son y no pueden no ser (o sea, los entes necesarios).
3. Los entes que no son y pueden ser (o sea, los entes posibles en sentido estricto).
4. Los entes que no son y no pueden ser (o sea, los entes imposibles).
Nótese que, con respecto a los entes que son (contingentes o necesarios), la pregunta acerca de su posibilidad no aporta nada nuevo. Si un ente es, entonces puede ser. Análogamente, con respecto a los entes que no son (posibles o imposibles), la pregunta acerca de su contingencia no aporta nada nuevo. Si un ente no es, entonces puede no ser.
Nótese además que podemos simplificar las definiciones de los entes necesarios y de los entes imposibles: si un ente no puede no ser, entonces es; si un ente no puede ser, entonces no es. Por lo tanto los entes necesarios son aquellos que no pueden no ser y los entes imposibles son aquellos que no pueden ser.
Por consiguiente, los entes que pueden ser (entes posibles en sentido amplio) se dividen en entes que son (entes existentes) y entes que pueden ser y no son (entes posibles en sentido estricto). Los entes existentes se dividen a su vez en entes contingentes y entes necesarios.
La filosofía tomista, que sigue las huellas del lúcido y fecundo pensamiento de Santo Tomás de Aquino, demuestra que existe un único ente necesario (Dios) y que todos los demás entes existentes son contingentes y creados por Dios.
Un ente puede ser si su esencia no implica contradicción. Los centauros y los unicornios son entes posibles (en sentido estricto) porque no existen, pero pueden existir, porque sus respectivas esencias no implican contradicción alguna. Por lo tanto podrían existir en el futuro si Dios quisiere crearlos o podrían haber existido en el pasado si Dios hubiese querido crearlos.
Un ente no puede ser si su esencia implica contradicción. Un círculo cuadrado es un ente imposible porque no existe ni puede existir, dado que su misma esencia implica una contradicción y que el principio de no-contradicción rige en cualquier mundo posible. Otro ejemplo de ente imposible es una posición del juego de ajedrez en la cual falte uno de los dos reyes. Una posición de este tipo es imposible porque contradice las reglas del ajedrez; si se da, entonces no se trata de ajedrez sino de algún otro juego.
En realidad los "entes imposibles" ni siquiera son entes, porque no son ni pueden ser. Son ideas absurdas, propiamente inconcebibles; es decir, son "nada".
Después de este breve análisis ontológico, estamos en condiciones de refutar la objeción planteada al principio. Dios no puede aniquilarse a Sí mismo, porque es el Ser necesario. Sin embargo, esto no implica que Dios no sea omnipotente, porque no hay "algo" que Dios no pueda hacer. La absurda idea de la auto-aniquilación de Dios no es "algo", sino que es "nada". Dios no puede hacer que algo que no puede ser sea, porque entonces ese "algo" podría ser y a la vez y en el mismo sentido no podría ser, lo cual es contradictorio. Dios puede crear cualquier ente posible de la nada, pero no puede hacer que la nada sea, porque la nada no es. Si la nada fuera, no sería "nada" sino "algo", es decir, no sería lo que es, lo cual es absurdo.
La omnipotencia de Dios abarca todo el ámbito de lo posible en sentido amplio (lo que puede ser) y excluye sólo el ámbito de lo imposible (lo que no puede ser porque es en sí mismo contradictorio). Esta exclusión, como es obvio, no limita en modo alguno dicha omnipotencia, porque lo que queda excluido equivale a la nada.

A continuación plantearemos una reflexión sobre la razón humana y el misterio de Dios.
Se dice que Santo Tomás de Aquino, el mayor teológo y filósofo medieval, tuvo hacia el final de su vida, mientras celebraba Misa, una experiencia mística que lo indujo a dejar inconclusa su obra magna, la "Suma Teológica". Su amigo fray Reginaldo le rogó que volviese a sus costumbres ordinarias de leer y escribir, pero Tomás le respondió: "No puedo escribir más. He visto cosas ante las cuales mis escritos son como paja". Volvió a la sencillez extrema de su vida monástica (era dominico, es decir: pertenecía a la orden mendicante fundada en 1215 por Santo Domingo de Guzmán) y sólo dejó su retiro por obediencia al Papa, quien requirió su presencia en el Concilio II de Lyon (en el año 1274). Se puso en camino hacia Lyon, pero poco después de comenzar el viaje enfermó y fue conducido a un monasterio. Allí pidió que le fuese leído todo el canto de Salomón, confesó sus pecados y murió. El confesor dijo que su confesión había sido como la de un niño de cinco años.
Santo Tomás tuvo la inteligencia más brillante de su época, pero sin embargo reconoció con humildad que la profundidad del misterio de Dios rebasa los límites del entendimiento humano. Todo ser humano debe usar el don divino de la razón para tratar de conocer la verdad. Más aún, el cristiano debe estar siempre dispuesto a dar razón de su esperanza a todo el que se la pida (como dice la Escritura en 1 Pedro 3,15); pero, al decir de Blaise Pascal, "el último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan". Dios es siempre el Incomprensible y el Inefable. No obstante, este reconocimiento no anula el resultado de nuestros esfuerzos para penetrar en los misterios de la autorrevelación de Dios en su Hijo Jesucristo. Sólo al final de su monumental obra teológica Santo Tomás dio ese último paso que completó su trayectoria.
Siguiendo el ejemplo de Tomás, debemos evitar dos errores contrarios:
1. El error del racionalismo, o sea pensar que la razón humana es autosuficiente para conocer plenamente a Dios y a todas las cosas, sin el concurso de la fe.
2. El error del fideísmo, o sea pensar que la razón humana es absolutamente impotente para conocer a Dios y que la fe cristiana no encuentra ningún apoyo en la razón.
Jesucristo nos revela el misterio de Dios. Sin embargo, debido a la finitud de la razón humana, no podemos comprender plenamente ese misterio. Como escribe San Pablo en 1 Corintios 13, ahora conocemos a Dios en forma imperfecta, pero en la vida eterna lo veremos cara a cara; la fe y la esperanza ya no serán necesarias, pero el amor subsistirá por siempre. La Iglesia, mientras anhela la pronta venida del Reino de Dios y continúa en la tierra la misión del Redentor, no cesa de contemplar y estudiar los misterios divinos que conoce por la revelación. El estudio teológico, apoyado en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, permite comprender cada vez más profundamente, a la luz de la fe, la verdad revelada en Cristo y por Cristo. Conviene pues que los cristianos lean, mediten y estudien asiduamente los Libros Sagrados, para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo, pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo.

Querido amigo, querida amiga:
La fe en Dios del cristiano no está basada en experiencias sensibles extraordinarias ni es un mero sentimiento religioso. La fe cristiana en Dios tiene un fundamento racional (los "preámbulos de la fe", que pueden ser demostrados racionalmente), pero en sí misma es suprarracional, un modo de conocimiento que supera el alcance de la razón y al cual sólo se puede acceder mediante una "conversión", una reorientación total de la propia vida hacia Dios. Esta conversión es entre otras cosas un "cambio en el pensamiento" (sentido sugerido por la palabra griega "metanoia", empleada en el Nuevo Testamento para designar la conversión). La conversión tiene también una dimensión moral: es una decisión de entregar la propia confianza y el propio ser a Dios, revelado en su Palabra hecha carne, Jesucristo.
Pascal escribió que "el corazón tiene sus razones que la razón no conoce". Una persona que decide amar a otra puede relacionarse con ella de tal modo que la capacita para conocerla mucho más profundamente que antes. Es cierto que nadie ama lo que no conoce; pero también es cierto que, en cierto modo, nadie conoce lo que no ama. Esto, que ocurre siempre, aunque en distintos grados, se da eminentemente en el caso de la relación del hombre con Dios. La fe no es un mero conocimiento, al que se puede acceder sin comprometer la propia vida. Involucra la decisión de arrojarse confiadamente en los brazos de Dios, de dejarse transformar por su gracia, de amarlo de todo corazón. En vano procurará conocer el misterio de Dios quien no esté dispuesto a responder de esta forma al llamado de Dios. Por eso, es posible acumular mucha erudición y tener muy poca sabiduría. Y a la inversa, una persona puede ser inculta a los ojos del mundo y ser muy sabia a los ojos de Dios.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Redentor del hombre, ruego a Dios todopoderoso y eterno que, por medio de su Hijo Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, nos conceda crecer cada día en el conocimiento del único Dios verdadero, de quien procede toda verdad, bondad y belleza; y que este conocimiento nos impulse a amarlo cada vez más y a unirnos a Él para siempre.
Dando fin al programa Nº 35 de “Verdades de Fe”, me despido de ustedes hasta la semana próxima. Que Dios los bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
14 de noviembre de 2006.

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