20 agosto 2006

Programa Nº 25: Los católicos en la vida política (2)

Muy buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Les doy la bienvenida al programa Nº 25 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Pueden enviarnos sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535 o al mail info.ury@radiomaria.org. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
Intentando profundizar un tema ya planteado en el programa Nº 16, el programa de hoy estará referido a la presencia y la acción de los católicos en la vida política.

Comenzaremos nuestra reflexión considerando la dimensión política de la fe cristiana.
Por medio de la constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica ha reconocido explícitamente la justa autonomía de la realidad terrena, de la cultura humana y de la comunidad política. Este principio contradice tanto al integrismo, que niega o minimiza la autonomía de la realidad creada, como al secularismo, que la exagera considerándola como independencia respecto de Dios. Mientras que el integrismo une indisolublemente a la fe cosas que le pertenecen sólo accidentalmente, el secularismo separa de la fe cosas que le pertenecen sustancialmente. El Concilio Vaticano II rechaza ambos errores, afirmando que las cosas creadas y la sociedad gozan de leyes y valores propios que el hombre debe descubrir y emplear y que la realidad creada depende de Dios y debe ser usada con referencia a Él.
De acuerdo con su afirmación de la legítima autonomía de la comunidad política, la Iglesia reconoce no tener las soluciones a todos los problemas políticos que enfrentan las sociedades humanas. Por ejemplo, no es tarea de la Iglesia enseñar a los uruguayos si debemos o no debemos privatizar ANCAP; y es muy dudoso que sea tarea suya determinar si y hasta qué punto específico es conveniente o no para los latinoamericanos adoptar los diez lineamientos generales de política económica agrupados por John Williamson bajo el nombre de “Consenso de Washington”. En este terreno tienen la palabra los partidos y las ideologías políticas. Por eso el Código de Derecho Canónico prohíbe a los clérigos ejercer cargos del gobierno civil y participar activamente en partidos políticos. La Iglesia tiene una sola cosa que ofrecer a los hombres: nada más ni nada menos que la Palabra de Dios hecha carne, Jesucristo, el Salvador del mundo, quien nos ha revelado la verdad acerca de Dios y la verdad acerca del hombre.
Por otra parte, sin embargo, esta verdad revelada acerca del hombre se refiere tanto a la dimensión individual como a la dimensión social del ser humano. La fe cristiana tiene consecuencias ineludibles en el terreno de la moral social. Por ende la Iglesia tiene valiosísimos principios orientadores para ofrecer en el área de los asuntos culturales, políticos y económicos, a tal punto que se puede afirmar, como nos recordó el Papa Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus, que “no existe verdadera solución para la “cuestión social” fuera del evangelio”.
El número 31 de constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II afirma lo siguiente:
“El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios.”
No debemos confundir la secularidad del laico con el secularismo. Éste propone una visión dualista que disocia absolutamente los ámbitos público y privado de la vida del hombre, relegando a la religión únicamente a la esfera privada. Esta visión procede de una filosofía racionalista que considera a la fe como un sentimiento irracional que desune a los hombres y no tiene derecho de ciudadanía en el ámbito público, por ser éste el ámbito reservado a la mera racionalidad. No tenemos que dejar de ser cristianos al salir de nuestras casas o templos y entrar a las escuelas, los lugares de trabajo, el Parlamento, etc. Debemos actuar como cristianos siempre y en todo lugar, también en el ámbito político.

A continuación reflexionaremos sobre dos asuntos que podemos caracterizar como los dos problemas políticos principales.
El problema político principal del siglo XX podría sintetizarse aproximadamente en la siguiente pregunta: ¿Cuál debe ser el rol del Estado en la vida de la sociedad? Las distintas respuestas a esta cuestión suelen ser representadas gráficamente sobre un eje horizontal:
• En la extrema izquierda se ubica el socialismo colectivista, en el cual el Estado asume un rol totalitario.
• En la extrema derecha se ubica el liberalismo individualista, en el cual el Estado asume un rol mínimo.
• Entre ambos extremos se ubica toda una gama de posiciones más moderadas.
Desde la perspectiva de la fe cristiana existe un pluralismo político legítimo. Las propuestas políticas legítimas para un cristiano deben ser compatibles con los siguientes dos principios básicos de la doctrina social de la Iglesia:
• El principio de solidaridad, según el cual el Estado debe promover la justicia social, tutelando especialmente los derechos de los débiles y los pobres.
• El principio de subsidiariedad, según el cual el Estado no debe sofocar los derechos del individuo, la familia y la sociedad, sino que debe promoverlos.
Si uno se mueve sobre el eje referido desde el centro hacia la derecha, llega un momento en que deja de respetar el principio de solidaridad. En cambio, si uno se mueve desde el centro hacia la izquierda, llega un momento en que deja de respetar el principio de subsidiariedad. Entre ambos puntos está la zona del pluralismo político legítimo para un católico.
Los conflictos políticos cotidianos se dan habitualmente entre las distintas posiciones existentes sobre este “eje horizontal”. Sin embargo, de vez en cuando determinados asuntos ponen de manifiesto otro problema político fundamental, que tal vez podría formularse así: ¿Cuál debe ser la actitud del Estado con respecto a la ley moral natural? Las distintas respuestas a esta segunda cuestión podrían ser representadas gráficamente sobre un eje vertical:
• En la parte superior ubicamos la respuesta que postula una actitud positiva del Estado hacia la ley moral natural. Aquí se inscribe la doctrina católica, ya que según ésta el Estado existe para buscar el bien común y esto sólo puede lograrse respetando el orden moral establecido por Dios en la naturaleza humana.
• En la parte central ubicamos la respuesta del liberalismo político, que postula una actitud neutral del Estado hacia la cuestión del bien y el mal.
• En la parte inferior ubicamos las respuestas radicales que postulan una actitud negativa del Estado hacia la ley moral natural. Aquí se inscribe el actual peligro de que la democracia se convierta en una “dictadura del relativismo”, según ha denunciado el Papa Benedicto XVI.
Por diversas razones, entre las cuales ocupa un lugar de primer orden el fracaso del sistema comunista, probablemente el “eje vertical” asuma un papel cada vez más importante en la vida política de las sociedades del siglo XXI, llegando quizás a superar la notoriedad del “eje horizontal”.

A continuación procuraremos mostrar que esto ya está ocurriendo, produciendo en el seno de nuestra sociedad el choque de dos civilizaciones.
Samuel Huntington ha alcanzado fama mundial mediante la siguiente tesis: la política internacional del siglo XXI estará dominada por el “choque de civilizaciones” y especialmente por el choque entre las civilizaciones occidental e islámica. Por nuestra parte pensamos que hay muchas y buenas razones para sostener que la principal amenaza a la paz mundial no provendrá del choque entre el Occidente y el Islam, sino del choque de Occidente consigo mismo, de su rebelión contra sus propias raíces cristianas.
En la parábola del trigo y la cizaña (en el capítulo 13 del Evangelio según San Mateo) Jesucristo nos enseña que el Reino de Dios y el reino del diablo coexistirán y se enfrentarán entre sí hasta el fin del mundo, cuando Dios manifestará su juicio definitivo sobre cada ser humano, retribuyendo a cada uno en función de sus obras. Siguiendo al Papa Juan Pablo II, destacamos que la pugna entre ambos reinos se produce no sólo en el nivel individual, sino también en el nivel social, tendiendo a constituir por una parte una civilización o cultura del amor y por otra parte una “anticivilización” o “cultura de la muerte”.
Si bien es cierto que esta pugna se ha dado siempre en toda sociedad humana desde el origen de la historia del pecado, cabe afirmar que ella ha adquirido una especial intensidad en nuestros días y en particular en nuestra civilización occidental. Ésta aparece hoy como una civilización dividida en dos: la civilización cristiana y la civilización secularista. Tanto en nuestra América como en la vieja Europa se enfrentan hoy claramente dos concepciones principales del hombre y del mundo, profundamente antagónicas entre sí.
Dado que la familia es la célula básica y fundamental de la sociedad humana, no es extraño que ella esté en el centro de la lucha entre las dos civilizaciones mencionadas. Los episodios de esta lucha se manifiestan con frecuencia cada vez mayor en muchos países: intentos (exitosos o no, según los casos) de legalización del aborto, la fecundación in vitro y la experimentación con embriones humanos, de reconocimiento legal de las uniones libres heterosexuales y homosexuales; embates consistentes contra la libertad de educación y la libertad de expresión acerca de temas morales etc.
En la raíz del actual avance de la “cultura de la muerte” en el Occidente cristiano probablemente esté la introducción y la difusión del divorcio. En efecto, la legislación divorcista en el fondo supone que el ser humano es incapaz de amar de verdad, comprometiéndose realmente con otra persona para toda la vida, o bien asume que un amor así es una esclavitud destructiva.
Nuestra sociedad puede ser descripta como “sociedad del divorcio”, pues ha divorciado realidades que deben permanecer unidas o en fecunda relación. En efecto, ella se caracteriza no sólo por el divorcio entre marido y mujer, sino también por:
• El divorcio entre la fe y la razón.
• El divorcio (y no la sana separación) entre la Iglesia y el Estado.
• El divorcio entre la moral, por un lado, y la ley civil, la economía, la ciencia y la tecnología, por otro lado.
• El divorcio entre la relación sexual y la procreación, mediante la anticoncepción y la fecundación artificial.
• El divorcio entre la naturaleza y la cultura en la “ideología de género”, de creciente y nefasta influencia en todo el mundo.
Estos “divorcios” particulares tienen su primer principio en el “divorcio” fundamental entre el hombre y Dios, propio del ateísmo práctico, cuya primera consecuencia es el “divorcio” entre el hombre y su prójimo, propio del individualismo.
Ante esta penosa y peligrosa situación los cristianos debemos retomar cada día con nuevo ardor la gran tarea de la evangelización de la cultura, renovando la cultura cristiana y sembrando la buena semilla de la verdad cristiana en las familias, las empresas, los centros educativos, los medios de comunicación social, los partidos políticos, etc. Nuestra tarea política consiste en reconstruir en el seno de la sociedad los vínculos deshechos por la “cultura del divorcio”.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.

INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 25 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José. Saludamos a todos nuestros oyentes y les recordamos que pueden plantearnos sus consultas y comentarios llamando al teléfono (035) 20535.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la presencia y la acción de los católicos en la vida política.

A continuación reflexionaremos sobre los distintos modelos de participación de los católicos en la vida política.
Como nos recordó en el año 2004 la Conferencia Episcopal Uruguaya en un documento denominado “Católicos. Sociedad. Política”, la acción política de los católicos debe ser regida por los tres principios básicos enunciados en esta célebre máxima de San Agustín: “Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, caridad en todo”.
• La unidad en lo necesario exige que nuestra lealtad primera y fundamental esté referida a Jesucristo y a la doctrina católica, tal como ésta es enseñada por el Magisterio de la Iglesia.
• La libertad en lo opinable supone que cada católico tiene plena libertad de opinión y de acción en todos los asuntos sobre los cuales la doctrina de la Iglesia no se pronuncia; pero debe evitar presentar su opinión como la única legítima para un cristiano.
• La caridad, forma de todas las virtudes, no puede dejar de informar también los actos políticos.
A continuación describiremos brevemente, en función de estos principios, tres modelos históricos de organización del voto del pueblo católico:
• El primer modelo es el del partido político confesional “único”. Decimos “único” no porque implique la inexistencia de otros partidos, sino porque este partido confesional, con el apoyo explícito o implícito de la Jerarquía de la Iglesia, es considerado como el único que puede ser votado legítimamente por los ciudadanos católicos. Este modelo privilegia la unidad más que la libertad. En nuestro país hubo un intento de aproximación a este modelo a principios del siglo XX, mediante la creación de la Unión Cívica.
• El segundo modelo es el de la pluralidad de partidos políticos, confesionales o no. Se reconoce de buen grado que cada ciudadano católico puede votar legítimamente a cualquier partido cuya propuesta sea sustancialmente compatible con la fe cristiana. Este modelo privilegia la libertad más que la unidad. En Uruguay se impuso después del Concilio Vaticano II y sigue aún vigente, predominando incluso la idea de que la época de los partidos confesionales ha pasado y de que los católicos deben insertarse en los partidos no confesionales para actuar “como levadura en la masa”.
Estos dos modelos se han enfrentado al siguiente dilema:
• La vida política cotidiana transcurre habitualmente en el “eje horizontal” y en este eje muchas veces hay menor distancia entre un católico y un no católico, ambos de centro-izquierda o ambos de centro-derecha, que entre dos católicos, uno de centro-derecha y otro de centro-izquierda. Así el primer modelo se ve sometido a una fuerza centrífuga que tiende a dividir al partido confesional según las distintas tendencias horizontales.
• La vida política tiene también un “eje vertical”, habitualmente oculto, pero siempre determinante. Ocurre normalmente que los partidos políticos no confesionales, organizados en función del “eje horizontal”, albergan posiciones muy heterogéneas con respecto al “eje vertical”. Cuando esto se pone de manifiesto, suele ocurrir que los ciudadanos católicos que han votado a partidos no confesionales por razones de afinidad en el “eje horizontal” perciben súbitamente que esos partidos (o algunos de sus sectores) traicionan radicalmente sus convicciones morales. Pero además suele ocurrir que los ciudadanos católicos entrevean que sus discrepancias en el “eje horizontal” son menos importantes que sus acuerdos en el “eje vertical”. Así el segundo modelo se ve sometido a una fuerza centrípeta que tiende a reconstituir un partido confesional.
Los defectos de ambos modelos han contribuido a la situación de gran debilidad política que sufren los católicos, en Uruguay y en otros países.
Parece estar surgiendo ahora un tercer modelo que intenta combinar los principios de unidad y libertad de una manera más adecuada a la actual situación histórica. Nos referimos a una plataforma política cristiana “transversal”. Sus miembros, manteniendo su adhesión a distintos partidos políticos compatibles con la fe cristiana y su libertad de acción en los asuntos opinables, actúan unidos (como si fueran un partido) en todas aquellas materias sobre las cuales la doctrina católica exige una postura definida. Estas plataformas políticas cristianas no son partidos políticos y por lo tanto no participan en las elecciones con listas propias. Se configuran como una corriente de pensamiento y de acción política transversal a los partidos. En el Parlamento, una plataforma así podría funcionar de un modo análogo a la bancada feminista. Las legisladoras feministas pertenecen a distintos partidos, opinan y votan de un modo divergente en multitud de asuntos, pero convergen a la hora de defender lo que ellas consideran derechos de la mujer.
La acción política de los católicos, para ser una fuerza operativa, históricamente relevante, debe trascender la mera unidad teórica o doctrinal y llegar al plano de la acción. Esto requiere la forja de acuerdos mínimos para llevar los principios a la práctica, lo cual supone el cultivo de una cultura de cooperación. Ilustremos esto con un ejemplo: Todo católico debe rechazar la legalización del aborto, por lo cual debe apoyar alternativas al aborto. Pues bien, pensamos que los laicos católicos deberíamos evitar nuestra arraigada tendencia a sobrevalorar nuestras diferencias de matices sobre aspectos secundarios y mostrarnos capaces de unirnos en torno a proyectos concretos de alternativas al aborto, aunque estos proyectos hagan opciones contingentes.
Los católicos, en su acción política, deben estar abiertos a la cooperación con cristianos de otras denominaciones y también con creyentes no cristianos y no creyentes de buena voluntad, que reconocen la vigencia de la ley moral natural.
La Iglesia reconoce y alienta a las asociaciones privadas de fieles que actúan en distintos ámbitos (también en política) movidos por motivaciones religiosas y permaneciendo fieles a la doctrina católica, aunque no representan oficialmente a la Iglesia, sino que actúan de un modo autónomo.
Terminaremos nuestra reflexión con una cita del gran teólogo católico John Henry Newman:
“Los cristianos se apartan de su deber, ... no cuando actúan como miembros de una comunidad, sino cuando lo hacen por fines temporales o de manera ilegal; no cuando adoptan la actitud de un partido, sino cuando se disgregan en muchos. Si los creyentes de la Iglesia primitiva no interfirieron en los actos del gobierno civil, fue simplemente porque no disponían de derechos civiles que les permitiesen legalmente hacerlo. Pero donde tienen derechos la situación es distinta, y la existencia de un espíritu mundano debe descubrirse no en que se usen estos derechos, sino en que se usen para fines distintos de los fines para los que fueron concedidos. Sin duda pueden existir justamente diferencias de opinión al juzgar el modo de ejercerlos en un caso particular, pero el principio mismo, el deber de usar sus derechos civiles en servicio de la religión, es evidente. Y puesto que hay una idea popular falsa, según la cual a los cristianos, en cuanto tales, y especialmente al clero, no les conciernen los asuntos temporales, es conveniente aprovechar cualquier oportunidad para desmentir formalmente esa posición, y para reclamar su demostración. En realidad, la Iglesia fue instituida con el propósito expreso de intervenir o (como diría un hombre irreligioso) entrometerse en el mundo. Es un deber evidente de sus miembros no sólo asociarse internamente, sino también desarrollar esa unión interna en una guerra externa contra el espíritu del mal, ya sea en las cortes de los reyes o entre la multitud mezclada. Y, si no pueden hacer otra cosa, al menos pueden padecer por la verdad, y recordárselo a los hombres, infligiéndoles la tarea de perseguirlos.”

Querido amigo, querida amiga:
La grave situación actual requiere que los fieles laicos salgamos cuanto antes de la apatía o la resignación políticas. Lo primero que debemos procurar es que los católicos conozcan la doctrina de la Iglesia y dejen de votar a candidatos y partidos cuyas propuestas la contradicen. La demanda para una fuerza política católica relevante existe; falta sólo organizarla y manifestarla. Es necesario que nos fijemos objetivos realistas y que trabajemos fraternalmente unidos para alcanzarlos. En el camino no faltarán dificultades ni persecuciones. Estemos dispuestos al sacrificio por el Reino de Cristo.

Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Redentor, ruego a Dios que ilumine y fortalezca a los católicos uruguayos en su participación en la vida política.
Damos fin al programa Nº 25 de “Verdades de Fe” y nos despedimos hasta la semana próxima. Que Dios te bendiga día tras día.

Daniel Iglesias Grèzes
5 de septiembre de 2006.

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