17 julio 2007

Programa Nº 3/07: El hombre

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Les doy la bienvenida al programa Nº 3 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay. Los invito a enviarme sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido al ser humano.

Hay quienes dicen que la Tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la Tierra. Intentaré poner de manifiesto que esa concepción, que lamentablemente se difunde cada día más, choca frontalmente contra la cosmovisión cristiana; porque la doctrina cristiana enseña exactamente lo contrario: El hombre no pertenece a la Tierra; la Tierra (con todos los seres animados e inanimados que la conforman) pertenece al hombre.
Ya en el siglo IV AC Aristóteles descubrió que cada cosa tiene una causa eficiente (que la origina) y una causa final (a la cual tiende). Todo lo que es, es por algo y para algo. Este principio, que vale para cada cosa, vale también para el conjunto de todas las cosas. También el universo tiene una causa y un fin. Trataremos de hallar la finalidad o razón de ser del universo.

En primer término veremos que el Universo es para la vida.
Hace unos 15.000 millones de años ocurrió el Big Bang, la Gran Explosión que inició el devenir del universo material, el cual, desde entonces, se ha expandido continuamente. Ése fue el comienzo absoluto de la historia del mundo. La ciencia es incapaz de explicar el origen de la pequeñísima esfera, inmensamente densa y caliente, que contenía toda la materia y la energía del universo y que explotó a la hora cero del mundo. El creyente, en cambio, conoce una explicación clara y sencilla: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra." (Génesis 1,1). El instante de la Gran Explosión es, muy probablemente, el momento en que Dios creó de la nada todo lo visible y lo invisible.
A lo largo de miles de millones de años, la materia del universo en expansión se fue enfriando; lentamente fueron surgiendo las galaxias y luego las estrellas y los planetas. Nuestra galaxia (la Vía Láctea) nació unos mil millones de años después del Big Bang; nuestra estrella (el Sol) y nuestro planeta (la Tierra) nacieron juntos hace unos 4.500 millones de años.
El universo en expansión fue generando los distintos elementos químicos: primero los más livianos (hidrógeno y helio) y luego otros más pesados. Los elementos, al combinarse entre sí, fueron generando sustancias cada vez más complejas, hasta llegar a producir aminoácidos, compuestos esenciales para la vida. Por fin, en un oscuro rincón del universo (nuestra Tierra), que reunía las condiciones adecuadas, aparecieron las primeras formas de vida.
Los creyentes pensamos que ha sido necesaria una intervención especial de Dios para crear la vida, porque ésta no pudo surgir de la materia inerte (nadie puede dar lo que no tiene). Los materialistas, en cambio, sostienen que la vida fue generada espontáneamente, por medio de reacciones químicas que sólo fueron posibles en unas circunstancias determinadas, muy excepcionales. Nadie ha demostrado jamás que eso haya sucedido, por lo cual esa teoría no pasa de ser una especulación. Nunca se ha producido artificialmente ningún ser vivo, ni siquiera un virus, el más sencillo de los seres vivos. Todos los seres vivos que conocemos proceden de otros seres vivos, a través de una larguísima cadena cuyo primer origen desconoce la ciencia experimental.
Los seres vivos, aun siendo tan escasos, pequeños y frágiles, son las cosas más evolucionadas, complejas y valiosas del universo. Son en sí mismos superiores a la materia inerte. Al contemplar el vastísimo movimiento que comenzó con el Big Bang y culminó con la aparición de la vida sobre la Tierra, la razón humana llega casi inmediatamente a esta conclusión: la vida es la razón de ser del Universo. Ella explica todo lo anterior a ella y le da sentido.
La vida no es un producto casual y sin importancia de un juego cósmico caótico, incesante y absurdo. No es el resultado del choque de fuerzas ciegas, regidas meramente por las leyes del azar. Es el término, deliberadamente querido por el Creador, de un larguísimo proceso que respondió a las leyes naturales que Él, en su infinita sabiduría, dio a su creación. Todo el dilatado proceso que hizo posible la aparición de la vida fue guiado por la amorosa Providencia de Dios: "La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaban bien." (Génesis 1,12).

En segundo término veremos que, así como el Universo es para la vida, la vida es para el hombre.
Hace unos 3.800 millones de años apareció la vida en los océanos de la Tierra. Los primeros seres vivientes eran muy simples; probablemente eran semejantes a los virus. Pero desde su aparición sobre la Tierra la vida evolucionó constantemente en un sentido de complejidad creciente. A través de una evolución ascendente que insumió miles de millones de años se formaron sucesivamente las bacterias, los protozoarios, los organismos multicelulares, los vertebrados, etc. En torno a los 400 millones de años AC la vida llegó a la tierra firme. Primero las plantas, luego los artrópodos y finalmente los anfibios se adaptaron a la vida terrestre; y dejando el mar, invadieron la tierra. Luego aparecieron los primeros reptiles, que dominaron la tierra hasta que se produjo la extinción de los dinosaurios y comenzó la era del predominio de los mamíferos, que fueron aumentando de tamaño.
Hace unos 60 millones de años surgieron los primeros primates. Los primeros homínidos aparecieron hace unos 4 millones de años. Finalmente surgió en África Oriental el Homo Habilis, capaz de utilizar y fabricar herramientas. La evolución del Homo Habilis generó sucesivamente el Homo Erectus, el Homo sapiens (hace al menos 100.000 años) y el hombre moderno (hace unos 40.000 años).
Al surgir el hombre, apareció con él el pensamiento. El hombre es el único ser vivo que es consciente de sí mismo y por lo tanto es el único que puede disponer de sí mismo libremente.
Al contemplar el larguísimo proceso de evolución que terminó con la aparición del hombre y el pensamiento sobre la tierra, una conclusión se impone casi espontáneamente: el hombre es la razón de ser de la vida y del universo material. Explica todo lo anterior a él y le da sentido.

A continuación veremos que el hombre es imagen de Dios y centro del cosmos.
La ciencia experimental ha demostrado que el origen del hombre ha tenido lugar por evolución biológica a partir de primates, pero es incapaz de explicar el origen de la inteligencia y del libre albedrío del hombre, porque ambas facultades son espirituales.
El cristiano sabe cuál es el origen del hombre: Dios lo ha creado, infundiéndole un alma espiritual e inmortal. La creación del hombre por parte de Dios es compatible con la teoría de la evolución biológica, si ésta se mantiene dentro de sus justos límites, como explicación del origen material del cuerpo humano. Dios, en su admirable sabiduría, ha dado al mundo unas leyes naturales que incluyen la evolución biológica. De este modo Dios es el creador de todos los seres vivos, aunque no haya intervenido de un modo milagroso en la formación directa de cada especie vegetal y animal.
Por su cuerpo, el hombre se asemeja a los animales; pero por su espíritu, el hombre se eleva infinitamente por encima de todos los demás seres del universo material. Es el rey de la creación, intrínsecamente superior al resto de ella. El espíritu hace al hombre semejante a Dios, quien es puro espíritu, infinitamente inteligente y libre.
La Biblia nos enseña que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y que lo puso a cargo de la creación entera: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Y Dios los bendijo y les dijo: ``Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.´´" (Génesis 1,27-28).
El mundo está al servicio de los hombres. Tenemos el derecho y el deber de usarlo, si bien con prudencia y sabiduría, para nuestra autorrealización como personas y como comunidad humana.
Sin embargo es necesario subrayar que el hombre no es el fin último del universo, puesto que Dios creó al hombre por amor, para que viviera eternamente en comunión con Él. Dios es el fin último del hombre y del universo. La cosmovisión cristiana está magníficamente resumida en esta fórmula de San Pablo: "Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios." (1 Corintios 3,22).

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL
Continuamos el programa Nº 3 del ciclo 2007 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay.
Nuestro programa de hoy está dedicado al ser humano.
A continuación leeremos parte del Capítulo 1 de la constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Este capítulo se titula “La dignidad de la persona humana”.
El hombre, imagen de Dios
Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos.
Pero, ¿qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o hundiéndose hasta la desesperación. La duda y la ansiedad se siguen en consecuencia. La Iglesia siente profundamente estas dificultades y, aleccionada por la Revelación divina, puede darles la respuesta que perfile la verdadera situación del hombre, dé explicación a sus enfermedades y permita conocer simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación propias del hombre.
La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios. “¿Qué es el hombre para que tú te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre para que te cuides de él? Apenas lo has hecho inferior a los ángeles al coronarlo de gloria y esplendor. Tú lo pusiste sobre la obra de tus manos. Todo fue puesto por ti debajo de sus pies” (Salmos 8, 5-7).
Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer. Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.
Dios, pues, nos dice también la Biblia, “miró cuanto había hecho y lo juzgó muy bueno” (Génesis 1,31).

El pecado
Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no le glorificaron como a Dios. Obscurecieron su estúpido corazón y prefirieron servir a la criatura, no al Creador. Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.
Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo, que le retenía en la esclavitud del pecado. El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud.
A la luz de esta Revelación, la sublime vocación y la miseria profunda que el hombre experimenta hallan simultáneamente su última explicación.

Constitución del hombre
En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador. No debe, por tanto, despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día. Herido por el pecado, experimenta, sin embargo, la rebelión del cuerpo. La propia dignidad humana pide, pues, que glorifique a Dios en su cuerpo y no permita que lo esclavicen las inclinaciones depravadas de su corazón.
No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino. Al afirmar, por tanto, en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma, no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la realidad.

Dignidad de la conciencia moral
En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado.

El misterio de la muerte
El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreducible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.
Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera.

Cristo, el Hombre nuevo
En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.
El que es “imagen de Dios invisible” (Colosenses 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.
Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.
El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu, las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia, se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo. “Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros” (Romanos 8,11). Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio e incluso de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.
Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.
Éste es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!,¡Padre!

Querido amigo, querida amiga:
El ser humano ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza y para vivir en eterna comunión de amor y felicidad con Él en la gloria. El hombre herido por el pecado es un enigma para sí mismo, pero el misterio del hombre se esclarece en Cristo, el hombre perfecto. Mirando a Cristo podemos comprender lo que el hombre es y está llamado a ser según el designio de Dios.
La filosofía cristiana nos enseña que el ser humano ocupa un lugar central en el cosmos. La Divina Revelación lo confirma:
o Antes de crear a Adán y Eva, dijo Dios:
“Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra.” (Génesis 1,26).
o Jesús enseña a sus discípulos que el ser humano es superior a los animales:
“¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!” (Lucas 12,24).
o Y el mismo Jesús, para salvar a un hombre endemoniado, no tiene ningún escrúpulo en sacrificar toda una piara de cerdos (véase Mateo 8,28-34).
La filosofía cristiana nos enseña que el ser humano es una unidad de cuerpo material y alma espiritual y sostiene la primacía del espíritu. La palabra de Nuestro Señor Jesucristo lo confirma:
No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.” (Mateo 10,28).
La filosofía cristiana nos enseña que el ser humano tiene una finalidad trascendente. La Revelación lo confirma con testimonio divino:
“Jesús le respondió: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.”” (Juan 11,25-26).
Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Reina de los Apóstoles y de los Ángeles, ruego a Dios todopoderoso y eterno que te ayude a reconocer la sublime dignidad del ser humano y del admirable destino al que es llamado por Dios.
Dando fin al programa Nº 3 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, me despido hasta la semana próxima. Que la paz y la alegría de Nuestro Señor Jesucristo, el Resucitado, estén con todos ustedes y sus familias.

Daniel Iglesias Grèzes
16 de julio de 2007

Programa Nº 2/07: La creación

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Les doy la bienvenida al programa Nº 2 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Los invito a enviarme sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la creación. Dividiremos nuestro tema en dos partes: la creación del universo y la creación de los seres vivos en general y del ser humano en particular.
Para presentar la fe católica en Dios Creador del mundo y del hombre, leeremos el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, del número 50 al número 65:

“¿Qué significa que Dios es Todopoderoso?
Dios se ha revelado como «el Fuerte, el Valeroso», aquel para quien «nada es imposible». Su omnipotencia es universal, misteriosa y se manifiesta en la creación del mundo de la nada y del hombre por amor, pero sobre todo en la Encarnación y en la Resurrección de su Hijo, en el don de la adopción filial y en el perdón de los pecados. Por esto la Iglesia en su oración se dirige a «Dios todopoderoso y eterno».
¿Por qué es importante afirmar que «en el principio Dios creó el cielo y la tierra»?
Es importante afirmar que en el principio Dios creó el cielo y la tierra porque la creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios; manifiesta su amor omnipotente y lleno de sabiduría; es el primer paso hacia la Alianza del Dios único con su pueblo; es el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en Cristo; es la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y nuestro fin.
¿Quién ha creado el mundo?
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible del mundo, aunque la obra de la Creación se atribuye especialmente a Dios Padre.
¿Para qué ha sido creado el mundo?
El mundo ha sido creado para gloria de Dios, el cual ha querido manifestar y comunicar su bondad, verdad y belleza. El fin último de la Creación es que Dios, en Cristo, pueda ser «todo en todos», para gloria suya y para nuestra felicidad.
¿Cómo ha creado Dios el universo?
Dios ha creado el universo libremente con sabiduría y amor. El mundo no es el fruto de una necesidad, de un destino ciego o del azar. Dios crea «de la nada» un mundo ordenado y bueno, que Él transciende de modo infinito. Dios conserva en el ser el mundo que ha creado y lo sostiene, dándole la capacidad de actuar y llevándolo a su realización, por medio de su Hijo y del Espíritu Santo.
¿En qué consiste la Providencia divina?
La divina Providencia consiste en las disposiciones con las que Dios conduce a sus criaturas a la perfección última, a la que Él mismo las ha llamado. Dios es el autor soberano de su designio. Pero para realizarlo se sirve también de la cooperación de sus criaturas, otorgando al mismo tiempo a éstas la dignidad de obrar por sí mismas, de ser causa unas de otras.
¿Cómo colabora el hombre con la Providencia divina?
Dios otorga y pide al hombre, respetando su libertad, que colabore con la Providencia mediante sus acciones, sus oraciones, pero también con sus sufrimientos, suscitando en el hombre «el querer y el obrar según sus misericordiosos designios».
Si Dios es todopoderoso y providente ¿por qué entonces existe el mal?
Al interrogante, tan doloroso como misterioso, sobre la existencia del mal solamente se puede dar respuesta desde el conjunto de la fe cristiana. Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal. Él ilumina el misterio del mal en su Hijo Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres y que es la raíz de los restantes males.
¿Por qué Dios permite el mal?
La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo. Esto Dios lo ha realizado ya admirablemente con ocasión de la muerte y resurrección de Cristo: en efecto, del mayor mal moral, la muerte de su Hijo, Dios ha sacado el mayor de los bienes, la glorificación de Cristo y nuestra redención.
¿Qué ha creado Dios?
La Sagrada Escritura dice: «en el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Génesis 1, 1). La Iglesia, en su profesión de fe, proclama que Dios es el creador de todas las cosas visibles e invisibles: de todos los seres espirituales y materiales, esto es, de los ángeles y del mundo visible y, en particular, del hombre.
¿Quiénes son los ángeles?
Los ángeles son criaturas puramente espirituales, incorpóreas, invisibles e inmortales; son seres personales dotados de inteligencia y voluntad. Los ángeles, contemplando cara a cara incesantemente a Dios, lo glorifican, lo sirven y son sus mensajeros en el cumplimiento de la misión de salvación para todos los hombres.
¿De qué modo los ángeles están presentes en la vida de la Iglesia?
La Iglesia se une a los ángeles para adorar a Dios, invoca la asistencia de los ángeles y celebra litúrgicamente la memoria de algunos de ellos.
¿Qué enseña la Sagrada Escritura sobre la Creación del mundo visible?
A través del relato de los «seis días» de la Creación, la Sagrada Escritura nos da a conocer el valor de todo lo creado y su finalidad de alabanza a Dios y de servicio al hombre. Todas las cosas deben su propia existencia a Dios, de quien reciben la propia bondad y perfección, sus leyes y lugar en el universo.
¿Cuál es el lugar del hombre en la Creación?
El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.
¿Qué tipo de relación existe entre las cosas creadas?
Entre todas las criaturas existe una interdependencia y jerarquía, queridas por Dios. Al mismo tiempo, entre las criaturas existe una unidad y solidaridad, porque todas ellas tienen el mismo Creador, son por Él amadas y están ordenadas a su gloria. Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que dimanan de la naturaleza de las cosas es, por lo tanto, un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.
¿Qué relación existe entre la obra de la Creación y la de la Redención?
La obra de la Creación culmina en la obra aún más grande de la Redención. Con ésta, de hecho, se inicia la nueva Creación, en la cual todo hallará de nuevo su pleno sentido y cumplimiento.”

El orden y la evolución del cosmos no son productos del azar, sino de la obra creadora de Dios.
A la fe cristiana en la creación del universo por parte de Dios, el pensamiento ateo opone dos alternativas erróneas. Si Dios no existe, entonces el universo no ha sido creado por Dios. Por lo tanto, o bien el universo ha surgido espontáneamente de la nada, o bien el universo es eterno.
La primera de ambas alternativas es evidentemente absurda, porque nada puede surgir espontáneamente de la nada. La nada no es y por consiguiente nada puede. Mostraremos con un ejemplo cómo, en su afán de rechazar a toda costa la existencia de Dios, algunos partidarios del ateísmo son capaces de sostener las afirmaciones más inverosímiles. En uno de sus muchos libros de divulgación científica, Isaac Asimov propuso una teoría acerca del origen espontáneo del universo a partir de la nada, basándose en una analogía con la siguiente fórmula: 0 = 1 + (-1). Dice Asimov que, así como el 0 "produce" el 1 y el -1, la nada ha podido producir, en el origen del tiempo, un universo material y un "antiuniverso" o universo de antimateria.
Este razonamiento contiene dos gruesos errores:
· El ente ideal "cero" no es la causa del ser de los entes ideales "uno" y "menos uno". Una identidad matemática no es una relación causal entre números.
· No hay una verdadera correspondencia entre los tres números considerados y tres entes reales, o mejor dicho, un ente real (el universo), un ente hipotético (el "antiuniverso") y un no-ente (la nada).
En suma, de la citada identidad matemática no se puede deducir una relación causal entre esos entes reales.
Por lo tanto, en buena lógica, el ateísmo desemboca ineludiblemente en esta conclusión: el universo ha de ser eterno.
La corriente de pensamiento ateo más difundida en la actualidad es el cientificismo o positivismo. La premisa básica del cientificismo es que el único conocimiento verdadero que el hombre puede alcanzar es el que proviene de las ciencias particulares: matemática, física, química, astronomía, geología, biología, etc. (Algunos incluyen también las ciencias humanas: psicología, sociología, economía, historia, etc.). Ahora bien, las ciencias particulares no prueban ni pueden probar que el universo es eterno, sino que sólo pueden suponerlo. Esta falsa suposición, entonces, contradice el principio fundamental del positivismo, porque no tiene ningún fundamento científico.
Esta contradicción es la consecuencia de una contradicción aún mayor. El punto de partida oculto del pensamiento positivista es la negación de la existencia de Dios, aunque las ciencias particulares tampoco prueban ni pueden probar la inexistencia de Dios. En realidad, el positivismo está basado en falsos postulados no científicos sino filosóficos, cuya verdad se presupone sin ninguna justificación racional. De este modo el cientificismo, que se presenta a sí mismo como la verdad científica, resulta ser solamente una filosofía falsa y a menudo inconsciente.
La ciencia contemporánea no sólo no prueba que el universo es eterno, sino que incluso sugiere con mucha fuerza la idea de que el universo tuvo un comienzo absoluto en el tiempo. El consenso abrumadoramente mayoritario de los científicos actuales apoya la teoría del Big Bang o “Gran Explosión”, que implica ese comienzo absoluto. Es verdad que en rigor, aun suponiendo demostrada la hipótesis del Big Bang, la ciencia no puede demostrar la creación del universo. Lo que pasó "antes" del tiempo cero de la Gran Explosión está más allá de los límites del conocimiento científico, y sólo puede ser escudriñado por medio de la teología y la filosofía, que no son ciencias particulares sino ciencias universales. Esto significa que su indagación, basada en sus propios métodos, diferentes de los métodos de las ciencias particulares, no se limita a las realidades intramundanas sino que pretende alcanzar explicaciones últimas, por tanto trascendentes.
Además, como ha sido demostrado por Santo Tomás de Aquino, aunque el universo no hubiera tenido un comienzo en el tiempo, de todos modos tendría que haber sido creado por Dios. La creación no es sólo una acción pasada de Dios, ocurrida en el principio, sino una acción permanente de Dios que sostiene al universo en el ser. La relación entre Dios y el mundo es una relación ontológica de dependencia absoluta y unilateral: el ser del mundo depende absolutamente de la acción creadora de Dios; en cambio, el ser de Dios no depende del mundo en absoluto.
Aunque Tomás de Aquino sostuvo que la no-eternidad del mundo no puede ser conocida por la razón natural, sino sólo por la fe en la Divina Revelación, hoy en día resulta díficil concebir un universo eterno. La noción de evolución ha penetrado tan hondamente en el pensamiento contemporáneo que muy fácilmente uno se ve impulsado a pensar que el universo, así como tiene un desarrollo comprobable, también ha debido tener un comienzo y deberá tener un final. La "eternidad" del mundo supone la existencia de un infinito actual, o sea de un tiempo infinito "ya transcurrido" (por así decir). El infinito actual, o sea la presencia actual de una magnitud infinita, resulta no sólo inimaginable, sino incluso casi inconcebible. Hay quienes sostienen que en el universo material sólo puede darse el infinito potencial (es decir, magnitudes que tienden al infinito) pero no el infinito actual.
Para seguir sosteniendo, contra las cuasi-evidencias de la ciencia, la eternidad del mundo, los ateos cientificistas recurren a otra suposición gratuita: el universo es cíclico. Cada uno de los infinitos ciclos comienza con una Gran Explosión, seguida de una fase de expansión del universo. Después de alcanzar un tamaño máximo, el universo entra en una fase de contracción, que termina con una “Gran Implosión” o Big Crunch. Cada Gran Implosión –dicen ellos- es seguida inmediatamente por una nueva Gran Explosión.
Esta teoría del universo cíclico tiene graves falencias:
· Los cálculos de la masa total del universo llevan a pensar que éste se expandirá indefinidamente, por lo que no habría ninguna Gran Implosión en el futuro.
· Dado que lo que podría haber ocurrido antes de la Gran Explosión escapa a nuestra ciencia experimental, no se puede demostrar científicamente que haya habido una Gran Implosión antes de la Gran Explosión.
En resumen, la tesis atea sobre la eternidad del mundo es extremadamente frágil desde el punto de vista racional.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL

Continuamos el segundo programa del ciclo 2007 de “Verdades de Fe”, transmitido por Radio María Uruguay. Los invito a llamar al teléfono (035) 20535 para plantear sus comentarios o consultas.
Nuestro programa de hoy está referido a la creación. En esta segunda parte trataremos de la creación de los seres vivos y del ser humano.
El pensamiento ateo sostiene, sin ningún fundamento válido, que la vida surgió espontáneamente de la materia inerte, que el hombre surgió de un primate por la mera evolución natural y que el orden y la evolución de los seres vivos son meros productos del azar.
La fe cristiana, en cambio, sostiene que Dios creó a los seres vivos y al ser humano y que Él es la causa primera del orden y la evolución de los seres vivos.
El universo material creado por Dios, a través de un larguísimo proceso de evolución cósmica, se transformó en un lugar apto para el surgimiento de la vida. Hace unos 3.800 millones de años apareció la vida en los océanos de la Tierra. Los seres vivos manifiestan una organización interna y una adaptación externa maravillosas, que no pueden ser meros productos del azar. Los primeros seres vivientes eran muy simples; probablemente eran semejantes a los virus. A partir de entonces ocurrió otro lentísimo proceso guiado por la Providencia de Dios: la evolución biológica, que produjo formas de vida cada vez más complejas.
Finalmente Dios creó al hombre, animal racional, unidad de cuerpo y alma: cuerpo animado y espíritu encarnado. El alma espiritual e inmortal de cada ser humano es creada inmediatamente por Dios. Por su cuerpo el hombre se asemeja a los animales; por su espíritu, en cambio, el hombre se eleva infinitamente por encima de todos los demás seres del universo material. Es el rey de la creación, intrínsecamente superior al resto de ella. El espíritu hace al hombre un ser personal, inteligente y libre, semejante a Dios, quien es puro espíritu, infinitamente inteligente y libre.
Los científicos actuales están convencidos de que el origen del hombre tuvo lugar por evolución a partir de unos primates, pero no son capaces de explicar el origen de la inteligencia y del libre albedrío del hombre, porque ambas facultades son espirituales.
El cristiano sabe cuál es el origen del hombre: Dios lo ha creado, infundiéndole un alma espiritual e inmortal. La creación del hombre por parte de Dios es compatible con la teoría de la evolución, si ésta se mantiene dentro de sus justos límites, como explicación del origen material del cuerpo humano. Dios, en su admirable sabiduría, ha dado al mundo unas leyes naturales que incluyen la evolución. De este modo Dios es el creador de todos los seres vivos, aunque no haya intervenido de un modo especial y milagroso en la formación de cada especie vegetal y animal.
Actualmente está en boga un debate que opone el evolucionismo al creacionismo. Se trata de una falsa oposición. Lo opuesto al evolucionismo no es el creacionismo, sino el fijismo: la doctrina que afirma que cada especie surgió por separado y se mantuvo fija, sin evolucionar. Lo opuesto al creacionismo no es el evolucionismo sino las doctrinas que niegan la creación (por ejemplo el materialismo). Dios es tan capaz de crear un universo fijo como uno evolutivo. Incluso podría decirse que un universo evolutivo sugiere con mucha más fuerza la idea de creación que un universo fijo.
El capítulo 1 del Génesis relata la creación del universo por obra de Dios. Según este relato, Dios empleó seis días para crear todo lo visible y lo invisible; el sexto día Dios creó al ser humano y el séptimo día descansó. Una interpretación fundamentalista de este capítulo lleva a rechazar los descubrimientos científicos que suponen una evolución cósmica de miles de millones de años previa a la aparición del hombre sobre la Tierra. La interpretación católica, en cambio, se basa en los siguientes dos principios, expresados por el Concilio Vaticano II en la constitución dogmática Dei Verbum, números 11 y 12):
· "Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra."
· "El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época."
Vale decir que la interpretación católica de la Biblia distingue la verdad salvífica transmitida por la Biblia del "ropaje literario" utilizado como vehículo para transmitir dicha verdad. En el ejemplo citado, es claro que las verdades salvíficas que Dios nos transmite por medio de Génesis 1 son cosas muy diferentes de una cosmología arcaica; me refiero a verdades tales como las siguientes: todo lo que existe ha sido creado por Dios; todo lo que Dios ha creado es bueno; el ser humano es la cumbre del universo material; el hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Querido amigo, querida amiga:
El universo material fue creado para el hombre; es su morada terrenal. El ser humano es la cumbre de la creación, el lugarteniente de Dios, a quien Él confía Su creación para que la cuide y la perfeccione por medio del trabajo. El hombre es el único ser del universo material al cual Dios ama por sí mismo. A los demás seres los ama en razón del hombre y los destina a servirlo. La vida humana tiene un valor inmenso debido a la sublime dignidad de la persona humana. La vida de un único ser humano vale más, a los ojos de Dios, que todas las galaxias, las plantas y los animales juntos. Cumpliendo un mandato divino, los hombres han crecido en conocimiento y poder y se han multiplicado hasta dominar la Tierra. Como ser individual y como ser social, la vida del hombre es un reflejo de la vida íntima de Dios uno y trino.
Por naturaleza -es decir, en virtud de su creación- el hombre es un animal raro, siempre insatisfecho con los bienes que posee o disfruta durante su vida terrena. Su corazón está perpetuamente inquieto. Ningún placer, ningún conocimiento, ningún amor incluso, logra colmarlo definitivamente. La Divina Revelación nos permite resolver este enigma de la existencia humana, enseñándonos que el fin último de la vida del hombre es sobrenatural. El hombre ha sido creado para la vida eterna, la participación en la vida divina, la plena comunión de amor con Dios en el Cielo. Sólo puede encontrar su felicidad perfecta en este destino trascendente, inalcanzable por las solas fuerzas naturales del hombre, pero asequible por medio de la Gracia, el amor absoluto de Dios, que dona Su mismo Ser al hombre en forma gratuita e indebida.
Muy a menudo nuestros hermanos ateos ni siquiera intentan fundamentar racionalmente su adhesión a los postulados materialistas sobre el origen del cosmos, de la vida y del hombre. En esos casos esos postulados funcionan como meras suposiciones, que se asumen acríticamente como verdaderas. A partir de estos principios falsos es posible deducir correctamente otras proposiciones, tan falsas como estos principios.
Este esquema postulatorio suele ser aplicado también a la afirmación básica del ateísmo, la inexistencia de Dios, y a otras afirmaciones conexas, como la inexistencia de los milagros; en este caso se sostendrá que Dios no existe porque simplemente no puede haber un Dios o que los milagros no existen porque simplemente no puede haber milagros. Como es fácil apreciar, se trata de burdas peticiones de principio. Si los cristianos insistiéramos en pedir a nuestros hermanos ateos una fundamentación racional de sus creencias básicas, podríamos comprobar que muchas veces ellos no tienen realmente nada que decir.

Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Sede de la Sabiduría, ruego a Dios que te conceda conocerlo como Creador del mundo y agradecer siempre su divina Providencia, su amoroso gobierno del mundo.
Dando fin al programa Nº 2 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, me despido hasta la semana próxima. Que la paz y la alegría de Nuestro Señor Jesucristo, el Resucitado, estén con todos ustedes y sus familias.

Daniel Iglesias Grèzes
9 de julio de 2007

Programa Nº 1/07: Creo en Dios

Buenas noches. Les habla Daniel Iglesias. Les doy la bienvenida al primer programa del segundo ciclo de “Verdades de Fe”. Este programa es transmitido por Radio María Uruguay desde Florida, Melo, Tacuarembó y San José y también a través de Internet. Los invito a enviarme sus comentarios o consultas al teléfono (035) 20535. Estaré dialogando con ustedes durante media hora.
El programa de hoy estará referido a la fe católica en Dios uno y trino. En la primera parte del programa abordaremos el tema de la fe en el único Dios. El Credo de los Apóstoles comienza con estas palabras: “Creo en Dios”. A continuación leeremos lo que nos dice sobre este tema el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números del 36 al 43:
“¿Por qué la profesión de fe comienza con «Creo en Dios»?
La profesión de fe comienza con la afirmación «Creo en Dios» porque es la más importante: la fuente de todas las demás verdades sobre el hombre y sobre el mundo y de toda la vida del que cree en Dios.
¿Por qué profesamos un solo Dios?
Profesamos un solo Dios porque Él se ha revelado al pueblo de Israel como el Único, cuando dice: «escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el Único Señor», «no existe ningún otro». Jesús mismo lo ha confirmado: Dios «es el único Señor». Profesar que Jesús y el Espíritu Santo son también Dios y Señor no introduce división alguna en el Dios Único.
¿Con qué nombre se revela Dios?
Dios se revela a Moisés como el Dios vivo: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Al mismo Moisés Dios le revela su Nombre misterioso: «Yo soy el que soy (YHWH)». El nombre inefable de Dios, ya en los tiempos del Antiguo Testamento, fue sustituido por la palabra Señor. De este modo en el Nuevo Testamento, Jesús, llamado el Señor, aparece como verdadero Dios.
¿Sólo Dios «es»?
Mientras las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer, sólo Dios es en sí mismo la plenitud del ser y de toda perfección. Él es «el que es», sin origen y sin fin. Jesús revela que también Él lleva el Nombre divino, «Yo soy».
¿Por qué es importante la revelación del nombre de Dios?
Al revelar su Nombre, Dios da a conocer las riquezas contenidas en su misterio inefable: sólo Él es, desde siempre y por siempre, el que transciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho cielo y tierra. Él es el Dios fiel, siempre cercano a su pueblo para salvarlo. Él es el Santo por excelencia, «rico en misericordia», siempre dispuesto al perdón. Dios es el Ser espiritual, trascendente, omnipotente, eterno, personal y perfecto. Él es la verdad y el amor.
¿En qué sentido Dios es la verdad?
Dios es la Verdad misma y como tal ni se engaña ni puede engañar. «Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna». El Hijo eterno de Dios, sabiduría encarnada, ha sido enviado al mundo «para dar testimonio de la Verdad».
¿De qué modo Dios revela que Él es amor?
Dios se revela a Israel como Aquel que tiene un amor más fuerte que el de un padre o una madre por sus hijos o el de un esposo por su esposa. Dios en sí mismo «es amor», que se da completa y gratuitamente; que «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único para que el mundo se salve por él». Al mandar a su Hijo y al Espíritu Santo, Dios revela que Él mismo es eterna comunicación de amor.
¿Qué consecuencias tiene creer en un solo Dios?
Creer en Dios, el Único, comporta: conocer su grandeza y majestad; vivir en acción de gracias; confiar siempre en Él, incluso en la adversidad; reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres, creados a imagen de Dios; usar rectamente de las cosas creadas por Él.”

Consideremos ahora las vías de acceso al conocimiento de Dios.
Hoy en día muchos cristianos piensan que la fe es un mero sentimiento, puramente privado e incomunicable, una opción personal sin ninguna justificación racional. En cambio la doctrina católica enseña que el ser humano, con la sola luz natural de la razón, es capaz de probar la existencia de Dios con argumentos racionales y de llegar a conocer algunos de los atributos de Dios.
La existencia de Dios no es evidente, pero es demostrable. Las pruebas de la existencia de Dios no son iguales a las demostraciones matemáticas o las pruebas científicas. Son argumentos filosóficos convincentes y convergentes, que permiten llegar a verdaderas certezas.
La verdad de la existencia de Dios no es propiamente un artículo de fe, sino un preámbulo de la fe, que puede ser conocido por la razón natural. La fe no anula a la razón, sino que presupone el conocimiento natural de Dios y lo perfecciona. No obstante, puede suceder que un ser humano particular conozca esta verdad sólo por la fe y el conocimiento no reflejo.
Los números 3 y 4 del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica dicen lo siguiente:
“¿Cómo se puede conocer a Dios con la sola luz de la razón?
A partir de la creación, esto es, del mundo y de la persona humana, el hombre, con la sola razón, puede con certeza conocer a Dios como origen y fin del universo y como sumo bien, verdad y belleza infinita.
¿Basta la sola luz de la razón para conocer el misterio de Dios?
Para conocer a Dios con la sola luz de la razón, el hombre encuentra muchas dificultades. Además no puede entrar por sí mismo en la intimidad del misterio divino. Por ello, Dios ha querido iluminarlo con su Revelación, no sólo acerca de las verdades que superan la comprensión humana, sino también sobre verdades religiosas y morales que, aun siendo de por sí accesibles a la razón, de esta manera pueden ser conocidas por todos sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error.”
Las vías para conocer a Dios tienen siempre como punto de partida la Creación. Conocemos a Dios por sus obras; llegamos a la causa divina a partir de su efecto mundano. Algunas vías de acceso a Dios toman como punto de partida el mundo material y otras parten de la persona humana. Estos dos enfoques son complementarios entre sí.
Las pruebas clásicas de la existencia de Dios siguen el primero de estos dos caminos: a partir del devenir, del ser, de la contingencia, de la belleza y del orden del mundo se puede conocer a Dios como origen, fundamento permanente y fin del universo. Éste es el enfoque seguido por Santo Tomás de Aquino en sus célebres “cinco vías”, que analizaremos enseguida.
Las "cinco vías" están basadas en dos principios metafísicos: el principio de razón de ser y el principio de causalidad. El principio de razón de ser afirma que todo lo que existe tiene una razón de ser. Este principio es inmediatamente evidente. El principio de causalidad afirma que todo ente contingente tiene una causa. Un ser es contingente si es y puede no ser; en cambio es necesario si es y no puede no ser. El principio de causalidad está basado en el principio de razón de ser. Todo ente tiene una razón de ser. Si un ente no tiene su razón de ser en sí mismo, entonces la tiene en otro ente, que es su causa.
Aunque las cinco vías son diferentes, comparten una misma estructura general. Cada vía parte de un dato de la experiencia: existe un ente que tiene determinada propiedad. Luego Santo Tomás demuestra que esa propiedad implica que ese ente no tiene en sí mismo su razón de ser, por lo cual es causado. Entonces hay un segundo ente que es causa del primero. Este segundo ente, o tiene su razón de ser en sí mismo o no tiene su razón de ser en sí mismo. Si tiene su razón de ser en sí mismo, hemos hallado la causa incausada que estábamos buscando. Si no tiene su razón de ser en sí mismo, debemos volver a aplicar el mismo razonamiento y concluir que hay un tercer ente que es la causa del segundo.
Es imposible que la sucesión de causas que no tienen en sí mismas su razón de ser sea infinita, porque entonces ninguna de esas causas podría fundamentar la razón de ser de nuestro primer ente. El retroceso al infinito hace retroceder indefinidamente la búsqueda de la razón de ser del ente contingente, sin resolver el problema. Entonces la regresión debe detenerse en un ente que tiene en sí mismo su razón de ser. Esta causa primera es llamada "Dios".
A continuación Santo Tomás demuestra, por la vía del absurdo, que el Ser Incausado no puede tener aquella propiedad, signo de la contingencia del ente, que fue nuestro punto de partida. Este análisis permite deducir algunos atributos de Dios.
Dado que Dios no es contingente, no se le puede aplicar el principio de causalidad. Dios es el Ser necesario, el Ser incausado. No tiene ni necesita una causa porque existe por Sí mismo. Él es su propia razón de ser. Por lo mismo también es el Ser increado.
Combinando las cinco vías, el razonamiento global de Santo Tomás es el siguiente: existe un ser que es el Primer Motor, la Causa Primera, el Ser Necesario, el Ser Perfectísimo, el Gobernador del Mundo. Un ser así es lo que llamamos "Dios". Por lo tanto, Dios existe. Luego Tomás demuestra que Dios es único, que es el Creador del mundo etc.

A continuación consideraremos una de las principales objeciones contra la existencia de Dios, basada en el problema del mal.
El razonamiento es el siguiente: Si Dios existe, entonces no puede existir el mal. El mal existe. Por lo tanto, Dios no existe.
Para refutar esta objeción debemos refutar su premisa mayor, la que opone la existencia de Dios a la existencia del mal. Aquí podemos aplicar una conocida regla escolástica: lo que es afirmado sin prueba, puede ser rechazado sin prueba. La afirmación de que el mal no puede existir si Dios existe es completamente infundada.
El mal es una imperfección, pero no cualquier imperfección es un mal. Se llama "mal" a aquella imperfección que priva a un ser de una perfección que en principio le correspondería según su naturaleza. Por ejemplo, carecer de vista no es un mal para una piedra, pero es un mal para un león.
El mal no es un ser, sino una carencia o privación de ser. Existen dos grandes clases de males: los males físicos (como el dolor y la muerte) y los males morales (los pecados o actos humanos malos).
Todo lo que Dios ha creado es bueno. Dios no es el autor del mal, pero permite el mal, por razones que Él, en su infinita sabiduría, puede juzgar muchísimo mejor que nosotros. No tiene sentido que el hombre pretenda erigirse en juez de Dios y de su obra creadora. Además, negar la existencia de Dios no hace que la existencia del mal sea más comprensible; por el contrario, la vuelve totalmente incomprensible.
Podemos comprender algunas de las razones por las cuales Dios permite el mal (físico o moral):
1. En el orden biológico el dolor cumple la finalidad de informar al ser vivo acerca de alguna realidad amenazadora.
2. La muerte de las plantas y de los animales irracionales no frustra absolutamente su razón de ser; no les impide que cumplan su función dentro del cosmos.
3. A pesar de las apariencias, a menudo el sufrimiento humano contribuye de un modo misterioso pero real al desarrollo humano integral. El dolor puede desempeñar un rol positivo dentro del plan de la Divina Providencia, orientado a la salvación del hombre.
4. La muerte del ser humano no es su aniquilación, sino su entrada en la vida eterna, que da pleno sentido a su vida terrena y sus sufrimientos.
5. La libertad es la grandeza del hombre, pero también su riesgo. Dios no ha querido crear robots o esclavos, sino seres hechos a su imagen y semejanza, destinados a ser sus hijos y a participar de la naturaleza divina, seres capaces de amarlo libremente.
La respuesta más profunda al problema del mal no está en ningún razonamiento, sino en el testimonio de amor de Cristo, crucificado por nuestros pecados. Jesús crucificado nos enseña que el amor de Dios no nos libra de todo mal, sino que nos libra en todo mal, preservándonos del único mal absoluto, el rechazo de Dios.

Ahora haremos unos minutos de pausa para escuchar música.
INTERVALO MUSICAL

La segunda parte de nuestro programa de hoy estará dedicada a la fe cristiana en la Santísima Trinidad.
Escuchemos lo que el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números del 44 al 49, nos enseña acerca de este misterio de la fe:
“¿Cuál es el misterio central de la fe y de la vida cristiana?
El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
¿Puede la razón humana conocer, por sí sola, el misterio de la Santísima Trinidad?
Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo y es la fuente de todos los demás misterios.
¿Qué nos revela Jesucristo acerca del misterio del Padre?
Jesucristo nos revela que Dios es “Padre”, no sólo en cuanto es Creador del universo y del hombre sino, sobre todo, porque engendra eternamente en su seno al Hijo, que es su Verbo, “resplandor de su gloria e impronta de su sustancia”.
¿Quién es el Espíritu Santo, que Jesucristo nos ha revelado?
El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo; “procede del Padre”, que es principio sin principio y origen de toda la vida trinitaria. Y procede también del Hijo, por el don eterno que el Padre hace al Hijo. El Espíritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo encarnado, guía a la Iglesia hasta el conocimiento de la “verdad plena”.
¿Cómo expresa la Iglesia su fe trinitaria?
La Iglesia expresa su fe trinitaria confesando un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí, por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
¿Cómo obran las tres divinas Personas?
Inseparables en su única substancia, las divinas Personas son también inseparables en su obrar: la Trinidad tiene una sola y misma operación. Pero en el único obrar divino, cada Persona se hace presente según el modo que le es propio en la Trinidad.”
Con respecto a la Santísima Trinidad, los tres principales errores teológicos son los siguientes:
· Un primer error es el triteísmo. Consiste en considerar que las tres personas divinas son tres sustancias divinas diferentes, o sea tres dioses. El triteísmo es evidentemente contrario a la razón filosófica (que demuestra la unicidad de Dios) y al monoteísmo bíblico. El cristianismo es una religión tan monoteísta como el judaísmo y el islamismo. Actualmente el error del triteísmo se da en la religión de los mormones.
· Un segundo error es el subordinacionismo. Consiste en considerar que sólo el Padre es Dios, mientras que el Hijo y el Espíritu Santo son criaturas excelsas, pero no divinas en sentido estricto. El subordinacionismo fue sostenido en el siglo IV por herejes como Arrio y Macedonio y se da actualmente en la religión de los testigos de Jehová.
· Un tercer error es el modalismo. Consiste en considerar que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres modos de manifestación de Dios en la historia de salvación, pero que al interior de Dios existe una sola persona, el Padre. El modalismo fue sostenido en el siglo III por Sabelio y otros herejes. Actualmente este error, más sutil que los otros dos, es poco frecuente.
Estos tres errores teológicos tienen un origen común: el intento de dominar racionalmente el misterio de Dios lleva a aceptar algunos de sus aspectos y a rechazar otros. Así la teología se vuelve más comprensible, pero se traiciona el misterio de Dios revelado por Cristo.

A continuación demostraremos que el dogma trinitario no es irracional.
La objeción más común contra el dogma católico de la Santísima Trinidad consiste en afirmar que es irracional porque es absurdo pensar que tres seres son un solo ser.
Esta acusación contra el dogma trinitario proviene de una grave incomprensión. El dogma trinitario sería irracional si dijera que tres seres distintos son un mismo ser, o que tres es igual a uno; pero no dice eso, sino que hay una única sustancia, esencia o naturaleza divina (un solo Dios) y tres subsistencias, hipóstasis o personas divinas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Si "esencia divina" fuera sinónimo de "persona divina", la objeción sería correcta; pero como no lo es, se trata de un simple error.
El concepto de "esencia divina" responde a la pregunta "¿Qué es Dios?" Dios es el Ser absoluto, necesario, infinito, perfectísimo, simplicísimo... Estos atributos y otros semejantes pertenecen a la única esencia divina.
En cambio el concepto de "persona divina" responde a la pregunta "¿Quién es Dios?" El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Dios, pero no son tres dioses, sino un solo Dios. Las tres personas divinas son lo mismo (Dios), pero lo son de tal modo que no son el mismo: el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, el Hijo no es el Padre ni el Espíritu Santo, el Espíritu Santo no es el Padre ni el Hijo.
La única sustancia divina subsiste en tres distintas "subsistencias". Con una expresión un poco audaz, pero en el fondo justificable, podríamos decir que subsiste "de tres maneras distintas", como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Las tres personas divinas tienen todo en común, salvo sus relaciones de origen:
· Paternidad: el Padre engendra eternamente al Hijo.
· Filiación: el Hijo es engendrado eternamente por el Padre.
· Espiración activa: el Padre y el Hijo espiran eternamente el Espíritu Santo.
· Espiración pasiva: el Espíritu Santo es espirado eternamente por el Padre y el Hijo.
Estas relaciones de origen (salvo la espiración activa, que corresponde a dos personas) constituyen las tres personas divinas. De acuerdo con esto, el Padre se caracteriza también por ser el origen sin origen de las otras dos personas divinas.
La vida íntima de la Trinidad es una incesante danza de amor infinito. El Padre entrega eternamente al Hijo toda su sustancia divina. El Hijo le responde entregándole a su vez todo su ser divino (igual al del Padre). El amor del Padre y del Hijo es fecundo; es la persona-don, el Espíritu Santo.
Es importante notar que el concepto de "persona", aplicado a las personas divinas y a las personas humanas, tiene un sentido analógico, no unívoco. Si pensáramos que en el dogma trinitario la palabra "persona" tiene exactamente el mismo sentido que en el lenguaje moderno, afirmaríamos la existencia de tres individuos divinos, cada uno con su conciencia, su inteligencia y su voluntad separadas y así caeríamos en el absurdo del triteísmo. Por eso hoy es más necesario que nunca que los cristianos no nos limitemos a repetir las formulaciones tradicionales del dogma trinitario, sino que intentemos explicarlas, manteniendo su sentido.

Habiendo refutado el principal argumento contra la racionalidad del dogma trinitario, deberíamos ahora probar que el dogma trinitario está contenido implícitamente en la Sagrada Escritura. No podemos hacerlo por falta de tiempo, pero diremos simplemente que si Dios se manifiesta en la historia de salvación como Padre, Hijo y Espíritu Santo (tres personas divinas y un solo Dios vivo y verdadero), es porque Dios es en Sí mismo Padre, Hijo y Espíritu Santo; de lo contrario no habría verdadera autorrevelación y autocomunicación de Dios al hombre. E inversamente, si Dios, que es eternamente Padre, Hijo y Espíritu Santo, decide libremente manifestarse en la historia, necesariamente debe manifestarse como lo que Él es en Sí mismo: el Dios Uno y Trino.

Querido amigo, querida amiga:
Cuando San Juan tiene que expresar en una sola palabra qué es Dios, nos dice que "Dios es Amor" (1 Juan 4,8). El ser mismo de Dios es una eterna comunicación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El misterio de Dios es un misterio de amor, de amor infinito y eterno.
La fe cristiana en Dios no está basada en experiencias sensibles extraordinarias ni es un mero sentimiento religioso. Tiene un fundamento racional, pero en sí misma es suprarracional, un modo de conocimiento que supera el alcance de la razón y al cual sólo se puede acceder mediante una "conversión", una reorientación total de la propia vida hacia Dios. Esta conversión es entre otras cosas un "cambio en el pensamiento". La conversión tiene también una dimensión moral: es una decisión de entregar la propia confianza y el propio ser a Dios, revelado en su Palabra hecha carne, Jesucristo.
Blas Pascal escribió que "el corazón tiene sus razones que la razón no conoce". Una persona que decide amar a otra puede relacionarse con ella de tal modo que la capacita para conocerla mucho más profundamente que antes. Es cierto que nadie ama lo que no conoce; pero también es cierto que, en cierto modo, nadie conoce lo que no ama. Esto, que ocurre siempre, aunque en distintos grados, se da eminentemente en el caso de la relación del hombre con Dios. La fe no es un mero conocimiento, al que se puede acceder sin comprometer la propia vida. Involucra la decisión de arrojarse confiadamente en los brazos de Dios, de dejarse transformar por su gracia, de amarlo de todo corazón. En vano procurará conocer el misterio de Dios quien no esté dispuesto a responder de esta forma al llamado de Dios. Por eso, es posible acumular mucha erudición y tener muy poca sabiduría. Y a la inversa, una persona puede ser inculta a los ojos del mundo y ser muy sabia a los ojos de Dios.
De forma totalmente gratuita, Dios te ha creado para que encuentres en Él mismo tu plena felicidad. Dios quiere que lo conozcas y que entres en una relación de comunión con Él. Él no cesa de buscarte, por todos los medios. Tú, entonces, tampoco dejes de buscar a Dios a tu alrededor, en los simples acontecimientos de cada día. Si quieres vivir en comunión con Dios, que es Amor, debes vivir en el Amor. He aquí el núcleo de la vida cristiana: amar a Dios y a los hombres, con el mismo amor de Cristo.
Te invito a seguir leyendo y estudiando la Biblia con frecuencia para conocer cada vez más el misterio de Dios, que en Cristo se nos ha manifestado como Amor infinito.

Por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, ruego a Dios que te conceda superar las dificultades intelectuales que se plantean a la fe cristiana, evitando caer en la tentación de la duda o la increencia y profundizando cada vez más tu fe en Él.
Dando fin al programa Nº 1 del segundo ciclo de “Verdades de Fe”, me despido hasta la semana próxima. Que la paz y la alegría de Nuestro Señor Jesucristo estén con todos ustedes y sus familias.

Daniel Iglesias Grèzes
2 de julio de 2007

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