30 setiembre 2007

Programa Nº 12/07: La “Nueva Era”

Muy buenas noches. Bienvenidos al programa Nº 12 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la “Nueva Era” o “New Age”.
Leeremos el documento «Jesucristo, portador de agua viva. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era», de los Consejos Pontificios para la Cultura y para el Diálogo Interreligioso, de fecha 20/09/2003.

“El comienzo del tercer milenio no sólo llega dos mil años después del nacimiento de Cristo, sino también en una época en que los astrólogos creen que la Era de Piscis –conocida para ellos como la era cristiana– está tocando a su fin. Estas reflexiones se refieren a la Nueva Era, que recibe su nombre de la inminente Era astrológica de Acuario. La Nueva Era es uno de los muchos intentos de dar sentido a este momento histórico con que la cultura (especialmente la occidental) se ve bombardeada. Resulta difícil ver con claridad qué hay de compatible e incompatible respecto al mensaje cristiano. Por eso parece que es este el momento oportuno para ofrecer una valoración cristiana del pensamiento de la Nueva Era y del movimiento de la Nueva Era como conjunto.
Para muchos, el término «Nueva Era» se refiere a un momento decisivo de la historia. Según los astrólogos, vivimos en la Era de Piscis, que ha estado dominada por el cristianismo y que será reemplazada por la nueva era de Acuario a comienzos del tercer milenio. La Era de Acuario adquiere una enorme importancia en el movimiento de la Nueva Era, en gran medida a causa del influjo de la teosofía, el espiritismo y la antroposofía, así como de sus antecedentes esotéricos.
Quienes subrayan el inminente cambio del mundo expresan a menudo el deseo de dicho cambio, no tanto en el mundo mismo cuanto en nuestra cultura, en nuestro modo de relacionarnos con el mundo. Esto es especialmente manifiesto en quienes acentúan la idea de un Nuevo Paradigma de vida. Es un enfoque atractivo, puesto que en algunas de sus manifestaciones, los hombres no son espectadores pasivos, sino que desempeñan un papel activo en la transformación de la cultura y en la creación de una nueva conciencia espiritual. En otras manifestaciones, se atribuye un mayor poder a la progresión inevitable de los ciclos naturales. En cualquier caso, la Era de Acuario es una visión, no una teoría. Pero la Nueva Era es una tradición amplia, que incorpora muchas ideas sin vinculación explícita con el cambio de la Era de Piscis a la Era de Acuario. Entre ellas hay visiones moderadas, pero muy generalizadas, de un futuro en el que habrá una espiritualidad planetaria junto a las religiones individuales, instituciones políticas planetarias que complementarán las locales, entidades económicas globales más participativas y democráticas, una mayor importancia de las comunicaciones y la educación, un enfoque mixto de la salud que combinará la medicina profesional y la auto-curación, una comprensión del yo más andrógina, y formas de integrar la ciencia, la mística, la tecnología y la ecología. Una vez más, esto demuestra el profundo deseo de una existencia satisfactoria y saludable para la raza humana y para el planeta. Entre las tradiciones que confluyen en la Nueva Era pueden contarse: las antiguas prácticas ocultas de Egipto, la cábala, el gnosticismo cristiano primitivo, el sufismo, las tradiciones de los druidas, el cristianismo celta, la alquimia medieval, el hermetismo renacentista, el budismo zen, el yoga, etc.
Las siguientes preguntas pueden ser el modo más simple para evaluar algunos de los elementos centrales del pensamiento y de la práctica de la Nueva Era desde una perspectiva cristiana. El término Nueva Era se refiere a las ideas que circulan acerca de Dios, el hombre y el mundo, las personas con quienes pueden dialogar los cristianos en torno a temas religiosos, el material publicitario para grupos de meditación, terapias y demás, las declaraciones explícitas sobre la religión, etcétera. Algunas de estas preguntas aplicadas a personas e ideas que no lleven explícitamente la etiqueta Nueva Era pondrían de manifiesto otros vínculos, implícitos o inconscientes, con todo el ambiente Nueva Era.

¿Dios es un ser con quien mantenemos una relación, algo que se puede utilizar, o una fuerza que hay que dominar?
El concepto de Dios propio de la Nueva Era es un tanto vago, mientras que el concepto cristiano es muy claro. El Dios de la Nueva Era es una energía impersonal, en realidad una extensión o componente particular del cosmos; Dios en este sentido es la fuerza vital o alma del mundo. La divinidad se encuentra en cada ser, en una gradación que va «desde el cristal inferior del mundo mineral hasta e incluso más allá del mismo Dios Galáctico, del cual no podemos decir absolutamente nada, salvo que no es un hombre, sino una Gran Conciencia». En algunos escritos «clásicos» de la Nueva Era, está claro que los seres humanos deben considerarse a sí mismos como dioses, lo cual se desarrolla en unas personas más plenamente que en otras. Ya no hay que buscar a Dios más allá del mundo, sino en lo hondo de mi yo. Incluso cuando «Dios» es algo exterior a mí, está ahí para ser manipulado.
Esto es muy diferente de la concepción cristiana de Dios, Creador del cielo y de la tierra y fuente de toda vida personal. Dios es en sí mismo personal, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y ha creado el universo a fin de compartir la comunión de su vida con las personas creadas. «Dios, que "habita una luz inaccesible", quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas». Dios no se identifica con el principio vital entendido como el «Espíritu» o «energía básica» del cosmos, sino que es ese amor, absolutamente diferente del mundo, que está sin embargo presente en todo y conduce a los seres humanos a la salvación.
¿Hay un único Jesucristo o existen miles de Cristos?
En la literatura de la Nueva Era Cristo es presentado con frecuencia como un sabio, un iniciado o un avatar entre muchos, mientras que en la tradición cristiana es el Hijo de Dios. He aquí algunos puntos comunes de los enfoques New Age:
– El Jesús histórico, personal e individual, es distinto del Cristo universal, eterno, impersonal;
– Jesús no es considerado el único Cristo;
– La muerte de Jesús en la Cruz, o bien se niega, o bien se reinterpreta para excluir la idea de que pudiera haber sufrido como Cristo;
– Los documentos extrabíblicos (como los evangelios neo gnósticos) son considerados fuentes auténticas para el conocimiento de aspectos de la vida de Cristo que no se hallan en el canon de la Escritura. Otras revelaciones en torno a Cristo, proporcionadas por entidades, guías espirituales y maestros venerables o incluso por las Crónicas Akasha, son básicas para la cristología de la Nueva Era;
– Se aplica un tipo de exégesis esotérica a los textos bíblicos para purificar al cristianismo de la religión formal que impide el acceso a su esencia esotérica.
En la tradición cristiana Jesucristo es el Jesús de Nazaret del que hablan los Evangelios, el hijo de María y Unigénito de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, revelación plena de la Verdad divina, único Salvador del mundo: «por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre ».
El ser humano: ¿existe un único ser universal o hay muchos individuos?
«El objetivo de las técnicas de la Nueva Era es reproducir los estados místicos a voluntad, como si fueran un asunto de material de laboratorio. El renacer, el biofeedback, el aislamiento sensorial, los mantras, el ayuno, la privación de sueño y la meditación trascendental, son intentos para controlar esos estados y experimentarlos continuamente». Todas estas prácticas crean una atmósfera de debilidad (y vulnerabilidad) psíquica. Cuando el objeto del ejercicio consiste en reinventarnos a nosotros mismos, se plantea realmente la pregunta acerca de quién soy «yo». El «Dios interior» y la unión holística con todo el cosmos subrayan esta pregunta. Las personalidades individuales aisladas serían patológicas para la Nueva Era (según su particular psicología transpersonal). Pero «el verdadero peligro es el paradigma holístico. La Nueva Era es un pensamiento basado sobre una unidad totalitaria y precisamente por eso es un peligro». Con un tono más suave: «Somos auténticos cuando nos "hacemos cargo" de nosotros mismos, cuando nuestra opción y nuestras reacciones fluyen espontáneamente de nuestras necesidades más profundas, cuando nuestro comportamiento y nuestros sentimientos manifiestos reflejan nuestra plenitud personal». El Movimiento por el Potencial Humano es el ejemplo más claro de la convicción de que los seres humanos son divinos, o contienen una chispa divina dentro de sí mismos.
El enfoque cristiano procede de las enseñanzas de la Escritura respecto a la naturaleza humana. Hombres y mujeres han sido creados a imagen y semejanza de Dios y Dios los trata con gran consideración, para sorpresa del salmista (cf. Ps 8). La persona humana es un misterio plenamente revelado sólo en Jesucristo, y de hecho se hace auténtica y adecuadamente humana en su relación con Cristo por medio del don del Espíritu. Esto está muy lejos de la caricatura del antropocentrismo atribuido al Cristianismo y rechazado por muchos autores y seguidores de la Nueva Era.

¿Nos salvamos a nosotros mismos o la salvación es un don gratuito de Dios?
La clave estriba en descubrir qué o quién creemos que nos salva. ¿Nos salvamos a nosotros mismos por nuestras propias acciones, como suele ser el caso en las explicaciones de la Nueva Era, o nos salva el amor de Dios? Las palabras claves son realización de uno mismo, plenitud del yo y auto-redención. La Nueva Era es esencialmente pelagiana en su manera de entender la naturaleza humana. Para los cristianos, la salvación depende de la participación en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y de una relación personal directa con Dios, más que de una técnica cualquiera. La condición humana, afectada como está por el pecado original y por el pecado personal, sólo puede ser rectificada por la acción de Dios: el pecado es una ofensa contra Dios, y sólo Dios puede reconciliarnos consigo. En el plan salvífico divino, los seres humanos han sido salvados por Jesucristo, quien, como Dios y hombre, es el único mediador de la redención. En el cristianismo, la salvación no es una experiencia del yo, una inmersión meditativa e intuitiva dentro de uno mismo, sino mucho más: el perdón del pecado, el ser levantado desde las profundas ambivalencias del propio ser, el apaciguamiento de la naturaleza mediante el don de la comunión con un Dios amoroso. El camino hacia la salvación no se halla sencillamente en una transformación autoprovocada de la conciencia, sino en la liberación del pecado y de sus consecuencias, que conduce a luchar contra el pecado que hay en nosotros mismos y en la sociedad que nos rodea. Esto nos conduce necesariamente hacia una solidaridad amorosa con nuestros hermanos necesitados.”

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 12 del ciclo 2007 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay. Los invito a llamar al teléfono (035) 20535 para plantear sus comentarios o consultas.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la “Nueva Era” o “New Age”.
Continuamos leyendo el documento «Jesucristo, portador de agua viva. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era», de los Consejos Pontificios para la Cultura y para el Diálogo Interreligioso.

“¿Inventamos la verdad o la abrazamos?
La verdad para la Nueva Era tiene que ver con buenas vibraciones, correspondencias cósmicas, armonía y éxtasis, experiencias placenteras en general. Se trata de encontrar la propia verdad en función del bienestar. La valoración de la religión y de las cuestiones éticas obviamente está relacionada con las propias sensaciones y experiencias.
En la doctrina cristiana, Jesucristo se presenta como «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). A sus seguidores se les pide que abran su vida entera a él y a sus valores, en otras palabras, a un conjunto objetivo de exigencias que forman parte de una realidad objetiva asequible en definitiva por todos.

La oración y la meditación: ¿hablamos con nosotros o con Dios?
La tendencia a confundir la psicología y la espiritualidad aconseja recalcar que muchas de las técnicas de meditación ahora en uso no son oración. A menudo son una buena preparación para la oración, y nada más, aun cuando conduzcan a un estado de placidez mental o de bienestar corporal. Las experiencias que se obtienen son realmente intensas, pero quedarse en ese plano es quedarse solo, sin estar todavía en presencia del Otro. Alcanzar el silencio puede enfrentarnos al vacío más que al silencio contemplativo del amado. También es cierto que las técnicas para profundizar en la propia alma son, en definitiva, una llamada a nuestra propia capacidad de alcanzar lo divino, o incluso a llegar a ser divinos. Si descuidan que es Dios quien va en búsqueda del corazón humano, no son oración cristiana. Aun cuando se considera como un vínculo con la Energía Universal, «esta "relación" fácil con Dios, donde la función de Dios se concibe como la satisfacción de todas nuestras necesidades, revela el egoísmo que hay en el corazón de la Nueva Era».
Las prácticas de la Nueva Era no son realmente oración, pues suelen tratarse de introspección o de fusión con la energía cósmica, en contraste con la doble orientación de la oración cristiana, que comprende la introspección pero que es, sobre todo, un encuentro con Dios. La mística cristiana, más que un mero esfuerzo humano, es esencialmente un diálogo que «implica una actitud de conversión, un éxodo del yo del hombre hacia el Tú de Dios». «El cristiano, también cuando está solo y ora en secreto, tiene la convicción de rezar siempre en unión con Cristo, en el Espíritu Santo, junto con todos los santos para el bien de la Iglesia».

¿Nos sentimos tentados a negar el pecado o aceptamos que exista tal cosa?
En la Nueva Era no existe un verdadero concepto de pecado, sino más bien el de conocimiento imperfecto. Lo que se necesita es iluminación, que puede alcanzarse mediante particulares técnicas psicofísicas. A quienes participan en actividades de la Nueva Era no les dirán qué tienen que creer, qué tienen que hacer o no hacer, sino: «Hay mil maneras de explorar la realidad interior. Ve adonde te conduzcan tu inteligencia y tu intuición. Confía en ti». La autoridad se ha trasladado de Dios al interior del yo. Para la Nueva Era, el problema más serio es la alienación respecto a la totalidad del cosmos, en lugar de un fracaso personal o pecado. El remedio consiste en lograr estar cada vez más inmerso en la totalidad del ser. En algunos escritos y prácticas de la Nueva Era, está claro que una sola vida no basta, por lo que tiene que haber reencarnaciones que permitan a las personas realizar su potencial pleno.
En la perspectiva cristiana, «la realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutualmente». «El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana». «El pecado es una ofensa a Dios... se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones... El pecado es así "amor de sí hasta el desprecio de Dios"».

¿Se nos anima a rechazar o a aceptar el sufrimiento y la muerte?
Algunos autores de la Nueva Era ven el sufrimiento como algo impuesto sobre el yo, como un mal karma o, al menos, como un fallo del dominio de nuestros propios recursos. Otros se centran en los métodos para alcanzar el éxito y la riqueza (e.g. Deepak Chopra, José Silva et al.). En la Nueva Era, la reencarnación se ve con frecuencia como un elemento necesario para el crecimiento espiritual, una etapa de la evolución espiritual progresiva que comenzó antes de que naciéramos y continuará después de que muramos.
Tanto la unidad cósmica como la reencarnación son irreconciliables con la creencia cristiana de que la persona humana es un ser único, que vive una sola vida de la que es plenamente responsable: este modo de entender la persona pone en cuestión tanto la responsabilidad personal como la libertad. Los cristianos saben que «en la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. Cristo –sin culpa alguna propia– cargó sobre sí "el mal total del pecado".
La experiencia de este mal determinó la medida incomparable de sufrimiento de Cristo que se convirtió en el precio de la redención... El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo».

¿Hay que eludir el compromiso social o hay que buscarlo positivamente?
Buena parte de lo que hay en la Nueva Era es una descarada autopromoción, pero algunas figuras relevantes del movimiento defienden que es injusto juzgar todo el movimiento por una minoría de personas egoístas, irracionales y narcisistas, o dejarse deslumbrar por algunas de sus prácticas más extravagantes, que son un obstáculo para ver en la Nueva Era una búsqueda espiritual y una espiritualidad auténticas.
La fusión de los individuos en el yo cósmico, la relativización o abolición de la diferencia y de la oposición en una armonía cósmica es inaceptable para el cristianismo. Donde hay verdadero amor, tiene que haber un « otro », una persona, diferente. Un verdadero cristiano busca la unidad en la capacidad y en la libertad del otro para decir « sí » o « no » al don del amor. En el cristianismo, la unión se ve como comunión y la unidad como comunidad.

Nuestro futuro, ¿está en las estrellas o hemos de ayudar a construirlo?
La Nueva Era que ahora está amaneciendo estará poblada por seres perfectos, andróginos, que estén al mando total de las leyes cósmicas de la naturaleza. En este escenario, el cristianismo tiene que ser eliminado y dejar paso a una religión global y a un nuevo orden mundial.
Los cristianos están en un estado de vigilancia constante, preparados para los últimos días, cuando vuelva Cristo. La Nueva Era de los cristianos comenzó hace dos mil años con Cristo, que no es otro que «Jesús de Nazaret; él es la Palabra de Dios hecha hombre para la salvación de todos». Su Espíritu Santo está presente y activo en los corazones de los individuos, en «la sociedad y en la historia, en los pueblos, las culturas y las religiones». En realidad, «el Espíritu del Padre, derramado abundantemente por el Hijo, es quien todo lo anima». Vivimos ya en los últimos tiempos.

Una necesidad: acompañamiento y formación sólida
¿Cristo o Acuario? La Nueva Era casi siempre tiene que ver con «alternativas»: una visión alternativa de la realidad, o una manera alternativa de mejorar la propia situación presente (magia). Las alternativas no ofrecen dos posibilidades, sino únicamente la posibilidad de escoger una cosa frente a otra. En términos religiosos, la Nueva Era ofrece una alternativa a la herencia judeocristiana. La Era de Acuario se concibe como la que sustituirá a la Era de Piscis, predominantemente cristiana. Los pensadores de la Nueva Era son plenamente conscientes de esto. Algunos de ellos están convencidos de que es inevitable el cambio que se avecina, mientras que otros están además activamente comprometidos en su llegada. Quienes se preguntan si es posible creer al mismo tiempo en Cristo y en Acuario conviene que sepan que se hallan ante una alternativa excluyente, «aut-aut, o esto o aquello». «Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro» (Lc 16, 13). A los cristianos les basta pensar en la diferencia entre los Magos de Oriente y el rey Herodes para darse cuenta de los tremendos efectos que conlleva la opción a favor o en contra de Cristo. No debemos olvidar nunca que muchos de los movimientos que han alimentado la Nueva Era son explícitamente anticristianos. Su postura frente al cristianismo no es neutral, sino neutralizadora: a pesar de lo que se suele decir sobre la apertura a todos los puntos de vista religiosos, el cristianismo tradicional no es considerado sinceramente una alternativa aceptable. De hecho, con frecuencia queda bien claro que no «hay cabida tolerable para el cristianismo auténtico», incluso con argumentos que justifican un comportamiento anticristiano. Esta oposición, que inicialmente se limitaba a los ambientes enrarecidos de quienes van más allá de una vinculación superficial con la Nueva Era, ha comenzado recientemente a penetrar en todos los niveles de la cultura «alternativa», que ejerce una poderosa fascinación, sobre todo en las sofisticadas sociedades occidentales.”

Querido amigo, querida amiga:
“El comienzo del Tercer Milenio ofrece un auténtico kairós para la evangelización. Las mentes y los corazones están abiertos como nunca antes a recibir información seria sobre la visión cristiana del tiempo y de la historia de la salvación. La prioridad no debería consistir tanto en poner de relieve las carencias de otros enfoques, sino más bien regresar constantemente a las fuentes de nuestra propia fe, para poder ofrecer una presentación adecuada y sólida del mensaje cristiano. Podemos estar orgullosos de lo que se nos ha confiado y por eso hemos de resistir a las presiones de la cultura dominante y no enterrar esos dones. Uno de los instrumentos más útiles de que disponemos es el Catecismo de la Iglesia Católica. Tenemos también una inmensa herencia de caminos de santidad en las vidas de los cristianos del pasado y del presente. Allí donde el rico simbolismo cristiano, sus tradiciones artísticas, estéticas y musicales es desconocido o ignorado, los cristianos han de realizar una enorme labor en beneficio propio y, en definitiva, de todos aquellos que buscan una experiencia o una mayor conciencia de la presencia de Dios. El diálogo entre los cristianos y las personas seducidas por la Nueva Era, tendrá mayores garantías de éxito si tiene en cuenta la atracción que ejercen el mundo de las emociones y el lenguaje simbólico. Si nuestra tarea consiste en conocer, amar y servir a Jesucristo, tiene una importancia capital comenzar con un buen conocimiento de la Sagrada Escritura. Pero, sobre todo, salir al encuentro del Señor Jesús en la oración y en los sacramentos, que son precisamente los momentos de santificación de nuestra vida ordinaria, y el camino más seguro para encontrar el sentido de todo el mensaje cristiano.”

Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, ruego a Dios que te conceda encontrarte con Jesucristo, fuente del agua viva, que da la vida eterna.
Dando fin al programa Nº 12 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, me despido hasta la semana próxima. Que la paz y la alegría de Nuestro Señor Jesucristo, el Resucitado, estén contigo y con tu familia.

Daniel Iglesias Grèzes
1º de octubre de 2007

Programa Nº 11/07: Masonería y Catolicismo

Muy buenas noches. Bienvenidos al programa Nº 11 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la incompatibilidad entre la masonería y el catolicismo.
Comenzaremos con una exposición del tema basada en gran parte en un artículo publicado en Aciprensa, titulado “¿Por qué un católico no puede ser masón?”.
A lo largo de su historia la Iglesia católica ha condenado y desaconsejado a sus fieles la pertenencia a asociaciones contrarias a la fe cristiana o que podían poner en peligro esa fe. Entre estas asociaciones se encuentra la masonería.
Actualmente, la legislación se rige por el Código de Derecho Canónico promulgado por el Papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1983, que, en su canon 1374, señala:
"Quien se inscribe en una asociación que maquina contra la Iglesia debe ser castigado con una pena justa; quien promueve o dirige esa asociación ha de ser castigado con entredicho".
Esta nueva redacción, sin embargo, supuso novedades respecto al Código de 1917: la pena no es automática y no se menciona expresamente a la masonería como asociación que conspira contra la Iglesia.
Previendo posibles confusiones, un día antes de que entrara en vigor la nueva ley eclesiástica del año 1983, fue publicada una declaración firmada por el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En ella se señala que el criterio de la Iglesia no ha variado en absoluto con respecto a las anteriores declaraciones, y la nominación expresa de la masonería se había omitido por incluirla junto a otras asociaciones. Se indica, además, que los principios de la masonería siguen siendo incompatibles con la doctrina de la Iglesia, y que los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas no pueden acceder a la Sagrada Comunión.
La Iglesia ha condenado siempre la masonería. En el siglo XVIII los Papas lo hicieron con mucha fuerza, y en el XIX persistieron en ello. En el Código de Derecho Canónico de 1917 se excomulgaba a los católicos que dieran su nombre a la masonería, y en el de 1983 el canon de la excomunión desaparece, junto con la mención explícita de la masonería, lo que ha podido crear en algunos la falsa opinión de que la Iglesia poco menos que aprueba a la masonería.
Es difícil hallar un tema sobre el que las autoridades de la Iglesia católica se hayan pronunciado tan reiteradamente como en el de la masonería: desde 1738 a 1980 se conservan no menos de 371 documentos sobre la masonería, a los que hay que añadir las abundantes intervenciones de los dicasterios de la Curia Romana y, a partir sobre todo del Concilio Vaticano II, las no menos numerosas declaraciones de las Conferencias Episcopales y de los obispos de todo el mundo. Todo ello está indicando que nos encontramos ante una cuestión importante.
Casi desde su aparición, la masonería generó preocupaciones en la Iglesia. Clemente XII, en "In eminenti", había condenado a la masonería. Más tarde, León XIII, en su encíclica "Humanum genus", de 20 de abril de 1884, la calificaba de organización secreta, enemigo astuto y calculador, negadora de los principios fundamentales de la doctrina de la Iglesia.
El canon 2335 del Código de Derecho Canónico de 1917 establecía que "los que dan su nombre a la secta masónica, o a otras asociaciones del mismo género, que maquinan contra la Iglesia o contra las potestades civiles legítimas, incurren ipso facto en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica".
Este delito consistía en primer lugar en dar el nombre o inscribirse en determinadas asociaciones. En segundo lugar, la inscripción se debía realizar en alguna asociación que maquinase contra la Iglesia: se entendía que maquinaba aquella sociedad que, por su propio fin, ejerce una actividad rebelde y subversiva o las favorece, ya por la propia acción de los miembros, ya por la propagación de la doctrina subversiva; que, de forma oral o por escrito, actúa para destruir la Iglesia, esto es, su doctrina, autoridades en cuanto tales, derechos, o la legítima potestad civil. En tercer lugar, las sociedades penalizadas eran la masonería y otras del mismo género, con lo cual el Código de Derecho Canónico establecía una clara distinción: mientras que el ingreso en la masonería era castigado automáticamente con la pena de excomunión, la pertenencia a otras asociaciones tenía que ser explícitamente declarada como delictiva por la autoridad eclesiástica en cada caso.
Algunos de los motivos que fundamentaron la condena de la masonería por parte de la Iglesia católica fueron el carácter secreto de la organización, el juramento que garantizaba ese carácter oculto de sus actividades y los complots perturbadores que la masonería llevaba a cabo en contra de la Iglesia y los legítimos poderes civiles. La pena establecía directamente la excomunión, estableciéndose además una pena especial para los clérigos y los religiosos en el canon 2336.
También se recordaban las condiciones establecidas para proceder a la absolución de esta excomunión, que consistían en el alejamiento y la separación de la masonería, reparación del escándalo del mejor modo posible, y cumplimiento de la penitencia impuesta.
Las consecuencias de la excomunión incluían, por ejemplo, la privación de la sepultura eclesiástica y de cualquier misa exequial, de ser padrinos de bautismo, de confirmación, de no ser admitidos en el noviciado, y el consejo -en este caso a las mujeres- de no contraer matrimonio con masones, así como la prohibición al párroco de asistir a las nupcias sin consultar con el Ordinario.
A partir de la celebración del Concilio Vaticano II, se dio un incipiente diálogo entre masones y católicos. En algunos países (sobre todo Francia, Países Escandinavos, Inglaterra, Brasil o Estados Unidos) se empezó a cuestionar la actitud católica ante la masonería, revisando desde la historia los motivos que llevaron a la Iglesia a adoptar su actitud condenatoria y pretendiendo que se hiciera una mayor distinción entre la masonería regular, ortodoxa, tradicional, religiosa y aparentemente apolítica, y la masonería irregular, irreligiosa, política y heterodoxa.
Estos motivos y las más o menos constantes peticiones llegadas de varias partes del mundo a Roma, diálogos y debates, hicieron que, entre 1974 y 1983, la Congregación para la Doctrina de la Fe retomase los estudios sobre la masonería y publicase tres documentos que supusieron una nueva interpretación del canon 2335. En este ambiente de cambios, no extraña que el cardenal Krol, arzobispo de Filadelfia, preguntase a la Congregación para la Doctrina de la Santa Fe si la excomunión para los católicos que se afiliaban a la masonería seguía estando en vigor. La respuesta a su pregunta la dio la Congregación a través de su Prefecto, en una carta de 19 de julio de 1974. En ella se explica que, durante un amplio examen de la situación, se había hallado una gran divergencia en las opiniones, según los países. La Sede Apostólica no creía oportuno, consecuentemente, elaborar una modificación de la legislación vigente hasta que se promulgara el nuevo Código de Derecho Canónico. Se advertía, sin embargo, en la carta, que existían casos particulares, pero que continuaba la misma pena para aquellos católicos que diesen su nombre a asociaciones que realmente maquinasen contra la Iglesia, mientras que para los clérigos, religiosos y miembros de institutos seculares seguía rigiendo la prohibición expresa para su afiliación a cualquiera de las asociaciones masónicas.
Las dudas no tardaron en plantearse: ¿cuál era el criterio para verificar si una asociación masónica conspiraba o no contra la Iglesia?; y ¿qué sentido y extensión debía darse a la expresión conspirar contra la Iglesia?
Esta situación algo confusa comenzó a ser aclarada por la declaración del 28 de abril de 1980 de la Conferencia Episcopal Alemana sobre la pertenencia de los católicos a la masonería. Esta declaración explicaba que, durante los años 1974 y 1980, se habían mantenido numerosos coloquios oficiales entre católicos y masones; que por parte católica se habían examinado los rituales masónicos de los tres primeros grados; y que los obispos católicos habían llegado a la conclusión de que había oposiciones fundamentales e insuperables entre ambas partes:
"La masonería -decían los obispos alemanes- no ha cambiado en su esencia. La pertenencia a la misma cuestiona los fundamentos de la existencia cristiana." Las principales razones alegadas para ello fueron las siguientes: la cosmología o visión del mundo de los masones es relativista y subjetivista y no se puede armonizar con la fe cristiana; el concepto de verdad es, asimismo, relativista, negando la posibilidad de un conocimiento objetivo de la verdad, lo que no es compatible con el concepto católico; también el concepto de religión es relativista y no coincide con la convicción fundamental del cristianismo. El concepto masónico de Dios, simbolizado a través del "Gran Arquitecto del Universo" es de tipo deísta. Este concepto está transido de relativismo, lo cual mina los fundamentos de la concepción de Dios de los católicos. Según la doctrina masónica, no hay ningún conocimiento objetivo de Dios en el sentido del Dios personal del monoteísmo.
El 17 de febrero de 1981, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una declaración en la que afirma de nuevo la excomunión para los católicos que den su nombre a la secta masónica y a otras asociaciones del mismo género, con lo cual, la actitud de la Iglesia acerca de la masonería permanece invariable hasta nuestros días.

A continuación leeremos la última “Declaración sobre la Masonería” de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
"Se ha presentado la pregunta de si ha cambiado el juicio de la Iglesia respecto de la masonería, ya que en el nuevo Código de Derecho Canónico no está mencionada expresamente como lo estaba en el Código anterior.
Esta Sagrada Congregación puede responder que dicha circunstancia es debida a un criterio de redacción, seguido también en el caso de otras asociaciones que tampoco han sido mencionadas por estar comprendidas en categorías más amplias.
Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión.
No entra en la competencia de las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique derogación de cuanto se ha establecido más arriba, según el sentido de la Declaración de esta Sagrada Congregación del 17 de febrero de 1981.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al cardenal Prefecto abajo firmante, ha aprobado esta Declaración, decidida en la reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha mandado que se publique.
Roma, en la sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 26 de noviembre de 1983."
Esta Declaración está firmada por el Cardenal Prefecto Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI.

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Continuamos el programa Nº 11 del ciclo 2007 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay. Los invito a llamar al teléfono (035) 20535 para plantear sus comentarios o consultas.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la incompatibilidad entre la masonería y el catolicismo.
A continuación leeremos un artículo publicado el 23 de febrero de 1985 en la página 1 de la edición italiana de L’Osservatore Romano, en el cual se reflexiona sobre la imposibilidad de conciliar la fe cristiana con la masonería.

“El 26 de noviembre de 1983 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicaba una declaración sobre las asociaciones masónicas. A poco más de un año de su publicación puede ser útil ilustrar brevemente el significado de este documento.
Desde que la Iglesia comenzó a pronunciarse acerca de la Masonería, su juicio negativo sobre ésta ha estado inspirado en múltiples razones, prácticas y doctrinales. La Iglesia no ha juzgado a la Masonería solamente por ser responsable de actividad subversiva en contra suya, sino que desde los primeros documentos pontificios sobre la materia, en particular en la Encíclica Humanum genus de León XIII (20-4-1884), el Magisterio de la Iglesia ha denunciado en la Masonería ideas filosóficas y concepciones morales opuestas a la doctrina católica. Para León XIII se trataba esencialmente de un naturalismo racionalista, inspirador de sus planes y de sus actividades en contra de la Iglesia. En su carta al pueblo italiano Custodi (8-12-1892) escribía: «Recordemos que el cristianismo y la Masonería son esencialmente inconciliables, al punto de que inscribirse en una significa separarse del otro».
No se podía, por tanto, dejar de tomar en consideración las posiciones de la Masonería desde el punto de vista doctrinal, cuando en los años 1970-1980 la S. Congregación mantenía correspondencia con algunas conferencias episcopales particularmente interesadas en este problema, con motivo del diálogo sostenido entre personalidades católicas y representantes de algunas logias que se declaraban no hostiles o incluso favorables a la Iglesia.
Un estudio más a fondo ha llevado a la S. Congregación para la Doctrina de la Fe a reafirmarse en la convicción de la imposibilidad de fondo para conciliar los principios de la Masonería y los de la fe cristiana.
Prescindiendo, por lo tanto, de la consideración del comportamiento práctico de las diversas logias, de la hostilidad al menos en la confrontación con la Iglesia, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, con su declaración del 26-11-83, ha intentado colocarse en el nivel más profundo y, por otra parte, esencial del problema: esto es, en el plano de la imposibilidad de conciliar los principios, y lo que ello significa en el plano de la fe y de sus exigencias morales.
Partiendo de este punto de vista doctrinal, en continuidad con la posición tradicional de la Iglesia -como lo testimonian los documentos de León XIII arriba citados-, se derivan seguidamente las necesarias consecuencias prácticas, que valen para todos aquellos fieles que eventualmente estuvieren inscritos en la Masonería.
En algunos sectores se ha dado por objetar, respecto de las afirmaciones sobre la imposibilidad de conciliar los principios, que sería esencial a la Masonería precisamente el hecho de no imponer ningún «principio», en el sentido de una posición filosófica o religiosa que sea obligatoria para todos sus miembros, sino por el contrario de acoger a todos, más allá de los límites de las diversas religiones y visiones del mundo, hombres de buena voluntad basados en valores humanos comprensibles y aceptados por todos.
La Masonería constituiría un punto de cohesión para todos aquellos que creen en el Arquitecto del universo y se sienten comprometidos en la lucha por aquellos ordenamientos morales fundamentales que están definidos por ejemplo en el decálogo; la Masonería no alejaría a nadie de su religión, sino por el contrario constituiría un incentivo para un mayor compromiso.
Los múltiples problemas históricos y filosóficos que se esconden en tales afirmaciones no pueden ser discutidos aquí. Después del Concilio Vaticano II ciertamente no es necesario subrayar que la Iglesia Católica alienta una colaboración entre todos los hombres de buena voluntad. Sin embargo, asociarse a la Masonería va evidentemente más allá de esta legítima colaboración y tiene un significado de mucha mayor relevancia y especificidad.
Antes que nada se debe recordar que la comunidad de los «Liberi Muratori» y sus obligaciones morales se presentan como un sistema progresivo de símbolos de carácter extremadamente impositivo. La rígida disciplina del secreto que allí domina refuerza a la postre el peso de la interacción de signos e ideas. Para los inscritos este clima reservado comporta, entre otras cosas, el riesgo de terminar siendo un instrumento de estrategias para ellos desconocidas.
Incluso si se afirma que el relativismo no se asume como un dogma, sin embargo se propone de hecho una concesión simbólica relativista, y por lo tanto el valor relativizante de tal comunidad moral-ritual, lejos de poder ser eliminado, resulta por el contrario determinante.
En tal contexto, las diversas comunidades religiosas a las que pertenecen los miembros de las logias no pueden ser consideradas sino como simples institucionalizaciones de un anillo más amplio e inasible. El valor de esta institucionalización se muestra, por tanto, inevitablemente relativo, respecto a esta verdad más amplia, la cual se manifiesta más fácilmente en la comunidad de la buena voluntad, esto es en la fraternidad masónica.
Aun así, para un cristiano católico no es posible vivir su relación con Dios de una manera doble, es decir, escindiéndola en una forma humanitario-supraconfesional y en una forma interior-cristiana. Éste no puede cultivar relaciones de dos tipos con Dios, ni expresar su relación con el Creador por medio de formas simbólicas de dos especies. Ello sería algo completamente distinto a aquella colaboración, que le es obvia, con todos aquellos que están comprometidos en la realización del bien, aunque partan de principios diversos. Por otro lado, un cristiano católico no puede al mismo tiempo participar de la plena comunión de la fraternidad cristiana y, por otra parte, mirar a su hermano cristiano, desde la perspectiva masónica, como a un «profano».
Incluso si, como ya se ha dicho, no hubiese una obligación explícita de profesar el relativismo como doctrina, aún así la fuerza relativizante de una tal fraternidad, por su misma lógica intrínseca, tiene en sí la capacidad de transformar la estructura del acto de fe de un modo tan radical que no sea aceptable por parte de un cristiano «que ama su fe».
Este trastorno en la estructura fundamental del acto de fe se da, además, usualmente de un modo suave y sin ser advertido: la sólida adhesión a la verdad de Dios, revelada en la Iglesia, se convierte en una simple pertenencia a una institución, considerada como una forma representativa particular junto con otras formas representativas, a su vez más o menos posibles y válidas, de cómo el ser humano se orienta hacia las realidades eternas.
La tentación de ir en esta dirección es hoy tanto más fuerte cuanto que ésta corresponde plenamente a ciertas convicciones predominantes en la mentalidad contemporánea. La opinión de que la verdad no puede ser conocida es característica de su crisis general.
Precisamente considerando todos estos elementos, la declaración de la S. Congregación afirma que la inscripción en la masonería «permanece prohibida por la Iglesia» y los fieles que se inscriben en ella «están en estado de pecado grave y no pueden acceder a la Santa Comunión».
Con esta última expresión, la S. Congregación indica a los fieles que tal inscripción constituye objetivamente un pecado grave y, precisando que los que se adhieren a una asociación Masónica no pueden acceder a la S. Comunión, quiere iluminar la conciencia de los fieles sobre una grave consecuencia a la que deben llegar en caso de adherirse a una logia masónica.
La S. Congregación declara, finalmente, que «no le compete a las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas, con un juicio que implique la derogación de cuanto ha sido arriba establecido». Con este fin el texto hace también referencia a la declaración del 17 de febrero de 1981, que ya reservaba a la Sede Apostólica todo pronunciamiento sobre la naturaleza de estas asociaciones que implicase la derogación de la ley canónica entonces vigente (can. 2335).
Igualmente, el nuevo documento emitido por la S. Congregación para la Doctrina de la Fe en noviembre de 1983 expresa idénticas intenciones de reserva en relación a pronunciamientos que no coincidan con el juicio aquí formulado sobre la imposibilidad de conciliar los principios de la masonería con la fe católica, sobre la gravedad del acto de inscribirse en una logia y sobre la consecuencia que de ello se derive para el acceso a la Santa Comunión. Esta disposición indica que, no obstante la diversidad que pueda subsistir entre las obediencias masónicas, en particular en cuanto a su postura declarada hacia la Iglesia, la Sede Apostólica vuelve a encontrar en ellos principios comunes que piden una misma valoración por parte de todas autoridades eclesiásticas.
Al hacer esta declaración, la S. Congregación para la Doctrina de la Fe no ha pretendido desconocer los esfuerzos realizados por quienes, con la debida autorización de este dicasterio, han buscado establecer un diálogo con representantes de la Masonería. Pero, desde el momento en que existía la posibilidad de que se difundiese entre los fieles la errada opinión de que ahora ya era lícita la adhesión a una logia masónica, ha considerado como su deber hacer de su conocimiento el pensamiento auténtico de la Iglesia sobre este asunto y ponerlos en guardia ante una pertenencia incompatible con la fe católica.
En efecto, sólo Jesucristo es el Maestro de la Verdad y sólo en Él pueden los cristianos encontrar la luz y la fuerza para vivir según el designio de Dios, trabajando por el verdadero bien de sus hermanos."

Querido amigo, querida amiga:
Espero que estas reflexiones te hayan ayudado a comprender que existe una incompatibilidad de fondo entre la masonería y el catolicismo.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Sede de la Sabiduría, ruego a Dios que te haga conocer la amplitud y el esplendor la verdad revelada por Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne para la salvación de los hombres.
Dando fin al programa Nº 11 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, me despido hasta la semana próxima. Que la paz y la alegría de Nuestro Señor Jesucristo, el Resucitado, estén contigo y con tu familia.

Daniel Iglesias Grèzes
24 de septiembre de 2007.

Programa Nº 10/07: La libertad de enseñanza

Muy buenas noches. Bienvenidos al programa Nº 10 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la libertad de enseñanza.
La libertad de enseñanza es uno de los derechos humanos básicos y uno de los aspectos más trascendentes de la libertad. Es un derecho complejo, que abarca al menos los siguientes tres aspectos: el derecho a enseñar, el derecho a aprender y el derecho a elegir maestro.
El derecho a enseñar consiste en que toda persona (en principio) está autorizada a transmitir a otros su ciencia o creencia.
El derecho a aprender consiste en que toda persona, en función sólo de su capacidad intelectual, puede pretender adquirir la misma cultura o instrucción que los más favorecidos por la fortuna.
El derecho a elegir maestro implica la existencia de múltiples organismos de enseñanza e igualdad de prerrogativas y libertad de elección entre ellos. La Declaración Universal de los Derechos del Hombre reconoce este derecho y lo atribuye prioritariamente a los padres (suponiendo que los hijos son menores de edad): "Los padres tienen por prioridad el derecho de escoger la clase de educación de sus hijos." (Artículo 26.3). Naturalmente, en caso de haber alcanzado la mayoría de edad, el ejercicio de este derecho corresponde a los propios educandos.
La Constitución Nacional de la República Oriental del Uruguay garantiza la libertad de enseñanza: "Queda garantida la libertad de enseñanza. La ley reglamentará la intervención del Estado al solo objeto de mantener la higiene, la moralidad, la seguridad y el orden públicos. Todo padre o tutor tiene derecho a elegir, para la enseñanza de sus hijos o pupilos, los maestros e instituciones que desee." (Artículo 68).

A continuación reflexionaremos sobre la relación entre la libertad de enseñanza y la libertad religiosa.
La libertad de enseñanza está estrechamente ligada a la libertad religiosa. La existencia de la libertad de enseñanza exige que no se imponga una religión o filosofía y que se respete el pluralismo intelectual. En lo referente a la libertad religiosa, el problema de la libertad de enseñanza incluye los siguientes tres aspectos principales:
· La enseñanza de la religión y la moral en el sistema público de educación.
· La libertad de las instituciones privadas de enseñanza.
· La financiación de las instituciones privadas de enseñanza.
Nos preguntaremos cuál es la mejor forma de garantizar la libertad de enseñanza en relación con la libertad religiosa y analizaremos críticamente las diversas soluciones propuestas a este problema. En teoría, la libertad de enseñanza podría alcanzarse de dos maneras:
· Con un sistema de educación neutral en todo lo relativo a la religión y a la filosofía (llamaremos solución "laicista" a esta primera alternativa).
· Con un sistema de educación que refleje de la mejor manera posible los deseos de los ciudadanos en todo lo relativo a la transmisión de valores religiosos y filosóficos (llamaremos solución "moderna" a esta segunda alternativa).

En primer lugar analizaremos la solución laicista.
El sistema laicista surgió en Estados Unidos y Francia a fines del siglo XVIII. Si bien en este sistema, junto a las instituciones de enseñanza públicas (laicas), se permite la existencia de instituciones de enseñanza privadas (de hecho mayoritariamente confesionales), el Estado financia en forma exclusiva y total a las instituciones públicas, gracias a lo cual la educación pública es gratuita, mientras que la educación privada debe ser paga. Debido a la gran influencia de los dos países mencionados, el sistema laicista se impuso en buena parte del mundo, incluyendo nuestro país.
Siguiendo a Horacio Terra Arocena, distinguiremos el laicismo liberal, que procura mantenerse neutral en las cuestiones religiosas y filosóficas, del laicismo tutorial, que tiene una orientación antirreligiosa consecuente y militante.
En la práctica, en la educación laica estas dos tendencias básicas se entremezclan en variadas proporciones. A grandes rasgos se podría afirmar que en el Uruguay predominó el laicismo tutorial en la primera mitad del siglo XX, mientras que en la segunda mitad se impuso el laicismo liberal.
El sistema laicista presenta los siguientes inconvenientes graves:
La educación debe tender al desarrollo integral del hombre. Es imposible alcanzar ese desarrollo integral ignorando la dimensión religiosa del ser humano, que forma parte de su esencia.
Los laicistas sostienen que, si los padres así lo desean, la escuela laica puede ser complementada con una educación religiosa aparte, por ejemplo la catequesis parroquial. Pero en verdad es inadecuado enseñar la religión cristiana como una materia aislada, sin relación alguna con las demás materias (literatura, historia, filosofía, etc.), que además son enseñadas con un espíritu indiferente u hostil a la fe. El cristianismo es una cosmovisión; tiene relación con todos los campos del saber, aunque respete su autonomía relativa.
El laicismo liberal es en principio menos nocivo que el laicismo tutorial. No obstante, en último análisis la educación filosóficamente neutra propugnada por el laicismo liberal es inviable, por lo cual esta tendencia corre el grave riesgo de convertirse en un laicismo tutorial implícito y tal vez hasta inconsciente. En la práctica la supuesta neutralidad es suplantada con frecuencia por una actitud de desvalorización de lo religioso o de propaganda sistemática de una filosofía secularista, en el fondo atea.
La elección de un tipo de enseñanza debería basarse fundamentalmente en su valor intrínseco. Sin embargo, de hecho la enseñanza es tan cara que, a falta de un sistema de subsidios a las instituciones privadas de enseñanza, se cae en una situación en la cual, para grandes sectores de la población, la libertad de enseñanza se convierte en un principio teórico sin vigencia real. Los padres que desean dar a sus hijos una educación religiosa deben afrontar costos que muchas veces están más allá de sus posibilidades económicas, por lo cual deben conformarse con los colegios públicos laicos. Esta situación injusta impide el acceso a la enseñanza religiosa de la mayoría de las familias de ingresos bajos o medio bajos y hace que dicha enseñanza quede más o menos reservada a las clases de ingresos altos o medio altos. En estas circunstancias no hay igualdad de oportunidades y el derecho de elección de los padres está muy erosionado. Las consecuencias del injusto sistema de subsidios son más dramáticas en países subdesarrollados, como los de nuestra América Latina.
Las instituciones católicas de enseñanza no tienen fines de lucro, pero deben cobrar sus servicios para poder solventar sus gastos de funcionamiento y las inversiones necesarias para ampliar o mejorar sus servicios. A menudo otorgan becas a alumnos provenientes de familias de bajos ingresos. Pero este recurso es limitado, por lo cual se produce el fenómeno del "elitismo", injustamente achacado a dichas instituciones, pues en verdad es causado por el sistema impuesto por el Estado.
La supuesta gratuidad de la enseñanza pública no es real, por dos motivos:
a) Los alumnos deben afrontar gastos considerables para proveerse de material de estudio.
b) El subsidio estatal que sostiene al sistema público de enseñanza proviene en definitiva de todos los contribuyentes, mediante el pago de impuestos.
Todos los ciudadanos deben pagar sus impuestos, pero el Estado los emplea para beneficiar sólo a algunos, aquellos que prefieren la enseñanza laica. Al pagar sus impuestos, un ciudadano católico, como el resto de los ciudadanos, contribuye al financiamiento de la enseñanza pública laica. Pero, si quiere dar a sus hijos una educación católica, él debe pagar además una cuota mensual a una institución privada de enseñanza. De modo que, a diferencia de un ciudadano partidario de la enseñanza laica, él debe pagar dos veces: Una vez, forzado por la Ley, para pagar un sistema de enseñanza del cual no se beneficia, y otra vez para pagar el tipo de enseñanza de su preferencia. Esta discriminación representa una grave injusticia. De este modo el Estado privilegia indebidamente a sus propias instituciones de enseñanza en perjuicio de su competencia privada y favorece deslealmente la educación laica en desmedro de la educación religiosa. Dada esta situación, no es extraño que en Uruguay, como en muchos otros países, el sistema público de educación acapare una amplia mayoría de los estudiantes, en todos los niveles.

Analicemos ahora lo que hemos llamado la solución moderna.
La solución moderna se basa en el siguiente principio básico: El Estado no debe contentarse con tolerar la libertad de enseñanza, sino que debe promoverla activamente, para que ella alcance su máxima extensión posible. Esta promoción de la libertad de enseñanza se alcanza por medio de la equiparación de todas las instituciones de enseñanza, sean públicas o privadas. Así el Estado hace posible que todos los padres den a sus hijos el tipo de educación que desean para ellos.
Se destaca en primer plano el hecho de que todas las instituciones de enseñanza (públicas o privadas) prestan un inestimable servicio público que las hace merecedoras del apoyo estatal. Por lo tanto el Estado no trata a los sistemas privados de enseñanza como una competencia peligrosa de su propio sistema de enseñanza, sino como servicios alternativos ofrecidos a la sociedad. Queda entonces relegado a un segundo plano el tema de la gestión de las instituciones de enseñanza, que puede ser llevada a cabo por organismos públicos o privados. El ideal de esta tendencia es la equiparación total, que implica un reparto equitativo de los subsidios estatales entre las instituciones de enseñanza públicas y privadas.
La idea de la equiparación implica también a veces la posibilidad de brindar clases de religión optativas en las instituciones públicas, que por lo demás ofrecen una educación laica.
Los padres pueden optar por enviar o no a sus hijos a la clase de religión y elegir la religión de su preferencia. Los profesores de religión son nombrados por las Iglesias o comunidades respectivas y el Estado paga sus sueldos.
Estas ideas no son utópicas: En muchos países europeos y americanos se ha puesto en práctica una gran variedad de sistemas concretos que se acercan más o menos a la equiparación. Además existe una tendencia hacia la equiparación total.
Un caso particular de esta tendencia es el sistema del "bono escolar": El Estado entrega mensualmente un bono a cada estudiante para que con él pague el total o una parte del costo de su educación en una institución pública o privada. El Estado puede entregar bonos a todos los estudiantes o sólo a los de menores ingresos. El sistema del "bono escolar" se está difundiendo rápidamente en los Estados Unidos; en la actualidad se aplica en varios Estados.
Comparando la solución moderna con la solución laicista, se pueden citar los siguientes argumentos a favor de la solución moderna:
La libertad de enseñanza y la libertad religiosa están mucho mejor tuteladas en el sistema moderno que en el sistema laicista, puesto que el Estado, procediendo con criterio igualitario, ofrece a los ciudadanos, no un mero permiso, sino la ayuda económica que necesitan para desarrollar el tipo de escuela que ellos mismos desean.
En el fondo el laicismo desprecia la religión y por eso intenta imponer un humanismo secularista cuyo propósito declarado es evitar que la libertad religiosa de los niños sea violada por medio de una educación religiosa. En cambio, la solución moderna valora positivamente la educación religiosa y por consiguiente busca promoverla de acuerdo con las creencias de la población.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL

Continuamos el programa Nº 10 del ciclo 2007 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay. Los invito a llamar al teléfono (035) 20535 para plantear sus comentarios o consultas.
Nuestro programa de hoy está dedicado a la libertad de enseñanza.
Comenzaremos la segunda parte del programa esbozando una visión cristiana del problema de la libertad de enseñanza.
En los países de tradición católica, en el problema de la libertad de enseñanza vista desde la perspectiva de la libertad religiosa intervienen tres agentes principales: los padres, el Estado y la Iglesia.
La responsabilidad de la enseñanza de los niños es ante todo de los padres. Ellos son los titulares de los derechos del niño, en particular del derecho a aprender y del derecho a elegir maestro. Los padres deben gozar de una verdadera libertad de elección de escuela.
El Estado tiene e1 derecho de ordenar la educación para el bien común, pero no para imponer una determinada orientación filosófica, ideológica, política o económica. Su papel es complementario, subsidiario. Los poderes públicos, a fin de defender las libertades de los ciudadanos, deben velar por la justicia distributiva, repartiendo la ayuda de los fondos públicos de tal manera que los padres puedan elegir libremente, según su conciencia, la escuela para sus hijos. El Estado debe conceder a los padres los medios que precisan para ejercer ese derecho y establecer las normas que una escuela debe cumplir para poder ser subvencionada por toda la sociedad.
El papel que le corresponde a la Iglesia es promover la enseñanza para penetrarla del Espíritu de Cristo y ponerse así al servicio de la construcción de un mundo más humano. A la Iglesia, Maestra de la verdad revelada por Cristo, le corresponde ante todo el derecho a enseñar. La libertad de la Iglesia implica necesariamente la posibilidad de transmitir libremente la fe cristiana, incluso a través de las instituciones de enseñanza.

A continuación leeremos parte de una declaración de la Conferencia Episcopal Uruguaya del día 12 de noviembre de 1990, que, frente a algunos hechos coyunturales, volvió a explicitar la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la libertad de enseñanza:
“La libertad de enseñanza consagrada en la Constitución (…) no es efectivamente respaldada en los hechos, como correspondería en una sociedad pluralista y respetuosa de los Derechos Humanos.
La educación básica es un deber. La libre elección de maestros e instituciones para cumplir con ese deber es un derecho de los padres. Pero para poder ejercer este derecho y cumplir con el deber de educar a sus hijos, los padres deben pagar una cuota, además de los impuestos con que todos contribuyen a la enseñanza estatal. Los padres de menores recursos, que constituyen la mayoría en nuestros colegios, tienen casi imposibilitado el acceso a este derecho.
La democracia, que por definición es pluralista, exige el respeto a las convicciones de los padres, sean éstos agnósticos, católicos u otros. Para lograrla sería necesario emprender un proceso que cree un sistema de escuela gratuita para todos y que contemple las diversas convicciones.
Esta expectativa de padres y educadores llevó al Papa Juan Pablo II a decir cuando estuvo entre nosotros: "Abrigo el deseo de que los responsables aseguren que las subvenciones estatales sean distribuidas de tal manera que los padres, sin distinción de credo religioso o de convicciones cívicas, sean verdaderamente libres en el Ejercicio de elegir la educación de sus hijos sin tener que soportar cargas inaceptables." […]
También declaramos que la gravedad e importancia de la educación nos obliga a proclamar desde ahora la firme decisión de dar los pasos necesarios para que todos los padres alcancen
la efectiva posesión del derecho constitucional a la libertad de elegir la enseñanza que prefieran para sus hijos."

A continuación haremos una reflexión sobre la historia nacional.
Desde la segunda mitad del siglo XIX se impuso entre los gobernantes e intelectuales del Uruguay la corriente de pensamiento liberal-racionalista, como un reflejo tardío de la Revolución Francesa. En nuestro país, como en otros países de América y de Europa, esa corriente tuvo características fuertemente anticristianas. Se intentó de mil maneras debilitar la influencia de la Iglesia en la sociedad, a través de un vasto programa de secularización. Antes de la separación de la Iglesia y el Estado, el triunfo principal de los liberales fue la reforma educativa de José Pedro Varela durante la dictadura del Cnel. Lorenzo Latorre, que permitió desarrollar un sistema de enseñanza estatal centralizado con una doctrina oficial: el laicismo.
La educación laicista fue presentada como una neutralidad respetuosa de las diferentes creencias religiosas de los ciudadanos. Pero en materia educativa la neutralidad es imposible (recordemos las palabras de Jesucristo: "El que no está conmigo está contra mí"). La supuesta neutralidad es en realidad una oculta toma de posición que desestima la dimensión fundamental del hombre (la dimensión religiosa), favoreciendo el agnosticismo, la indiferencia religiosa o incluso el ateísmo.
La escuela laica logró ampliamente uno de los resultados buscados por sus creadores: Generaciones enteras de uruguayos fueron formadas en ambientes donde el nombre de Cristo y el signo de la Cruz estaban proscriptos. En la práctica, se ha mantenido a muchísimos uruguayos en un estado de asombrosa ignorancia en materia religiosa. Esta ignorancia es mayor en los jóvenes formados en familias descristianizadas. Peor aún, muchos han sido inducidos a adoptar una actitud agnóstica o indiferente ante el problema religioso. A consecuencia de su formación, el hombre uruguayo tiende a ser menos religioso y más anticlerical que el latinoamericano típico.
El laicismo triunfante produjo además otro efecto nefasto: Se intentó, y en buena medida se logró, convertir a 1a fe cristiana en un asunto meramente privado, sin incidencia en la vida publica. Se procuró reducir la religión a una cuestión meramente individual, sin repercusiones políticas, económicas, sociales, culturales, etc. Se procuró aislar a los católicos en un ghetto, encerrarlos "en la sacristía". Se quiso sofocar a la Iglesia. La Iglesia sobrevivió, pero el proyecto laicista se impuso y el secularismo penetró hondamente en la mentalidad uruguaya. Los católicos perdieron gran parte de su influencia en la sociedad uruguaya, a pesar de muchas iniciativas bien inspiradas, como la Acción Católica.
Posteriormente, el Concilio Vaticano II renovó la Iglesia universal. El mensaje antiguo y siempre verdadero del Evangelio fue presentado al hombre moderno en un lenguaje nuevo. La Iglesia católica, por obra del Espíritu Santo, fue revitalizada y se hizo más claramente presente en la sociedad. De entre los muchos documentos emanados del Concilio, cabe destacar aquí las declaraciones Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, y Gravissimum educationis, sobre la educación cristiana de la juventud.
Las dos visitas del Papa Juan Pablo II al Uruguay fortalecieron a la Iglesia uruguaya y contribuyeron a reanimar a los católicos uruguayos a profesar su fe públicamente y con alegría. Además, la creación de la Universidad Católica del Uruguay, con reconocimiento oficial, terminó con un prolongado monopolio estatal de la educación superior (situación casi única en América).

Querido amigo, querida amiga:
La tarea educativa tiene una enorme importancia para la Iglesia. Gran parte de la suerte de la nueva evangelización se jugará en el ámbito de la educación, por lo cual debemos extremar los esfuerzos para que la educación católica llegue a todos los que desean recibirla.
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Redentor, ruego a Dios que los cristianos uruguayos nos animemos a impulsar iniciativas concretas a favor de la libertad de educación, que sirvan de apoyo para la nueva evangelización de nuestro descristianizado Uruguay.
Dando fin al programa Nº 10 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, me despido hasta la semana próxima. Que la paz y la alegría de Nuestro Señor Jesucristo, el Resucitado, estén contigo y con tu familia.

Daniel Iglesias Grèzes
10 de septiembre de 2007

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